Pequeña historia (depende de cómo se mire) de Magi, con Masrur y mi oc, Nailea, como protagonistas. Espero que os guste, o que al menos no os disguste demasiado. Gracias por leer :)
Magi: The Labyrinth of Magic y sus personajes no me pertenecen a mí, sino a Ohtaka Shinobu.
Dedicado a Lovelygirl84, con todo mi cariño. Feliz cumpleaños, que cumplas muchos más, y que yo siempre pueda dedicarte algo durante mucho tiempo. Te quiero, Pingüinita
Parte I
Había amanecido hacía ya un buen rato.
El rey Sinbad observó el bello paisaje de Sindria, su amado país, a través de la ventana. Iba a ser un buen día, podía sentirlo. Habían tenido una impresionante fiesta días atrás, cuando apareció una criatura sureña y los Ocho Generales se hicieron cargo de ella. Eso siempre alegraba a la gente, y el buen humor reinaría durante algún tiempo. Toda Sindria estaba llena de paz, era un buen augurio.
Estaba de pie, y de espaldas, pero escuchó cómo se abría la puerta. Entonces se dio la vuelta para recibir a la persona que estaba esperando. La había mandado llamar para desayunar, por eso la mesa estaba repleta de comida, sobre todo una gran variedad de fruta dispuesta en bandejas con distintas formas, sobre todo de flores hechas con rodajas y pedazos.
- Buenos días -Sonrió la chica, con una mirada muy apacible. Eso hizo que Sinbad también sonriera encantado.
- Buenos días, mi preciosa Nailea. Estás realmente hermosa esta mañana. Es como si estuviera presenciando un segundo amanecer.
- Gracias. Quería estar bien para ti, hacía tiempo que no desayunábamos juntos -Susurró ella en respuesta, arreglándose un poco la falda blanca.
Eran tres metros de tela perfectamente enrollados en su cintura, quedando en la mitad de sus muslos, aunque un buen trozo quedaba suelto entre sus piernas. La parte de arriba tenía escote sin mangas ni tirantes, y se soltaba holgada, dejando su vientre a la vista. A veces llevaba sandalias, pero generalmente le gustaba andar descalza. También se había puesto una gargantilla de oro, que le quedaba a la altura de la clavícula.
- Adelante, siéntate -Le pidió el rey, pensando en cómo tantear el terreno. Tal vez lo mejor era decirlo directamente-. Tenemos que hablar.
- ¿Ha pasado algo? -Preguntó Nailea, haciéndole caso y sentándose.
- No, no. Puedes estar tranquila. Sólo hay algo que me gustaría comentar contigo. Sobre tu futuro. Por favor, empieza a comer.
Al asegurarle que no era nada malo ya sabía que podría estar relajada, y desayunar con tranquilidad mientras hablaban.
La miró con cariño. Su protegida se había desarrollado muy bien desde que la había llevado a Sindria, años atrás. No sólo tenía un buen cuerpo -con sus buenas proporciones-. Aunque de niña había sido algo pálida, ahora tenía la piel ligeramente bronceada, suave y tersa. Creaba un contraste interesante con su pelo castaño claro, largo y con ondas sedosas de reflejos rubios. Sus ojos de color violeta no quedaban ocultos por muy poco por sus largas pestañas, y el flequillo que le caía sobre el lado derecho. Como si no tuviera ya bastantes atractivos, a eso se le sumaban sus labios carnosos, de un tono rojizo. Apenas se parecía a la niña malherida que había encontrado en uno de sus muchos viajes. En Reim hubiera sido una belleza echada a perder. Él había convertido Sindria en su hogar. Era su sitio. Siempre había hecho lo mejor para ella, e iba a hacerlo nuevamente.
- He estado pensando -Empezó, captando toda la atención de Nailea-. Pronto vas a cumplir dieciocho años... y creo que es el momento apropiado para que te cases. ¿Qué te parece?
La chica se sorprendió, y se quedó callada un momento, pero no cambió su expresión hasta unos instantes después, tal vez intentando asimilarlo. Comenzó a sonreír débilmente, bajando la mirada, y empezó a comer las finas rodajas de piña dispuestas en forma de flor de loto, cortándolas en pequeños pedazos.
