Disclaimer Frozen no me pertenece


Hola a todos este es un fic que se desarrolla dentro del universo de Frozen, es una reescritura de los hechos teniendo en cuenta de que hallan empezado de un punto de partida muy diferente, espero que lo disfruten


El Olor de las violetas

Cap1: el rechazo

La primavera era uno de los mejores momentos para visitar Arandelle, Kristoff amaba el ambiente de la ciudad en aquella temporada, las flores, las personas que caminaban por las calles vendiendo mercancía y entablando conversaciones. Todos querían pasar tiempo en el exterior, y charlar con sus vecinos mientras disfrutaban del clima y el sol primaveral.

Kristoff atravesó las murallas de la ciudad con una carreta cargada de hielo que pretendía vender en la plaza de mercado. El recolector siguió su plan sin ningún contratiempo, apenas entabló conversación con un par de personas, y logró dar su mercancía a un excelente precio. Mientras lo hacía, él no podía dejar de preguntarse como se sentiría tener una casa en aquel pueblo, un sitio al cual volver, con un familia que lo extrañase, pues si bien, él contaba con los trolls que lo habían criado desde que era pequeño, sentía que había un enorme abismo entre él y el resto de la raza humana, probablemente, era por esta razón que buscaba inconscientemente una manera de pasar desapercibido entre la multitud, pues a pesar de su gran estatura y poderosa apariencia, Kristoff podía caminar sin ser notado.

— Uff… lo siento mucho, de verdad, lo siento mucho — se disculpó una joven que chocó contra él.

— Ten más cuidado, fíjate por donde caminas — la regañó el recolector de hielo, al tiempo que ella levantaba una ceja mostrando que estaba ofendida por sus duras palabras.

— Ya dije que lo lamentaba — repitió la chica — iba corriendo, por eso no alcancé a parar y choqué contra ti — explicó la joven.

— Bien, no hay problema — respondió con frialdad el recolector de hielo quien se dispuso a seguir su camino.

— Oye, espera — lo llamó nuevamente la chica — probablemente, tu puedas ayudarme, necesito llegar Riverland pero no he encontrado una diligencia que salga desde acá, ¿sabes donde puedo encontrar una? — preguntó la joven.

— No hay diligencias hacía Riverland, tienes que tomar una hasta Hansberg, y después, otra que te llevé hacía donde quieres ir— le explicó Kristoff algo sorprendido ya que cualquier ciudadano de Arandelle sabría aquel dato.

— Parece que no eres de acá ¿no es verdad? — preguntó Kristoff .

— Todo lo contrario, nací en Arandelle, y apenas he salido de la ciudad un par de veces — aseguró la joven.

— Pues, es extraño que no conozcas algo que todo el mundo sabe — comentó el recolector, desconfiado.

— Si te pago, ¿podrías llevarme hasta Hansberg? — preguntó la chica.

— ¿Cuánto? — la interrogó Kristoff.

— Veinte.

— Cincuenta — respondió el muchacho.

— Cuarenta, y es mi última oferta — aseguró la joven mostrando determinación en su mirada, de tal manera, que impresionó al recolector.

— Es un trato, te llevaré, partimos al atardecer— dijo Kristoff quien quería refrescarse y comer algo.

— No puedo partir al atardecer, tiene que ser ahora — le indicó la chica con la misma firmeza que usó antes — tiene que ser ahora, sí, ahora, no después, ahora — balbuceó la joven quien trataba de sonar certera y segura de sí misma. Al escuchar esto, Kristoff hizo una mueca.

— Esta bien, pero quiero veinte ahora, y los otros veinte cuando lleguemos a Hansberg — exigió el muchacho.

— Hecho — respondió la chica quien le entregó unas cuantas monedas que sacó de su bolso.

— Bien, sube a la carreta — le indicó Kristoff, por lo que ella se detuvo y lo observó con detenimiento.

— Pensé que los recolectores de hielo usaban trineos para hacer su trabajo — comentó, en tanto subía con dificultad al vehículo.

— ¿Cómo supiste que era un recolector? — preguntó Kristoff sorprendido.

— Por tu ropa, y por que usas un reno, solo los recolectores de hielo tienen uno — respondió inteligentemente la chica.

— Sí, estás en lo cierto, soy un recolector de hielo, normalmente, rento estas carretas cuando tengo que bajar a la ciudad, también pago para que cuiden mi trineo. — respondió en tanto abordaba la carreta.

— ¡Vamos Sven! — gritó Kristoff quien puso a andar el vehículo. — por cierto, yo soy Kristoff, pero, no recuerdo que me hallas dicho tu nombre — comentó el recolector, quien calló en cuenta que su pasajera era una completa desconocida, y por más que su apariencia fuera inofensiva y agradable a la vista, no significaba que debiera bajar la guardia, después de todo, siempre había tenido muy clara una sola verdad: los renos son mejores que la gente.

— No creo que sea importante — comenzó la chica.

— ¡Ha! — rió Kristoff — ¿es que acaso eres una especie de prófuga de la justicia o algo así? — se burló el muchacho al ver la cara dulce de su pasajera y su contextura pequeña.

— Claro que no — negó la chica rápidamente — mi nombre es… Idun — dijo la joven dudando de su respuesta.

— Te llamas igual que la anterior reina — comentó Kristoff quien ya había salido de la ciudad y ahora se adentraba en el camino del bosque.

— Sí, ¡Ha!, sí, lo sé — dijo la chica nerviosa. La joven se mordió el labio y quitó el flequillo de su rostro mostrándose más y más insegura.

— Bien, Idun, ¿por qué una niña rica como tú querría ir hacía un puerto sucio y peligroso como Riverland? — preguntó Kristoff .

— ¿Cómo sabes que soy una niña rica? — exclamó Idun asustada — quiero decir, no soy una niña rica, soy una campesina, mis papás trabajan el campo, ellos son… — se apresuró a mentir la joven, pero ya era demasiado tarde, había caído en la trampa de Kristoff.

— Es obvio, "princesa" — comenzó el recolector en tono de burla, pero su pasajera se estremeció al oír aquella palabra — mírate, eres toda una niña rica, está escrito en tu cara, tu cabello, tus manos, se nota que jamás has movido un dedo, ni siquiera sabes que tipo de trasporte tienes que tomar para llegar a Riverland.

