Lo que llevo por dentro.
Los personajes de la serie le pertenecen a Naoko Takeuchi. Yo escribo sobre ellos porque me entretiene.
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En los momentos que El Rey y soberano del Tokio de Cristal veía a su esposa jugar con su hija ya crecida, ambas felices y complementándose tan bien la una a la otra, era que agradecía al destino haber tenido tantos problemas en el pasado para poder disfrutar de esta alegría en el presente. Alegría a la cual él se sentía desplazado y ausente a veces, aunque fuera por cortos pero intensos instantes de lucidez en un sueño que construyeron las Sailor Scouts muchos años atrás.
Estaba él perdiéndose entre sus pensamientos frente al ventanal que daba a los jardines del palacio cuando sintió la siempre cálida presencia de una de sus guardianas más leales.
- Aún no sabes cómo sorprenderme, querida amiga – sonrió de lado, aun perdido en el juego de sus chicas, pues sabía que la recién llegada no buscaba esconder su presencia ante él.
- No pretendía hacerlo, su majestad – declaró haciendo una reverencia como el protocolo lo decía pero que pasó desapercibida por el hombre que le daba la espalda.
- ¿A que debo tu visita, Mars? – preguntando con intriga pues las Inner Scouts no hacían su aparición ante el Rey a menos que fueran asuntos importantes. Pero hace días la reina se mostraba inquieta y preocupada así que de algún modo pudo ver venir este acontecimiento.
- Mi Rey, tenemos noticias… - ella lo vio voltear no entendiendo del todo - … de Kinmoku – y las masculinas facciones se tornaron serias.
- ¿Cuál es el asunto? – pregunto sin tono en la voz, sabiendo que si eran noticias de ese lugar, tendrían relación con ese sujeto, del cual había olvidado su nombre más nunca su rostro juvenil enamorado. Embelesado con su mujer.
- Más bien es una visitante. La chica dijo que tenía un mensaje para la Reina pero como usted dio la orden de avisarle antes que a ella, pues yo…
- Está bien, Rei – la chica se exaltó al escuchar su nombre terrícola. Uno que hace años había dejado de usar y que le causó espasmos al oírlos de los labios de su soberano y su ex novio – Deja que la vea – Las yemas de sus dedos sobre su frente no fueron capaces de darle menos jaqueca. Pero él sabía cómo era su esposa y aunque fuera una mujer adulta con una hija adolescente, se comportaba como una chiquilla si le escondían algo que le importaba y él prefirió dejarlo. Aunque se lamentó no haber visto las diminutas señales sino hasta que fue muy tarde. Tal vez aquella vez en que se fueron de paseo a la playa…
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- Darién… - la voz de la muchacha denotaba tranquilidad, una que aprendería a sostener ante todo con orgullo.
- Dime, Serena – las escuetas respuestas que él le daba, lograban hacer que se molestara pues ella pensaba que no la tomaba en serio.
- Pero que desanimado… ¡Si no quieres oír lo que tengo que decir entonces solo me iré! – de un salto se puso de pie y se alejó
- Ya, cálmate – se levantó de su lecho en la arena con la brisa del mar acompañándolos y la siguió, como lo hacía siempre. Como lo haría siempre – Lo siento, dime que te preocupa querida Serena – el sarcasmo era algo natural en él y ella lo sabía pero en este día, en especial en esta fecha le desagradaba, quizás porque en esos días fue que las Sailor Star Light habían dejado la Tierra unos años atrás. Lo miró hacia arriba, como su baja estatura le obligaba a hacerlo.
- Nada – sus azules ojos le decían que no era sólo nada pero la testaruda chica no lo diría si no quería – Solo estoy nostálgica, eso es todo. Te iba a decir que me hubiera gustado que mis amigas vinieran también.
