Nota: yo no soy la autora de esta historia, sólo me he dedicado a traducirla, y la podéis encontrar aquí ( archiveofourown works/%20346797 ) en inglés.
Este es el primer capítulo (de cuatro) de la saga "Dos cafés, uno negro y otro con azúcar, por favor", que (espero) terminaré de traducir poco a poco.
Si hay algún error, mil perdones. Hago esto como afición y más que nada por la idiota de Ginny, feliz Navidad, pelirroja.
El sueño, o las ganas de asfixiar a tu compañero de piso con una almohada,
por Linpatootie
Resumen: Sherlock quiere llevar a cabo un estudio sobre el sueño. John considera asfixiarle con su almohada.
-No vamos a dormir juntos.
-¿Por qué no? Es perfectamente razonable el querer confirmar esta hipótesis, y ya vivimos juntos, de todos modos.
-NO. vamos. a dormir. juntos.
-Pero John, protestó Sherlock, siguiéndole por la cocina como un niño infeliz, vestido con una bata escarlata demasiado cara.
John tiene ganas de pegarle. Sensación familiar para él.
-Muchísima gente dice que dormir con alguien mejora la calidad del sueño. No veo qué tiene de malo compartir cama conmigo un tiempo para realizar el estudio. Además, la información que colectemos nos puede ser tremendamente útil para este caso.
El caso al que hacía alusión era más que ridículo, y sin duda no era motivo suficiente para que John aceptase que Sherlock se deslizase en su cama todas las noches. Una mujer de Brentford había encontrado a su esposo muerto en su cuarto de invitados. Hacía cierto tiempo que dormían separados por culpa de los atroces ronquidos del hombre y, según ella, dormir separados había sido tan terrible para su salud que se había muerto, así sin más. Para Sherlock fue maravillosamente fácil deducir en menos de dos horas que el asesino había sido su vecino, quien estaba tan hasta las narices de verle aparcar delante de su casa que acabó entrando por su ventana y ahogándole con una almohada mientras dormía. De todos modos, la extravagante teoría de la mujer había despertado cierta curiosidad en Sherlock quien, pese a ser una teoría errónea, se había agenciado de un montón de artículos y dos libros sobre los ciclos de sueño y buscaba él mismo pruebas irrefutables como si le fuese la vida en ello.
-Simplemente el hecho de que no veas qué tiene de malo que durmamos juntos es un motivo suficiente para decirte que no. Ya hay varios estudios sobre el tema, ¿no puedes darte por satisfecho?
Ante esas palabras Sherlock pareció tan escandalizado como si le acabasen de ofrecer celebrar un ritual de sacrificio con una camada de retoños de conejo. Hay que tener en cuenta que para un hombre de ciencias como Sherlock Holmes, darse por satisfecho con los resultados de estudios realizados por otra persona que no fuese él mismo debía de ser bastante escandaloso. Tenía también la tenaz impresión de que el sacrificio de un par de retoños de conejo no le habría escandalizado tantísimo.
-¿Pero qué tienes en contra de compartir cama durante un tiempo? ¿Te preocupas de lo que la gente pueda decir? Los muros de mi habitación no son de cristal, John, son de piedra sólida, Londres no nos podrá ver y nadie tiene por qué saberlo.
-La gente ya dice cosas, ese no es el problema –gruñe John, limpiando, distraído, la superficie de trabajo en la encimera con un trapo. Era raro que estuviese lo suficientemente vacía como para poder limpiarla.
-¿Tienes miedo de que pueda pasar "algo"? Fascinante.
-Yo no… Sherlock. No. Simplemente tengo la impresión de haberle dicho ya adiós a mi vida privada mudándome contigo, así que ¿podría al menos guardarme un par de horas de intimidad durante la noche, hm?
El rostro de Sherlock se tiñó de descontento, dándose la vuelta con un gruñido, con su bata ondeando de forma exagerada a su alrededor. John está firmemente convencido de que ése es el único motivo por el cual la lleva; le añade un toque teatral a su mal humor.
-Sería solo durante una semana o dos –volvió a empezar Sherlock, un par de horas más tarde, mientras estaban sentados en un taxi dirección a una escena del crimen, convocados por Lestrade-. Quince días como mucho.
