Está en la tercera fila de asientos, del lado derecho, junto al pasillo.
Voltea.
A su mano derecha está un hombre. Es grande, rubio y tiene bigote y el cabello bien peinado. Sentado en su lugar con postura recta y semblante serio, no deja de mirar atentamente hacia el frente, escuchando todo lo que el sacerdote tiene que decir.
Se fija en los ventanales, a ella no le importa escuchar la misa, al contrario de su padre, no se siente muy interesada en la religión. Ella sólo ha asistido porque le gusta ver las maravillosas piezas de vidrio pintado que adornan la iglesia.
Le gusta la forma en que cada pedacito está cortado de forma irregular pero precisa, y le gusta como al unirse forman figuras increíbles, imágenes que representan alguna historia escrita en la Biblia.
Hay un vitral que le llama la atención más que cualquier otro.
No es el más grande, pero a su parecer, es el más hermoso. Se encuentra justo delante de ella, pero está a más altura que cualquier otro, lo que lo vuelve totalmente inalcanzable.
Eso siempre la ha extasiado.
Le encanta ese sentimiento de inaccesibilidad. El hecho de que siempre puede soñar con ello, pero que no tiene la certeza de que si algún día su sueño se volverá realidad, la llena enormemente
.Pero no es solamente eso.
De todos, ese es el único vitral redondo; el más distinto, el más especial. Y a esas horas de la mañana, los rayos del sol dan directamente a los vidrios, dándole al majestuoso círculo, colores vivaces y espléndidos, dignos de fantasías, que le causan a la chica una ilusión profunda en el alma, aunque no entiende del todo el significado de esas palabras.
A pesar de todas las horas que ha gastado mirando esa redondez colorida, todavía no logra distinguir la escena bíblica que tiene grabada. A veces, incluso se pregunta si realmente hay una escena bíblica en ella. Le gusta pensar que no, porque eso lo haría, al su parecer, aún más peculiar y exclusivo.
Si su padre supiera de esos pensamientos, la castigaría de forma brutal.
Entonces, empezarían los problemas.
Y ella no necesita problemas. Ella no puede tener problemas. Es por eso que se muerde el interior de la mejilla y vuelve su vista al frente.
Y finge.
Finge que presta atención.
Finge que su mente no está vagando entre pensamientos, cada uno más comprometedor que el anterior.
Finge hasta que se acaba el evento.
Entonces se levanta y sonríe, a pesar del gran peso que carga al no poder hablar sus ideas. Pero lo prefiere así. Probablemente, le aterraría decirlas en voz alta.
Porque sabe que no serían bien vistas.
Porque sabe que son incorrectas.
Porque sabe que si las dijera en voz alta, estarían en contra de los principios que le enseñaron desde pequeña.
Y sabe que no debe cuestionar la palabra de su padre.
—Buenos días, señorita Heartfilia.
Porque ella es Lucy Heartfilia. Tiene que cumplir con las expectativas.