- La verdad es que empezaba a encontrar extraño que no decidieras casarme cuando cumplí dieciséis -Reconoció.
- Pensé que sería mejor esperar un poco más. Eres mi protegida, eso en cierto modo te convierte en una princesa de Sindria -Nailea puso los ojos en blanco por la exageración, aunque sabía que era sólo una forma de hablar-, y cuando pienso en tu posición creo que deberías hacerlo. Pero, ante todo, quiero que sepas que no voy a obligarte. Puedes negarte si quieres. Depende de ti.
- Haré lo que desees, Sinbad -Respondió ella con una sonrisa tranquila, sin pensarlo demasiado.
- Eso ha sido rápido. ¿No te preocupa que quiera casarte con algún desconocido, como intentaba hacer tu padre?
- Tú no eres como mi padre. Me salvaste la vida. En estos años has cuidado de mí, y sin pedir nada a cambio. Me diste una nueva vida que antes ni siquiera hubiera podido imaginar. Confío en ti, por eso no me preocupa lo que hayas decidido. Quiero devolverte, de alguna manera, todo lo que has hecho por mí. Nunca podré agradecértelo lo suficiente.
- Tus palabras me hacen muy feliz, Nailea. Y espero que tú también seas feliz cuando sepas quién es tu prometido -Dijo sonriendo, acercándose un poco más para cogerla de la mano, justo cuando ella tomaba un pequeño bocado antes de mirarlo de nuevo. Sabía muy bien que la chica confiaba ciegamente en él, y que aceptaría todo lo que le pidiera. Por eso mismo se había tomado su tiempo al elegir a su futuro marido, quería que fuera el mejor-. Te casarás con uno de los Ocho Generales.
Por muy poco no se atragantó con el trozo de piña. Pero supo disimular. Ante todo no debía ponerse nerviosa. Más que nada, por si no había oído bien. Sin embargo, Sinbad pareció no darse cuenta, porque comenzó a hablar de lo más encantado con el enlace, como si lo que acababa de decir no fuera chocante. Banquete, ropa, cosas de la ceremonia... Y luego se puso a divagar sin más.
- Hay que ver, en menos de dos semanas tendrás a otro hombre que cuidará de ti. Ya no me necesitarás para nada...
La chica posó una de sus manos en el brazo de Sinbad, haciendo que dejara de hablar y la mirase a los ojos.
- Perdona que te interrumpa, pero... ¿acabas de decir que será un general?
- Sí, eso he dicho. Un general. Que por cierto, ya debe de estar llegando -Dijo, con una sonrisa traviesa.
- ¿Llegando?
- Para desayunar contigo, mi preciosa Nailea. Nunca me ha gustado esa costumbre de que la novia no pueda ver al novio hasta el día de la boda. Como ya os conocéis, he pensado que será mejor que empecéis a hablar de vuestras cosas en lugar de esperar a que ya estéis casados.
- Pero Sinbad... -Comenzó a decir, aunque ni ella misma sabía lo que quería en ese momento. Además, tuvo que quedarse callada al ver algo.
Se dio cuenta de que el rey ni siquiera había probado la fruta. Le había montado una encerrona. Seguro que ya sabía que ella no se negaría al compromiso.
Sinbad le dio una pequeña excusa, que no era una excusa ni era nada porque era más que obvio que sólo quería dejarla a solas con su prometido. De modo que se fue, dejando a Nailea de lo más aturdida. La chica se recostó de espaldas en los cojines, suspirando.