-No, respondió John.
-Buscaríamos un número de horas preciso cada noche, puede que ocho, que es lo más lógico, y comprobaríamos si hay alguna diferencia en nuestras costumbres de sueño cuando dormimos acompañados, dice Sherlock cuando están los dos inclinados sobre un cuerpo decapitado que, según lo que llevaba puesto, parecía ser un payaso de circo.
-No, respondió John.
-Estoy seguro de que tiene algo que ver con el instinto; después de todo, cuando dormimos con alguien, son dos individuos potenciales los capaces de detectar algún peligro o algún depredador, y eso debería crear una sensación de seguridad que implicaría un sueño más profundo, dice Sherlock mientras rondan alrededor del terreno donde antes había un circo abandonado, el olor del polvo y del algodón de azúcar impregnando el ambiente.
-No, respondió John.
-Irnos a dormir a medianoche y levantarnos a las ocho todos los días sería perfecto, y también combinaría con tus horarios de trabajo en la clínica, dice Sherlock, los dos escondidos detrás de un contenedor de basura pintado de un amarillo alarmante mientras que, detrás de ellos, un acróbata enfurecido se dedica a apuntar con una pistola a Lestrade.
-Por el amor de dios, respondió John.
-Si mi hipótesis es verdad, te beneficiaría a ti también, reintenta por quincuagésima vez Sherlock aquella tarde, mientras John miraba con desesperación sus zapatos, manchados por completo de pintura roja. Estarías más descansado. Mejoraría tu concentración.
-Oh, deja de intentar hacerme creer que haces esto únicamente por mi bien, Sherlock, ni que fueses un buen samaritano, se exaspera John mientras se lava los dientes, sintiendo cómo su resolución se deshacía poquito a poquito, como las capas de pintura de sus zapatos.
Le sacaba de quicio pensar que Sherlock era capaz de obtener lo que quería de él a base de insistirle una y otra vez, simplemente quejándose y mostrándose más persistente que un muro de hierro.
-Es por la ciencia, John, dice Sherlock, como si fuese la justificación única e irrefutable que el mundo entero necesitaba.
El aludido deja el zapato, deja su cepillo de dientes, y tiene la impresión de ser un idiota demasiado ingenuo.
-Está bien. En tu habitación, no la mía, catorce noches, sucede cualquier cosa extraña y me vuelvo a mi cama para el resto de mi vida.
- … define extraña, ¿extraña cómo?
-Extraña a secas, Sherlock.
Sherlock no insiste más, simplemente se sienta en su silla, con la cara de "estoy tremendamente satisfecho de mí mismo". John le mira y espera ser capaz de refrenar sus ganas de asfixiarle con una almohada antes de terminar la experiencia.
Noche 1
La primera noche es tan increíblemente tranquila y normal que John se siente idiota al haber puesto tantísimas pegas y protestas. No estaba muy seguro de lo que se esperaba, para ser honestos. Cansado, después de haber pasado toda la tarde huyendo de un acróbata asesino, duerme como un muerto, y supone que a Sherlock le habrá pasado lo mismo. Por una vez en su vida se despertó por la mañana y le vio, dormido, respiración regular, como si fuese una persona normal, a una distancia aceptable de él. Saliendo del cuarto de baño después de haberse afeitado se lo encontró despierto y sentado en la cama, las sábanas enrolladas alrededor de sus pies y piernas, escribiendo furiosamente en su cuaderno de moleskine. Decidió no preguntarle si los resultados de la primera noche habían sido satisfactorios.
Noche 2
La segunda noche John descubre que Sherlock habla en sueños. Se despierta por culpa de un par de sílabas mal articuladas que no tardan en convertirse en una especie de monólogo incoherente sobre el té. John le escucha, fascinado y un poco irritado porque dios, no es capaz de callarse la boca ni dormido.
Sus descubrimientos no se detienen ahí; se percata de que Sherlock prefiere dormir boca abajo, y se ve empujado numerosas veces hacia el borde de la cama por sus brazos y piernas, en inútiles intentos de ocupar absolutamente todo el espacio existente en la cama. Ni siquiera se despierta cuando John le vuelve a empujar sin delicadeza alguna hacia su lado de la cama de nuevo. O tal vez esté fingiendo. En ambos casos el médico se ve con total derecho a exasperarse, y contempla la posibilidad de ahogarle con una almohada.
