Mira cómo trabaja la adaptable naturaleza con este fin,
Los átomos individuales tienen unos a otros,
Se atraen, atraídos hacía el siguiente en posición,
Ordenados e impulsados a abrazar a su vecino
Alexander Pope
Un ensayo sobre el Hombre: Epístola III
Prefacio
Inmortales, así se hacían llamar. Pero en situaciones tan peligrosas ¿Acaso estaban a salvo de la implacable muerte? En esta vida sólo existen dos opciones, ganar o perder; vivir o morir. Incluso los inmortales debían jugar bajo esas reglas. Había llegado el momento de que el mundo de lo desconocido cambiara. Para bien o para mal, esta vez terminaría todo. Todos se habían unido, atraídos por los lazos que habían cultivado por una eternidad. La muerte les asechaba, sin embargo ninguno estaba dispuesto a ceder tan fácilmente, porque después de todo eran una gran familia. A pesar de la incredulidad que mostraba la realeza de su mundo, ellos habían experimentado esa clase de amor por el que la gente muere sin dudarlo.
Frente a esos ojos de cálido color chocolate, ésta parecía ser una pesadilla más, pues soñaba con ellos en repetidas ocasiones. Rostros pálidos. Ropas negras. Todos ansiosos por asesinar. A ella le preocupa su familia, sus amigos, temía por sus vidas. Sin embargo la razón de que su corazón se parara en completo horror era por algo diferente...
Él debía apresurarse, correr mucho más rápido, pues su vida estaba en peligro; ella estaba en peligro, cerca del filo de la muerte. Su cuerpo temblaba ansiosamente, mientras se abría paso por los estrechos laberintos. Debía apresurarse, pues si ella moría, él moría también.