Uno de los Ocho Generales. Vaya. Cualquier doncella de Sindria moriría por poder casarse con un general, todo el mundo los adoraba. Era realmente afortunada. Sin embargo, Sinbad no le había dicho quien sería, así que comenzó a pensarlo con nerviosismo. Obviamente, Hinahoho y Drakon no podían ser -aunque sabía que Hinahoho estaba pensando en volver a casarse-. Apenas había hablado alguna vez con Masrur. Tenía una buena relación con Spartos, pero era muy reservado con las mujeres y no hablaban tanto, así que no creía que fuera él. Sharrkan era muy amable, pero con esa personalidad no creía que estuviera dispuesto a casarse. ¿Podría ser Jafar? Era con quien más trataba, Sinbad lo sabía. Desde que había llegado a Sindria se había portado como algo parecido a un hermano mayor, aunque nunca había entendido por qué. Jafar la trataba muy bien, y no le disgustaba, pero de repente encontraba muy extraña la idea de ser su esposa. Nunca se le había ocurrido pensarlo. Claro que nunca se había planteado tan siquiera la posibilidad de casarse con uno de los Ocho Generales de Sindria.
En fin, de todas maneras ya había dicho que lo haría. Desde luego, él no era la peor opción. Aunque era muy serio, y se enfadaba con mucha facilidad, con ella nunca había tenido ni una sola mala palabra. Era muy bueno. Si resultaba ser él, al menos sabía que la cuidaría. Obviamente sería muy raro al principio, pero no estaría tan mal, o al menos eso suponía. Pero era tan extraño...
Se inclinó de espaldas para mirar por la ventana que estaba tras ella, y pudo distinguir a Jafar caminando hacia la puerta para entrar. Vaya, entonces... había acertado. Iba a casarse con Jafar.
En realidad, no se sintió mejor al saberlo. Lo aceptaba, le había dicho a Sinbad que lo haría, y cumpliría su palabra. Pero veía a Jafar como un amigo, un hermano... ¿Sería capaz de estar con él, y compartir su vida para siempre? ¿Podría dar a luz a sus hijos? ¿Llegaría a amarle tan siquiera? Un montón de preguntas comenzaron a inundarla, no sólo en lo que se refería a ella, sinó también al chico de pelo blanco. Ni siquiera sabía lo que pensaba él al respecto, pero dudaba que, al igual que ella, la viera como algo más que una buena amiga.
A pesar de estar decidida a seguir adelante, no pudo evitar sentir que hubiera preferido a otro antes que a Jafar. Y después de eso, se sintió horriblemente mal por pensar esas cosas del hombre que iba a ser su marido. Estaba tan concentrada en su pesimismo, que no escuchó el ruido de las puertas de entrada al salón al abrirse.
- Con permiso -Dijo alguien con voz seca, haciendo que la chica alzase la mirada. No era Jafar.
- ¿Masrur...? -Susurró, de lo más desconcertada al encontrarse al joven pelirrojo a unos metros de donde ella estaba. ¿Qué hacía él allí? ¿Dónde estaba Jafar?
El chico no dijo nada al oír su nombre. Ni siquiera se movió, se limitó a mirarla fijamente con esos ojos rojos que sólo sabían mostrar seriedad. Lo que más caracterizaba a Masrur eran casi dos metros de puro silencio, dejando aparte algún que otro comentario sarcástico sobre Sinbad. Era sabido que él rara vez empezaba una conversación.
Nailea también lo miró durante unos segundos, pero un momento después se vio obligada a bajar la mirada de lo avergonzada que estaba, sintiendo que le ardían las mejillas. Siempre le pasaba cuando él estaba cerca.
Se conocían desde hacía bastante tiempo. De hecho, prácticamente llevaban el mismo tiempo en Sindria. Pero nunca habían hablado mucho. Masrur era silencioso de por sí, pero con ella eso iba más allá. Se encontraban todos los días, pero ni siquiera se miraban. La chica se sentía increíblemente nerviosa, y en esos momentos ni se atrevía a alzar la cabeza. Pero, aun así, era peor cuando lo miraba, aunque fuera de reojo. Y esa vez lo había mirado fijamente, y él también la había mirado. Había sido la primera vez en años que sus miradas se encontraban, y no había sido capaz de aguantarlo. Su corazón latía tan fuerte que tuvo miedo de que el chico pudiera oírlo. Era tan intenso, que hasta le dolía.
Nunca había entendido lo que le pasaba con él. Desde que le vio por primera vez se había sentido así, pero no sabía por qué.