Noche 3
La tercera noche John descubre que Sherlock no sólo se limita a hablar mientras duerme, sino que también responde preguntas. Es sin duda una de las noches más divertidas de su vida. Se entretiene tanto que, entre las risas, sin darse cuenta, acaba recibiendo una hostia de Sherlock en su cara.
Noche 7
John no consigue procesar que he estado durmiendo una semana entera con Sherlock Holmes.
También tiene que admitir, no sin cierta reticencia, que ha dormido como un bebé todas esas noches. Sherlock acabó por acostumbrarse a compartir cama y ya no se retorcía y ocupada toda la cama como una estrella de mar convulsionándose. E incluso cuando le daba todas las noches la tabarra contándole historias "fascinantes", el médico acabó por acostumbrarse y ya era capaz de dormirse sin prestarle atención.
Sherlock le preguntó si se sentía descansado, y él respondió que sí (lo que dio lugar a nuevos garabatos furiosos del detective en su cuaderno, por la ciencia). Da por supuesto que Sherlock duerme tan bien como él – lo que es fascinante. No se esperaba en absoluto verle dormir ocho horas seguidas del tirón, y menos aún durante siete noches. Le encantaría decir que influye mínimamente en el comportamiento de su compañero, pero no es el caso.
Por otro lado, Sherlock ya no puede afirmar que dormir un número normal de horas ralentiza su cerebro. Si ahora John consigue que coma como una persona normal, podrá considerar la experiencia todo un éxito.
Noche 9
Esa noche John sueña algo particularmente raro. Sherlock es un insecto alien, disfrazado de ciudadano londinense de incógnito, un ciudadano londinense increíblemente atractivo, que se dedica a infectarle con parásitos y devorarle lentamente por dentro. Acaba despierto varias horas, incapaz de volverse a dormir, medio paranoico, mientras el detective murmuraba disparates a su lado sobre un jardinero que ha robado una cesta de calabazas, por favor, no se lo diga a la señora de la limpieza.
Noche 11
Cuando John entra en la cama, arropándose con la sábana hasta el cuello y buscando la postura más cómoda posible para reconciliar el sueño, Sherlock sigue despierto, sentado a lo indio y escribiendo como si le fuese la vida en ello en su portátil. Es casi medianoche; John sabe que en cuando el reloj dé las doce, su compañero dejará inmediatamente el ordenador y se irá a dormir. Era casi admirable, su dedicación para por la experiencia, hasta el punto de negarse a la necesidad de seguir despierto y aprovechar la noche.
-Ahora duermes mucho más que de costumbre. ¿Vas a admitir de una vez por todas que es positivo para tu cuerpo, hm?, pregunta John, con su cabeza agradablemente hundida en la almohada.
-No es el caso, responde Sherlock de un tono ausente, las palabras de la pantalla reflejadas en sus ojos.
-¿Cómo que no? Tiene que serlo. Duermes como un bebé todas las noches.
-Sí. Por la experiencia, pero no porque lo necesite.
-... de acuerdo, espera un minuto, se incorpora John, mirándole, ¿me estás diciendo que te duermes aposta para poder cumplir los parámetros de la experiencia? ¿Aunque no estés mínimamente cansado?
-Ssssssí, responde Sherlock lentamente, como si le estuviese hablando a un niño de cuatro años mentalmente deficiente.
-Es físicamente imposible.
El detective apaga su ordenador con un par de clics y movimientos de dedo y mira a John mientras se apaga la pantalla.
-Controlo mi propio cuerpo, John. Quiero que los resultados de la experiencia sean lo más correctos posible, así que duermo ocho horas porque es lo que tengo que hacer.
John le mira durante un rato, sentado en la cama, con la camiseta puesta del revés.
-Lo odio, acaba por decir antes de darle la espalda y dormirse.
Tarda más de una hora en conciliar el sueño, mientras que Sherlock lo consigue en poco más de diez minutos. Se plantea el asfixiarle con una almohada, pero termina por caer en los brazos de Morfeo mientras su compañero narra una historia increíblemente coherente sobre una vaca en Trafalgar Square.
