Un Drarry inspirado en una historia de la vida real, totalmente aleatoria e impersonal.
Es lo único que he escrito hasta ahora que sea tan largo y que pretenda tener más de un capítulo. Supongo que el resto de los capítulos dependen de la aceptación de éste primero.

No tiene ninguna dedicatoria especial, pero si la tuviera sería para Frankenstein.

DISCLAIMER: NADA REFERENTE A HARRY POTTER ME PERTENECE.


CRÓNICA DEL JUEGO DE LA RULETA RUSA

CAPÍTULO I
Resaca

Se miró en el espejo. Parpadeó dos veces a intervalos muy largos de tiempo. No tenía ninguna expresión en el rostro.

Le dolían los ojos; estaban terriblemente hinchados y sentía como si dentro de sus párpados tuviera guardadas un montón de basuritas o de tierra. Le molestaban cada vez que parpadeaba. Suspiró y se apretó las mejillas con las dos manos, sus labios se abrieron suavemente, los vio a través del espejo. Ladeó la cabeza y, con una mueca que iba de la desesperación a la incomprensión y de regreso, se rascó la cabeza.

Sin pensar en nada, volvió a la cama. Se había mantenido cerca de medio hora flotando entre el sueño y la realidad, despatarrado entre las sábanas como sólo Draco Malfoy sabía hacerlo.

Se resistía a pensar. Todavía sentía un malestar en el estómago y una punzada en la parte alta de la cabeza. No era dolor, era más bien un aviso, algo que decía "deberías tomarte algo, estoy a dos segundos de patearte la cabeza hermosamente". Suspiró.

Que la realidad venga y te golpee mientras bebes cerveza y escuchas canciones muggles de rock es terrible. Más que terrible, Draco Malfoy diría que es denigrante y avasallador, ¿o denigrantemente avasallador? Es aplastante.

"Los niños y los borrachos siempre dicen la verdad". ¡Pues qué puta verdad! Mira que esperarse tanto tiempo, ahí calladita y con cara de no romper un plato, para luego venir y aparecerse como si tal cosa… ¡y hacer todo el desastre que podía hacer, y mucho más!

Es aplastante. Desquiciante.

Había pasado tanto tiempo conteniendo esas palabras, cambiándolas, justificándolas y disfrazándolas, para que vinieran unas cuantas botellas de cerveza y se las sacaran como si fueran… y ahora que ya estaban afuera, tan radiantes, vivas y palpitantes como nunca habían estado, ya no había nada más que hacer.

Exhaló aire pesadamente. De haber tenido el ánimo, hubiera gruñido o maldecido ante toda esa palabrería.

De nuevo, se enderezó de la cama. Se quedó sentado en la orilla, con los ojos, el estómago y la cabeza todavía molestándole. Antes de que pudiera hacer cualquier cosa, como anticipando sus movimientos, su teléfono móvil vibró escandalosamente. Odiaba cuando hacía eso, no por el ruido en sí del teléfono, sino por cómo variaba el sonido dependiendo de en dónde estuviera el aparato.

Siete mil millones de personas… ¿y tú insistes en alguien que no te quiere?

Ni siquiera había terminado de leer el mensaje de texto cuando arrojó el teléfono lo más lejos que el brazo le alcanzó.

"¡Maldita zorra!", gritó en su mente, pero no reprimió el impulso de ir en busca del aparatejo de nuevo, "Trescientas horas desperdiciadas hablándote del asunto, ¿y tú insistes en que insisto con alguien que no me quiere?", gruñó.

Perdona, no pude evitarlo :D, ¿cómo estás, cariño?

Era el resto del mensaje, como si Pansy hubiera adivinado la reacción que había tenido. Sí, en realidad, sí la había adivinado, siempre lo hacía. Draco gruñó otra vez.

A Draco le gustaba pensar que en su departamento "no existía" la magia. Su varita permanecía guardada en un cajón, bajo llave, la utilizaba muy de vez en cuando, cuando la nostalgia le ganaba. No había chimenea ni polvos floo, era inmarcable, así que jamás había una sola lechuza. Ahí estaba el motivo de que él utilizara un celular. No eran tan malos. Bufó, después de la guerra nada le parecía en realidad "tan malo".

