Gracias a la imaginación de Charlaine Harris que nos ha regalado estos personajes con los que jugar. Todos suyos.

Aquí vamos de nuevo.

Esta historia comienza unas semanas después del final de Dead Reckonig, así que, AVISO, contiene algunos spoilers de todos los libros.

A ver qué me sale, que por contagio de TB, tiendo a ponérselo muy difícil - aunque tan sólo sea porque creo que, hasta hoy, esa Sookie de TB no se merece a Eric, ni al de Ball y, ni mucho menos, a éste-, pero esta vez he tenido la ayuda de Charlaine Harris para eso (suspiro resignado)

Espero que os guste y, si es así, que me lo hagáis saber (y si no, también, seguro que se puede mejorar)

Gracias por vuestro tiempo.

Y, como siempre, gracias a anira22 por su paciencia y por ser mi conejillo de indias, estos fics no serían lo mismo sin ella.


1.

Felipe de Castro lucía espléndido envuelto en su capa negra, su pelo oscuro y sus ojos brillantes iluminaban la sala, también tenía esa barbita de tres días tan sexy y un acento que, combinado con su voz ronca y sensual, estremecía a la más reacia. Habría dicho que era el hombre más guapo de toda la sala sino hubiese estado también Eric en ella y si no hubiese estado oficiando la ceremonia por la que mi esposo pasaba a serlo de otra y se convertía en el rey consorte de Oklahoma. Tarde para considerarlo mi esposo, lo sé. Había tenido que perderle para poder llamarle así, no se me escapaba la ironía. Sus palabras resonaban en mi cabeza, "siempre has insistido en que no eras mi esposa de verdad, así que, presumiblemente, no sería difícil para ti..." . Acababa de preguntar a esa zorra si aceptaba a mi vampiro como legítimo esposo y ella había aceptado, pero cuando Felipe se dirigió a Eric e hizo la misma pregunta obteniendo la misma respuesta, supe que no, no sería fácil para mí. Aceptó y el corazón se me partió. No iba a llorar, no lo haría, las lágrimas se asomaban pero aguantaría digna y fuerte hasta el final, le mostraría a esa puta que me arrebataba a mi amor que no iba a poder conmigo, pero mis piernas pensaron otra cosa y decidieron no sostenerme más. Pam, a mi lado, me sujetó evitándome un ridículo aún mayor. La pobre y patética humana del sheriff, que no había tenido la dignidad de quedarse en casa y había querido ir a presenciar la ceremonia, como si su presencia fuese a cambiar algo.

_ Aguanta – murmuró regalándome una pequeña sonrisa de apoyo-. No le des el gusto a esa...

_ No sé si podré, Pam – repliqué con un hilo de voz.

_ Claro que puedes, eres descendiente del príncipe Niall Brigant, no eres una pobre camarera de un triste garito en el culo del mundo, levanta la cara – respondió entre dientes, como si eso fuese a servir de algo, como si importara ya.

Junto a mí apareció el señor Cataliades que también me había visto flaquear y se preocupó por mí. A buenas horas se angustiaban todos por la pobre humana o la un poquito hada o lo que coño fuese.

_ Señorita Stackhouse, permítame – me ofreció su brazo para que me apoyara, lo que lo haría un poco más discreto lo difícil que me resultaba mantenerme en pie.

_ Señor Cataliades – me limité a decir y me así a su brazo como un náufrago a una tabla en mitad del océano.

Quinn salió desde detrás de Felipe, me buscó con la mirada y me encontró pero ni supe ni quise esforzarme en descifrar su mirada. Ofreció al rey el cuchillo ceremonial, que, desde donde estábamos, me parecía el mismo con el que me había casado con Eric. De Castro hizo dos incisiones en las muñecas de los contrayentes con un movimiento difícilmente apreciable por un ojo humano, y la sangre de los dos se derramó en un cáliz. Les dio a beber, primero ella y luego él, apurando hasta la última gota, y sellándolo con un beso apasionado, como los que me daba a mí, como los que ya no recibiría.