El chico caminó y se sentó a la mesa, cerca de ella. La chica de ojos de color violeta no tenía ni idea de lo que debería hacer, o decir. Ni siquiera se atrevía a levantar la cabeza. Jamás hubiera podido imaginar que sería Masrur quien apareciera.
- ¿Te importa si empiezo a comer?
- Adelante -Respondió en voz baja, aun sin mirarlo.
Lo miró de reojo, mientras él comenzaba a coger un montón de fruta de las bandejas para acumularla en su plato. Su ansiedad crecía por momentos. ¿Él era su prometido? Jafar no había aparecido, y era él quien estaba ahí en ese momento. Tenía que ser él por fuerza.
No lo entendía. ¿Quería casarse con ella? ¿En serio? Pero si podía contar con los dedos de las manos todas las veces que habían hablado. De hecho, siempre había pensado que la odiaba, o por lo menos que no le caía demasiado bien. La intimidaba muchísimo.
- ¿Va todo bien? -Preguntó Masrur de repente, al notar la expresión turbada de su rostro.
- Sí -Se apresuró a responder, alzando la mirada sin darse cuenta. Por supuesto, al ver los ojos de Masrur fijos en ella, enrojeció y volvió a bajar la cabeza-. Sí, todo va bien, es que... Bueno, no sé muy bien qué decir sobre...
- ¿Sobre nuestro compromiso? -Volvió a preguntar, confirmando sus sospechas.
Nailea se estremeció al escuchar esa palabra que tanto le costaba decir. Y sin embargo él la había pronunciado con tanta naturalidad... Le ardían las mejillas sólo de pensarlo. Asintió, sintiendo como el chico la miraba fijamente. ¿Por qué se sentía así? Era realmente extraño. Pero aun así tenía que hablar con él. Y tenía que aclarar todo lo que le estaba pasando por la mente.
- Es que... no lo entiendo -Reconoció a media voz, apretando los puños a la altura de las rodillas para no temblar.
- Sinbad me lo propuso. Yo le dije que me parecía bien. Así que aquí estamos.
- Aquí estamos -Repitió Nailea, con una sonrisa nerviosa. No se podía creer lo que estaba pasando.
Le había dicho a Sinbad que le parecía bien casarse con ella. Increíble. Pero... ¿qué significaba eso? ¿Cómo debía interpretarlo? En años apenas habían hablado, así que en realidad no tenía ni la menor idea de lo que pensaba Masrur de ella. Al menos eso le decía que no la odiaba, como siempre había pensado. Pero no odiar a una persona no es lo mismo que querer casarse. ¿Podría ser que él... sintiera algo?
Ese simple pensamiento hizo que le diera un vuelco al corazón. Sin embargo, no era tan engreída como para creer algo así. Era imposible que Masrur la quisiera. Algo contradictorio con su situación, sí, pero para ella era indudable. No entendía qué razones podría tener él para aceptar ese compromiso, pero desde luego el amor no era una de ellas.
Siempre había creído que la odiaba, y no por nada.
- Te recuerdo -Susurró, sorprendiendo a Masrur. El chico pelirrojo dejó el pedazo de fruta que acababa de coger en el plato para prestarle atención, intrigado por sus palabras-. Te vi pelear varias veces en el coliseo. A ese hombre le encantaban esos espectáculos tan crueles.
Ese hombre. Por supuesto, estaba hablando de su padre. El noble de Reim del que había conseguido escapar años atrás. Nunca hablaba de él, y mucho menos delante de otra persona que no fuera Sinbad. Pero, si se casaba con Masrur, necesitaba decir todo lo que se había estado callando.
Su padre la había llevado varias veces al coliseo cuando era pequeña, aunque nunca había sabido por qué alguien podría ser capaz de llevar niños a ver esa clase de cosas. No le parecía algo normal, pero cuando creció terminó por comprender que así se divertía la gente en su tierra natal. No veían los combates como algo malo, sólo un simple pasatiempo.
