El viento soplaba más fuerte que de costumbre, y como era de esperarse, causaba que las ventanas temblaran y las puertas retumbaran. Los golpes de los objetos en la casa junto con el ruido de los animales, que circulaban alrededor de ella, se vieron opacados por el llanto doloroso de un infante, pidiendo ser atendido. Pero nadie acudía a su llamado, quizás ni siquiera se percataban de él.

La puerta de la habitación se abrió de golpe y un hombre con finas vestimentas hizo su entrada, no sin antes ver el lugar de una forma rápida, pero meticulosa.

—Ah, pero, ¿qué tenemos acá? Se preguntó con ironía el vampiro, levantando a la criatura cubierta de placenta y sangre, aún unido al cuerpo frío de al lado. ¿Un bebé-chan?

Sin una pizca de delicadeza, cortó el cordón umbilical con sus uñas. Envolvió a la bebé en sus brazos y fijó su vista en el rostro pálido y magullado que tenía la mujer tirada en el piso. Un camino de lágrimas secas adornaba sus mejillas sin color.

—Tu madre debió haberte amado mucho para haberse escondido acá tanto tiempo miró a los alrededores con una mueca de desagrado—, un sitio tan lúgubre y fétido… Ah, sucedió tal y como predije.

Encriptado en el panorama, preguntándose qué hacer, recordó una idea que se le había ocurrido hace unos días. Sonrió de inmediato, pegando al bebé contra sus ropas y con la idea de que esto la calentaría por ese rato.

—Imagínate, bebé-chan, saber que sufres del corazón y que las probabilidades de morir en el parto son altas, y aun así hacerlo… —murmuró—. Solo un ingenuo humano haría eso, ¿no?

Con la bebé en brazos, todavía llorando y sucia, se dirigió a tomar una manta que había sobre la pequeña silla rota y ponerlo sobre el cadáver de la que antes fue una bella mujer, una bella humana rubia de cabellos lacios, ahora demacrada y descansando en paz. ¿Esta bebé llegaría a ser tan hermosa como su madre?

—Ah, incluso siendo hermosa, es una pena que tu corazón sea débil como el de ella… —murmuró, abriendo paso a las ideas que su mente guardaba—. Pero es muy conveniente. Siéntete honrada, pequeña.

Observó las paredes resquebrajosas y notó que había pinturas pegadas a ellas que luchaban por no salir volando a través de la ventana. Se acercó para verlas y la misma firma enmarcada en lienzo negro repetida en todas ellas lo hizo reír complacido. Como si estuviese premeditado.

—Tienes suerte de que el nombre de tu madre sea bonito. Iba utilizar uno muy viejo, poco conocido… Pero este nombre te quedaría mejor, ¿no crees?

Su mano envuelta en un guante tocó la diminuta mejilla de la bebé, y ésta, de inmediato, como si entendiera su pedido silencioso, cesó su llanto y abrió los ojos -por fin- para grabar el rostro del demonio que la condenaría de por vida al más doloroso infierno.

—Espero que sepas acoplarte a mi plan, Yui-chan.


Las risas suprimidas por manos, intentando no hacer un albedrío, acompañaban la suave melodía de una sonata que hacía que hasta el más aburrido hombre lobo bailara. El olor de raros bocadillos en la gigante mesa de al fondo atraía a varias ninfas, con la única intención de tentarlas a devorarlos. Era una fantástica fiesta organizada por el rey del mundo de los demonios, y todos, absolutamente todos, habían sido invitados.

Por supuesto, era más que obvio que sus tres concubinas estaban presentes también, aunque intentaran no verse la cara e ignorar los comentarios innecesarios de ciertos demonios.

—Tch, ni siquiera sé qué celebramos —se quejó un niño pelirrojo de ojos verdes que se entretenía un poco pasando las avellanas por entre su dedos sobre el plato—. Odio estas piedras…

—Mou, Ayato-kun, solo porque no sepas cómo comer esas "piedras" no puedes odiarlas~ replicó su hermano menor, sus ojos verdes claro observándolo muy divertidos.

— ¡Cállate, Laito! Ore-sama no necesita aprender a comer estas porquerías.

—Pff, claro.

— ¿Tal vez sea su cumpleaños? —Se preguntó a sí mismo el pequeño de cabellos lilas sentado a su lado, viendo a su oso de peluche con curiosidad.

—Ah, ¿qué dices, Kanato? Refunfuñó Ayato—. Es obvio que ese viejo ya ni recuerda cosas como ésas.