- Oh, así que es eso – la rodeo con sus brazos – Tranquila, las invitaremos la próxima vez – tomo su barbilla con su mano – Además, si ellas estuvieran aquí… – se acercó lentamente hasta encontrar sus labios con los de ella, suave para luego agregarle más fogosidad. Mas pegado a su frágil cuerpo e inundando de pasión su boca parlanchina, saboreando eso que sabía era sólo de él y estaba seguro nadie más había podido alcanzar. Y se sintió innegablemente dueño de ella, porque el destino lo había dicho, porque era su derecho después de dos vidas de guerra y batallas para llegar a ella. De a poco bajo la intensidad de sus besos y cuando abrió los ojos vio lo que buscaba, ese rubor tan suyo que solo aparecía cuando estaban juntos - … no podríamos hacer esto – terminó la frase con una sonrisa picarona en los labios y la vio enrojecer aún más. Pero nunca encontró lo que realmente quería hallar que era ese intenso brillo en sus azules ojos del cual se había despedido en el aeropuerto y que antes de los sucesos de Sailor Galaxia eran sólo para él.
- Eso y otras cosas – sugirió ella mientras deslizaba sus dedos por el contorno de unos de sus brazos y fue el turno de él para teñir sus mejillas de carmín. La miró sin resultado otra vez y así sería hasta el fin de sus días.
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Se desplomó en el sofá y sonrió al recordar ese día. Y esa noche en que la tomó sin más, sin esperar a los votos ni el consentimiento de nadie más que el de ella. Desesperado por recuperar lo que en una serie de descuidos había perdido irremediablemente y que ni todo el esfuerzo humano que puso en dicha tarea le daría los frutos que tanto anhelaba. Porque aunque ella le dijera que lo amaba, no era con la misma intensidad, o el mismo tono, ni la profundidad que antes alcanzara.
- Su majestad ¿se encuentra usted bien? – escuchó la voz de quien había vuelto de hacer su encargo.
- Estoy bien - Respiraba pesadamente – Rei, dile a las Sailor que tendremos un reunión en un par de semanas más, cuando podamos contactar a Plut, por favor - Se levantó mientras la morena salía de su estudio, observó a través del ventanal a la siempre calma Sailor Mercury anunciarle a la rubia, quien descansaba en el jardín junto a su hija, que tenía visita. Él no reparó en el rostro estupefacto de la mujer al recibir la noticia porque estuvo pendiente de observar el extraño brillo naciente en los ojos de su amada. Uno que no había vuelto a ver jamás ante su presencia, un resplandor que no recordaba haber visto hace mucho, mucho tiempo.
Espera…
Lo había visto antes. Fue sólo un diminuto instante pero jamás se había vuelto a repetir. Ni cuando le decía que la amaba, ni cuando la hizo su esposa, ni cuando nació su hija. Fue en ese segundo, como cuando ves pasar una estrella fugaz o en el rápido instante lejano en el tiempo cuando vieron irse a cuatro de ellas.
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Serena prácticamente voló a la recepción del castillo. Tantos años (demasiado largo saños para ella) sin saber nada de ese lugar más que unos mensajes de la princesa Kakyu para hacerles saber que todos estaban bien y les deseaban cortésmente lo mejor.
Estúpida cortesía política – pensaba ella - que muy a su pesar debía sostener. Pero esto no era un mensaje de la princesa, esto era diferente pues traía un mensajero diferente. Distinto al papel, esto era una noticia que debía escuchar de los labios del propio enviado de Kinmoku.
¡Aquí estoy! – exclamó cual niña pequeña al entrar al salón. Y que sorpresa se llevó al ver a una joven chica de cabellos azabache y dos coletas bajas largas, sentada a su espera. Nerviosa, tras la expectación.
¡Su majestad! – saludó la chica haciendo una torpe reverencia y al levantarse observó a la dama frente a ella con curiosidad, una de la buena.
Buenas tardes señorita…
¡Seika! – exclamó y se sonrojó ante la nueva impertinencia – Disculpe, mi nombre es Seika, su alteza – Serena la miró. Pudo adivinar de quien era hija pues el parecido era extraordinario, sus facciones eran idénticas. Y esos ojos. Definitivamente los había heredado de su padre. Se sintió acongojada pero feliz de ver que él había seguido con su vida. Igual que ella. Y que había traído una descendiente que seguramente le comunicaría alguna noticia importante.
