N/A: Dije que traería Merdred al mundo y aquí estoy (?) Esto es mucho fluff, amor bonito y reencarnaciones. ¡Espero les guste!
Disclaimer: Merlin pertenece a la BBC y los personajes que no tienen que ver, no sé de donde salieron.
Advertencia: Pues Slash, nada más jaja.
I
Vivo… otra vez.
Mordred era un chico con problemas.
Tal vez abusaba demasiado del color negro —esto no era malo, resaltaba mucho sus ojos—, odiaba asistir a clases que no le interesaban y, tal vez, solo tal vez, le había mentido al consejero escolar del colegio sobre el por qué no tenía amigos. El infeliz pensaba que era tímido.
¿Tímido? Qué buena broma.
Está bien, tendía a sentarse solo en una esquina de la cafetería, pero no era como si fuera a tomar alcohol tan temprano, o fumar, ugh, detestaba el tabaco. La mayoría de las veces pasaba el tiempo con apps de jueguitos estúpidos, redes sociales o leía un ebook interesante mientras comía papas fritas y tomaba agua. No estaba tan desviado.
Pero el mayor problema de Mordred era que no pertenecía a aquella época en absoluto. Y su nombre, desde luego, no era Mordred.
"¿Cómo podía ser esto posible?". Esa sería la primera pregunta que se haría unos meses antes, cuando cumplió diecisiete y su estúpido yo —el que realmente era un chico de los suburbios que acababa de cumplir diecisiete—, decidió que era buena idea ir a un bar y emborracharse con su mejor amigo Paul, un chico con el que ya casi no hablaba desde entonces.
Aquel día, aquel desafortunado y maldito día, se había levantado sintiéndose un hombre. Se había mirado al espejo, sonriendo estúpidamente a su cuerpo bien formado gracias al deporte y la buena alimentación proporcionada por sus padres. Mordred aún se sentía extraño de ese hecho, tener padres.
En fin, ese día también había tomado un buen desayuno y salido de su casa para ir a la escuela. Estaba en su último año del colegio y era viernes, además de su cumpleaños, el verano comenzaría en breve y no tendría que preocuparse más, puesto que ya tenía un lugar seguro en la universidad para estudiar una carrera muy buena en historia. Siempre había sido bueno en historia; basura del destino, suponía.
Las clases transcurrieron tranquilas, ligeras y pronto se encontró arreglándose en su casa. Una chaqueta de cuero, jeans negros rasgados de una rodilla, una floja playera de las reliquias de la muerte. Desde luego, le encantaba el tema de la magia, Harry Potter, El Señor de los Anillos, la era artúrica. En retrospectiva, Mordred había sido un chico normal y sano.
Un chico llamado Alex Druid.
Tantas coincidencias y jamás las habría notado de no ser por los sucesos de esa noche en la que llegó al bar tan emocionado, esperando a su mejor amigo. Se quedó afuera, el aire frío acariciando su cara y se arrebujó en su chaqueta para mantener el calor.
Una risa se extendió hasta sus oídos y Mordred no había podido evitar mirar en esa dirección, atraído por algo en aquella voz. Era de un chico alto entrando al bar, solo pudo ver la espalda de la chaqueta marrón mientras desaparecía en el interior. Al parecer todo el que entraba allí se divertía, así que no podía esperar. Paul llegó momentos después, palmeándole el hombro.
—¡Creí que te acobardarías! —Le dijo con una sonrisa.
Ambos entraron al bar y se acercaron a la barra. Las bebidas llegaron después. Mordred estaba feliz de haberse atrevido a ir, en ese momento no parecía que iba a arrepentirse.
Entonces miró al otro lado de la barra y fue atrapado por unos ojos azules como zafiros pulidos que le miraban fijamente. Por un instante, pensó que aquel chico no le estaba mirando a él, pero cuando se movió ligeramente incómodo y los ojos le siguieron, no hubo duda. Mordred jamás había visto unos ojos así, tan impactantes, pero en cierta forma se sentía como si ya hubiera sido juzgado por ellos antes. El chico parecía recorrerle con la mirada, una arruga en su frente.
Su cabello era negro como la noche, contrastando con su piel clara. Y sus ojos, esos malditos ojos, parecían faros brillantes en medio del mar de personas que les separaban. Atrayentes, misteriosos. Mordred recordaba haber escuchado una canción sobre el destino de fondo y que no habría podido despegar su mirada —ni recuperar el aliento, para el caso—, si su amigo no le hubiera palmeado el hombro.
Fue cuando recordó como respirar y notó que su corazón se había acelerado. Volvió a su misión de tomar como si no hubiera un mañana momentos después, intentando olvidarse de la sensación de ser taladrado por esos ojos. Pudo sentirlos en su nuca y en su espalda cuando se levantaron para ir a una mesa más alejada.