—Te apoyo en eso~

—Cállense ya, ustedes tres La vampira de cabello purpura habló y fue suficiente para que sus tres hijos la obedecieran, el menor a regañadientes—. Dejen de hablar tonterías y compórtense.

Miró hacia la mesa que estaba a unos 30 metros de las suya y gruñó fastidiada.

—No me humillen frente a la estúpida de Beatrix.

Al oír su nombre siendo escupido de manera tan sucia y poco disimulada, la mencionada dejó de cortar la carne blanca en su plato para levantar el rostro y ver de lejos a Cordelia, quien seguía maldiciéndola mentalmente seguro. Le dedicó una de sus más falsas sonrisas a propósito, de esas que siempre sacaban de quicio a la voluptuosa prostituta esa, y siguió con su comida, no sin antes echarles una mirada rápida a sus dos hijos.

El mayor de ellos, y de los seis hijos de su esposo, Shuu, concentraba su vista en el sirviente que tocaba el piano. No había comido nada en toda la noche y no parecía interesado en servirse algo. Sus ojos azules como el cielo centellearon con el cambio de ritmo de la música, a la vez que una pequeña sonrisa surcaba por sus labios.

El segundo, Reiji, había terminado su plato y había optado por leer un libro que había encontrado hace unos días en la biblioteca de la mansión. Estaba en otro idioma y le resultaba dificultoso entender las palabras; sin embargo, eso era mejor que intentar hablar con su madre o verle la cara a su hermano mayor. Acomodó sus lentes antes de voltear la página del libro y esperar que este lo entretuviera durante toda la velada.

Beatrix se llevó un trozo de salmón a sus labios, satisfecha. Como siempre, sus hijos seguían teniendo una conducta ejemplar a comparación del trío que acompañaba a Cordelia. Por su mente, rondó la imagen del otro niño que pasaba desapercibido en la fiesta, pero se disipó rápidamente al suponer que acompañaba a la enferma de su madre que había accedido a estar presente en esta ocasión.

A pesar de estar enferma, Christa era más dócil y soportable que Cordelia. En su humilde opinión al menos.

— ¿Te sientes bien, madre? Preguntó el pequeño de ojos rojos, mirando preocupado a la hermosa mujer de cabellos blancos, tintados de un leve rosa, a la que le hacía compañía.

Su madre le sonrió débilmente.

—Sí, hoy me siento muy bien, Subaru.

—Si empiezas a sentirte mal, solo dímelo.

—Lo haré respondió, revolviendo con sus dedos las lindas hebras de cabello blanco de su querido hijo.

Tan blancos y suaves, tan parecidos a los de… No.

No, no, no…

No de nuevo.

— ¿Madre?

No.

Apartó la mano de su hijo rápido, como si su mínimo roce la incendiara, y decidió enfocarse en la gente bailando. Al menos hoy, quería estar cuerda hasta el final. No quería verlo. No a él. No a ese desagradable mounstro… No de nuevo, no.

El brillo en los ojos de Subaru se apagó al intuir qué pensamientos inundaban la mente de su madre.

Sucio. Horrible. Mounstro.

La noche transcurría tranquila y la fiesta seguía siendo entretenida para todos, excepto para la familia del organizador del evento, que parecía al borde del colapso. Dos de las esposas seguían mandando indirectas muy desvergonzadas, unas más notorias que otras; y la otra se esforzaba por no perder la razón.

La música cesó de pronto y las criaturas que antes bailaban se detuvieron abruptamente. Los invitados en las mesas se levantaron y las luces de los candelabros se atenuaron un poco. Unos pasos sonoros retumbaron en todo el salón y todos, ansiosos, esperaron ver al ser que los provocaba.

Karlheinz, el rey de los demonios, acababa de hacer su entrada.

—Ah, queridos amigos y familia, gracias por haber asistido a esta celebración —apenas terminó de hablar, unos aplausos fueron realizados por los invitados.

—Sé que no he estado por mucho tiempo aquí, pero créanme que hay una buena razón para eso.

Cordelia bufó antes de recordar que no había visto a su esposo en años. ¿Mucho tiempo, decía? Mucho tiempo era muy poco para la cantidad de años que desapareció. Ni siquiera había visto a sus hijos más de tres veces en lo que llevaban viviendo, maldita sea.

—En fin, no vengo a hablar de eso. Quería hacer un anuncio especial… —Sonrió de forma enigmática antes de dar unos pasos más adelante—. Como saben, me gusta pasar mucho tiempo en el mundo humano ya que ellos son… ya saben…

Meditó unos segundos, intentando escoger la palabra más adecuada.