Me llevé la mano al pecho, me dolía y me costaba respirar. ¿Ya estaba? ¿Así terminaba todo? Quería gritar, quería irme para ella y sacarle los ojos, esos que miraban con arrobo a mi hombre y que le prometían toda clase de placeres esa noche en su tálamo nupcial. Las manos me ardían y en la punta de mis dedos la energía pedía a gritos ser liberada, dando rienda suelta a lo que Claude y Dermot me habían estado enseñando desde que rompiera mi vínculo con Eric y se supiera lo de su compromiso. Pese a lo raro de su actitud y de la agenda oculta que seguro tenían, no me podían dejar desprotegida, no sólo era familia, era una de las pocas hembras que quedaban de su especie a este lado, aunque fuese un octavo solo, pero era un octavo de sangre real. Mis dedos se curvaron sobre la seguridad que me regalaba mi tesoro, y deseé estar en otra parte, lejos, con otra vida, una en la que los vampiros solo fuesen algo que se veía por la tele o por la calle pero que no tenían ningún conocimiento sobre mí y aunque lo tuvieran, no tenían acceso a mí. Protegida contra su política y donde su mierda no me salpicara nunca más. Deseé ser otra Sookie, la que había podido ir a la universidad pese a mi defecto, que había aprendido a sacarle partido a la vida y no a subsistir y a dejarse llevar por la corriente, rezando para que no la arrastrara y se quedara en alguna de las refriegas de alguna de las especies que ya conocía. Deseé empezar de cero, con mi abuela y mi hermano, con alguien que me amara y que no me dejara porque los acontecimientos le superaran. Deseé que el tiempo hubiese pasado y que ya no me doliera haber perdido al amor de mi vida porque él estaba muerto y era inmortal, porque yo estaba viva y algún día, envejecida, moriría, porque no pude aceptar lo que me daba y él se acabó rindiendo.

Felipe presentó a la reina y al rey consorte de Oklahoma. Oí a Bubba preguntarle a Eric por la señorita Sookie y su rostro se encogió un segundo, lo suficiente para que yo, que le conocía tan bien, lo apreciara y me agarrara más a Pam, que, por supuesto, no sólo lo había visto si no que lo había sentido en sus entrañas, lo suficiente para que nadie más lo notara. Felipe le apremió a cantar, que para eso estaba allí y él me buscó con los ojos. Cuando me vio me hizo un leve gesto con la cabeza y me sonrió. Dios bendijera su alma inocente, me dedicó la canción con la que se suponía que Eric y su nueva esposa saldrían de la sala como el señor y la señora Northman.

Noté la mano del señor Cataliades sobre la mía y me volví a mirarle. Sus ojos tenían una expresión triste pero sonreía.

_ Sookie – su voz suave y amable me reconfortó-, permíteme que te tutee. La amistad que me unía a tu abuelo me ha hecho apreciarte, eres una mujer fuerte y valiente que se ha tenido que enfrentar a demasiadas adversidades. Por eso, te pregunto esto. ¿Estás segura? ¿Es eso lo que deseas? Por desgracia, Adele no puede volver a la vida, pero si eso es lo que deseas, sea.

Le miré sin saber si le comprendía, recordé que la telepatía era su regalo, por llamarlo de alguna manera, y me di cuenta de lo que hablaba. Había estado oyendo todos mis desvaríos, toda la angustia que sentía viendo a Eric alejarse definitivamente de mí. El rey y la reina, pasaron por nuestro lado. Como en una peliculita romántica, al pasar junto a mí, Eric rozó mi brazo con el dorso de su mano, como dándose el gusto de un último contacto clandestino antes de que todo terminara definitivamente. La sensación que eso me produjo fue tan devastadora que mis ojos se desbordaron. El señor Cataliades me cogió de la mano y me sacó de allí con la ayuda de Pam, discretamente, tampoco era el día para montar un espectáculo aunque la mayor parte de los invitados hubiesen ido sólo esperando que algo pasara. Me sentó en un rincón apartado de un salón contiguo, donde el ruido de las tragaperras no nos molestara, y me tendió un vaso de agua que Pam acababa de pasarle.

_ Sookie – dijo al cabo de unos minutos, cuando las lágrimas dejaron de rodar por mis mejillas-, sobre lo de antes, ¿es tu deseo?

_ ¿Acabará con este dolor...? – lo único que quería era que dejara de doler.

_ No, probablemente, no, pero lo hará más fácil – sonrió con benevolencia.

En la puerta del salón, Pam hablaba con Alcide y se les acababa de unir Bubba. Me levanté y fui hasta ellos. Saludé a Alcide con una sonrisa y agradecí a Bubba la canción, era mi favorita, y abracé a Pam. Me miró extrañada pero me lo devolvió. Estuve colgada de su cuello unos instantes.

_ Dile que siempre le querré – murmuré en su oído.

Me volví hacia el señor Cataliades y me cogí de su brazo, le miré a los ojos y él asintió comprendiendo lo que mi mirada significaba.

_ Sí... – me limité a decirle y él apretó mi mano.

_ Sea.

