El fic que viene a continuación es mi primer intento de hacer un fic que sea realmente centrado en una sola historia. Confieso que no sé como saldrá, pero hay que intentarlo, después de todo, pues es una de mis grandes flaquezas... me cuesta centrarme en una sola historia, en especial con este fandom. La verdad, llevo bastante tiempo indeciso sobre el volver a los fics, pero mi vuelta se la debo principalmente a la misma persona gracias a la cual esta idea ha botado dentro de mi cabeza. Francamente, se me ocurrió en una conversación con ella y dudo que se me hubiese ocurrido si no hubiese estado mascando el tema. Te mando un saludo y te doy las gracias para inspirarme para el fic (e incluso darle título). Gracias Silviasi22.


Regina Mills

Blancanieves observaba con aire de derrota lo que había logrado. Finalmente, mi venganza sería cumplida. Sus planes se habían retrasado durante demasiado tiempo. Y ahora estaba allí, mirando a su bebé, que acababa de arrancarle de las manos, abrazada a su inconsciente marido, y con los ojos anegados de lágrimas, porque mi maldición triunfaría sin remedio, y durante toda la eternidad, aquella mujer tendría que ser una más de las personas que se arrodillarían ante mí, infeliz y desdichada.

Pero no quería irme sin antes hacerle el mismo favor que ella me había hecho a mí. Y por eso, en mi otra mano, sujetaba un puñal. Un simple golpe de mi mano, y el tormento más grande que Blancanieves había podido llegar a imaginar, estaría cumplido. Su hija, su hija recién nacida, estaría muerta. Pero algo sucedió, algo con lo que yo no había contado. En cuanto di el golpe de muñeca, la hoja, como un fantasma, atravesó a la niña sin hacerle daño.

_ ¡No!_ Exclamé, repitiendo la operación una y otra vez, con idéntico resultado.

_ No puedes hacernos daño, Regina. Por más que lo desees._ Dijo Blancanieves que, incluso en su derrota, parecía esperanzada.

_ Si no puedo acuchillarla la lanzaré desde la ventana. Os dejaré ver como se convierte en una sucia mancha roja en el suelo antes de que mi hechizo os devore.

Estaba tan centrada en mi discurso, en mis más oscuras intenciones, que no me di cuenta de que un niño se deslizaba hacia mí por la espalda. Y me hacía la zancadilla. Solté a Emma por un segundo. El crío trató de meterse en el armario, pero no se lo permití. Le cogí el pie y lo saqué fuera de un tirón. Blancanieves casi parecía sentirse como si realmente hubiese ganado.

_ Esto no es más que un pequeño retraso._ Aclaré._ La seguiré... y entonces la haré sangrar. Puede que no lo presencies, pero al menos tendré mi satisfacción.

_ Te equivocas_ Dijo Blanca_ Ahora está fuera de tu hechizo. Si ella muere, se romperá. Has perdido Regina.

No contesté. Simplemente, sin pensármelo, me metí en aquel armario mágico y cerré las puertas detrás de mí. Me sentí caer, y finalmente, di contra un suelo duro y negro, surcado por líneas amarillas. La Maldición estaba sucediendo, pero no a mi alrededor, podía sentirlo. Por ello, a mí no lograba afectarme. No del todo al menos. Vi aquellas imágenes, los recuerdos falsos que me estaban reservados para moverme en la ciudad pero que, de igual modo, me servirían fuera. Ahora entendía que lo que estaba pisando era una carretera.

En ese momento escuché un llanto. Me puse en pie como pude, debido al aparatoso vestido que limitaba mis movimientos. La niña estaba llorando. Me sentí frustrada. No podía dejarla morir. Tendría que buscar a alguien que se ocupase de ella. Podía dejarla en un orfanato, pero seguramente sería tan estúpida que se moriría sola y el hechizo se rompería. En ese mundo no había magia. Si el hechizo se rompía sus padres me encontrarían y me matarían, apoyados por el resto de sus conciudadanos. Eso era algo que no podía permitir.

_ Bueno... pequeña Emma... parece que nos quedamos tú y yo. Y si no puedo deshacerme de ti..._ susurré._ Me aseguraré de que seas mi princesa... y no la suya...

Una sonrisa siniestra apareció en mis labios, pues esta vez, estaba plenamente decidida. Quizá no pudiese matar a Emma... pero me iba a ocupar personalmente de que jamás fuese la salvadora. En cualquier caso... en mis manos... se convertiría en un arma. La más temible a la que Blancanieves tuviese que enfrentarse jamás.

15 años, 11 meses y 3 semanas después.

Emma Swan

_ ¿Pero por qué quieres hacer esto? ¿No podría simplemente invitar a mis amigas a casa y organizar una fiesta?