Allí había visto a Masrur más de una vez, peleando con una espada enorme que lo doblaba en tamaño, contra otros gladiadores mayores que él, e incluso contra bestias. Cuando se había encontrado con él en Sindria por primera vez pensó en hablarle, en decirle que le conocía, pero no le pareció bien hacerlo. ¿Qué iba a decirle, que ella era una de esas personas que lo observaban mientras arriesgaba su vida para divertirlos? Jamás se hubiera atrevido a mencionar el coliseo delante de él. Había sido un esclavo, y ella la hija de un noble, pero era Nailea la que se sentía inferior y sin ningún derecho a dirigirle la palabra, ni siquiera a mirarlo.
- Sinbad cree que no lo sé -Prosiguió, con voz temblorosa-. Era una niña, pero no estaba ciega. Sé que ese hombre era un traficante de esclavos. Y sé que también estaba detrás de mucho de lo que pasaba en el coliseo. Sólo de pensar que tal vez él pudo haber tenido algo que ver contigo...
Se detuvo antes de seguir hablando, sintiendo un nudo en la garganta. Era la primera vez que hablaba tanto con él, pero eso no era malo. Lo malo era lo que estaba diciendo.
- Termina la frase -Dijo Masrur con sequedad, tal vez esperando que dijera algo ofensivo contra él. Aunque eso Nailea no lo notó.
En lo que se refería a su pasado, el chico de pelo rojo era el más cercano, en cierto modo. En esos años no había dejado de pensarlo. Tal vez ese era el momento perfecto para hablarlo. Tal vez no. Pero aun así, no quería lamentarse el resto de su vida por no haber dicho nada antes.
- Sólo de pensarlo me siento terrible. Nací en el lugar donde te esclavizaron. Llevo la sangre de alguien que hizo cosas horribles, que pudo haberte hecho cosas horribles. No soy digna de ti, y no entiendo cómo puedes querer esto, yo... creía que me odiabas. Deberías odiarme.
Masrur la observó con atención, atendiendo a todas y cada una de sus expresiones. Parecía que iba a echarse a llorar de un momento a otro. La miró unos largos instantes, esperando a que se relajara un poco después de haber soltado todo eso. También él estaba más tranquilo. Un momento después, al ver que Nailea suspiraba cerrando los ojos, adelantó la mano y la posó a un lado de su cabeza, haciendo que volviera a abrir los ojos de lo más sorprendida. Esta vez sí que se atrevió a mirarlo.
- No te odio -Dijo con seriedad, mirándola a los ojos con una intensidad increíble-. Nunca me ha importado que hayas nacido en Reim. No tengo razones para odiarte, todo lo contrario.
El chico apartó la mano de su pelo, justo cuando ella se quedaba boquiabierta. No entendía nada, todo lo que estaba pasando era de lo más surrealista.
- ¿Lo contrario? Pero si nunca hablamos, ni siquiera me miras.
- Tú tampoco me miras -Apuntó Masrur, muy acertado.
Nailea estuvo a punto de contestar a eso, pero obviamente no le iba a decir que si nunca lo miraba era porque le daba una vergüenza terrible el simple hecho de tenerlo cerca. Lo único que pudo hacer al pensarlo fue enrojecer, y con eso sólo consiguió la urgencia de bajar la mirada.
- Siempre haces eso cuando estoy delante.
En ese momento no pudo evitar sonreír, aunque no supo por qué. Ni siquiera levantó la cabeza al hacerlo, pero eso no evitó que el chico se diera cuenta. Nailea dejó de sonreír al sentirlo, y se separó un poco el pelo de la cara mientras comenzaba a ponerse nerviosa de nuevo, pensando en algo muy concreto que quería preguntar desde hacía un buen rato. Intentó por todos los medios que no le temblara la voz. Aunque, por supuesto, no fue capaz de mirarlo a los ojos. Lo único que pudo hacer fue jugar con un mechón de su largo pelo claro.
- ¿Tú... de verdad quieres esto?
- ¿Tú quieres? -Preguntó Masrur, en lugar de responder a la pregunta.