— No pensé que te molestara— comentó la chica algo enfadada — como sea, mis asuntos son mis asuntos, no te interesan, Christopher — le recriminó Idun.

— Mi nombre es Kristoff — corrigió bruscamente el recolector de hielo.

— No deberías viajar sola a Riverland, es peligroso, los marinos de la costa no son como los de Arandelle, te comerán viva a la primera oportunidad. He escuchado historias horribles acerca de gente que es robada en esos barcos, definitivamente, no te recomiendo que abordes uno de ellos — opinó el recolector.

— No tengo otra opción — dijo Idun sin despegar su vista del camino.

— ¿Porqué? — preguntó Kristoff aún más curioso.

— Ese no es tu asunto — respondió la chica.

— Tienes razón, no debería meterme en lo que no me importa — opinó el recolector malhumoradamente, y haciéndose el firme propósito de no volver a tratar de ser amigable con nadie.

— Lamento mucho haber sido grosera contigo, pero es complicado — murmuró Idun avergonzada.

— No te preocupes, no me ofendiste — contestó Kristoff sorprendido por el hecho de que una aristócrata como ella pudiese llegar a disculparse.

El resto de la tarde no fue silenciosa, a decir verdad, su pasajera no se cayó en el trascurso del camino, ya que absolutamente todo, despertaba su curiosidad.

— ¿Tú viajas mucho, Kristoff? — preguntó Idun.

— Sí — respondió Kristoff sin interés.

— Woow, que envidia, debe ser muy emocionante viajar por las montañas, ver sitios diferentes , yo siempre he querido hacerlo— comentó.

— Supongo que tus padres no te dejan salir — manifestó Kristoff.

— Sí, y no — dijo Idun.

— Mis padres murieron hace tiempo, vivo con mi hermana, ella es mi única familia con vida, pensé que le gustaría algo de compañía, pero creo que me equivoqué — explicó Idun animadamente con su voz cantarina, fingiendo que aquel asunto no era importante para ella. Pero, Kristoff había aprendido a ver más allá de las expresiones físicas de las personas, gracias a su silencioso e introspectivo carácter, por lo que entendió cuan importante era para aquella chica la atención de su hermana.

— Por eso quieres dejarla — conjeturo el recolector.

— Sí, es lo mejor para las dos — intervino la chica.

Pasaron otro par de horas antes de que la pareja llegara a la primera posada del camino, en donde Kristoff decidió que era hora de detenerse a descansar durante la noche. En realidad, el dinero que le pagó Idun por el viaje fue suficiente para pagarse un cómodo cuarto y una comida más que generosa. Por su parte, la chica decidió acompañarlo a cenar mientras que observaba maravillada su plato.

— Comes bastante — comentó Idun.

— Sí, mírame, soy alto, y me gano la vida levantando bloques de hielo que pesan tres veces tu propio peso — dijo el muchacho.

En ese momento, la dueña de la posada sirvió el plato de arroz y la sopa que la muchacha había pedido, por lo que Idun le agradeció, se quitó su sombrero, y rebeló un par de hermosas trenzas de cabello rojo en toda su gloria, las cuales deslumbraron a Kristoff, y llenaron sus sentidos de un perturbador olor a violetas. De repente, el recolector de hielo notó una delgada línea blanca, casi platinada, que se deslizaba hacía un lado de su cabeza, y que hacía parecer a su linda pasajera aún más misteriosa.

Kristoff siguió comiendo en silencio, mientras que su mente lo llevó a su niñez, pues la única vez en que vio algo parecido fue en aquella memorable noche en la que los trolls lo adoptaron. El recolector recordó a la familia real, en especial, visualizó a las dos princesas, ya que la mayor lucía aterrorizada, y la menor se hallaba inconsciente. Fue en ese momento, que el muchacho unió los cabos, y abrió los ojos de par en par, pues el color rojo de su cabello, su distintivo porte aristocrático, y la delgada línea blanca, apuntaban hacía una increíble verdad: no se trataba de chicas diferentes, su misteriosa pasajera no era otra que la princesa Anna de Arandelle.

Por un breve momento, Kristoff se planteó la posibilidad de descubrirla y obligarla a volver a su reino, en todo caso, sabía que se encontraría en enormes problemas si un guardia lo llegaba a encontrar con la princesa prófuga de Arandelle, probablemente, pensarían que él la había raptado o algo por el estilo, y de seguro terminaría en la horca como cualquier criminal.

— Es una locura — comenzó Kristoff.

— ¿Qué? — preguntó la princesa mirándolo con sus enormes azules.

— No deberías viajar sola, mucho menos a Riverland, por más que lo pienso, creo que no deberías hacer ese trayecto— opinó el recolector con una expresión seria en el rostro — es muy peligroso, en especial para alguien que parece tan inexperta y confiada como tu.

— No soy inexperta y confiada — se defendió la chica.

— ¿En serio crees eso? — preguntó Kristoff — veamos, le ofreciste dinero al primer extraño que encontraste en la calle para que te llevara a Riverland, y decidiste viajar con él, sin importar si pudiera hacerte daño o no, eso me parece bastante ingenuo — opinó el recolector de hielo.

— Pero tu no piensas hacerme daño ¿no es verdad? — preguntó la princesa de Arandelle quien parecía incómoda en su asiento.

—Podría hacerlo — comentó Kristoff con un tono tan serio como frio.

—Pero no lo harás, no pareces ser malo — respondió Anna con voz temblorosa.

— Eso no significa que no lo sea— arremetió Kristoff, por lo que la princesa se estremeció.

— Creo que tengo que irme — comenzó Anna, quien tenía la intención de escapar, a juzgar por la manera en que apartaba su silla.

— ¡No! — exclamó Kristoff, mientras que estiraba su mano y tomaba firmemente la que ella tenía sobre la mesa.

— ¿Qué haces? — preguntó la princesa nerviosa.

— Deja de mentir, ya sé quien eres, y creo que es mejor que regreses a casa — opinó Kristoff, por lo que Anna abrió los ojos de par en par.

— ¿D-de que estás hablando? — tartamudeó la princesa.

— Alteza — empezó el chico exasperado — yo sé muy bien que eres una princesa, y si no regresas a tu casa podrían apresarme — concluyó.

— ¿Cómo lo supiste? — preguntó Anna quien se encontraba a punto de las lagrimas.

— La línea que tienes en el pelo — señaló el recolector — te vi hace mucho tiempo, puede que tú no me recuerdes, pero yo te recuerdo claramente.