Noche 12
-¿Cuánto va a durar esto, en teoría?
-Catorce noches, como mínimo. Puede que más si los resultados no son concisos.
-¿Y crees que lo serán?
-Pregúntamelo de nuevo en dos noches.
Noche 13
Sherlock sueña.
John se percata cuando el otro está visiblemente inmerso en una pesadilla, y el parloteo habitual pasa de ser algo casi divertido y extrañamente encantador a algo que le oprime dolorosamente el corazón cuando descubre a Sherlock llamando a su madre en sueños y, sorprendentemente, también a su hermano, dando a pensar que, de alguna forma, estaba reviviendo su infancia. Le observa durante un rato, escuchando sus murmullos y sus gemidos, cómo llamaba a alguien con un desespero creciente. Y se pregunta si debería despertarle. Después se percata de que no sabría qué decirle, qué hacer, cómo reaccionar, y se levanta saliendo de la cama y sentándose en el reborde de la bañera, esperando a que muriesen aquellos gemidos y murmullos angustiados. La mañana siguiente no comenta nada sobre lo sucedido, y Sherlock no parece más raro que de costumbre.
John se pregunta si la persona más inteligente se acuerda de todos sus sueños y cuántas veces Sherlock, en la oscuridad, había podido llamar a alguien que nunca acudió a él.
Noche 14
La mañana siguiente a la decimocuarta noche, Sherlock se sienta en la cama, rodeado de decenas de hojas de papel y el ordenador detrás de él. Hay páginas y páginas de garabatos, gráficos, e incluso el organigrama más complicado que John haya visto gira sobre sí mismo en la pantalla del portátil. El médico recoge una hoja, tratando de interpretar un tablero garabateado en rojo y negro, pero es incapaz. No llega a entender del todo cómo demonios Sherlock consigue traducir el estudio entero en números y cifras.
-¿Son los resultados que esperabas?
-Hm… John, ¿dirías que la calidad de tu sueño ha mejorado?
-No lo sé. Por lo general duermo bien, cuales sean las circunstancias. He sido soldado, ¿recuerdas? Puedo dormir hasta de pie.
Sherlock frunce el ceño, mira el montón de papeles, hace girar un bolígrafo entre sus dedos; salpica de tinta las sábanas. John las palabras que van a salir de su boca.
-Los resultados no son concluyentes. Propongo aumentar la duración a un mes.
-De acuerdo, responde John.
Noche 16
Profundamente dormido después de una jornada especialmente extenuante en el hospital, John le da sin querer una patada a Sherlock mientras duerme. Éste último le despierta, sacudiéndole de forma violenta para informarle y volverse a dormir prácticamente al instante. John se queda desvelado durante tres horas más, incapaz de conciliar el sueño y considerando (de nuevo) el ahogarle con una almohada.
Noche 17
John se despierta hacia las 7h30 y se encuentra con Sherlock delante de él, filmándole. La primera cosa que se le cruza por la cabeza es no sabía que teníamos una cámara. Después recupera su sentido común, percatándose de la situación y grita, cubriéndose con las sábanas como una señorita escandalizada.
-¿¡Se puede saber qué haces!?
-Estoy recolectando datos gráficos. Para el estudio.
-¿Y no has pensado ni un solo segundo en lo… espeluznante que es grabarme mientras duermo?
-Aceptaste participar en la experiencia.
-Acepté dormir en la misma cama que tú. ¡Hasta donde sé, ese ya es bastante sacrificio!
Sherlock no responde nada y, extrañamente, continúa grabando.
-Deja de grabar, Sherlock, estoy despierto. Por el amor de dios, ¿ya habías hecho esto antes?
-Sí, se limitó a responder, antes de apagar la cámara.
Es pequeñita, del tamaño ideal para la mano de Sherlock, como si hubiese sido construida para él, elegante y digital y conteniendo sin duda alguna horas y horas de secuencias de John babeando su almohada.
-Por favor, no… ni se te ocurra volverlo a hacer. Lo digo en serio cuando digo que es espeluznante. Pon por escrito todos los datos que te dé la gana, pero ni se te ocurra grabarme sin que yo lo sepa, dice John, mirando la cámara.
