Lo despertó un sonido tan maravilloso como imposible: La tostadora. Se levantó deprisa sin siquiera ponerse las pantuflas y caminó hacia la cocina, sintiendo el ánimo disminuirle al recordar que esa maldita cosa llevaba años, quizá eternidades siendo automática. Vio el pan asomarse por las rendijas, crujiente y humeante pero su apetito simplemente ya no existía. La cafetera no tardó en anunciar que también había cumplido su función y que él debía estar listo para lo mismo, sin importar si su estómago seguía revuelto . Sacó un dado de uno de los cajones de su bonita cocina integral, blanca con negro aunque no combinara con el delicado lila del resto del departamento.
-Tres para vomitar ahora, cinco para hacerlo después de desayunar- dice bien alto mientras comienza a agitar el dado en su mano. Lo arroja y cae directo en su plato con un sonido frío por la porcelana. Cuatro- bueno, parece que hoy no es un buen día para ti, amigo- sonríe de lado, acariciándose el estómago adolorido que protesta- dos para un antiácido, uno para una infusión de hierbabuena- vuelve a lanzar el dado y suspira al ver el único punto negro darle la cara. Espera, escuchando cómo la cafetera vacía sola su contenido en el lavabo mientras su tetera se llena de agua en la estufa. Camina a buscar un plato en la alacena. Sólo hay uno, haciendo que el espacio vacío se vea ridículo pero no tiene ganas de pensar en eso. No tiene ganas de pensar en absolutamente nada . Mira el reloj en la pared y le recuerda que está a pocas horas de comenzar su jornada laboral. Tiene treinta minutos para terminar su desayuno, diez para lavar sus trastes, una gloriosa hora para su aseo personal y otra mitad para llegar a su trabajo. Una sonrisa en sus labios debe ser visible, mirando el dado que todavía permanece en la mesa, entre su taza y su plato.
-Tres para faltar al trabajo, cinco para...- ni siquiera termina de formular la pregunta y ve el dado ser absorbido por la mesa al igual que su escaso desayuno que de todas formas no pensaba terminar y el resultado hubiera sido el mismo. Mira de nuevo el reloj, los cuarenta minutos que estaban destinados para eso han sido adelantados. Escucha la ducha abrirse y camina deprisa para aprovechar la poca agua caliente que le corresponde. Deja que la ropa se caiga en el piso, escuchando el cesto reptar para absorberla también, mientras Kyle se dobla en la regadera, sujetando su estómago mientras comienza a vomitar, seguro que el sonido del agua encubre el de la bilis saliendo de su boca. Se enjuaga y comienza a esparcir el shampoo por su cabello. Le gustaba el que ella había llevado, olía a frambuesas, ojalá lo hubiera olvidado al marcharse.
Para empezar, ojalá nunca hubiera tenido qué marcharse. Toma el dado que está encima de la jabonera y lo agita pero desiste y lo regresa a su sitio. Termina de bañarse, toma la toalla y regresa a su habitación. La crema corporal sin olor, el desodorante, la única corbata, el único traje. Toma su portafolio, con los casos que debe atender ordenados dentro alfabéticamente y sale del departamento, fingiendo que cambia algo si olvida su dado personal en la dulcera del recibidor.
Afuera no hay nada que le interese , nada que pueda distraerlo de llegar a su oficina a sentarse con una sonrisa prefabricada a atender sus casos. Cuando llegó la hora de decidir qué carrera iba a tomar, hubiera vendido hasta el último de sus órganos a cambio de un cuatro. Pero ese uno le ató para siempre a seguir los pasos de su padre en la abogacía y ahora ahí estaba él, escuchando a la gente exponer sus problemas como si realmente estuviera en sus manos resolverlos. Como si la justicia todavía guardara algún sentido. A lo mejor eso era lo único que había logrado mantener lo que quedaba de humanidad viva. Las fantasías.
-Buenos días, Señor Broflovski- la muchacha de cabello rojo debe ser nueva- su cliente de las once ya llegó- le gusta su voz, sin duda. Ojalá pudiera quedarse un rato más a escucharla.
-Gracias- le da una rápida sonrisa y ella se la devuelve antes de seguir revisando su agenda en la computadora. Abre su despacho, acomoda los papeles y ve el dado que olvidó en la dulcera sobre su escritorio, suspira, volteando a ver el reloj. Eso le agregó dos horas a su jornada. Como si tuviera alguna importancia de cualquier manera, se masajea el puente de la nariz, esperando que la mujer a la que atiende en su divorcio no comience a gritar de nuevo porque seguro él está haciendo trampas en la tirada de dados al decidir qué partes de los bienes se quedan con cada quién.
Si pudiera hacer trampas, sin duda hubiera hecho que ella se quedara. Al menos que hubiera dejado una fotografía suya antes de marcharse.
-Hoy no es un buen día para ti, amigo- se repite al sentir su estómago gruñir por no haber sido alimentado, pero seguro la hora de almuerzo también ha sido borrada de su reloj. Por la noche, piensa, podrá intentar un cinco para llorar a solas o un tres para volver a embriagarse. Mientras, sólo debe pensar en soportar hasta entonces su rutina.
