Punto y aparte

Takada siempre se ha visto así misma como una defensora abierta del feminismo. Ella no es como las otras muchachas. Su prioridad jamás ha sido contraer un matrimonio cómodo, ni tener la casa mejor equipada en tecnología hogareña, tanto menos lucir siempre con la frescura juvenil de los veinte años que acaba de cumplir.

Kiyomi no se deja manosear en la primera cita. Ni siquiera un beso. No le importa si el muchacho es guapo, si tiene un coche lindo, tampoco si ha sido amable con ella toda la noche o si la llevó al mejor restaurante, pagando una cena realmente costosa.

Sin embargo, Light Yagami no es un simple chico del montón. Está lejos de verla como un objeto sexual, pero sabe que la sociedad en la que quiere avanzar es machista. Debe ser ese el motivo por el que cambia de novia con tanta frecuencia y no le da miedo pedirle una cita. A pesar de que está al tanto de que ella puede negarse por orgullo, netamente. De todos modos, esto no sucede. Él tiene dieciocho años y la frialdad en su voz hace pensar que no conoce el amor fuera del que puede profesarse a sí mismo. Kiyomi no llega a suspirar por esto. Lo encuentra trágico, pero demasiado normal, realista, como para sentirlo una desgracia en lo que a resultados refiere.

En la primera cita, con Light Yagami no sólo besa y toca, también lame, succiona y copula, como un animal satisfecho de encontrar al perfecto compañero sexual. Gruñe, muerde, aúlla. Y todo eso antes de la cena. Lo disfruta tanto (ser tocada por él es llegar al Cielo atravesando de buena gana el Infierno), que no necesita recompensa alguna.