—Interesantes —terminó diciendo, ganándose las sonrisas y risillas de algunos.

—Sí que lo son.

—Creen que su mundo es tan "normal", que no hay nada más allá de ellos…

—No te olvides de sus emociones a flor de piel~

—Eh, son tan ignorantes.

Opiniones llenas de diversión y burla llenaron el salón central, disminuyendo sin querer de manera ínfima la mala vibra que rodeaba a los Sakamakis. ¿A qué venía el tema de los humanos en este momento?

—Bueno, habiendo dicho eso, creo que les puedo confesar que esta celebración es para hacer la presentación de la nueva miembro de mi familia, que para variar, es humana.

La bulla tan jocosa de hace instantes se apagó de inmediato y ni un murmullo fue escuchado. Aquella oración había dejado fríos a todos, como un balde de agua fría cayéndoles encima. ¿Una humana?, ¿miembro de su familia?

Beatrix palideció y abrió un poco la boca en señal de asombro. De no ser porque no sostenía nada en ese momento, hubiera jurado que sus manos temblaron y se dejaron caer. Sus ojos azules chisparon con incomodidad a la vez que un suspiro derrotado escapaba de sus labios. No creyó que aun después de Christa, algo como esto le afectara tanto. ¿De verdad su esposo hacía de esto una celebración?

Shuu no solía reaccionar mucho cuando su padre se dirigía a los demás o incluso a él mismo, pero esta noticia había logrado que hiciera una mueca y se preguntara de qué iba todo esto. A Reiji no le gustaba coincidir con su hermano, pero debía hacerlo esta vez. Apretó el libro entre sus manos con fuerza a la vez que millones de dudas se insertaban en su cabeza.

Cordelia apretaba furiosa la tela de su vestido con sus manos y le importó un carajo que sus uñas llegaran a perforarlo. No podía creer la barbaridad que había dicho ese hombre al que tanto amaba y odiaba al mismo tiempo. Así que mientras ella lo esperaba y criaba a sus hijos, ¿él traía a una humana para que sea parte de su familia? Lo que faltaba, una cuarta esposa, una horrible humana siendo una más de las esposas de ese asqueroso hombre.

Ayato había dejado caer las avellanas que traía en sus manos y se encontraba perplejo ante lo escuchado. Laito parecía estar igual que él o peor, ya que esa sonrisa tan jovial y simpática que cargaba siempre había desaparecido. Kanato no había hecho ni dicho nada, ni un gesto, ni una palabra, pero la tensión que emanaba era suficiente para que sus hermanos notaran que estaba exaltado.

Christa parpadeó repetidas veces, no creyendo lo que había oído. Sus finos ojos rubíes destilaron miedo y angustia. ¿Era esto en serio? Podía sentir como si un hierro ardiente estuviese siendo introducido a la fuerza en su garganta y unas agujas la pincharan por todos lados. Horror puro era lo que sentía.

Su hijo, que por una vez en toda la noche había dejado de prestarle atención, tenía el ceño fruncido y la frente arrugada por la irritación que empezaba a brotar en él. Sus ojos brillando más que nunca mostraron el odio que sentía hacia la persona al que todos admiraban entre confundidos y asombrados.

—Les quiero presentar a mi hermosa y querida Yui —dijo Karl Heinz haciéndose a un lado y viendo como una pequeña niña rubia, usando un vestido rosa largo y pegado a su menuda figura infantil, bajaba por las escaleras, sosteniéndose de las barandas de madera para evitar caerse. Concentrada en eso, ni siquiera notó cómo los invitados la miraban.

Algunos tuvieron que cubrirse la boca para no chillar de asombro. Otro público, en cambio, la mayoría mujeres, estaba sonriendo embobado por la ternura que envolvía a la niña humana que luchaba por terminar con los escalones alfombrados. Los demonios que no habían reaccionado de esa forma, simplemente se mantenían en silencio, intentando descifrar qué sentir por ese ser humano.

Cuando la niña llegó al piso, sonrió contenta consigo misma. Eso fue suficiente para que Karlheinz riera alegre.

— ¿No es adorable? —Preguntó en voz alta—. Ella es mi hija adoptiva.

Los aplausos y risas aparecieron de nuevo, haciendo que la pequeña fuera consciente de su presencia. Sus mejillas se pintaron de carmín y lo más lógico que pasó por su cabeza fue esconderse tras el vampiro que había su lado. Se agarró a sus vestimentas temblorosas y vio asustada a todos los desconocidos. La única persona que conocía la incitó a dejarlo ir.