-¿Puedo al menos quedarme con las grabaciones que ya tengo?
-Si aparece alguna en internet, te pego el puñetazo de tu vida.
-Me parece razonable.
Noche 20
La vigésima noche va, sin duda, a alterar muy seriamente los resultados de Sherlock. Es plenamente consciente, furioso y la cabeza apoyada en su almohada, mientras una tormenta de verano impresionante se abate sobre las callejuelas de Londres, lluvia golpeando intermitentemente los cristales y truenos bailando perezosamente sobre los tejados de forma regular. Un rayo ilumina la estancia y John apenas tiene tiempo de contar hasta tres antes de que un nuevo trueno retumbase en sus oídos. Fuera, en la calle, un perro decide responderle a la naturaleza, sus ladridos confundiéndose con la lluvia.
-¡Es ridículo!, gruñe Sherlock, cruzando los brazos encima de las sábanas recubriendo su pecho.
-Es el tiempo, qué esperas, responde John. ¿Tu fabulosísimo control sobre ti mismo y tu cuerpo no te permite dormir a pesar de la tormenta, hm?
-Cállate, murmura Sherlock, dándole pataditas a la manta y rascándose la nariz. Tú tampoco consigues dormirte, por lo que veo. Dos truenos más, y el detective guarda silencio. El sueño se insinúa en los recovecos de la mente de John, pero desaparece siempre, asustado por las implosiones luminosas de los rayos contra los párpados cerrados del médico.
-Voy a tener que renunciar a esta noche en términos de descanso y confort, dice Sherlock a su lado.
John puede incluso escuchar los pensamientos del detective, amontonándose en su cabeza y sabe que no le está hablando a él particularmente, sino más bien a sí mismo, como quien busca concentrarse.
-Pero esta noche podría ser esencial para el estudio y la conclusión a la que quiero llegar. Quedarse despierto durante una tormenta es más llevadero en compañía.
John gira la cabeza para mirarle. Ha conseguido llevar sus dedos hasta su barbilla, pese a la complicada posición en la que se hallaba tumbado sobre la cama. El médico puede ver su silueta en la penumbra de la habitación, iluminado brevemente por un contraste terrible causado por un nuevo rayo azul, cegador, y abre la boca para decir algo pero se ve interrumpido por un trueno maleducado.
-¿Nunca has tenido a nadie en tu cama, a tu lado, durante una tormenta? Pregunta John cuando sus orejas dejar de pitar, aunque la respuesta esté más clara que el agua.
-No.
Es la siguiente pregunta la que reconcome a John, con una curiosidad casi desesperada por tener una respuesta a algo que lleva tantísimo tiempo alrededor de su cabeza.
-¿Nunca has tenido a nadie en tu cama… en general?
-No, vuelve a responder Sherlock, tan sincero como si le hubiesen preguntado que si le gustaban las zanahorias.
John se gira hacia él, apoyándose en uno de sus codos y esperando a que terminase el siguiente trueno para abrir la boca.
-Entonces, ¿ya has dormido tú en la cama de alguien?
Sherlock le mira, ojos claros pese a la oscuridad del cuarto.
-Es una manera muy indirecta de informarte sobre mi experiencia sexual, John.
Éste último se ríe, tapándose hasta los hombros con la sábana. El viento pugna por traspasar los muros del 221B y lo consigue, colándose y marcando su territorio, los viejos ladrillos no pudiendo mantenerlo a raya.
-Muy bien. Las cartas sobre la mesa. ¿Eres virgen?
Se acentúan las comisuras de los labios de Sherlock en una sonrisa, en cierto modo extrañamente satisfecho por la sinceridad de John.
-Técnicamente hablando, sí. ¿Te sorprende?
-No mucho. Me esperaba… En fin, quiero decir, eres tú. No conseguiría ni imaginarme… a ver, tampoco es que lo intente especialmente, imaginármelo, pero… bueno. Es simplemente algo raro, desde un punto de vista general. Para alguien de tu edad. ¿Nunca has tenido ganas?
Esta vez es Sherlock el que se gira hacia él, mirándole cara a cara y deslizando la mano por su nuca. John tiene la sensación de ser una niña de doce años en una noche de pijamas.
