Kamisama Hajimemashita y sus personajes no son de mi propiedad, solo la historia.
NANAMI
Capítulo uno
La negrura de la noche sopesaba. Era fría, bastante, la nívea piel de Nanami Momozono lo sintió a flor de piel; una prenda ligera la vestía, se trataba de un vestido de un color pálido y de fina tela.
—Papá... ¿A dónde vamos? ¿Papá?
De la muñeca la sujetaba su padre, apestoso a licor y siendo muy brusco con ella. El agarre le causaba dolor en la muñeca a ella, y la zona se le empezaba a tornar rojiza violentamente. Sus pies luchaban por no tropezar entre sí con los pasos enredados que obligatoriamente daba para poder seguirle, a regañadientes, el paso a su padre. Nanami no entendía nada.
—¿Papá? ¿Qué está pasando? ... Hey, está haciendo mucho frío... ¿Por qué no volvemos a casa?
Sus preguntas se perdía en el aire nocturno. Caminaban por una carretera desolada, a las afueras de las zonas urbanizadas. El padre la había sacado de la casa a la fuerza y ella lo había atribuido a sus constantes estados de ebriedad. Por eso no había puesto especial resistencia, aunque el hombre jamás la había golpeado, no iba a provocarlo. Pero quizá esa hubiera sido una mejor decisión.
Un auto viejo de un color cobre ya raspado figuraba a unos metros de distancia. Su mirada chocolate apenas lo pudo distinguir, un bombillo de baja potencia lo alumbraba a duras penas. El padre de Nanami abrió la cajuela de golpe... Estaba vacía y un mal sabor de boca se produjo en la chica.
—¿Pa...?
El padre la tomó del cabello, que lo tenía muy largo hasta la cintura y la lanzó dentro de aquella cajuela. Sucedió en segundos, los gritos de Nanami se ahogaron apenas cerrar la cajuela en su cara. Ahí dentro, la desesperación se desató. Nanami comenzó a golpear con sus manos hechas puños contra la cajuela, vociferó auxilio a su padre, pero todo fue en vano.
El auto emprendió la marcha, el papá de Nanami había encendido el deficiente motor que producía todo tipo de ruidos en aquel vehículo y ella dejó de gritar. Unas horas después, por supuesto. El cansancio la venció, sólo le quedó un hilo por voz y ahí se durmió. Lo último que vio fuera de aquella cajuela fueron las pupilas exaltadas y sin brillo alguno de su padre, como un animal guiado por su instinto. Y recordarlo le dolió.
"Debí saberlo en ese momento"
El canto de las aves era preciso durante las mañanas. Quizá por ese aire fresco y vital de aquel urbanismo fue lo que más le convenció de comprar el apartamento. La amplia cama la sintió helada, y abrió los ojos decaídos y aburridos pero seductores e incitantes; un color lila los protagonizaban, un color poco común y que resultaba encantador en su persona.
Una risita femenina rompió el tranquilo ambiente, del que empezaba a disfrutar. Fastidiado miró a un lado. Había una mujer, con curvas para morirse y en las que cualquier hombre quisiera perderse, de tez bronceada y cabello como el oro. La mujer tenía los ojos verdes enormes y seductores, pero a él no le causaban nada. Esa mujer estaba desnuda y alargó uno de sus brazos hasta el pálido cuerpo de él, rozó sus dedos con uñas pintadas de un rosa chillón y lo acarició en el pecho, haciendo unos lentos circulillos allí.
—Ya pasé la noche contigo, vete.
—¿Eh? Qué frío Tomoe... Y mira la noche que te hice pasar... No seas tan malo conmigo.—Usó un tono meloso y fingido en sus palabras y él nunca había deseado tanto echarla fuera, como en ese momento. Prefería mil veces el cantar de las avecillas que revoloteaban a la altura de la ventana de su habitación que la voz de esa mujer explotada.
—He dicho que te vayas.
La mujer guardó silencio y tal y como vino al mundo se descubrió de las sábanas y recogió un vestido rosa chillón del piso con unos tacones enormes. Se vistió mientras Tomoe le daba la espalda y cerraba los ojos, tratando de conciliar el sueño una vez más. La prostituta entonces lo creyó dormido y sus ojos brillaron al ver los objetos de la habitación, como sí el brillo de la plata, oro y diamante se contagiara.
Cerca de ella en una mesita de noche había una figura de un zorro en aparente diamante. Relucía y ella casi podría relamerse los labios con perversión. Sólo era alargar la mano y tomarlo. Y eso hizo, justo iba a tomarlo y...
—Sí tocas algo la pagarás caro, puta.
—¡¿Cómo te atreves a?!
—¡Lárgate!
Roja de ira caminó rápido fuera de la habitación y cerró tras de sí con un portazo fuertísimo.