—Vamos, no temas, Yui —habló con cariño—. Estas personas han venido aquí para verte. No es cortés comportarte de esa forma, ¿no crees?

La niña de ojos rosados lo miró avergonzada. No tenía idea. Se disculpó en voz baja para alejarse de él y ver un poco apenada al público que todavía la observaba maravillado.

— ¿Quieres decirles algo?

Yui tembló con la sola idea de hacerlo, pero aunque su padre estuviera sonriendo y preguntándole aquello, sabía que se trataba de una orden y debía acatarla. Llevó las manos a su pecho, llenándose de valor y se animó a alzar la voz.

—G-gracias por haber venido. Es un placer verlos y emm… —Nerviosa y sin saber qué más decir, agachó la cabeza—. Espero la estén pasando bien y me traten bien

— ¡Por las víboras, es adorable!

—Me la comería, es un pequeño postrecito~

—Si todos los humanos son así, tenerlos acá no sería un problema.

La niña sonrió al fin, percatándose que esa gente la había aceptado. Su padre le había comentado que la llevaría a su "verdadera casa", y para ser sinceros, ver una enorme mansión la llenó de miedos y dudas. Era obvio que ese lugar no era solo para dos personas. Él le había dicho que su familia entera residía ahí, así que estuvo preocupada por no agradarles, sabiendo que ella era…

Adoptada.

—Te dije que les ibas a gustar.

—Ah, sí… —respondió aliviada, buscando con la mirada a quienes serían sus hermanos y madrastra.

Supuso que se tratarían de los únicos niños en el salón, pero ver a unos dispersos no la ayudó mucho. Había tres en una mesa, dos en otra y uno más, refundido en la mesa más pequeña. Y en cada una de esas mesas, había una mujer hermosa que, también supuso, se tratarían de sus madres. ¿Cuál de ellas sería la esposa de su padre? No tuvo tiempo de pensar en eso al sentir miradas entre hostiles y confundidas de esos niños.

Tragó saliva, sintiéndose insignificante de pronto.

—Continúen con esta fiesta y, por favor, que mi familia vaya a la mesa central.

Karlheinz tomó la mano de su hija para llevarla a comer y esta lo siguió sin pensarlo. Con curiosidad, se fijó atrás para ver quiénes serían su nueva familia. La frustración se apoderó de ella al ver como justo las tres mujeres con sus hijos se levantaron al mismo tiempo. Bueno, no importaba, vería a familia completa muy pronto. Sonrió como la dulce e ingenua humana que era.


—…entonces, si no hay nada más qué decir, queda más que claro que ellos son tu hermanos, ¿no? —A pesar de que su padre sonaba feliz y tranquilo, y esperaba que ella asintiera, Yui no podía moverse ni procesar nada de lo que había escuchado.

¿Tres esposas?, ¿era posible tener tres madres?

— ¿Qué? —Escupió Cordelia, haciendo que la niña rubia saliera de su trance y dejara de verla.

Bueno, su padre era un vampiro. ¿Eso era normal entonces? Si así era, lo aceptaría aunque le costara. La mujer llamada Cordelia no parecía muy feliz de verla, pero pensó que cualquier mujer normal no lo estaría si recién se enterara de que su esposo hubiese adoptado a una niña hace ocho años y lo anunciara de repente en una fiesta sorpresa.

Por otro lado, la señora Beatrix parecía muy inexpresiva. La había observado una vez y de ahí en más, no volvió a hacerlo; hacía como si no estuviese ahí. Al menos ella no había reaccionado molesta o fastidiada. Quiso ver a Christa, pero su hijo había dicho que ella no se sentía bien y había preferido ir a descansar. También había dicho que después su madre saldría para verla. Bueno, ella sonaba amable y gentil.

Nadie había tocado los alimentos en esa mesa, a excepción de su padre, que muy contento para su gusto, se servía otra porción de carne bañada en salsa roja picante. Si fuese un hombre normal, Yui le habría dicho que no comiera tanto pues lo podría enfermar, pero sabía que su padre era un vampiro que si quisiera, podría vivir sin comer, así que lo dejó pasar. Pensó en un posible dolor de estómago después, pero la advertencia jamás salió de sus labios.

Miró tímidamente al niño que estaba frente a ella, Ayato, y éste le sacó la lengua y luego le mostró sus colmillos. No iba a mentir, los colmillos la habían asustado. Sus ojos verdes la miraban claramente molestos y ella no sabía la razón. ¿Estaría molesto también por no haber sabido nada de su existencia? Quizás sí. Y esperaba que fuera solo por eso que la tratara de esa forma.

