De negro

Linda mira su cuadro: una casa de tejado rojo y paredes pintadas con rosa. Su nuevo estilo, tan posmoderno, le asquea a sobremanera. ¿Desde cuándo? Desde el viernes: llanto, Mello muerto (no sabe cómo, pero lo sabe y la llamada sin motivo aparente de Near no hace más que restregar sal en esa herida emocional) y Matt perdido para siempre (¿No lo estaba desde el principio, esa carta suya que no leyó al guardar en el bolsillo y que jamás se dignó a responder?), junto con los recuerdos de su infancia.

Ahora que Mello ya no está (con su tumba erigida, han hecho una cruz para ella también y su arte) y la posibilidad de que regrese a sus brazos no existe más, lo mejor es abandonar la creación.

Linda mira los uniformes de las niñas del colegio católico junto a la Iglesia en la que organiza una misa en su nombre. Sus ojos se pierden en el gris de sus faldas y su iris se retuerce al fijarse en sus chalecos negros. Comienza a gemir, como aquella vez en la que él le acorraló en el baño de mujeres. Pero ya no es por miedo al placer.

Agacha la cabeza, se jala los cabellos y cierra los ojos, resguardándose en la oscuridad.

No puede dejar de ver ese color. El de la nada. Como cuando enterraba el rostro en sus camisetas de algodón.

Incluso las dalias que compró para la ocasión y que descansan en el altar de la virgen María, son repentinamente negras. El manto de la santa se le antoja oscuro. También sus ojos, que parecen estar llenos de reproches.

Cada vez que intenta buscar refugio en los ojos de otros seres humanos, estos desvían la mirada. Como si supieran quién es, para qué fue entrenada y cómo ha renunciado a proteger a los débiles y hacer justicia para atacar el lienzo con su pincel.

Las mujeres abrazan a sus bebés y los hacen callar mientras que el sacerdote habla. Linda no quiere hijos, pero si algún día cambia de opinión, uno se llamará "Mello". Quizás incluso lo adopte en Alemania.

Se vé a sí misma comprando ropa negra para el niño recién nacido o mandándola a confeccionar. Pintando las paredes de su habitación en ese tono. Quizás, imitando un Guernica. Incluso los ojos de ese pálido engendro serán en ese color y arderán como brea caliente durante sus berrinches o acaso será suave como el terciopelo cuando lo abrace.

Al volver a su hogar vacío, saca pintura negra del taller para pintar la puerta que es roja y hacerla una forma de entrar a una cripta siniestra.

Al terminar se siente desvanecer, porque no ha comido desde su "pálpito" dos días atrás.

Se arrastra a la cocina a por una taza de té.

Pronto llamará por un diseñador de interiores que le preste ayuda para teñir en el tono deseado y con algo de estilo ese antro que le pertenece.

No más alacena verde, ni cortinas azules. ¡Todo ha de ser negro o como mucho, gris, que es el color que favorece mejor a las viudas!

No puede olvidar a Mello así como así, claro que no. Debe llorarlo como corresponde.

El amanecer la encontró durmiendo sobre las lozas rosadas, que pronto cambiaría por unas más oscuras.

Tuvo la impresión de que Mello se hubiera mofado de su situación, de haber tenido la oportunidad de verla.

-Oh,Linda, qué estado tan deplorable traes. ¿Realmente crees que con pintar un poco esta pocilga en mi color preferido me vas a recuperar? Qué lindo gesto. Ingenuo, pero lindo, al igual que inútil.

En cierta forma, le reconfortó escuchar su risa imaginaria y aún seca.