— No puedo regresar — dijo la chica aún con la voz quebrada.

— Sí puedes — la contradijo Kristoff — no debes escapar de esa manera, debe haber una mejor forma de salir de castillo. Habla con tu hermana, probablemente ella pueda darte una mejor solución — opinó el recolector.

— Probablemente— contesto Anna escuetamente.

— Tengo una idea — sugirió Kristoff — vamos a dormir, tal vez en un par de horas puedas planear mejor tu huida, pero yo creo que no es la mejor solución — comentó amablemente el recolector quien temía que ella se enfadara.

— Sí, dormir es lo mejor — afirmó la chica, quien se puso lentamente de pie. — iré a mi habitación, creo que necesito descansar — comentó Anna confundida. Kristoff le respondió con una débil sonrisa, y ella se marchó, dejando tras de sí un plato de sopa frio a medio terminar, y el fantasma de su aroma a violetas.

Por su parte, Kristoff se quedó en su asiento sorbiendo lentamente su plato de estofado, hasta que lo terminó, mientras que su mente volvía hacía la princesa. El recolector de hielo hubiera querido decir que no entendía su deseo de dejar el castillo de Arandelle. Pero él se había visto en una situación similar durante su niñez, pues, cuando tenía seis años escapó del orfanato en donde vivía. Puede que halla optado por la vida más dura, pero aún hoy, el muchacho estaba convencido de que tomó la mejor decisión. Kristoff se puso de pie, y decidió ir directamente a su habitación, sin embargo, cambió de parecer y eligió visitar a Anna.

— Anna — llamó Kristoff al tiempo que tocaba la puerta — Anna — insistió sin obtener respuesta, en tanto golpeaba con mas fuerza. En ese momento, la puerta se abrió lentamente, acompañada por un sonido seco que le dejó ver la habitación vacía. Anna había huido.

Por unos breves instantes, Kristoff decidió dejarla ir, después de todo, ella ya no era su problema, pero al recordar el rostro de su pasajera, el recolector de hielo intuyó que no era lo mejor, pues no tardaría en encontrar problemas o ponerse en una situación de riesgo. Kristoff sabía que lo lamentaría, pero debía ir tras ella.

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Anna cruzó la pequeña villa en la que quedaba aquella posada, y siguió sola por el camino hacía el bosque. La princesa sabía que aquella no era la opción más inteligente, pero también sabía que debía alejarse del recolector de hielo lo más rápido posible, él conocía su verdadera identidad, y podía poner todo su plan en riesgo.

Afortunadamente, los primeros pasos del camino estuvieron muy concurridos por otros viajeros y caminantes que preferían desplazarse de noche para evitar la congestión durante el día, no obstante, hubo un pequeño tramo en el que la luz de la luna comenzó a desaparecer, y el bosque se volvió sobrecogedor. En ese momento, Anna extrañó la presencia de su caballo, y de las comodidades de viajar en una diligencia o carreta, pero ya había llegado hasta ese punto, y no se daría por vencida.

De repente, el sonido de hojas chocar unas con otras la alertó. Había algo en el bosque que la seguía. Posteriormente, una rápida respiración llamó su atención, pues se trataba de un animal. Anna sabía que los lobos rondaban los caminos del bosque a aquella hora, ella había escuchado innumerables historias acerca de sus ataques, por lo que la chica miró frenéticamente a sus lados tratando de encontrar el origen de aquel sonido.

— Anna — Gritó Kristoff.

— Kristoff — respondió ella, mientras que la carreta se aproximaba.

—Ven aquí — le ordenó Kristoff, quien estiró la mano y tomó la de Anna, sin detener completamente la carreta. La princesa subió al vehículo, ayudada por la increíble fuerza del recolector.

— Son lobos — dijo Anna.

— Sí, ya lo noté — contestó Kristoff, quien tenía el seño fruncido. — corre Sven — gritó el recolector, mientras sostenía las riendas del trineo con fuerza.

La manada de lobos comenzó a perseguirlos a través del oscuro bosque, mientras que el recolector y la princesa hacían lo posible por aumentar la velocidad de la carreta. Anna se sorprendió al ver la increíble fuerza de Kritoff, quien con una sola patada apartó uno de los animales que llevaba abierto su hocico, con la intención de morderlos.

— Oh no — gritó Anna al ver frente a ellos un profundo barranco — Sven, tendrás que saltar — dijo la princesa al tiempo que se inclinaba sobre el reno.

— Tu no le dices que hacer — vociferó Kristoff quien levantó a Anna en sus brazos como si fuera una pieza de papel — yo lo hago — completó el recolector, y la lanzó sobre el reno.

Anna sintió los músculos del animal contraerse, mientras que el reno saltaba la increíble distancia debajo de ellos. Por su parte, Kristoff permaneció en la carreta sosteniéndose del asiento delantero, en tanto rogaba por que la velocidad del vehículo fuera suficiente para atravesar el barranco. Justo en el momento preciso, el recolector saltó y alcanzó el extremo contrario del precipicio. Sin embargo, él notó que su agarre no sería suficiente para detenerlo.

— Sostente — gritó Anna mientras le lanzaba la pica atada a una cuerda. Kristoff tomó la herramienta, y dejó que la princesa y el reno lo empujaran hasta un punto más seguro.

— Esto es terrible — se quejó el recolector de hielo en tanto se ponía de pie con ayuda de Anna. Kristoff caminó hasta el precipicio, y miró los restos de la carreta en lo profundo del abismo.

— El viejo Oaken me cobrará una fortuna por esa carreta, no sé como le pagaré, tendré que vender mi trineo— dijo el recolector sin quitar la vista del precipicio.

— Yo remplazaré la carreta, y todo lo que había en ella. — lo consoló Anna.

— ¿De verdad? — preguntó el recolector esperanzado.

—Sí — respondió la chica, quien tuvo que aceptar que ya no podría huir, pues tenía una deuda con el recolector, quien había la había ayudado sin medir las consecuencias.

— Regresemos a Arandelle — comentó Anna resignada.

— ¿Estás segura? — preguntó Kristoff, pues él sabía que aquella acción era todo un sacrificio para la princesa.

— Sí, te prometí que pagaría tu carreta y así será — dijo la chica con una débil sonrisa en los labios.