Laito, a diferencia del pelirrojo, la veía con curiosidad. Sus pestañas largas se agitaban cada vez que las de ella lo hacía. ¿Lo haría a propósito? Él sonrió de repente, apoyando su mejilla en palma de su mano y ella tuvo que responder avergonzada a su gesto con una pequeña sonrisa. La curva en los labios de él se ensanchó y eso la tranquilizó. La reacción de él la animó a fijarse en los demás.

Kanato tenía unas ojeras muy notorias, tan notorias que le preocupó a Yui. ¿Dormiría bien? La duda mental desapareció cuando él apartó la mirada con desgano, nada feliz porque ella lo viera de manera meticulosa. Bien, eso era mejor a mostrarle los colmillos. Su vista cayó en el pequeño animal de peluche que estaba atrapado en sus brazos; apenas lo hizo, Kanato la vio de forma espeluznante. La pequeña tomó la sabia decisión de no fijarse más en él.

Shuu estaba muy tranquilo. Solo la miraba y no hacía otra cosa. Era como si la estudiara e intentara averiguar algún secreto oculto que tuviera. Ese acto la puso nerviosa de inmediato, y casi en instinto, empezó a jugar con las hebras de su cabello. Del otro lado de la mesa, Shuu bufó y dejó de verla para pedirle a un mayordomo que le sirviera algo. Ayato y Kanato aprovecharon para exigir lo mismo.

Reiji no le prestaba atención, ya que parecía muy ensimismado con lo que sea que estuviese leyendo. Ella, en su antigua casa, leía un montón ya que no tenía nada que hacer y su padre siempre le decía que el conocimiento la ayudaría cuando fuera grande. ¿Reiji leería por esa razón o solo porque le gustaba hacerlo y ya? Sus ojos semivioletas se encontraron con los rosados de ella. Vio que él abrió un poco la boca, como intentando decir algo, pero la cerró al segundo y bajó la vista para volver a leer.

Por último, Subaru, el menor de los hermanos, y también menor que ella, miraba hacia otro lado, distante. Parecía preocupado y con ganas de salir corriendo de aquella mesa. Éste notó que estaba siendo observado y le dirigió la mirada a la humana que estaba al lado de su padre. Sus labios formaron una mueca y sus ojos rojos como las gemas que tanto amaba Yui se entrecerraron de manera peligrosa.

— ¡¿Qué quieres, ah?! —Preguntó de mala gana el menor y eso bastó para intimidarla más que Ayato.

Su padre hizo caso omiso de eso e incluso regañó a Yui por no haber probado ninguno de los manjares colocados en esa larga mesa que parecía no tener fin. Era demasiado para las diez personas que estaban ahí, pensó. Los demás invitados ni siquiera se acercaban a esa mesa; estaban felices en las demás, y aparte, seguían bailando y haciendo de las suyas.

Suspiró viendo a su regazo.

Había leído una vez una obra en la que unos niños jugaban aun estando vestidos con ropas elegantes por un vestíbulo de los que parecía tener esta mansión. Cuando su padre le había contado acerca de sus hijos (que no creyó que fueran seis, sino menos), pensó que podrían hacer algo como eso. Sin embargo, viendo cómo eran ellos, dudaba que hicieran eso. Y realmente lo lamentaba.

Siempre había querido estar con niños de su edad. Y ahora que por fin lo hacía, y que además, se trataban de su familia, no creía que todo fuera como las historias de esos libros que guardaba.

— ¿Te gusta tu familia, Yui-chan? —La forma en la que ese nombre resbaló de la boca de Karlheinz hizo que Cordelia pusiera los ojos en blanco y que Beatrix, por primera vez, mostrara enfado en su presencia.

La rubia vio a las dos mujeres que se comportaban extraño y luego vio a sus hermanos. No era la familia que esperaba, y no solo por el hecho de ser humana y ellos vampiros, pero…

—Me gusta mucho —respondió con sinceridad, haciendo que sus hermanos la vieran al mismo tiempo con, quizás, ¿sorpresa?

Karlheinz sonrió ante eso.

Yui sonrió también y decidió probar los alimentos que su padre consumía, sin contar que esos seis niños que la rodeaban se convertirían en su peor pesadilla. Quizás no ahora, quizás en unos cuantos siglos. Eso era algo de lo que su querido padre estaba seguro.