Por favor siéntate, Seika – le sonrió y le hizo una seña a la doncella que las acompañaba - ¿Nos podrías traer té y unas galletas, por favor? – mientras señalaba a su invitada que volviera a sentarse para después ella hacer lo mismo.
En seguida, su majestad – reverencio la chica y desapareció tras la puerta.
Bueno, Seika ¿has venido hasta aquí tu sola? – la chica que no tendría más de 16 años aún la miraba embobada y tras un segundo de silencio respondió.
No, su alteza. Me acompañaron mis guardianes, pero les pedí que me esperaran.
¡Oh, cielos! Hay que invitarlos a que descansen… fue un largo viaje y… - se detuvo al ver la sonrisa burlona de la chica dibujarse en su rostro.
No se preocupe. Ellos están aquí – le mostró una burbuja de cristal donde yacían un pony alado y un pequeño lagarto a su costado durmiendo – Están bien. Cuando salen de la burbuja se convierten en un corcel y un dragón. Muy buenos compañeros de viaje si me preguntan – decía alegremente la chica que se sentía observada por la reina pero no se le hacía incómodo.
Bueno, me parece excelente. Entonces ¿me dirás el motivo de tu visita? – los ojos de la chica se nublaron un poco y Serena sintió que se le estrujaba el corazón.
Ella sacó una cajita metálica y se la entregó a la reina quien la miró con extrañeza pero la de cabellos oscuros le explicó que el contenido de la caja era y siempre había sido para ella. Que su padre se la había encargado antes de morir.
¿Perdón? ¿Qué acaso ella dijo morir?
- Él está… ¡¿muerto?! – su interlocutora asintió con pesar y Serena sintió el peso del mundo sobre su cabeza, una estatua hubiera tenido más expresión que ella en ese momento y con la cajita apretada entre las manos, veía que sus pensamientos se arremolinaban en su mente. Trayendo de vuelta esos recuerdos que tan celosamente había guardado en su interior para poder vivir en paz, para no atormentarse día a día suponiendo lo que pudo ser y nunca fue. Lo que dijo y debió decir. Lo que sintió y no debió sentir.
La joven exaltada ante la reacción de la mujer que tenía enfrente creyó no dimensionar el impacto que habían causado esas tres palabras, "antes de morir", que dejaron sin aliento y a punto de desplomarse a la amable dama que la había recibido tan emocionada y que había causado un efecto muy abrumador en su alma. Trató de hacerla volver en sí y cuando la vio parpadear regresando de su ensoñación momentánea deseo haber sido más prudente con sus palabras pues aquella dama era la causa de que su padre se sentara sin falta a ver el satélite número tres de Kinmoku cada 28 días pues decía que era lo más parecido a la Luna terrestre. Le había contado de niña innumerables historias de ese lugar llamado Tierra y del resplandor que tenía su satélite. Él, emocionado siempre, hablaba de las aventuras de una heroína terrestre que había luchado por salvar el universo y que gracias a ella podían disfrutar de su planeta natal. Algunas veces tuvo que detenerse pues su corazón latía tan fuerte al relatar que Seika podía escuchar el estruendo saliente de su pecho.
Recordó que su madre siempre fue muy reservada con el asunto. No le molestaba ni lo detenía cuando hablaba pero se mantenía al margen.
- "Nunca verás un brillo igual, Seika" – le dijo un día, tras prometerle llevarla algún día a la Tierra para poder disfrutar de su resplandor plateado.
- ¿De verdad es tan hermosa, papi? – le pregunto inocente a su corta edad, maravillada con los relatos que él le contaba.
- "Es la más hermosa" – y había suspirado.