Kristoff se sintió conmovido por aquello, pues la princesa era del tipo de personas que cumplían sus promesas, él no conocía a muchos como ella, o mejor dicho, ninguno. Pero no pudo evitar sentirse feliz de encontrar a alguien que le ofreciera la mano desinteresadamente, este tipo de actos hacían que el recolector de hielo quisiera recobrar la fe en el mundo, la cual había perdido hace mucho tiempo.

La princesa y el recolector de hielo caminaron toda la noche por el sendero del bosque, querían llegar a Arandelle al amanecer para descansar y tomar una buena comida. Mientras marchaban, Anna no pudo dejar de sentirse culpable, después de todo, él había perdido sus pertenencias por su culpa. Llegaron a la ciudad cuando eran cerca de las ocho de la mañana, y aunque atravesaron la muralla sin problemas, la situación se complicó cuando se encontraron frente a la puerta del castillo, en donde los centinelas esperaron a que la pareja entrara.

— ¡Kristoff! — gritó la princesa, al ver que un grupo de guardias arremetieron contra él. Los soldados lo esposaron y pusieron gruesos grilletes en sus tobillos. El recolector de hielo luchó contra ellos mientras que Anna corría hacía él.

— ¡Déjenlo! — gritó Anna mientras trataba de apartar el brazo del guardia, sin embargo, el soldado movió instintivamente el codo, por lo que le pegó fuertemente en la cara.

— ¡Déjenlo! — repitió la princesa.

— ¿Qué es lo que sucede? — preguntó una imponente voz en la entrada del castillo. — Capitán, exijo una explicación inmediatamente — dijo la dueña de la voz. Anna levantó su rostro y se dio cuenta de que se trataba de la mismísima reina Elsa quien venía a inspeccionar la situación.

— Su majestad — dijo el capitán de la guardia del palacio en tanto hacía una reverencia.

— ¿Qué es lo que sucede? — preguntó la reina nuevamente. Sin embargo, no alcanzó a recibir respuesta, ya que Elsa levantó su mirada hacía su hermana menor que se hallaba a un par de metros de ella.

— ¡Anna! — exclamó Elsa, en tanto bajaba rápidamente los escalones hacía el antejardín del castillo. La princesa se sorprendió al ver la ligereza con la que se movía la reina, como si en realidad se encontrara feliz de verla. No obstante, a Anna no le sorprendió que su hermana se detuviera abruptamente y la mirara con sus gélidos ojos, mientras le preguntaba: — ¿dónde has estado? ¿tienes alguna idea de cuanto te han buscado los guardias de la armada?

Anna se entristeció tras escuchar el tono frio y desinteresado en el que dijo aquellas palabras, pensó en que debió escapar cómo lo había planeado en primer lugar, por lo menos, ya no tendría que vivir tras puertas cerradas.

— ¿Qué te pasó en la boca? — preguntó Elsa quien frunció el seño. Después, la reina levantó la mano ligeramente para tocar la oscura marca y el hilo de sangre que le brotaba del labio inferior, pero se arrepintió antes de alcanzar su piel.

— No es nada, solo fue un accidente. Un soldado me pegó por error — dijo Anna restándole importancia.

— ¿Qué? — preguntó Elsa furiosa, al tiempo que Anna sentía que el viento frio le golpeaba la cara— esto es inaudito, es…

— Fue un accidente — repitió Anna — yo me crucé en su camino, él no quería lastimarme.

— ¿Y que hay de él? — preguntó la reina, quien señaló a Kristoff con el índice.

— Su majestad, este es el hombre que secuestró a la princesa Anna — intervino el capitán.

— ¡Eso es mentira! — exclamó la princesa. — yo escapé — gritó. Por un breve momento, todos lo presentes se quedaron en silencio, ya que la confesión de la princesa tenía graves implicaciones, en especial, para su hermana.

— ¿Por qué? — preguntó Elsa de manera calmada.

— No puedo seguir viviendo así, tras puertas cerradas — respondió Anna en voz alta. Elsa se dio vuelta y se dirigió a su capitán una vez más.

— Por favor, deje libre a este hombre, llévelo a la cocina, hablaré con él tan pronto acabe con "esto" — ordenó la reina. Cuando los soldados y el recolector las dejaron solas, Elsa caminó lentamente hacía Anna hasta que se encontró a un palmo de ella.

— Anna, lo que hiciste fue muy irresponsable — comenzó la reina de una manera tan seria, que Anna entendió de inmediato la magnitud de su error — hiciste que desplazara a toda la guardia real, pensé que te encontrabas en peligro, y ahora ese pobre recolector de hielo ha sido herido por tu culpa.

— No quiero seguir viviendo así — repitió la princesa — odio las puertas cerradas, odio no tener alguien con quien hablar. No tengo amigos, ni familia, tampoco conozco el mundo por fuera de Arandelle ¿qué mas querías que hiciera? — preguntó Anna con un ligero tono de desesperación en su voz.

— Anna… — empezó la reina, quien ya había contemplado la posibilidad de que su hermana pudiera sentirse así. En ese breve instante, Elsa deseó muchas cosas, como poder decirle la verdad, o protegerla sin necesidad de sacrificarse a sí misma, incluso, soñó en como sería la vida sin sus desdichados poderes.

— Sé que parece injusto, pero lo más conveniente es que cada una mantenga su lugar. Yo soy la reina y tu eres mi reemplazo — dijo Elsa tranquilamente, pero al ver la mirada de Anna supo que había cometido un error al pronunciar aquellas palabras. En ese momento, la reina quiso acercarse a la menor, abrazarla y decirle una y otra vez cuanto la amaba, sin embargo, una extraña comezón en la punta de sus dedos le impidió hacerlo. Elsa sabía lo que significaba, sus poderes trataban de salir por debajo de sus guantes, y ella debía hacer lo posible por controlarlos.

— Sí, lo soy… — murmuró Anna quien dejó caer su rostro, y luego mordió su labio inferior como si intentara contener las lagrimas.

— Anna, lo lamento mucho, no debí decirte aquello— dijo Elsa mientras negaba ligeramente con la cabeza.

— No tienes porque disculparte — dijo Anna en un tono calmado que le puso a Elsa los pelos de punta — Si me disculpas, voy a estar en mi habitación — concluyo la chica, quien se dio media vuelta y comenzó a caminar hacía el castillo.

— Lo olvidaba — dijo la princesa antes de pasar el umbral del palacio — ¿podrías pagarle a Kristoff su carreta? La perdió por mi culpa, así como todo lo que tenía en ella — comentó. Después, Anna entró al castillo.