Regresando al tema del teléfono, tampoco era que hubiera mucha gente con las que quisiera o necesitara estar en contacto. Draco utilizaba el "trasto ese" porque Pansy y Blaise se lo exigían, prácticamente.

Pansy y Blaise…

Pansy había encontrado un trabajo agradable y cómodo en el Londres muggle, como Draco e igualmente se había mudado ahí. Draco todavía sin entender cómo, había convencido a Pansy de que no necesitaban vivir juntos… ni ser vecinos. Y bueno, no comprendía cómo alguien como Blaise había resultado ser tan bueno con los negocios. Tampoco comprendía por qué había decidido quedarse en el Londres mágico. En realidad, después de la guerra había un montón de cosas que Draco no comprendía, ni se esforzaba en comprender…

¿Él que había hecho desde entonces? Bueno, en realidad llevaba una vida bastante tranquila, lejos del mundo mágico, por supuesto. Si había algo que tenía claro era que no volvería ahí ni aunque su vida dependiera de ello. Al contrario de lo que hubiera dicho o pensado antes, en el Londres muggle no se estaba tan mal. No se estaba nada mal. Era incluso disfrutable. No tenía nada de lo que preocuparse demasiado, ni nada que lo presionara demasiado. En general, si Draco tuviera que resumir su vida de forma rápida y… nada. Nada. ¡Nada!

¿A qué se dedicaba ahora? A nada. ¿En qué desperdiciaba su tiempo de ocio? En nada. ¿Con quién salía, a quién frecuentaba? A nadie. ¿Qué soñaba durante las noches? Nada. ¿Cuáles eran sus planes para el futuro? Ningunos.

Nada.

Draco suspiró. Eso no era verdad; la cosa era que estaba pasando por un periodo difícil. Estaba sumergido en los cinco o diez días que lo noqueaban cada dos meses, más o menos, por culpa de Harry Potter, y además, tenía esa horrible resaca y el eco de las palabras que había pronunciado la noche anterior.

No, su vida no era tan mediocre ni tan deplorable. En su mente se sonrió a si mismo con sorna y volvió a formularse las preguntas:

¿A qué se dedicaba ahora? Estaba estudiando en una universidad muggle. No sabía si se le podía denominar como tal; tenía muchísimo tiempo libre y no tenía idea de para donde corría su vida exactamente. ¿En qué desperdiciaba su tiempo de ocio? En nada, esta si la tenía que dejar como estaba. Bueno, quizás no exactamente. Le gustaba emplear su tiempo libre en cosas que debería hacer para la universidad, leer un buen libro, escribir algún pedazo de tonterillilla, en fin, cosas como esas. Estaba a un pelo de terminar la carrera que había elegido y… bueno, que no se quejaba de nada. Le gustaba. De veras le gustaba, era sólo que estaba pasando por esa crisis que tienen todos los estudiantes antes de graduarse. O eso era lo que les escuchaba decir a los muggles; no era que se lo dijeran a él expresamente, que lo conocieran suficiente para poder hacer tal juicio o que tuviera muchas oportunidades de escuchar que le dijeran algo a él, lo que lo llevaba a la siguiente pregunta:

¿Con quién salía, a quién frecuentaba? A Pansy y a Blaise. En realidad ellos lo frecuentaban a él, ¿no era eso lo mismo que "a nadie"? No, no lo era, ¿verdad? Es que, bueno, lo que sucedía era que Draco no era la persona más amigable del mundo. La guerra había dejado sus marcas, ¡a todos, no solo a él! De acuerdo, odiaba eso, se sentía realmente mal con eso. Excusarse en pensamientos como si tuviera la necesidad de ello.

De pronto se encontró a sí mismo a un paso de la hiperventilación. No había ninguna necesidad de alterarse. Estaba, sencillamente, repasando su vida en su mente. Él. Nadie lo escuchaba. No había por qué alterarse. Se recostó en la cama, de espaldas. No existía demasiada gente con la que se pudiera decir que llevaba algún tipo de relación. Era tranquilo, callado, muy reservado. Y le gustaba, no sentía la necesidad de ser diferente, de gritar como un loco o de estar en cada fiesta de la que se enteraba, alcoholizándose maniáticamente. Estaba bien siendo así. Había un par de personas en la universidad con quienes ocupaba el tiempo; del mundo mágico conservaba la amistad de Pansy y de Blaise intactas; de vez en cuando salía con alguna persona a tomar algo y… y, por supuesto, estaba Potter. Sí. Estaba Harry Potter, ¿verdad?

