Todo le peternece a George R. R. Martin.
Primer fic en esta serie de lo que pudo haber sido en el mundo de asoiaf.
"Algún día, el mismo Bran sería caballero y pertenecería a la Guardia Real. La Vieja Tata decía que los Guardias eran las mejores espadas del reino. Solo eran siete, vestían armadura blanca y no tenían esposa ni hijos; vivían solo para servir al Rey. Bran se sabía de memoria todas las leyendas. Sus nombres le sonaban a música celestial."
"El más grande de los caballeros vivos era Ser Barristan Selmy, Barristan el Bravo, Lord Comandante de la Guardia Real […] Bran marcaba en la pared los días que faltaban para la partida, ansioso para ver un mundo con el que solo había soñado, de empezar una vida que apenas podía imaginar."
Ser Brandon de la Guardia Real.
La espada del Lord Comandante Jaime cae en cada hombro, repitiendo las palabras dichas por todos los hombres en el mismo puesto antes que él: ser leal, ser justo, ser fuerte, proteger al Rey, a los débiles, a las mujeres, defender al reino. El pomo de su espada brilla en la luz que se filtra en la ventana detrás del Trono de Hierro, Bran Stark puede ver al Rey sentado allí, con una mano en su barbilla, probablemente interesado en lo que ocurría en la Sala. Bran no estaba seguro con el Rey. La espada dorada de Ser Jaime vuelve a caer en su hombro y Bran siente un pequeño escozor allí donde toca.
Esta era la segunda vez que veía a Ser Jaime tan cerca, la primera siendo cuando fue a Invernalia con la corte del Rey Robert hace tantos años. Bran era un niño en aquel entonces, siempre escalando las torres del castillo cuando su señora madre no lo veía, en aquel tiempo solo soñaba. «Soñaba con este momento». En su mente, más bien, se imaginaba a sí mismo en el Gran Septo de Baelor pasando toda una noche en vela al frente del altar del Guerrero y luego en la mañana caminaba hasta la Fortaleza Roja para ser anotado caballero de la Guardia Real.
La realidad no fue así. Bran había estado sirviendo a Ser Barristan Selmy por algunos años desde que su padre empezó a servir al Rey Robert como Mano, ser el escudero de Barristan el Bravo no era una tarea fácil, ni siquiera porque el caballero ya estaba viejo y no participaba en todas las justan celebradas en la capital. Bran lo atendía en todo lo que él pidiese ya sea en un mandado hacia los otros caballeros o en limpiar el establo del caballo de Ser Barristan (Bran recordaba la adoración que nublaba sus sentidos en esos tiempos). Muchos días llegaba a sus habitaciones en la Torre de la Mano cansado y bañado en sudor, con los brazos temblorosos de llevar la armadura y armas a todas partes.
(A veces ni tenía tiempo de cenar con su padre y hermanas, pero la gratificación que lo inundaba al cerrar los ojos de noche, era suficiente para borrar cualquier lamento de no pasar tiempo con su familia)
Fue en una redada de bandidos en el Bosque Real, en el que lo nombraron caballero. Acompañaba a Ser Barristan y varios caballeros de la Guardia como escolta del príncipe Joffrey (unos cuantos años mayor y casado con su hermana Sansa), Bran cabalgaba al lado de Sansa charlando sobre Arya y su nueva estadía en Dorne; Ser Barristan cabalgaba por detrás, manteniendo un ojo vigilante sobre ellos. De repente, una flecha pasó volando por el aire y se clavó en el caballo de Joffrey, haciendo que el príncipe se cayese hacia el suelo. De inmediato, el sonido de espadas saliendo de su funda se escuchó en el alrededor.
Bran no recuerda que pasó después, pero de un momento a otro, se encontraba protegiendo a su hermana de una flecha salida de la nada, la flecha rompió el cuero y atravesó su hombro, un dolor penetrante se extendió por todo un cuerpo («¡Bran! ¡Bran!»). Despertó al sonido de su hermana cantándole una canción de su infancia mientras le acariciaba el cabello, tenía el hombro vendado y Ser Barristan lo miraba preocupado.
― ¿Estás bien, chico? ―Bran asintió mareado y descubrió que su cabeza estaba en el regazo de su hermana―. Pensábamos que te íbamos a perder, perdiste mucha sangre, pero afortunadamente los caballeros no sobrevivimos a las guerras sin saber al menos un poco sobre vendar heridas.
― Sansa y el príncipe Joffrey… ―trató de decir, pero las palabras no salían de su boca tan bien como antes.
― Estamos bien, Bran. Ser Meryn cubrió a Joffrey y tú me protegiste de la flecha que te hirió―esta vez fue Sansa quien respondió suavemente, para no alarmarlo.
― Demostraste mucho valor al proteger a tu hermana, Brandon, protegiste a la futura reina de Poniente ―Ser Barristan se quedó callado, pensando―. Ya eres casi un adulto y supongo que no habrá oportunidad mejor…
«¿Eh?». La cabeza de Bran latía fuertemente y el hombro lo tenía en una posición extraña, incómoda. Ser Barristan se fue y luego volvió con su espada.
― Arrodíllate, Brandon de la Casa Stark.
Bran se levantó como pudo y, para su vergüenza, con ayuda de Sansa, recuperó el equilibrio. Selmy no gastó ninguna palabra ni tardó tanto como Bran temía. No nombró al Padre ni a la Madre, o ni siquiera al Guerrero; fueron votos simples que no hicieron que su cabeza doliese aun más. Mucho más tarde se dio cuenta que el viejo caballero había tomado en cuenta la religión norteña en los votos. Sansa lo abrazó y le dio un beso en la mejilla, llena de felicidad, Bran no la había visto sonreír así desde los días de Invernalia. El príncipe Joffrey miraba todo con cara de aburrimiento.
Un niño se arrodilló y un caballero se levantó.
Ser Jaime sigue nombrando a los dioses de la Fe, cada uno acentuado con un toque de su espada., como hace tantos años, Joffrey tiene la misma cara. Su hermana no se encuentra en el asiento destinado a la Reina, sino en sus aposentos, en donde, según una de sus doncellas, se encontraba recuperándose de una caída. Bran no cree nada de eso, Sansa no era torpe y siempre era cuidadosa con todo; por encima del hombro de Ser Jaime, observa al Rey. «Ayer los oí discutiendo», piensa. Últimamente eso era lo único que hacían (en realidad Joffrey gritaba y amenazaba y Sansa se mantenía callada). Bran aprieta los puños.
― Levántate, Ser Brandon de la Guardia Real.
«Rickon siempre me llamó "Ser Bran"», piensa mientras sus nuevos hermanos le quitan la capa gris y la intercambian por una completamente blanca. Varios caballeros le dan palmadas en la espalda y otros le desean buena suerte, el Lord Comandante solo le sonríe, una sonrisa que sugiere complicidad de un secreto guardado entre los dos, a Bran no le gusta nada.
― La Reina estará muy feliz, Ser ―comenta para luego irse. Bran vuelve a apretar los puños y vuelve a mirar al Rey, quien ya se iba de la Sala del Trono. «No volverá a tocarla».