Elsa la vio marchar, en tanto pensaba una y otra vez en como debía proceder, pues la princesa estuvo a punto de cometer una locura, y ella no podía permanecer con lo brazos cruzados mientras que Anna arruinaba su vida. La reina caminó hasta el comedor segundario en las cocinas. Al verla, la servidumbre detuvo sus tareas e hicieron una leve reverencia.

— Buenos días — saludó la reina.

— Buenos días, majestad — respondieron los hombres y mujeres al unísono.

— Lamento interrumpir sus tareas, pero me temo que les pediré que se retiren por unos minutos — pidió Elsa amablemente. Aunque la frase se escuchó como una especie de favor, todos sabían que era una orden enmascarada. Uno a uno los sirvientes se retiraron, hasta que solo quedó Kristoff frente a ella, quien se puso de pie al verla entrar.

— Puedes sentarte — le permitió Elsa, por lo que el recolector de hielo se sentó nuevamente en su puesto, en tanto ella ocupaba la silla de al lado.

— Mi hermana no me explicó gran cosa, quiero que me digas exactamente que pasó— pidió la reina preocupada. Por su parte, Kristoff procedió a contarle uno a uno los eventos del último par de días, desde su encuentro con Anna hasta el escape de los lobos.

— Casi morimos en aquel barranco — concluyó Kristoff calmadamente, y recordando el miedo que sintió en ese instante.

— Sin duda — respondió la reina impresionada. — gracias por ayudarla, y por traerla de vuelta — dijo Elsa ceremoniosamente.

— Supuse que era lo debía hacerse — respondió el recolector.

— Tu no tenías la obligación de ayudarla, otro en tu lugar hubiera decidido ignorarla y seguir con su camino— comentó la reina.

— Es una suerte que yo sea yo, y no otro— dijo Kristoff escuetamente.

— Sí, es una suerte — confirmó Elsa — ¿Cuál es tu nombre?

— Kristoff.

— Kristoff — repitió la reina — creo que tengo una propuesta para usted, Kristoff. Desde hace algún tiempo vengo pensando en que mi hermana necesita una persona que le haga compañía, alguien que pueda hablar con ella — sugirió Elsa cuidadosamente, como si caminara sobre cascaras de huevo.

— ¿Quiere pagarme para que sea su amigo? — preguntó el recolector de una forma ruda que impresionó a la reina.

— Yo… No, bueno, algo así, pero no, eso se escucha terrible — balbuceó Elsa nerviosa por la franqueza del recolector.

— Pero es la verdad, ¿No es así? — preguntó el muchacho levantando una ceja.

— Yo solo quiero que ella tenga un amigo — comentó la reina.

— Pues abra las puertas — sugirió Kristoff encogiéndose de hombros — haga bailes y reuniones, o ese tipo de cosas que tanto le gustan a los nobles, de seguro conocerá a alguien.

— No puedo hacer aquello — negó Elsa — es una larga historia — concluyó. Kristoff la entendió, después de todo, él conocía el secreto de la reina. El recolector de hielo recordó los eventos que siguieron a la visita de la familia real al valle de los trolls. El rey ordenó clausurar las puertas del castillo, prohibir todo visitante indeseado y disminuir la servidumbre al mínimo. En aquel momento, las personas del pueblo pensaron que su gobernante se había vuelto loco, y que aquella acción no sería otra cosa que una excentricidad pasajera. Sin embargo, ya habían pasado trece años y las princesas aún vivía como reclusas.

— Es temporada de recolección de hielo, la primavera es el mejor momento para hacer negocios, no puedo darme el lujo de dejar mi trabajo — comentó Kristoff.

— No le estoy pidiendo que abandone su trabajo, pero necesito que venga frecuentemente, yo le pagaré lo que usted deje de recibir por esos días de recolección sacrificados— comentó la chica mientras tamborileaba los dedos sobre la mesa, nerviosa por la clase de negocio peligroso que llevaba a cabo.

— Exactamente, ¿qué es lo que quiere que haga? — preguntó Kristoff desconfiado.

— No mucho, solo pasar tiempo con ella — comenzó la reina — aunque preferiría que se quedara como su amigo, y se abstuviera de convertirse en "algo más" — dijo la reina.

— Me halaga — soltó Kristoff sin humor en su voz. — jamás me imaginé que una princesa de Arandelle pudiera verme como "algo más" —se burló Kristoff quien sabía perfectamente hacía donde se dirigía la reina. Era claro como el agua que la sociedad lo soportaría como un mero amigo, pero nunca aprobarían una relación entre los dos.

— Usted parece un buen hombre, parece que ella le simpatiza, y por la forma en que ella lo defendió, sé que Anna lo tiene en alta estima — comentó la reina.

— No se preocupe majestad — dijo Kristoff quien se puso de pie tras terminar su comida, sin siquiera pedir permiso o mostrar modales frente a ella— yo regresaré, cumpliré mi promesa, estaré de vuelta en una semana. Solo espero que usted cumpla su parte del trato — concluyó, y se alejó por las escaleras que conducían hacía la parte superior del castillo.

— Espera — gritó Elsa — Anna me dijo que te pagara la carreta que perdiste por su culpa — dijo la reina en tanto se ponía de pie.

— No hay problema, el dinero que ella me dio por llevarla a Riverland es más que suficiente, sin embargo, aún sigo esperando que usted cumpla su parte del trato — comentó Kristoff, antes de subir definitivamente por las escaleras.

Elsa se sintió miserable al verlo partir, ella pensaba que era la más rastrera hermana del mundo, ¿qué clase de persona le pagaba a un completo extraño para que pasara tiempo con su familia?. Sin embargo, Elsa no se echó para atrás, pues esta era la única forma que tenía para hacer a Anna feliz, sin comprometer la privacidad que requería para mantener sus poderes en secreto, pues era mucho más fácil dejar entrar a una sola persona, que abrir las puertas definitivamente. Lentamente, la reina caminó hasta la hornilla, tomó un tazón de cobre que colgaba de la parte superior de la cocina, hirvió agua y preparó una taza de té, la cual tomó en la pesada mesa de madera, mientras pensaba una y otra vez en Anna, en cuanto la amaba y cuán incapaz era de hacérselo entender.