Incontables veces lo encontró escribiendo, muy concentrado, cartas que jamás envió. Pues al final las doblaba delicadamente, las ponía en un sobre y las cerraba cuidadosamente colocando una pegatina. Que era muy especial para él y que ella jamás había entendido porque la usaba, hasta que conoció a la soberana del Tokio de Cristal y su singular peinado. Ahí reparó en que la figura del conejo hacía referencia a ella.
Pudo odiarla, pensó muchas veces, pero al escuchar los relatos de su padre y la revelación de su madre no sintió nada de oscuridad en su corazón y por eso quiso ser ella quien le entregara personalmente lo que a la rubia le correspondía saber.
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Su madre la llamó junto a ella cuando su padre falleció. Tras decirle que era su regalo más preciado en la vida comenzó a hablar. Con calma, como siempre.
- "Hija ¿sabes por qué tu padre hablaba tanto de la Luna terrestre?" – le había hecho la pregunta con un dejo de tristeza pero no melancólica.
- Porque la vio y fue lo más bello que había visto jamás por eso quedó prendado de ella.
- "Sí, así justamente lo describía él" – vio a la madura mujer sonreír. Más luego de una pausa comenzó a relatar cuando lo conoció. Que era un joven al servicio de la reina y que en el pasado había sido una Sailor Star Light, pero habían ocurrido cosas que lo marcaron mucho y tras decidir continuar su vida como hombre, pues le agradaba más esa personalidad, se había desligado de sus deberes como Sailor pero continuando al servicio de su querida princesa como uno de sus guardianes y consejero personal.
Ella era una de las doncellas de la princesa en el castillo y lo vio un día entre los guardias jactándose de sus habilidades y siendo reprendido por sus antes compañeras Sailor. Claro que como ellos eran celebridades en el reino todos querían estar cerca de ellos, los salvadores de Kinmoku, y Seiya no repelía la atención por nada del mundo. Reía y disfrutaba de la reconstrucción de su planeta y ella quedó prendada de su extrovertida personalidad cuando él se acercó y le regalo una flor. Con lo reservada que era sólo se limitó a sonreírle y enrojeció para después salir corriendo.
Unos días después lo encontró observando el ciclo del tercer satélite del planeta, algo la forzó a hablarle y él comenzó, como siempre, a contar de la Luna terrestre y todo lo que tenía guardado para ello. Luego de ese día ella no supo ver la vida sin él, le costó un mundo pero al fin le confesó sus sentimientos aun sabiendo que él jamás seria de ella y él no dudó en aclarárselo. Pero le prometió nunca pedirle más de lo que él podría darle. Y el moreno aceptó, la hizo su esposa y fueron felices aunque ella sabía que no era 100% real, Seiya siempre se esforzó en que vivieran tranquilos y felices. Y así fue, una vida plena para ella y cuando tuvieron a su hija fue mejor aún. Pero siempre había ese brillo que faltaba, esa sonrisa forzada y ese momento que compartía celosamente solo consigo mismo al observar lo único que lo ataba al recuerdo renuente de esa chica a la cual le había regalado nada más ni nada menos que su corazón.
Así su hija se encaminó al Tokio de Cristal y así fue su sorpresa al encontrarse con esa mujer que tanto había marcado la vida de toda su familia. Y así estaba aún, estática, parpadeando de vez en cuando y sólo le pregunto si estaba segura de lo que le había dicho a lo que Seika asintió. La rubia se acomodó en su silla cuando la doncella volvió con el té y las famosas galletas de Lita que eran una delicia.
- A parte de esto… - al fin habló la nostálgica reina - ¿Hay algún otro mensaje para mí?
- Pronunció una palabra. Yo creo que usted la identificara mejor pues yo no sé qué significa.
- ¿Cuál? – pregunto ansiosa casi adivinando cual sería la respuesta.
- "Bombón" – dijo susurrante la joven temiendo ocasionar alguna otra reacción adversa pero tal fue su sorpresa al ver los ojos de la volverse dos mares húmedos tratando de escapar de su prisión ocular y sonreír de una manera tan sincera que ya no pudo contenerse más – Él la amó a usted… hasta el momento de su muerte. Lo sentí, siempre y mi madre lo supo también. Pero él jamás hizo algo para dañarnos, fue un esposo ejemplar y un padre admirable. Tuvo una vida maravillosa y mucha gente que lo amaba.