ºOoºOoºOoºOoºOoºOoºOo

Podía seguir todos los movimientos de Sookie. Su olor inconfundible me guiaba hasta ella. Podía sentir todo lo que le estaba pasando en esos momentos, no a través del vínculo que habíamos compartido, que, convenientemente, se había encargado de romper, si no a través de mi progenie Pam, que me estaba transmitiendo segundo a segundo lo que mi amante sentía. No..., mi amante, no. Ya no.

Hacía un mes que me había despedido de ella. Intentó ser valiente y no llorar ni suplicar, mi brava y pequeña hada. Yo lo hubiese hecho, mil años para caer de rodillas a los pies de una humana con una pizca de sangre de princesa. De hecho, lo hice, al menos lo de llorar. Cuando se abrazó a mí y ninguno de los dos podía separarse del otro lo hice, lloré sobre su pecho después de haberle hecho el amor como si fuera la última vez. Porque lo era. Mi futura esposa no toleraba a mi verdadera esposa, la única que mi corazón muerto reconocía, me había costado semanas de negociaciones dejarla al margen. Freyda opinaba que era uno de mis activos y que debería pasar a ser suya cuando nos casáramos. No tenía con qué presionar, sólo era un sheriff, y tuve que recurrir a Felipe. Me arrepentí tantas veces de no haber sido más ambicioso, me repetía una y otra vez que de haber sido rey no me habría visto en esa situación. Pero era feliz en mi pequeña porción de Luisiana, mi vida era tranquila. Pam y Sookie eran todo lo que necesitaba..., y ahora casi las había perdido a las dos. Mi pequeña hada era lo que ya nunca podría tener sin arriesgar su vida y, por ende, la mía. Y Pam..., Pamela no volvió a ser la misma después de lo de Miriam. No lo decía, pero me reprochaba no haber luchado lo suficiente por su humana, agobiado como estaba por todo lo demás. Por eso sabía que radiarme segundo a segundo los sentimientos de Sookie era su manera de castigarme. Ella había perdido a su mujer, yo perdía a la mía. Miriam estaba muerta y, a todos los efectos, era como si Sookie también lo estuviese. Y yo el más muerto de todos que ahora, además, también estaba muerto por dentro.

La ceremonia siguió su curso. Felipe hizo una señal y el puto tigre apareció como de la nada. Me miró con odio y me sonrió triunfal, yo tampoco la tendría. Y gracias a mi impotencia, mi ineficacia para proteger a mi pequeño sol, el primero de la lista ahora era Felipe. Aunque la relación con Pam era tirante, como creador suyo la hice aceptar que nunca dejaría desprotegida a Sookie, tenía órdenes expresas de establecer un vínculo con ella esa misma noche y reclamarla para sí. Podía confiar en ella, Pam no la dejaría indefensa. Mi último recurso, mi última esperanza de mantenerla a salvo. Algo en lo que yo había fracasado estrepitosamente demasiadas veces ya. Pero nunca más volvería a fallarle. Ventajas de salir de su vida.

Después de aceptarnos, Felipe procedió a hacer las incisiones para verter nuestra sangre en el cáliz, utilizando para ello el mismo cuchillo que me había unido a ella. Otra condición de mi fantástica esposa, otra más destinada a romper a mi Sookie con pequeñas maldades que se escapaban a mi control. Bebí la sangre y por su sabor pude decir que en el cáliz había algo más, una gota de sangre de hada pura. Durante unos instantes me perdí, besé a mi ya mujer con un deseo que estaba muy lejos de sentir. Todo muy teatral, montado para el espectáculo. Ella me miraba con deseo prometiéndome la luna con su mirada, y yo deseaba no ser vampiro para poder apelar a un gatillazo. Lo que había que ver, yo soñando con una noche de impotencia...

Lo había estado haciendo bien, estaba manteniéndome impasible ante el bombardeo de emociones al que me estaba sometiendo Pam, estaba tranquilo pese a seguir el ritmo desbocado del corazón de mi amada, me había sobrepuesto a la locura en la que la sangre de hada me podría haber hecho caer. Y entonces, apareció Bubba. Maldito colgado, con una simple pregunta, "¿y la señorita Sookie?", mi corazón muerto se había hecho añicos. Fue un segundo pero se me cayó la máscara y Sookie lo vio. Bubba fue más allá, la miró y, para mayor enfado de mi ahora esposa, le cantó una de sus canciones favoritas, ¿cuántas veces habríamos bailado Love me tender? Yo también lo hice en mi cabeza, mientras salía con mi flamante esposa del brazo, y al pasar junto a ella no me pude contener y acaricié su brazo por última vez.