-Me ha picado alguna vez la curiosidad, pero nunca lo suficiente como para hacer algo al respecto. Tiene pinta de ser algo realmente… coñazo. Te aseguro que mi saber teórico sobre el tema es bastante completo.
-Lo sospechaba. Simplemente me parece extraño que te niegues a aceptar estudios ya hechos sobre los ciclos del sueño, y sin embargo no te cause ningún dilema aceptar informaciones de segunda mano sobre el sexo.
John no se da cuenta de sus palabras hasta que terminan de salir de su boca, terminadas puntualmente en un trueno de forma ligeramente burlona. Además, Sherlock le está mirando boquiabierto. John no sabe si porque se ha sentido insultado o simplemente porque acaba de dar a pie a una muy, muy mala idea en aquella cabeza que no conocía límite alguno.
-Qué más da, dice rápidamente, volviendo sobre sus pasos. Eres libre de hacer… lo que quieras. O de no hacerlo. Qué más da. Lo que sea, me alegro de que lo hayas compartido conmigo. La cuestión me intrigaba, aunque parezca raro.
-Me lo podrías haber preguntado antes; no es algo que me perturbe particularmente.
-Sí. Eh… vale. De acuerdo.
John vuelve a rodar entre sábanas, incómodo, la manta cubriéndole hasta el mentón. La tormenta termina por amainar, finalmente, mientras cierra los ojos e intenta dormirse. Puede sentir la mirada de Sherlock en su espalda, y procura no pensar en ello.
Noche 22
Es el turno de John y es él quien tiene una pesadilla esta vez. Nada que no haya soñado antes; flashbacks del desierto, los gritos, el dolor de los soldados desangrándose entre sus manos. Se despierta, peleándose con las sábanas, respirando agitada y dolorosamente, el sudor frio recorriéndole los omoplatos y lágrimas de impotencia abriéndose camino.
Sherlock le observa a distancia, apoyado en sus codos. John le devuelve la mirada, sintiéndose como si le hubiesen pillado cometiendo un delito horrible y vergonzoso, y sin decir palabra sale de la cama, encerrándose en el cuarto de baño. Llora en silencio durante diez minutos, hasta notar cómo se desvanecía de su mente el olor de la carne quemada y la realidad volvía a rodearle, volviéndose el blanco reconfortante de las paredes del lavabo londinense.
Vuelve a la habitación, sin distinguir absolutamente nada en la negrura del cuarto y guiándose a tientas hasta deslizarse en la cama de nuevo. Puede sentir la mirada de Sherlock, y se obliga a sí mismo a guardar silencio.
-¿Estás bien?
Mierda.
-Sí. Estoy bien.
Le da la espalda, presionando la almohada contra su oído y cerrando los ojos.
-John. ¿Puedo… quieres que… haga algo por ti?
Es tal vez la pregunta más honesta que haya salido jamás de la boca de Sherlock, y ese hecho le golpea hasta allí donde duele. Se plantea el contestarle secamente sin más, pero se controla; Sherlock lo hace lo mejor que puede, y no tiene ningún sentido hacerle daño inútilmente.
-Estoy bien, Sherlock. Vuélvete a dormir, murmura suavemente, y siente el movimiento de la sábana confirmando que el detective se acomodaba en la cama.
Prácticamente en los brazos de Morfeo, prácticamente inconsciente John pudo sentir el fantasma de una mano sobre su hombro, dedos dudosos a punto de rozarle, pero la sensación no llega a asentarse y la mañana siguiente no se acuerda de ello.
Noche 24
John se levanta para ir al baño a las 4h30 y cuando vuelve el detective ha rodado, invadiendo su espacio de la cama, enrollado en las mantas como un enorme burrito inglés con mucho pelo. Se queda de pie unos instantes, perplejo, antes de suspirar exasperado y volverse a acostar en el lado vacío. Tira durante un rato, consiguiendo recuperar un poquito de manta y se duerme, ignorando deliberadamente hasta qué punto aquel lado de la cama que no era el suyo estaba caliente y confortable, y hasta qué punto la almohada de Sherlock olía agradablemente a champú de lujo.
La mañana siguiente Sherlock parece sorprendido, pero no dice nada, sus dedos golpeando sobre el teclado del ordenador frenéticamente.