Mientras que la reina tomaba su té en la cocina, Kristoff subía por las escaleras hasta el recibidor del castillo.

— Kristoff— lo llamó Anna quien se encontraba parada en la entrada — ¿te encuentras bien? — preguntó la chica preocupada.

— Sí, eso creo — respondió el recolector de hielo — tu hermana me invitó a cenar. Fue muy gentil de su parte — comentó el muchacho quien no sabía hacía donde debía guiar aquella conversación.

— ¿Cómo te encuentras? — preguntó Kristoff en tanto señalaba su boca amoratada.

— Bien, pero aún me duele un poco — comentó la chica.

— Anna — comenzó nuevamente el recolector reuniendo el coraje para hacer lo siguiente: — ¿podría venir nuevamente a visitarte? — preguntó Kristoff nervioso.

— ¿A mi? — dijo la chica sorprendida — ¿por qué?... quiero decir, sí, sí, me encantaría que regresaras a visitarme — concluyó Anna emocionada, en tanto comenzaba a reprimir una serie de salticos de emoción.

— ¿Crees que Elsa lo permita? — preguntó Anna quien perdió un poco de su alegría.

— Yo le pregunté, y ella aceptó — comentó Kristoff dedicándole una suave sonrisa. Anna se emocionó como nunca, sus ojos brillaron y sus labios se curvaron en una enorme sonrisa.

— Podríamos salir a pasear, si no te molesta— sugirió.

— No, como crees… quiero decir, no me molesta, es más, suena muy divertido — dijo Anna contenta.

— Prefecto, tengo que ir a la Montaña del Norte a recoger unos cuantos bloques, estaré de vuelta la próxima semana, entonces, saldremos juntos, ¿te parece bien? — preguntó Kristoff.

— S-si — tartamudeo Anna quien aún no se reponía de la emoción. Kristoff se dio vuelta y se dispuso a salir del castillo, cuando sintió una mano que tomaba la suya.

— Espera — lo detuvo Anna — quiero preguntarte algo — dijo la chica, por lo que el recolector la miró a los ojos y esperó el golpe.

— ¿Por qué me invitas? Pensé que opinabas que yo no era más que una niña rica y consentida — comentó, por lo que Kristoff se puso muy nervioso, pues no sabía como evitar caer en aquella trampa.

— No es cierto — negó Kristoff — creo que eres simpática.

— ¿De verdad? — preguntó Anna con ilusión

— Sí.

— Oh, vaya, nadie me lo había dicho — dijo la chica al tiempo que sonreía abiertamente. — Entonces, te esperaré.

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Transcurrió una semana antes de que Kristoff volviera a poner un pie en el castillo, y cuando lo hizo, fue recibido con gran emoción. El recolector de hielo nunca pensó que una de las dos misteriosas princesas de Arandelle se alegrara tanto de verlo, era una escena absurda, pero muy conmovedora. Durante el trascurso de la última semana, el muchacho se preguntó una y otra vez si debía regresar. Por su puesto, él tenía un acuerdo con la reina, pero, al mismo tiempo se sentía como un traidor, pues le dijo a Anna que la única razón para verla era porque ella le simpatizaba.

— Volviste, no puedo creer que volviste— dijo Anna en tanto él detenía la carreta en frente del castillo.

— Hola Sven, yo también estoy feliz de verte — comentó la chica, mientras que el reno le expresaba todo su cariño.

— Gracias por volver — agradeció Anna genuinamente conmovida y mirándolo con sus gigantescos ojos azules.

— Te di mi palabra — respondió Kristoff.

Anna invitó a Kristoff a almorzar, juntos pasaron la tarde en el castillo, pues la reina les comunicó que prefería que no dejaran los jardines. El recolector de hielo aprendió mucho sobre Anna en aquellos cortos instantes, tras ver las largas galerías de arte donde solía entretenerse, o el salón de baile donde ella solía practicar sin pareja que la acompañara. En conclusión, el muchacho entendió cuan solitaria era la princesa.

— ¿Elsa nunca deja su habitación? — preguntó.

— No — respondió Anna.

Aquel día soleado de primavera era perfecto para disfrutar de Arandelle en su máximo esplendor, por lo que la princesa y el recolector de hielo pasaron la tarde bajo un antiguo sauce en el jardín del palacio, mientras que una familia de patos les hacía compañía. Kristoff nunca pensó que pudiera tener tanto en común con una persona que aparentemente era opuesta a él, pero Anna era como un bálsamo para las heridas. Su compañía era encantadora, alegre e impredecible, capaz de sanar cualquier corazón, y al recolector le gustaba creer que ella sentía lo mismo por él.

Las visitas se repitieron varías veces en el trascurso de las siguientes tres semanas, y siempre estaban seguidas por el mismo ritual: Elsa le pedía que fuera a su oficina, le preguntaba acerca del trascurso de la tarde, y le daba el dinero prometido. Kristoff se sentía sucio cada vez que recibía el pequeño bulto de monedas de oro, pero se consolaba diciéndose que él tan solo estaba haciendo lo necesario para sobrevivir.

Sin embargo, tuvieron que pasar cerca de dos meses antes de que la reina le permitiera a Anna dejar el palacio, al parecer, Elsa aún temía que ella pudiera escapar. El recolector la llevó al lago Lenn a las afueras de Arandelle, en donde pasaron el día pescando y corriendo por el campo como si fueran un par de niños. Fue allí cuando Kristoff se dio cuenta de que se estaba comenzando a enamorar de la princesa.

Kristoff sabía a la perfección que enamorarse de una mujer como aquella era un error, probablemente, Elsa tendría planes para Anna, la reina trataría de casarla con algún noble que pudiese ser útil para los intereses económicos y políticos de Arandelle, aún así, el recolector de hielo no podía ir en contra de sus propios instintos e ignorar el perturbador aroma de violetas que lo seguía a donde quiera que fuera.

El recolector subió los escalones que conducían a la oficina de Elsa, se sentó en la pequeña sala junto a su escritorio y esperó a que llegara el té. Aquel ritual se había convertido en algo obligado entre ellos, como una conversación no verbal que compartían dos viejos amigos. Sin embargo, aquel día Kristoff quiso romper la tradición.

— Deberías ir con nosotros la próxima vez — dijo Kristoff, en tanto miraba a la reina por encima de la mesita de té, en donde reposaba la tetera y una charola con galletas.