Aquella aciaga noche, la mas triste en un milenio, tuve que consumar mi matrimonio, y tendría que decir que satisfacer a una reina no era tan fácil. Cerré los ojos y fantaseé con que su cuerpo frío y carente de vida era el de mi Sookie. Sin abrirlos ni un segundo, amé en ese cuerpo a mi amante hasta el alba. No..., mi amante, no. Ya no.

Cuando la compulsión del sol que caía me hizo levantar, sabía que algo había pasado. Me vestí con precipitación y salí de la suite nupcial que Felipe había preparado para nosotros. Entré como un rayo en la habitación que Pam compartía con Sookie y, aunque secretamente fantaseando con la idea de sorprenderla saliendo del baño, sabía que esa era una posibilidad que no se daría. Sabía, pese a no tener ya nada que me uniera a ella, que no estaba allí. Pam se sentaba en el tocador, perfilando sus labios con cuidado. Me estaba esperando.

_ ¿Dónde está? – pregunté angustiado.

_ Se ha ido.

_ ¿Qué...? – siseé, nunca antes había sentido tantas ganas de hacerle daño a mi creación-. Serás debidamente castigada por tu negligencia, Pamela. Debías protegerla.

_ Está bien – dijo sin inflexión-. Se ha ido para bien.

_ ¿Cómo puedes estar tan segura? – me desesperé.

_ Se fue con el abogado, él la protegerá.

_ No me puedo creer lo que has hecho, Pam... – murmuré abatido- ¿Querías que lo pagara?, ¿es tu manera de castigarme por lo de Miriam?

_ No, es mi manera de salvarla a ella y a ti de paso, no hubieses sido capaz de mantenerte lejos de Sookie, y la puta de tu esposa os hubiese matado.

_ Pam – la amonesté con seriedad-, sé más respetuosa. Hablas de mi reina.

_ ¿Y por eso no es una puta? Que yo sepa, lo fue tiempo atrás...

_ Aún así, no vuelvas a hablar así de mi esposa – le saqué los colmillos aunque mi expresión no era enfadada.

Me miró y comprendió que era una actuación de cara a la galería. Seguro que en algún lugar de ese monstruoso hotel, alguien nos escuchaba. Se levantó y se acercó a mí. Me abrazó y eso era algo que Pam nunca hacía, por lo que imité su acción. Su voz me llegó en un susurro tan tenue que apenas si la podía oír.

_ Me dio un mensaje para ti, "dile que siempre le querré"...

Me soltó y salió de la suite.

Así empezaba mi vida de casado. Sin saber qué había sido de la única esposa que yo reconocía y que lo sería hasta mi último amanecer, y teniendo que volver con la mujer que había hecho todo lo que había estado en su mano para arrebatarme la luz de mis días.

Decir que enloquecí, sería ponerlo de manera suave. Durante meses estuve intratable. Busqué a Stackhouse, él debía saber de su hermana, pero estaba tan desaparecido como ella. Llamaba todos los días a Cataliades y le pedía, le exigía, le amenazaba, le suplicaba que me dijese dónde estaba Sookie. A mi alrededor, todo el mundo parecía haber olvidado a mi amada, ya nadie se interesaba por ella. Salió del todo de nuestras vidas y eso sólo podía tener una explicación que me remitió a las hadas, seguro que su puto primo tenía mucho que ver, pero Crane dijo que no, que ella había usado un talismán que había pertenecido a su familia y por eso no la encontraría. Rugí de impotencia, eso estaba por ver. Herveaux tampoco tenía conocimiento de dónde podría estar y, después de preguntar en varios estados si habían visto a un pantera mordido, recientemente, la respuesta siempre era no. Como no había manera de encontrar ninguna pista, puse a mi mejor investigador a rastrear a Sookie y su hermano. Bill empezó a moverse por el estado, cuando este se le quedó pequeño, fue a los estados vecinos y así, ampliando cada vez más la búsqueda, pero se los había tragado la tierra. Sólo Bubba, una tarde, me sonrió mientras arrancaba a una guitarra los acordes de Heartbreak Hotel y la tarareaba bajito, y me dijo que ella estaba a salvo. Fue el día que abandoné.

Fue el día que yo también la olvidé.


Todos tenemos en nuestra imaginación una representación de todos los personajes. Decir que mi Eric, si bien tiene algo de Skarsgård, por más que me guste, no es él, es mejor (en serio). Felipe, pese a la referencia a Jimmy Smits que hace Harris, para mí ha tenido siempre la cara de Miguel Ángel Silvestre, que no me gusta especialmente, pero creo que le va muy bien.

¿Qué tal?