Noche 27
Justo antes de dormirse John se percata de que el estudio alcanzará en breves el mes, concluyendo, y no sabe muy bien cómo sentirse. Tampoco sabe cómo sentirse al no saber cómo sentirse al respecto de eso, y Sherlock a su lado murmura sobre una oca en el Kent y John se encuentra al borde de ese precipicio, ese en el que no sabe si llorar o reírse en aquella situación más que absurda.
Noche 29
Para ser su penúltima noche, apenas pegan ojo. Se encuentran inesperadamente con un caso entre las manos, el cual termina al perseguir a un chico flacucho en monopatín y resuelven el suicidio de una chica de diecisiete años que no era suicidio, sino asesinato. Acaban por acostarse a las 5h30 de la madrugada, y John ni siquiera se toma la molestia de quitarse la ropa de calle.
Sherlock le despierta pese a todo a las ocho, sorprendentemente descansado para alguien que sólo ha dormido tres horas y, de buen humor, empieza a contarle que cuando te acuestas sin quitarse la ropa roncas, ¿y no es fascinante lo rápido que nos hemos dormido pese a la adrenalina corriendo por nuestras venas?
John considera de nuevo el asfixiarle con una almohada.
Noche 30
La última noche es extraordinariamente aburrida y simple. Sherlock se sienta y le grita insultos a la televisión antes de acostarse, se desean las buenas noches y se duermen. John duerme durante toda la noche, sin despertarse, ni siquiera cuando Sherlock se pone a hablar sobre él en sueños (la única vez que lo ha hecho en treinta noches, y la única vez que John se lo pierde). Se despiertan los dos más o menos diez minutos antes de que suene el despertador, y John ya está en el baño lavándose los dientes cuando se pone a pitar y un puñetazo bien dirigido de Sherlock lo silencia.
Encuentra el estudio completo en la mesa de la cocina cuando vuelve de trabajar, aquella misma tarde.
-¿Son tus resultados? –pregunta hacia el salón, de donde recibe un murmuro evasivo que prefiere tomar como un sí- ¿Puedo leerlos?
-Complácete.
Sherlock atraviesa la puerta, enrollándose la bufanda alrededor del cuello.
-¿A dónde vas?
-Salgo. A la morgue. Molly tiene un nuevo muerto, alguien que se ha caído del techo y ha aterrizado en su cabaña del jardín, y se dijo que me gustaría verlo.
John no pregunta nada más. Se hace una taza de té y se sienta, con el estudio entre las piernas. Está escrito a ordenador. Hay tableros y gráficos circulares y notas a pie de página infinitas; seguramente no entienda nada de lo que pone en ninguna parte. Ni siquiera años y años de entrenamiento militar habrían podido preparar a un hombre para que fuese capaz de entender la manera de pensar de Sherlock Holmes, como había acabado por aprender.
Un estudio sobre el sueño,
Realizado del 6 de octubre al 5 de noviembre 2010,
S. Holmes & Dr. J. H. Watson
Se le hacía raro ver a Sherlock refiriéndose a él tan oficialmente en un estudio que, de todos modos, nadie aparte de ellos dos vería jamás. Ni siquiera tiene la necesidad de ver el documento entero, pasando rápidamente gráficos coloreados y tableros con nombres muy científicos y rebuscados que, casi seguro, eran para aparentar y no tenían verdadera significación. Sin embargo, en un apartado, Sherlock ha escrito su propia descripción de las noches que han pasado juntos. La mayoría son poco interesantes, detallando únicamente el número de horas de sueño y si eso había tenido repercusiones al día siguiente, pero algunas le saltan a los ojos.
"Día 1
Dormido alrededor de las 0:15. Yo y J. hemos dormido profundamente, seguramente cansados por las actividades del día. J. es un durmiente muy tranquilo. Verificada su respiración cuatro veces durante la noche, preguntándome si no estaba muerto entre los intervalos.
Día 6
Dormido hacia las 11:55. La posición preferida de J. para dormir es la posición fetal, agazapado sobre su lado izquierdo (dándome la espalda). Cuando duerme de forma ligera tiene a recostarse sobre su espalda, con un brazo alrededor de su nuca. Mi posición preferida para dormir es boca abajo, con la pierna derecha al aire. Desconozco en qué posición duermo al tener sueño ligero. Tal vez le debería preguntar a John. Duerme más a menudo en posición fetal, lo que significa que tiene un sueño más profundo cuando duerme acompañado.