"Por sin paz"
Tomoe respiró hondo y se quedo quieto como una escultura griega en aquella cama, pero su desnudez la cubría las sábanas blancas de la cintura para abajo. Parecía un ser de otro mundo, una especie de Dios durmiente, y la imagen de él así de serena resultaba magnífica, hasta que irrumpió una tonada musical en la amplia habitación.
Fastidiado, alargó su mano y tomó el teléfono de la mesita de noche de su lado.
—¿Qué demonios quieres, Mizuki?
—¡Tomoe-kun! ¿Cómo estás? ¿Hace lindo día no?
—Ve al grano, infeliz.
—Jumm despertaste de mal humor... Verás... Estuve apostando hace unas semanas y...
—¿Y qué estupidez perdiste ahora?
—¡Mi Hebi! La he buscado por todas partes ¡No sabes lo horrible que fue, Tomoe-kun!
—¿Tu maldita serpiente? Qué bien, entonces son buenas noticias.—Contestó con una sonrisa malévola surcando en la comisura de sus labios.
—¡Tomoe-k-
Tomoe colgó sin dejar que su amigo terminara de hablar. Volvió a cerrar los ojos, pero el sonido del celular en menos de un segundo volvió a invadirle. Una vena brotó de su frente y apretó los dientes, así que contestó de mala gana.
—¡¿Qué?! ¡Ya perdiste a la serpiente, pedazo de inútil! ¡No vuelvas a joderme!
—¡Tomoe-kun sé donde está! Por eso necesito tu ayuda.
—¿Sí sabes dónde está por qué coño necesitas mi ayuda?
—¿Sabes esas subastas a las que fuimos hace mucho tiempo? ... ¿Tú vas seguido a ese lugar, no? Los almacenes.—La serpiente con voz vacilante continuó.—No conozco mucho de esas cosas... Por favor Tomoe-kun...
Unas horas más tarde en un BMW a alta velocidad por las calles de Nagoya, Tomoe y Mizuki iban con destino al área de subastas. Un área poco común, por lo que el chico de ojos verdosos contó al chófer del automóvil. Tomoe inexpresivo iba, mientras el contrario exclamaba exaltado la hora.
—¡¿Por qué tardaste tanto, Tomoe-kun?! ¡Es muy tarde!
—Cállate un maldito segundo, imbécil.—Dijo una vez más apretando los dientes. Esperó unos segundos y Mizuki por fin se había callado.—Estas no son subastas comunes, sino ilegales idiota. ¿De verdad crees que pueden hacerlo a plena luz del día?
—Oh... Tienes razón
Llegaron a una bodega, aparcaron el auto cerca de ella. Había variedad de autos ahí también, unos mucho más lujosos que el suyo por supuesto. Mizuki parecía un niño viendo todo a su alrededor, actitud por la que Tomoe le daba más de un puñetazo o patada. A pesar de tener el albino de orbes esmeralda veintidós era muy infantil.
—Tienes que quedarte callado ¿De acuerdo? Yo me encargo. No vayas a hacer otra de tus idioteces.
La zona estaba repleta de hombres de todo tipo de características, morenos, caucásicos, pardos; Mizuki los veía con atención y asombro, muchos de ellos no eran japoneses. Tomoe le dio un disimulado golpe en las costillas para que no se distrajera. A su alrededor las voces elevadas de diferentes vendedores subastando desde objetos, sustancias y por supuesto animales.
—¡Tomoe-kun ahí está!
Mizuki le señaló en una tarima pequeña donde habían enjaulados diferentes animales, entre ellos, la serpiente albina y enorme de Mizuki. El hombre encargado de aquella subasta era un sujeto bajo de estatura delgado y de barba incipiente. Rondaría un poco más de su edad, quien sabe. En ese momento remataba un mono tití que terminó comprado por cincuenta mil yenes. El siguiente animal fue, en efecto, la serpiente de Mizuki que era muy extraña en su clase.
—Hey ¿Tienes como comprar esa cosa?—.Preguntó Tomoe a su acompañante. Sí bien Mizuki tenía una buena situación económica no movía dinero de la manera en qué lo hacía él.
—Espero qué sí...
El remate comenzó con cien yenes. No tardó en pasar los mil yenes pronto y, en cuestión de segundos los cien mil yenes. Fue ahí cuando Mizuki, quien exclamaba las cantidades que podía ofrecer por su apreciada mascota decayó, no había manera de que pudiera comprarla ya y empezaba a exasperarse.
—Trescientos mil yenes.—Dijo Tomoe de repente. Los hombres ahí se le quedaron mirando, él albino no había dicho ninguna palabra hasta ese momento.