_ Habría jurado que te gusta Disney World.

_ ¡Sí, me gustaba cuando tenía doce años, Regina! ¡Además, sabes que Blancanieves me da repelús!

Regina sonrió ante mis palabras. Lo cual, a decir verdad, no tenía gracia, aunque era mejor que le divirtiesen mis palabras a que se enfadase, daba verdadero miedo cuando estaba enfadada. La había visto gritar a gente que trabajaba para ella y salían verdaderamente aterrorizados. La verdad, me sorprendía que una mujer como ella me hubiese visto en una cuneta y me hubiese recogido.

_ Emma, ya he hecho las reservas, te he comprado un vestido y he invitado a tus amigas._ Dijo, cruzándose de brazos.

_ ¿Y por qué no me has avisado?_ Pregunté, cruzándome de brazos yo también, aunque no era ni la mitad de intimidante que ella.

_ Se suponía que iba a ser una sorpresa. Pero como siempre, la has arruinado._ Dijo echándome "esa" mirada.

¿Cuál era "esa" mirada? Pues esa mirada era una que te dejaban sin argumentos. Todo el mundo decía que las madres tenían tretas para dejarte sin palabras. Ella no lo necesitaba. Me miraba fijamente y yo perdía el sentido sin más.

_ ¿A quién has llamado?_ Pregunté, suspirando. Esperaba que al menos hubiese acertado con eso.

_ A Claire, a Ellen y a Deborah.

_ Pero esas tres no son mis amigas, Regina._ Dije, dando un bote de frustración. De hecho, odiaba a aquellas chicas, porque siempre se metían conmigo en el instituto._ Cualquiera diría que has organizado esta fiesta sólo para estropearlo. ¡Te odio!

Me arrepentí de aquellas palabras en cuanto las dije, y no simplemente porque no las dijeses. Estaba claro que aquello le había hecho daño de verdad. Pero no me gritó, no me dijo nada ofensivo ni se puso hecha un basilisco. Lo que hizo fue muchísimo peor, al menos para mí, por mucho que pudiese parecer más simple pero que me hizo sentir mucho peor.

_ Me decepciona mucho que me digas eso, Emma. Sé que en el fondo no lo piensas de verdad, o al menos eso quiero creer. Dejaré el vestido en tu habitación... ya no tiene sentido que te lo oculte, después de todo. Así podrás probártelo.

Cerró la puerta, y aunque la abriese, sabía que no iba a encontrar a Regina. A veces pensaba que había habitaciones secretas en aquella mansión, porque cuando quería perderme de vista siempre se las apañaba para desaparecer. Así que fui a mi habitación, me puse el vestido y me decidí a pensar en cómo me disculparía por las cosas que le había dicho a la mañana siguiente. Por cosas como estas era por las que no llevaba su apellido.

Regina Mills

Maldita sea... estaba empezando a querer a aquella maldita cría. Me había prometido a mí misma que tendría la cabeza fría cuando rellené los papeles para quedármela, pero la verdad es que la risueña muchacha tenía algo que me impedía ser tan mala con ella como me hubiese gustado. A pesar de todo, mi plan seguía su curso. Para cuando cumpliese los veintiocho años Emma tenía que ser una persona llena de odio y discordia... por muy tierna que fuese su carita cuando me pedía cosas.

¡Céntrate, Regina! Me decía cuando esos pensamientos me abordaban. Giré un candelabro y una pared lateral se abrió. Con calma comencé a descender por aquella escalinata, pulsando un botón que había para que la pared se cerrase de nuevo. Estaba en el ala más alejada de la entrada de la mansión, por supuesto. Emma nunca solía acercarse por esa zona.

Al final de las escaleras estaba todo aquello que había estado reuniendo aquellos años. Emma no tenía amigas... y era por mi causa. Me había estado esforzando por ello. Cada uno de los artículos mágicos de aquel sótano había cumplido su función una vez más. Todos salvo uno, por supuesto. Aunque ella no podía considerarse realmente como un objeto.

_ ¿Ha venido a hacerme una visita, majestad?_ Me preguntó aquella familiar voz.

Tras aquellos barrotes estaba aquella mujer. Vestida con mi ropa vieja y con cara de aburrimiento, como lo llevaba estando los últimos diez años. ¿Por qué me molestaba en alimentarla? Honestamente, una parte de mí esperaba que llegase a ser útil alguna vez, aunque lo dudaba tanto.

_ Me alegra ver que sigues con vida._ Dije como saludo.

_ Mentiría al decirte que comparto tu preocupación por la seguridad de la persona con la que estás hablando.