— No es prudente que yo abandone este castillo — dijo la reina firmemente— tengo asuntos que debo atender— concluyó mientras bajaba su tasa y sacudía la cucharilla en ella. Kristoff entendió que aquel tema era indeseable.

— Nunca me has preguntado como supe que Anna era la princesa de Arandelle — le recordó Kristoff.

— Supongo que debiste verla un día en la plaza — comentó Elsa casualmente.

— No — respondió Kristoff — la reconocí por el mechón blanco en su cabello— comentó el muchacho.

— ¿El mechón? — preguntó Elsa genuinamente impresionada, pues no esperaba esta clase de respuesta.

— Elsa — empezó Kristoff quien midió sus palabras — ¿tu crees en trolls?

— Sí — respondió la reina quien sentía su garganta y boca secas.

— Yo fui criado por ellos, viven en el valle a las afueras de Arandelle, en…

— La desviación del camino occidental — completó la reina — lo sé.

— Aún recuerdo la noche en la que las vi por primera vez. Yo era un aprendiz de recolector, volvía a Arandelle después de un día mediocre, y vi un rastro de hielo tras unos caballos que galopaban a toda velocidad, pero no fue sino hasta que llegué al valle que descubrí la verdad: tu tienes magia, Elsa — dijo el recolector seriamente.

— Es conmovedor que creas en magia y en trolls, Kristoff, pero no tengo tiempo para este tipo de tonterías— comentó la reina mientras apartaba su taza.

— Me dijiste que tu también creías en trolls— le recordó el recolector.

— Suficiente, no quiero seguir hablando de esto — sentenció Elsa quien se puso de pie y tocó la campanilla para llamar a la mucama encargada de recoger la bandeja del té.

— Aquella noche, gran Pabbie te dijo que el miedo sería tu peor enemigo, y creo que ese es tu problema, vives sumergida en él— comentó Kristoff seriamente, y mirándola a los ojos.

— Bien, te creo, tu sabes la verdad— reconoció la reina — y si mi memoria no me falla, aquel troll también me dijo que debía aprender a controlar mis poderes, cosa que no he podido hacer, así que no tienes derecho a opinar.

— Probablemente no, pero estás desperdiciando tu vida y la de Anna, o le dices la verdad, o la dejas marchar. No puedes retenerla para siempre tras puertas cerradas, mientras tu te consumes en tu temor — opinó el recolector de hielo.

Desde el primer momento en que el recolector puso un pie en su castillo, Elsa entendió que él no era una persona evasiva, todo lo contrario, no temía decir la verdad así fuera inconveniente o lastimara, y por su puesto, él no planeaba hacer una excepción con Elsa solo porque fuera la reina.

— No planeó retenerla, pero quiero evitar que cometa errores irreversibles — dijo la chica.

— Ella te quiere, y te necesita — opinó el recolector de hielo — además, debe ser triste vivir de la forma en la que lo haces. Yo sé que deseas salir de este castillo tanto como Anna.

— Lo que yo desee es irrelevante, soy la reina, y tengo una serie de deberes que tengo que cumplir — concluyó Elsa quien se sentía más y más herida por la conversación.

— Kristoff, voy a pedirte que te marches —dijo la reina en un tono que no admitía replica. El muchacho se puso de pie, tomó el bulto de monedas sobre la mesa, y caminó a la salida — ¡espera! — exclamó Elsa antes de que él pasara por el umbral de la puerta.

— Prométeme que no dirás nada — dijo la reina casi desesperada.

— No le he contado a nadie acerca de tus poderes en trece años, ¿por qué iba a hacerlo justamente ahora? — preguntó el recolector de hielo. — Anna y yo vamos a ir al lago Lenn el próximo viernes, deberías viajar con nosotros.

— Me temo que no será posible — negó la reina.

— Piénsalo — dijo el recolector antes de retirarse de la habitación.

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El viernes llegó, por lo que Kristoff y Anna se prepararon para ir al lago Lenn. La princesa estaba muy emocionada por aquella excursión, pues tras mucho pensarlo, la chica deseaba aprovechar aquella ocasión para decirle al recolector como se sentía respecto a él. Anna siempre soñó con un pretendiente sacado de los cuentos de hadas, galante como en las novelas románticas y las pinturas que solía mirar en las galerías del palacio. Sin embargo, el recolector era muy diferente al hombre de sus sueños, él era burdo, y francamente algo grosero, Aún así, ella lo quería, y pensaba que era una de las personas más especiales que hubiera conocido.

Desde que se subió a la carreta, Anna se hizo el firme propósito de hacerle saber sus sentimientos y sobre todo, que él la aceptara.

— Kristoff — empezó Anna.

— ¿Sí? — preguntó el muchacho con desinterés. En tanto se adentraban por el camino del bosque. Anna se movió disimuladamente hacía Kristoff, a punto tal, que sus rodillas se pegaban la una con la otra, y podía sentir su respiración aumentar de velocidad.

— Quiero que sepas que aprecio mucho todo lo que has hecho por mi — dijo la chica. Kristoff apretó las riendas de Sven hasta que sus nudillos comenzaron a volverse blancos.

— Gracias Anna — respondió escuetamente el recolector.

Kristoff estaba enamorado de Anna, pero este hecho no lo hacía feliz, todo lo contrario, el recolector estaba comenzando a creer que aquello no era más que una carga. La princesa era una noble y él no, y esa era una verdad que jamás podría cambiar. Adicionalmente, él llevaba sobre sus hombros el peso de la advertencia de Elsa, ella le dijo que nunca podría ser más que su amigo, y aquello era completamente entendible. De seguro, la reina tenía planes más grandes para su hermana y él tan solo sería un obstáculo.

En ese momento, Anna puso su pequeña mano sobre su brazo. Aquel leve movimiento lo descolocó, pues el toque de la princesa era suave y encantador. Kristoff sabía que aquella reacción no era normal, pero en aquellos días un simple roce entre los dos era suficiente para alertar todos sus sentidos, y algo le decía que ella conocía su efecto sobre él.

— ¿Ya casi llegamos? — preguntó Anna tan cerca que sus labios rozaron suavemente su oreja.

— Sí— respondió escuetamente Kristoff. El recolector contuvo la respiración al sentir el suave cosquilleo de la piel de Anna junto a la suya, y su aroma de violetas.

— Apártate— le ordenó Kristoff.

—¿Qué? ¿Por qué? — preguntó la princesa genuinamente ofendida, mientras se preguntaba cuál fue su error.

