Minato despertó suavemente y miró a la mujer que dormía a su lado, todavía estaba oscuro, aunque los primeros rayos del sol amenazaban con aparecer. Kushina dormía apaciblemente, acurrucada en su pecho, abrazándolo con fuerza.
Suspiró mirando a la ventana y retiró los brazos de la pelirroja con suavidad, el sol aún no tocaba la cama y mucho menos rozaba la piel nívea de la Uzumaki. El rubio pasó sus dedos a lo largo del brazo de la mujer que dormía profundamente a su lado
La besó con suavidad en la mejilla y la estrechó con cariño entre sus brazos, procurando no despertarla, esperando colarse en sus sueños. Que ella lo tuviera en su mente todo el día.
Debía irse, ese día tendría mucho trabajo, pero no era nada comparado a cuando había tomado el puesto. Recordó con cierta tristeza que en esos días casi siempre le llegaban largas listas de aquellos caídos en batalla, muchas veces amigos. Recordó con cierta tristeza a Obito, el estudiante al que no había podido proteger, y suspiró.
Kushina también había lamentado la muerte del chico. A pesar de tener caracteres tan diferentes se parecían en muchas cosas, era como si estuvieran sincronizados inconscientemente. Era como si sus corazones latieran al mismo ritmo.
Minato la examinó detenidamente con la mirada, para alguien con el carácter que tenía esa mujer era increíble poder verla con tanta paz. Poco a poco la luz alcanzó a la pelirroja haciendo que su cabello, desparramado por la almohada, se encendiera como el fuego, enmarcando su rostro delicadamente. El rubio simplemente no podría cansarse de verla.
Kushina abrió sus ojos lentamente y miró a Minato, sus ojos grises resplandecían con la luz que invadía el cuarto y reflejaban toda la alegría que sentía al tenerlo cerca. Una suave sonrisa se dibujó en los labios coralinos de la pelirroja mientras entrelazaba sus dedos con los del rubio.
En ese momento una sola cosa se hizo clara en la mente de Namikaze Minato, no iba a poder alejarse de ella esa mañana.