Ya no recordaba cuáles habían sido el resto de las preguntas, pero seguramente no importaban. Seguramente la respuesta sí era "nada".

Al quedarse su mente en silencio, las palabras dichas la noche anterior le llenaron los oídos, como si alguien se las estuviera recitando al oído. Eran como un eco horripilante de su propia voz, alcoholizado y torpe.

Había sido terrible, Pansy y Blaise no tenían derecho de verlo derrumbarse así por culpa de dos cervezas. Frunció el ceño. Cogió el teléfono móvil y escribió rápido y descuidado:

Que frasecita tan estúpida, ¿de dónde te la has copiado? Estoy perfectamente.

En primer lugar, Pansy y Blaise eran, seguramente, las únicas dos personas que tenían derecho de verlo ebrio; en segundo lugar, ninguno de los dos había tenido la culpa de que su noche de diversión se transformara en un mar de lágrimas y lamentaciones; y, en tercer lugar, no habían sido dos cervezas y bien sabía él que tampoco lo que se había tomado era culpable. Él, y nadie más que él, debía cargar con las responsabilidades de ser tan nena y acabar soltándolo todo con un poquitín de alcohol en la sangre.

¿Qué iba a hacer ahora? En algún momento de sus reflexiones había caminado, de nuevo, hasta el baño de su departamento. Estaba parado frente al lavamanos, y, otra vez, miraba su rostro en el espejo.

Con una mano se levantó el flequillo que le caía por la frente y le pasaba rozando las pestañas. Lo mantuvo levantado y alzó una ceja, "¿qué voy a hacer con este cabello?" se preguntó con tan poca seriedad que incluso sonrió. La cosa era sencilla: necesitaba hacer algo con su cabello, con su piel, con sus ojos o con lo que fuera, para verse a sí mismo como alguien distinto a quien había dicho toda aquella sarta de tonterías.

Se quedó mirándose en el espejo un minuto, dos, tres… mucho tiempo.

Estar ebrio con Pansy y Blaise no le representaba, en sí, ningún problema. Lo que le rompía el corazón (otra vez) era todo lo que había dicho, todo lo que había llorado; no por que estuviera mal, sino porque habían sido cosas de las que él ya nunca hablaba.

Lo que dolía de esas palabras era el hecho de saber que se engañaba a sí mismo al creer que todo estaba bien, que estaba mejorando. ¿Tenía que estar completamente alcoholizado para sincerarse consigo mismo? Sí, al parecer sí.

Las frases dichas la noche anterior le golpearon la cara como puños de box. Sus rasgos faciales se distorsionaban como si realmente estuviera sucediendo; todo lo dicho en medio de lágrimas y sollozos -por eso le dolían tanto los ojos ¡¿y cómo no? Si había llorado como plañidera recién contratada-; todas las explicaciones y los intentos de justificación para no sentirse tan mal por una sola afirmación.

Y Draco pensó: "tanto darle vueltas a la resaca, tanto esquivar lo que pasó ayer hablándome a mí mismo de mi vida para, al final, tener que enfrentarlo todo aquí, frente al estúpido espejo del baño".

El sentimiento de fragilidad, tristeza y soledad que lo había inundado la noche anterior estaba ahí de nuevo, más vívido y palpable que nunca. El dolor que lo hizo repetir mil veces que lo quería estaba ahí, en su pecho, completamente sólido y existente. Su nombre, ¡su maldito nombre que ni siquiera le gustaba!, estaba atorado contra sus labios.

Si hubiera estado ebrio otra vez, si hubiera tenido alcohol a la mano, se habría puesto a llorar con la misma intensidad, porque igual que anoche, la certidumbre de una sola cosa estaba reventándole la cabeza a gritos. Estaba enamorado de Harry Potter, completamente, perdidamente.


Muchas gracias por haber leído.
Cualquier comentario al respecto es bienvenido. :D

AMATISTAS EN LAS MANOS.