- ¿Qué ocurre? – Me preguntó Vasily mientas estábamos en el ascensor.

- Nada… Cosas del trabajo. – Tenía un fuerte dolor de cabeza después de la bronca que me había echado mi jefe.

- Vamos, no será para tanto. – Intentó animarme. – Si quieres puedes contármelo, así te liberarás.

Yo estaba mirando al suelo, intentando evitar su mirada. Sentía algo hacia él, lo tenía claro, pero no quería que lo supiese. Todo empezó el 20 de diciembre, éramos buenos amigos y sabía que si me presentaba sola a la cena del 24 de diciembre, mis padres intentarían emparejarme con el aburrido de John por decimocuarta vez en los últimos años. Así que, para evitar pasar otro año mirando el horizonte y sin pronunciar palabra (así eran las citas con John, que apenas sacaba conversación alguna), le pregunté a Vasily sobre sus vacaciones y aún no se cómo sucedió, pero decidimos hacernos pasar por pareja ante nuestras familias durante las vacaciones. La semana del día 24 lo pasamos en casa de mi familia y la del 31 en casa de sus padres. Tanto mi familia como la de él se sorprendieron. En mi familia son tan tradicionales que él tuvo que dormir en una cama distinta y apenas pasábamos tiempo fingiendo lo que no había entre nosotros, pero en su hogar era todo lo contrario. Creía que tendría, al menos, una cama distinta en la que dormir, pero con la familia de su hermana, se quedaron sin habitaciones vacías, por lo que no tuvimos otro remedio que dormir en la misma cama. No hicimos nada, pero el sólo hecho de estar tumbada allí, me puso bastante nerviosa y aquella noche apenas conseguí pegar ojo hasta bien entrada la madrugada. Cuando desperté, descubrí avergonzada como Vasily me miraba con sus preciosos ojos azules y con una sonrisa, mientras seguía abrazada a su torso sólo cubierto por una vieja camiseta de manga corta. 'Buenos días, princesa', me dijo con su ronca voz y yo sólo pude sonrojarme. Durante esos días, él se puso a jugar con sus sobrinos, tan cariñoso, parecía todo un padre jugando con sus hijos. Allí fue todo totalmente diferente, se respiraba un ambiente más acogedor y familiar, no voy a negar que me encantó estar allí, además de que su familia era encantadora. Eso sí, no faltaron los besos y los abrazos. Fingidos hasta nochevieja, en la que tras terminar el año nos besamos fuertemente fundiéndonos en un abrazo. Ha sido el beso más largo que jamás haya recibido y jamás haya dado, pero aún tengo la duda de si para él fue lo mismo

Por supuesto, aquella noche tampoco pegué ojo, pero a diferencia del primer día, esta vez amanecí acurrucada en mi parte de la cama y él aún descansaba boca arriba, con el brazo izquierdo sobre la almohada y la cabeza girada hacia mí. Quería volver a besarlo, pero no podía… aquello no me podía estar pasando.

- ¿Estás bien? – Me preguntó. – Parece que estés en otro mundo. – Rió.

- Tranquilo, es este maldito dolor de cabeza, que no se me va.

- Eso espero, porque ya llevamos un par de minutos en nuestra planta.

- Vaya, estoy peor de lo que pensaba. – Salí de mis pensamientos y eché la cabeza hacia atrás.

- ¿Vamos?

- Sí, claro.

Salimos del ascensor y cada uno se fue a abrimos la puerta de nuestros respectivos pisos.

- Oye, si de verdad quieres hablar, desahogarte… Aquí estoy, ¿vale?

- Muchas gracias, Fet. Creo que me tumbaré en la cama y dormiré un poco, últimamente no descanso bien y no sé por qué.

- ¿Quieres que eche un vistazo a tu piso por si hay ratas?

- No. – Reí. – Tengo la casa bastante limpia y no dejo restos de comida por todas partes. Creo que no hay de qué preocuparse.

- Algún día me pedirás ayuda. – Me guió un ojo y cerró la puerta tras de sí.