- Seiya… - pronunció al fin y fue de la manera más dulce.
-¡Gracias! – La rubia la miró extrañada – He venido a agradecerle. Pues gracias a usted mi padre fue quien fue.
- No, querida – le tomó las manos – Él era ya una persona extraordinaria, incluso antes de conocerme. Y yo soy quien tiene que agradecerte al hacerme saber que él vivió feliz - se sonrieron y continuaron hablando por largo rato más por cortesía que por otra cosa pero a Serena se le hicieron pocas las horas junto a Seika que compartía muchos rasgos de personalidad con su padre. Al final cuando la chica se fue, se sintió abatida y con un profundo sentimiento de destrozo en su interior.
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Esa noche, tras la cena, su esposo y la princesa saldrían a un baile donde se quedarían por esa noche y luego de darle una larga explicación a su esposo de porque esa chica se había quedado tanto tiempo hablando sobre un planeta que estaba muy lejos, se encerró en su habitación. Ella estaba demasiado cansada (o agobiada) para salir, así que se excusó con todos. Incluso tuvo que correr a la entrometida de Mina que quería hablarle de algo sumamente importante según ella pero que a Serena le importaba un comino en ese momento. Cerró suavemente la puerta tras de sí y cuidadosa, casi ceremoniosamente se deslizó hasta donde estaba la cajita que antes le entregara la joven Seika. La acarició con suavidad casi como si quisiera buscar algún resto de la esencia del chico atolondrado que había conocido. La abrió y descubrió muchas cartas. Unas más antiguas que otras pero todas envueltas en un sobre color rosa pastel y con una calcomanía de un conejo feliz para sellarlas, todas enumeradas. Tomo la que tenía un bien marcado número uno y la abrió. La leyó calmadamente y suspiró. Siguió con la siguiente y la siguiente. La tarea le llevó horas pero tomaba cada una y se daba el tiempo para leerla con calma y analizarla pues habían sido escritas especialmente para ella. Tras ver la luz asomarse por el horizonte, notó sus ojos hinchados de tanto llorar por las palabras de su eterno enamorado, quien le había puesto al día de todos sus avances, de los cambios en su vida, de lo feliz que fue al tener a su hija y de lo mucho que crecía su amor por ella cada día. "Pero nada puede compararse con el afecto que siento y siempre sentiré por ti, Bombón" decía en sus últimas cartas y al leer la que tenía el número que concluía la serie, su vida jamás sería la misma.
"Mi querida Bombón:
Esta será mi última y más breve carta pues veo el fin llegar a mí existencia. Siento desde mi interior que las estrellas me llaman a su encuentro y es algo que no se puede posponer. Como siempre te deseo lo mejor pero creo que lo tienes y has sido muy feliz. Yo por mi parte tuve una hermosa vida. Pero no me malentiendas, hubiera sido mejor tenerte a mi lado. Pero ya sabemos que tu destino era más fuerte o tal vez fuimos muy jóvenes e inmaduros para luchar por cambiarlo. Quiero que sepas que mi corazón fue y siempre será tuyo no importa donde me encuentre. Veo llegar el fin de mis días sin haber podido verte una vez más y eso me duele pues le había prometido a mi hija llevarla a conocer tu reino, a tu hija…
A ti…
Tengo claro que con tu familia eres muy feliz pero sé que secretamente siempre deseaste tener a este guapo y atlético joven haciéndote desayuno en las mañanas en ropa interior. Casi puedo escucharte decirme "altanero" junto a tu risa y créeme hubiera sido tocar el cielo oír tu hermosa y supongo que más madura voz en este instante pues me voy sólo con recuerdos pasados y con promesas de un bien mayor. Sólo quiero que seas feliz y tengas una prospera vida.