No recordaba mucho de esa noche, a decir verdad, salvo esos ojos, eso era lo único claro para él de aquel momento. También que había pensado que ese chico era sexy y bastante atrayente. Y, maldita sea, que ese pañuelo en su cuello se veía jodidamente bien. Lo demás fue todo como un borrón de risas y comentarios sobre chicas buenas.
Hasta el momento en que escuchó su voz.
"Mordred". Había dicho y todo el mundo de Alex Druid se detuvo.
En cámara lenta, volvió la mirada hacia todos lados, buscando la fuente de la voz. Algo martilleó su cabeza en cuanto había mirado a los ojos azules, cuyo portador seguía sentado en la barra. De alguna forma, él sabía que le estaba hablando a él. Aunque estaba a muchos metros de distancia y no había movido los labios en absoluto.
El seguro que mantenía los recuerdos de su vida pasada tras un velo se rompió en ese instante, cuando el brujo cruzó la línea y despertó el alma de Mordred. Todo comenzó a girar y Mordred no sabía que sucedía, quién era o dónde estaba. Solo podía ver a esos ojos, con incertidumbre, confusión y terror.
Su primer pensamiento consciente como Mordred fue: "Emrys".
Luego ya no podía recordar nada. Según la llamada de Paul al día siguiente, se había desmayado de tan borracho que estaba. Hizo una broma sobre que al parecer no era nada tolerante al alcohol. Alex Druid pensó que se estaba volviéndolo loco y Mordred, aterrorizado por la mera existencia del celular, pensó que él también. Intentó levantarse y todo se agitó; terminó frente al inodoro, vaciando bilis amarga y lo que sea que hubiera comido el día anterior.
Entre temblores, Alex y Mordred entraron en consciencia el uno del otro, habitando un mismo cuerpo, un mismo espacio, hasta que comprendieron que no eran dos, eran uno solo. Mordred y Alex. Alex y Mordred. Y de pronto solo era Mordred, con dos historias de vida en su cabeza que podía recordar a la perfección. Su nuevo nombre, Alex.
Vomitó de nuevo.
Su madre —la nueva que le había nombrado "Alex" al nacer por segunda vez—, fue a él momentos después, encontrándolo hecho un ovillo sobre las baldosas frías. Le susurró palabras de cariño y le dijo que sabía que ahora era un hombre pero que debía ser más responsable. Mordred la amó desde ese momento y derramó un par de lágrimas por la madre que no había conocido en su vida pasada, por los recuerdos hermosos que tenía con la mujer frente a él.
Cuando se duchó y el terror del despertar había pasado, su cabeza se quejó de dolor. Sabía que no era por el alcohol, era porque un cuerpo humano no está hecho para ser el recipiente de dos vidas. El seguro siempre se ponía por algo.
Pero el maldito Emrys.
¿Por qué demonios se había atrevido a despertarle? ¿Qué culpa tenía este chico, Alex, de haber sido su reencarnación? ¡Pura mierda!
Y entonces ahí estaba la cuestión, los pensamientos de ira se disiparon.
¿Emrys?... ¿El sirviente del jodido rey Arthur? Un rey que, según el cerebro y memorias de Alex —debía aprender a considerar al chico como él mismo—, había vivido hacía casi mil quinientos años.
¡¿Cómo carajo seguía vivo?!
Ah, cierto. El más poderoso hechicero que ha pisado la jodida tierra. Quién lo diría. El idiota era inmortal. Y le había traído de la muerte, del mismísimo infierno, con un solo pensamiento telepático.
Bien.
Genial.
Pasó un día, una semana, un mes. Y después de haberlo despertado, el estúpido brujo no hizo acto de presencia para dar tan siquiera un motivo o hacerse responsable. Mordred había comenzado a pensar que quizá lo había hecho inconscientemente, que no se había dado cuenta. Pero si así era, él tenía que vivir con el error a cuestas. Aprendió a ser Alex poco a poco, a vivir de nuevo. Reanudó su vida como cualquier persona normal. Y pensó que sería mejor olvidar todo lo que había sucedido en su pasado, en otra vida, una vida de hacía más de mil años.
Después de todo, no cualquiera tenía la oportunidad de renacer y ser diferente, un chico apuesto y con padres amorosos. Sin embargo, no encajó del todo con los amigos de Alex y se encontró solitario para el verano. Pensó que quizá la universidad sería su oportunidad para comenzar de nuevo.
Pero todo se fue a la basura cuando entró a su primera hora de clase y, justo al frente, al lado del único lugar vacío en toda el aula, estaba él. Sus ojos azules como el mar en calma, mirándole con una de las comisuras de sus labios crispándose para sonreírle de la forma más jodidamente sexy que Mordred le había visto alguna vez.
"Hola de nuevo, Mordred".
El aire se abarrotó de magia, murmullos de los demás alumnos porque él se quedó estático en la puerta. Miradas curiosas, burlonas y consideradas. Compartiría el escritorio con el más grande problema de todos los tiempos.
Y, según la de identificación en su pecho, se llamaba Merlín. Maldito. Emrys.