Día 10
Dormido hacia las 0:06. He comprado una cámara para grabar a J. mientras duerme. Fascinado por su silencio a la par que por sus Rápidos Movimientos Oculares, muy visibles cuando duerme profundamente. He empezado a contar cuánto tiempo duran sus RMO, pero me he dormido mientras contaba, lo que me parece bastante poco productivo. Tal vez debería dejar la cámara encendida durante la noche y contarlo en otro momento.
Día 13
Dormido hacia las 11:58. He tenido una pesadilla. J. no parece haberse dado cuenta. Interesante constatar que, pese a dormir con una presencia tranquilizadora al lado, puedes tener pesadillas.
Día 14
Dormido hacia las 0:35. He dormido muy bien. J. también. Los resultados son poco concluyentes; decidido aumentar la duración del estudio a un mes. J. ha aceptado, sorprendentemente. Me siento descansado y en paz con el mundo. No estoy seguro de que me guste eso.
Día 17
Dormido hacia las 0:05. He dormido muy bien. J. también. J. no quiere ser filmado mientras duerme. Una pena, sus movimientos oculares y sus expresiones durante el sueño podrían ser tremendamente útiles. Al menos me ha dejado conservar las grabaciones ya hechas.
Día 20
Por culpa de una tormenta, los resultados de esta noche no son útiles. Aun así he remarcado que conversar durante una tormenta ayuda a desarrollar una extraña confianza entre la gente. J. ha decidido discutir sobre temas personales; no me he sentido incómodo. Fascinante."
Por lo tanto, es la noche 22 la que más le llama la atención: no hay nada. Está ahí, marcada, Noche 22, pero no hay nada escrito debajo. No hay datos, no hay observaciones, nada, una página totalmente blanca en medio del estudio. John se rompe la cabeza intentando recordar y suelta un mohín de sorpresa al acordarse; fue la noche de su pesadilla. Sherlock debió de dejar esa noche en blanco por él, y no ha querido comentar su cansancio aquella noche o llenar la página con fríos reportes y datos como si no hubiese sucedido nada, y pensar eso le invade una ola de gratitud tan grande que teme ahogarse.
Deja el estudio sobre la mesa de la cocina y se sienta en el sillón con un libro que no llega a captar su atención, esperando a que Sherlock volviese al apartamento. Cuando lo hace irrumpe contando historias perturbadoras sobre utensilios de jardín clavados en un hígado, pero John sonríe y, pese a todo, le escucha con atención.
Noche -1
John duerme terriblemente mal y escucha a Sherlock farfullar en el cuarto de debajo toda la noche.
Noche -3
John duerme terriblemente mal. Sherlock empieza a tocar el violín exactamente a las 3h25. John considera asfixiarle con una almohada, pero se le hace demasiado difícil e irrealizable teniendo en cuenta que él está tumbado en su cama y el detective en el salón.
Noche -7
En una semana, John ha apenas dormido y supone que lo mismo le ha pasado a Sherlock, sin contar la mañana que, bajando, se lo encontró cara al escritorio con dos post-its pegados en la frente, roque.
Es prácticamente medianoche cuando John apaga la televisión en medio del programa y se levanta.
-Es hora de acostarse, dice, tal vez demasiado alto para que parezca algo natural.
Sherlock le mira, desconcertado, sentado detrás de su escritorio, ordenador delante de él, antes de entender la situación en un abrir y cerrar de ojos. Esboza una sonrisa burlona, y se marcan las comisuras de sus labios, y cierra el ordenador.
John se pone el pijama, se lava los dientes, y Sherlock ya está en la cama cuando entra en la habitación, agazapado en un lado y convirtiéndose en un mogollón de bucles negros como la pez que sobresalen de las sábanas blancas. John apaga la luz y se acuesta.
Cae en los brazos de Morfeo, escuchando cómo Sherlock farfulla una historia sobre abejas medio en francés, medio en inglés.
Y duerme como un bebé.