—¡Muy bien! ¿Nadie da más? ¿Trescientos veinte? ¿Trescientos veinte? ¿Quién ofrece más? ¿Nadie? ¡Muy bien! Vendido al muchacho de la chaqueta de cuero.
Le entregaron la serpiente enjaulada una vez sacó aquel dinero y de inmediato la entregó a manos de Mizuki. El dueño de la serpiente estrechó la jaula con mucho cariño y pasó su mejilla cerca del animalito repetidas veces, destilando todo su amor por él. Tomoe lo miró con desprecio y con las manos en los bolsillos empezó a caminar alejándose de la venta.
—¡Arigato, Tomoe-kun!
—Sí sí. Luego me lo pagas, Mizuki. Debiste traer más dinero para comprar esa cosa.—Dijo mientras el otro iba a su lado y lo miraba. En eso un grupo apresurado de hombres morenos se le interpusieron en su camino. Tomoe los miró muy de mala gana y el más bajo del grupo fue el único en dirigirle la palabra y prestarle atención.
—¡Ne, Tomoe!
Un conocido suyo se acercó a él. Llevaba un baúl consigo y entonces su mirada repelente se tornó un poco más amena.
—Hey Jarei.—Respondió de vuelta con una pequeña sonrisa. El hombre le estrechó la mano y rió.
—No esperaba verte por aquí, te hubiera guardado algo de mi mercancía.—Habló sin darle atención al curioso de Mizuki que no dejaba de verlo. Tomoe lo miró de reojo con una mirada clara de "Sí dices algo, te mueres aquí mismo" y no se entrometió en la conversación. Era obvia la curiosidad de Mizuki, pues todos los vendedores en ese lugar manejaban mercancía ilegal.—Esos tipos casi te llevan por delante. Hay que ver hasta dónde los lleva el morbo.
—¿Morbo?
—¿No te has enterado? Un sujeto está subastando Okonan'no en un pequeño bodegón. Está lleno de tipos justo ahora.
Los ojos de Tomoe se abrieron de sorpresa por un milisegundo. Su mirada se tornó tan seria que en realidad no se notó, era su naturaleza. Jarei creyó que el susodicho ni se inmutó por aquella mención y Mizuki no entendía nada pero por el silencio de su amigo supo que aquello fuera lo que fuera era un tema serio.
—Nos estamos viendo, Tomoe. Cuídate.
—Igual tú, Jarei.
El sujeto le dio una palmada en la espalda y se perdió en la multitud. Tomoe se quedó unos instantes de pie perdido en sus pensamientos y su amigo albino comenzaba a impacientarse.
—¿Tomoe-kun? ¿Qué es Okonan'no? ¡Eh, Tomoe-kun!
El de ojos violacios emprendió una marcha inmediata entre el gentío del lugar, sin prestarle la mínima atención a Mizuki. Se abría paso con agilidad entre los hombres, con un destino desconocido para Mizuki que trataba de seguirle el paso pero era muy difícil con la jaula de su Hebi.
—¡Tomoe-kun!
Finalmente lo perdió de vista.
Sus ojos chocolate seguían sin divisar nada en absoluto, en penumbras, pero ahora era por la obstrucción de una venda sobre los ojos. Estaba sentada en un taburete y el estómago le rugía de hambre. Su boca también estaba cubierta. Apenas le dieron de beber algo con un sabor extraño. No le sorprendería que se tratara de agua sucia. Su cara estaba algo entumecida de la salinidad de sus lágrimas y, hasta podía decirse, que ya estaba seca.
Supuso que no era la única, por los llantos que creyó escuchar, débiles y femeninos. Escuchaba la voz de sujetos ir y venir, entre ellos estaba su padre, interesado en sumas de dinero exorbitantes. Nanami no les ponía demasiada atención de no ser porque las voces eran de envergadura. Su mente divagaba en los recuerdos, recuerdos a los que aferrarse para no caer a la locura o al mismo tiempo recuerdos que la hacían enloquecer. Sin embargo, esos recuerdos no le afectaban tanto como el presente, en ese mismo instante; no sabía donde estaba, no sabía sí iba a morir, no sabía que iba a hacer su padre con ella. Su padre, eso era lo peor de todo. Nunca hubiese creído que sería capaz de tanto por dinero.
La última imagen que se llevaría consigo, sí iba a morir, era la de su madre. Aquello la llenaba de tanta tristeza como de felicidad. Su madre, su hermosa y amada madre. Creyó haberse quedado sin lágrimas pero vaya que se equivocó; ahí estaba una vez más llorando por la última persona que la amó. Los consejos que le dio que nunca olvidaría.
"Nanami, nunca confíes en los hombres"
Y jamás lo haría, nunca lo haría de nuevo. No cuando por fin empezaba a depositar algo de confianza en su padre, quien llevó su pequeña familia a la ruina. Ahí estaba usando su último recurso monetario: su propia hija. No le importó que luego de fallecer la madre, Nanami estuvo ahí para cuidarlo y alimentarlo, para hacer rendir el poco dinero que llegaba.