La mujer, me volvió la espalda, dándome una esplendida visión de su nuca. Yo dejé un plato de comida por un hueco entre los barrotes, y me acerqué a mi expositor de objetos. ¿Por qué la tenía junto a toda mi magia? Por la sencilla razón de que los barrotes formaban parte de la colección, y solamente podía escaparse de la prisión que formaban a mi orden.

_ En realidad tengo que hacer unos preparativos más para la fiesta de cumpleaños de Emma. Tengo que asegurándome de que las chicas que he invitado sean lo bastante desagradables como para hacer que ese pequeño punto oscuro en su corazón se siga extendiendo.

_ Algún día saldré de aquí... y te detendré Regina._ dijo la rubia, sonriéndome mientras se aferraba a los barrotes.

_ Ingrid, querida... te sugiero que... hasta ese día... te mantengas callada._ dije, mirándola fijamente.

_ Por qué habría de callar... si quisieras matarme ya lo habrías hecho. Diré lo que quieras, Regina. Y digo que no podrás impedir que Emma cumpla su destino. Ella será la salvadora y destruirá tu maldición. Todo cobrará sentido para ella en cuanto consiga explicárselo.

_ Estoy segura de que Emma creerá a una completa desconocida que le habla sobre magia y maldiciones antes que a su madre.

_ No es tu hija, es mi hermana._ Dijo Ingrid, dejándose caer al suelo de su celda._ Tengo fe... y eso es algo de lo que tú careces.

_ No me asusta tu fe, Ingrid._ Dije, mientras cogía de su casillero el objeto que quería. Una pequeña piedra con forma de rombo, que parecía estar tallada en obsidiana.

Pero aquella piedra era mucho más que eso. Los preparativos estaban listos. Me tumbé con cautela en una cama que había colocado allí precisamente para eso y me puse la piedra sobre el pecho. Mi cuerpo se estremeció y mis labios dejaron escapar una estela dorada. Mi consciencia. No tenía visión una vez fuera de mi cuerpo, pero mi intuición me decía donde debía ir exactamente.

Unas calles más abajo una joven se preparaba para su siguiente día de instituto. Claire Miller tenía muchas ganas de ir a la fiesta de cumpleaños de su compañera de clase, Emma Swan, pero simplemente con el pretexto de poder humillarla. ¿Qué chica celebraba sus dieciséis años en Disney World? Además, estaba segura de que yo no iría y de que podría reírse de Emma a gusto... y en parte tenía razón.

Mi estela entró en su cuerpo sin que ella pudiese darse cuenta de nada. Al principio solía costar mucho entrar en cuerpos ajenos, pero ya había estado muchas veces dentro del cuerpo de aquella adolescente. Aquella piedra no me permitía realizar exactamente una posesión, pero sí provocar una importante influencia sobre la persona en la que me había introducido. El caso es que Claire y yo ya estábamos tan sincronizadas que prácticamente tomaba yo todas las decisiones por ella. Y por eso no me costó nada que se olvidase de ponerse el pijama y sacase su diario para anotar alguna de las jugarretas que podía gastarle a Emma, la mayoría de mi invención. Aún quedaban días para la celebración y había que ir haciendo preparativos.

Emma Swan

No había podido disculparme para con Regina. Había ocurrido lo de siempre. Se había levantado antes de tiempo para ir al trabajo y me había dejado el desayuno preparado... frío. Cualquiera diría que lo había dejado preparado desde la noche anterior y no una media hora antes de que yo abriese los ojos. Salí de casa y el coche y mi chófer me estaban esperando. Personalmente no me gustaba esa ostentación. Las otras chicas solían aprovecharla para insultarme por ser una niña mimada... lo cual era irónico porque el colegio era muy exclusivo y prácticamente todas ellas eran niñas mimadas... y si no, siempre les quedaba lo de que era adoptada. Cualquiera diría que se creían que tenían sangre real o algo por ser hijas de ricos.

_ Buenos días, Charlie._ Saludé al chófer mientras me subía en el asiento del copiloto. No me gustaba ir atrás.

_ Buenos días Emma._ respondió, colocándose la gorra._ Hace frío esta mañana, verdad.

Me senté otra vez a mirar el cielo. Siempre soñaba con viajar, con conocer otros lugares... a otras personas. A veces tenía la idea de que toda mi vida estaba vigilada, como si estuviese controlada por alguien... pero eso era una estupidez. Desde luego.

Tardamos apenas unos minutos en llegar al instituto. Me ajusté la corbata y comprobé que llevaba bien el blazer rojo... el que odiaba... al igual que la corbata... y esa ridícula faldita que mataría por cambiar por un vaquero.

_ ¡Eh! ¿Qué pasa, chica Disney?_ primera humillación del día... como no... de parte de Claire Miller.