— No puedo guiar de Sven de esta manera — explicó en un tono frio como el hielo — así que apártate — repitió.

Anna se corrió unos cuantos centímetros en la dirección opuesta. El cuerpo de Kristoff la extraño de inmediato, quería sentir su calor y su aroma junto a él, pero su cerebro le repetía una y otra vez que había tomado la mejor decisión. Sin embargo, conforme pasaban los minutos, la piel del recolector seguía reclamando su presencia.

—¡Kristoff! — exclamó Anna — ya pasamos el desvío hacía el lago, olvidaste girar hacía la derecha — señaló la muchacha, quien se encontraba más alerta que su despistado amigo.

— ¡Oh! Tienes razón — dijo Kristoff al tiempo que comenzaba a dar vuelta. — lo lamento, me distraje. — se disculpó.

— Invité a tu hermana, pero no quiso acompañarnos — comenzó Kristoff, quien trataba de romper la tensión que se impuso entre los dos.

— Elsa nunca nos acompañará — contestó Anna de una manera tajante, que le dejó claro que debía detenerse, y no tratar el tema nuevamente.

Fue cuestión de minutos antes de que llegaran al lago Lenn, en donde la pareja descargó la carreta y se prepararon para pasar un día de pesca bajo el sol. Sin embargo, no pasaron más que un par de horas antes de que Anna intentara hablar con el recolector nuevamente.

— Kristoff — llamó la chica — creo que mi caña de pescar se atascó.

— Déjame revisarla — comentó el recolector, quien corrió a ver lo que sucedía. Kristoff la inspeccionó.

— El problema no es la caña de pescar. Tu la sostienes mal — la regañó el muchacho en tanto le pasaba nuevamente la caña. Anna tomó el artefacto mientras dejaba que el guiara sus torpes dedos sobre la complicada maquinaria.

— Sostenla firmemente — dijo Kristoff. La princesa volteó su cabeza e impulsivamente le dio un beso en la mejilla.

El recolector de hielo cerró los ojos por algunos segundos mientras disfrutaba aquel sencillo gesto, por su parte. Al verlo reaccionar de aquella manera, Anna se alegró, pues estaba segura de que él no la rechazaría. Sin embargo, algo muy diferente atravesaba la mente de Kristoff, pues él no podía dejar de pensar en los obstáculos que tendría su relación.

— Eso no fue una buena idea — dijo el recolector alarmado.

— ¿A que te refieres? —preguntó Anna quien había comenzado a jugar y enlazar sus dedos, en un gesto que ponía de presente su nerviosismo — Kristoff, desde hace algún tiempo he querido decirte cuanto me gustas, creo que eres una persona…

— Espera, Anna — la interrumpió Kristoff — sé hacia donde va todo esto, y me temo que no puede ser — dijo el muchacho.

A decir verdad, Kristoff hubiera querido dar un paso hacía adelante, tomar el pequeño rostro de Anna entre sus manos y besarla hasta que ambos quedaran sin aliento. El recolector había imaginado aquella escena una y otra vez en su mente durante el trascurso de los últimos tres meses. Sin embargo, él sabía que aquello no era más que una ilusión, o un absurdo. Ella aún era muy joven, había tiempo para que conociera a alguien mejor, alguien de su propia clase.

Kristoff sabía qué tan útil podía llegar a ser la practicidad, ella le había ayudado a sobrevivir durante su niñez, y tener una relación con una mujer tan inalcanzable como aquella no era lo más inteligente. El recolector decidió reprimir todo su deseo, y esconder sus sentimientos por ella, pues sería lo mejor para los dos.

— Kristoff, tu realmente me gustas — dijo Anna en voz baja.

— Lo siento Anna, pero yo no puedo corresponderte— respondió Kristoff, al tiempo que la veía dar un par de pasos hacía atrás, como si aquellas palabras la hubieran herido físicamente.

— ¿Yo no te gusto ni siquiera un poco? — preguntó Anna con los labios temblorosos.

— No, lo lamento — mintió Kristoff, quien le costó trabajo convencerse de que esta era la mejor solución.

— Oh— murmuró Anna en tanto parpadeaba una y otra vez para espantar las lagrimas.

— Creo que sería mejor que volviéramos a Arandelle — sugirió el recolector.

— Sí, volvamos.

Anna y Kristoff abordaron la carreta en cuestión de minutos. El viaje estaba arruinado, y no valía la pena engañarse. Sobra decir que el trayecto de regreso fue muy diferente al anterior, la princesa se sentó lo más lejos que pudo del recolector, cómo si tratara de evadirlo físicamente. Kristoff la miró disimuladamente por encima de su hombro, y vio que ella tenía el rostro volteado hacía el lado contrario, aún así, fue capaz de verla morderse el labio. Era obvio que estaba llorando.

Aunque Kristoff fue quien la rechazó, el recolector no se sentía tranquilo, todo lo contrario, le dolía tenerla tan cerca y no poder aceptarla, pero quería cortar todo aquello de raíz antes de involucrar el corazón aún más. Él sabía que el espíritu romántico de Anna jamás aceptaría sus razones, ella buscaría excusas y no tardaría en convencerlo. Finalmente, llegaron al castillo de Arandelle, en donde la princesa bajó de la carreta muy lentamente.

— Kristoff — empezó la chica sin mirarlo a los ojos — sé que va a parecer extraño que te pida esto, pero tu eres mi único amigo ¿Podríamos seguir viéndonos? — pidió Anna despacio.

— Por su puesto— asintió Kristoff. El recolector experimentó la sensación de que algo se moría dentro de él.

— Gracias— dijo Anna antes de retirarse en silencio.

Aquella tarde, Kristoff no pasó a ver a Elsa.


Hola a todos, no me maten, sé que tengo un par de fic pendientes, este fic nació prque alguien me invitó a pasar por un el for "mundo frozen" (propaganda) ellos tienen un reto que se llama "mi pareja favorita", obviamente, ustedes ya se imaginaran cuál es la mía, así que yo pensé este fic como la manera de entrar al reto, desafortunadamente, como siempre me pasa, me obsesione con la historia, y en vez de la historia de 5000 palabras que tenía que escribir me fui por un fic multi capitulo.

Esta historia no va a ser muy larga pero espero que la disfruten, y como siempre, amenazas de muerte, reviews y flamers son bien recibidos, adiós.