El rostro sonriente de su madre la reconfortó, la hizo, muy a su pesar, sonreír de basta alegría. Y sí, empezó a reír y a llorar en aquel taburete en que estaba más de una hora sentada. Imágenes de su madre dándole su sopa favorita, jugando en la nieve, yendo de compras, jugando en el parque, abrazándola en las noches frías, cuidando sus resfriados, brindándole suaves besos y palabras cargadas de amor...
—¡Tomoe-kun!
Habían muchos hombres aglomerados en ese lugar, un escenario barato de mala muerte. Tomoe apresurado se abrió paso entre ellos. Y cuando confirmó sus sospechas apretó los dientes y sus ojos violacios desbordaron ira. Había una jovencita con los ojos vendados y vestida con harapos parada en medio. Sus manos y pies estaban atados, pero estaba llorando y evidentemente asustada. Parecía una escena sacada de la vieja Babilonia, con ventas de esclavos como sí fuera cosa de todos los días.
—No puedo creer que sigan haciendo esta mierda...
Masculló cuando Mizuki ya estaba a su lado con los ojos como platos, mientras el subastador exclamaba.
—¡Vendida por novecientos mil yenes al hombre barbudo! ¡Qué la disfrutes, amigo!
Un hombre robusto y perverso se llevó la pequeña, una chica que no pasaría de los trece y de cabello corto y anaranjado por los hombros que seguramente no volverían a ver. La sangre le hirvió ahí mismo. Su acompañante por primera vez se quedó callado por decisión propia o porque estaba incapaz de decir algo. La muchacha desapareció de la tarima con aquel hombre de sonrisa socarrona y sucia.
—¡Bien, que venga la siguiente!
La hicieron levantarse del taburete con brusquedad, arrebatándola de sus recuerdos y de su madre. Y quiso gritar pero la voz no le dio para aquello, sus pies y manos fueron amarrados con fuerza y varias de las manos grandes y robustas que la tocaban la hacían enfermar; eran muy toscos que le dejaban la piel nívea adolorida, hasta podía sentir los moretones que se le empezaban a formar.
La pusieron a la vista en aquella tarima, ella apenas sí supo que era una tarima. No era complicado saber lo que pasaba. La venda estaba húmeda de tanto llorar y le pesaba en la mirada. Los silbidos de sujetos en frente le hicieron sentir peor. Quería salir corriendo, pero no tenía la fuerza, así que deseó estar muerta. El frío de la noche la tenía tiritando, mientras un tipo desconocido la arrojaba en medio de ese sitio.
—¡Empezamos! ¡La última chica de la noche, señores! ¿Quién ofrece quinientos mil? ¿Quién ofrece quinientos? ¡Vamos, vamos, vamos! ¡Quinientos! ¡Vamos por quinientos cincuenta!
El bullerío ofrecía una y otra vez cantidades de dinero que iban en aumento. Y cada vez que la cantidad aumentaba menos hombres proponían, hasta el punto que sólo dos hombres se disputaban a Nanami. Ella apenas podía creerlo y el dinero que se discutía era una cantidad que apenas lograba asimilar.
De repente, el otro hombre se quedó callado y estuvo a punto de ganar el primero.
—¡Muy bien! ¿Nadie ofrece más? ¿Nadie? Diez millones a la una, diez millones a las dos y...
—Cincuenta millones.
Nanami levantó la cabeza a pesar de que no podía ver nada. La voz de ese hombro sonó muy diferente a las otras, grave pero elegante. Le pareció tonto que por un momento fue una voz maravillosa. Debió haber temido, la primera sensación que debió sentir no era sorpresa sino horror. Pero no fue así, sintió una curiosidad enorme.
Todos los hombres lo miraron. Algunos muy mal, otros sorprendidos, otros rabiosos, como aquel al que le había arrebatado la oportunidad de tener aquella chica a su antojo. El hombre de la subasta declaró de inmediato que la chica en cuestión ya era de su pertenencia. Pasó adelante, con paso elegante, escribiendo con letra pulcra en un cheque que lanzó al subastardo y éste lo cogió ansioso.
Miró a Nanami temblorosa. La observó unos segundos; pudo ver unos pómulos rosáceos y unos labios delgados y secos. La cargó a modo de princesa y empezó a caminar lejos de ahí, con la mirada de los sujetos puesta en él y Mizuki siguiéndolo tratando de entender todo lo que acababa de pasar.
Tomoe había comprado a Nanami.
Espero que el fic sea de su agrado. Sí les gustó, agradecería muchísimo sus reviews.
Ja ne.