A estas alturas sé que no tengo derecho pero me daré una última licencia en mi vida para escribirte lo que nunca pude decirte.
TE AMO con todo mi ser y por cuanto mi esencia dure en el firmamento.
Siempre tuyo.
Seiya Kou."
Y la reina de Tokio de Cristal se desplomó en el suelo, exaltada y sorprendida. Su corazón latía tan fuerte y rápido como se lo permitía su biología más ninguna reacción corpórea se comparaba a lo que le ocurría por dentro, donde decir que se había desatado una catástrofe natural era quedarse corto. Sostenía aún el papel con olor a cereza en su mano, lo miraba y lo volvía a leer una y otra vez masoquistamente sintiendo que con cada letra que sus orbes azules veían una parte de su ser se despedazaba. Asimilar poco a poco esas duras palabras que la amable joven había pronunciado le fue más difícil de lo que hubiera pensado. Quizás porque nunca lo imaginó.
- "…antes de morir" - Él realmente se había ido. Sus ojos no dejaron de decirle lo que tenían acumulado y de tanto llorar se quedó dormida, ahí mismo a los pies de su cama.
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- Hola, cariño – entró en la habitación y se dirigió a su cama con una bandeja en sus manos.
- Hola… - pronunció a penas al verlo entrar.
- ¿Cómo te sientes esta mañana? – le sonrió al acariciar su rubia melena ahora despeinada.
- No muy bien – recibió la taza de té que él le alzó – Lo siento mucho. No sé qué me ocurre últimamente.
- Serena… - la llamó seriamente - … tú sabes que has podido pasar el tema por alto estos días. Pero vamos a tener que hablarlo en algún minuto.
- Lo sé – su tensión corporal se hizo presente y casi derramó la taza en su mano.
- Debes decirme que te ocurre. No soy adivino, querida – acarició su mano libre cariñosamente. Como no lo hacía hace tiempo.
Ella sentía que lo traicionaba pero ya era tiempo de dejar salir esa presión que la oprimía y que tanto le había afectado estos últimos días. Por su bien y el su esposo.
- Seiya… está muerto – dijo sin más, sin anestesia y sin darle tiempo al hombre a su lado para reaccionar. Lo vio levantarse y dar unas vueltas por la habitación. Tratando de atar los cabos que lo llevaban a ese nombre y descubrió que lo que temía era tan cierto como que su mujer había hecho algo extraordinario.
- Y eso te tiene al borde del suicidio – exclamó con dura reprobación. Sin poder mirarla a los ojos porque le quemaba por dentro haberla tenido tanto tiempo sin realmente haberlo hecho. Haber poseído la imagen, el envase de la verdadera persona que se guardó y puso candado a lo que él realmente quería llegar: su corazón.
- No voy a suicidarme. Tranquilo – sus ojos se inundaron – Se me va a pasar y podemos decir que tuve una gripe. Nadie se va a enterar.
- ¡No se trata de eso, maldición! – golpeó lo primero que tuvo en frente que fue una mesita de noche. Ella se exaltó y antes de dejar caer la taza nuevamente la depositó sobre su plato.
- ¿Y de qué se trata entonces? – él se volvió hasta ella.
- De la verdad.
Ella lo vio directo a los ojos, como lo hacía siempre pero ahora dispuesta a abrir su corazón completamente para al fin ser sincera con el que había sido su compañero durante tanto tiempo. Tomo aire y se dispuso a dejar salir de lo más profundo de su alma todo lo que tenía enterrado desde el fondo de su ser.
Hola
Gracias por tomarte el tiempo de leer. Te cuento que siempre me intrigó saber cómo se había tomado Darien las únicas palabras que escucho de Seiya hacia Serena. Por que una cosa es lo que se ve por fuera y lo que se siente por dentro.
El titulo no me convenció mucho, pensaba en ponerle algo como "el mensajero" o algo por el estilo pero ya que no tengo mas jurado que los lectores, pues me gustaría que me digas que te pareció. No solo el título xD también la historia.
Nos leemos
Bye