Uy. Vale, ella había preguntado primero, él podía preguntar también. Pero aun así, ¿por qué no respondía? Ahora era ella la que debía responder, y además sin saber lo que él pensaba. Tal vez había hecho mal al preguntar. Les gustara o no, ya estaban comprometidos, y habían aceptado. Se debía suponer que era lo que querían. Pero una cosa era aceptar algo así ante el rey y otras personas, y otra muy distinta el hablarlo entre ellos. No sabía muy bien qué debía decir, ni cómo. ¿Debería admitir que ni siquiera se había planteado casarse con él antes de que apareciera por la puerta? En ese momento sólo pensaba en que tendría que casarse con Jafar, e incluso lo estaba asimilando. Aunque eso había sido sólo una suposición.
Pero, cuanto más lo pensaba, más claro lo veía. Masrur... era el adecuado. Era grande y silencioso, e incluso parecía antipático. Pero era amable y considerado. Y, de alguna manera, compartían un pasado similar. Sinbad también había visto eso.
Se tomó su tiempo antes de hablar, mientras su prometido la miraba con atención.
- Sí -Respondió en un susurro, enrojeciendo.
El joven no mostró sorpresa por esas palabras.
- Yo también -Respondió Masrur, conservando su seriedad.
Nailea se estremeció, y el flequillo le tapó los ojos. Dejó que Masrur entrelazara los dedos de sus manos, y llevó su otra mano junto a ellas, sonriendo débilmente.
La boda se celebró doce días después.
Nailea se levantó de la cama cuando llegaron tres doncellas para comenzar a prepararla. Se podían haber ahorrado el tener que despertarla tan temprano, la ceremonia sería al atardecer. De todos modos, no le importaba demasiado. Apenas había conseguido dormir. Pero qué le iba a hacer, era normal sentir nervios antes de algo tan importante.
Las doncellas le dedicaron toda la mañana. La tarde anterior la habían pintado con henna, con complicados dibujos de aves y flores que empezaban en manos y pies y subían por brazos y piernas como enredaderas. Por suerte no eran demasiado llamativos, y podría deshacerse de ellos con facilidad. Un vestido de dos piezas de color rojo la cubría. La parte de arriba la tapaba hasta el bajo del pecho, y ni siquiera tenía mangas ni tirantes. La falda le llegaba algo más arriba del ombligo, era ajustada, pero se soltaba a medida que bajaba por sus piernas. Iba descalza. Había decidido no llevar adornos en el pelo, simplemente dejarlo suelto con sus ondas naturales, aunque llevaría un velo del mismo tono que su vestido -con bordaduras hechas con hilo de oro- que se quitaría más tarde. Las únicas joyas que pensó le quedarían bien ese día eran un brazalete de oro con tres pequeñas gemas verdes engarzadas, y unos pendientes, también de oro, que Sinbad le había regalado cuando se cumplió un año de su llegada a Sindria. Según él, eran como los que su madre había llevado cuando era pequeño. El rey no se presentó en su recámara -que dejaría de ser suya a partir de ese día, pues se trasladaría a la de Masrur- hasta que llegó el momento. Ya que ella no tenía familia, él tendría que tomar el papel de su padre. Además, también oficiaría la ceremonia.
- Hoy estás más bella que nunca, Nailea -Dijo Sinbad, admirándola con una sonrisa tranquila. Rió al ver cómo la chica respiraba hondo y se llevaba una mano al corazón-. ¿Nerviosa?
- Sí -Respondió Nailea, con un nudo en la garganta mientras una de las doncellas le arreglaba el velo rojo para asegurarse de que no se le caería.
- Eres una novia adorable. No hemos podido hablar demasiado estos días, así que no he tenido la oportunidad de preguntártelo. ¿Qué te ha parecido mi elección? ¿Estás contenta, o crees que debería haber sido otro?
La chica lo miró, algo sorprendida por la pregunta. A esas alturas no tenía mucho sentido cuestionar su decisión. Pero así era el joven rey. Le gustaba que la gente se preguntase lo que había tras sus acciones, y crear confusión allí donde iba. Pero ella no creía que hubiera razones ocultas para haber decidido casarla con Masrur. Confiaba en él. Sabía que quería lo mejor para ella. Y sin duda había pensado que el chico pelirrojo era lo mejor.
La tradición dictaba que la pareja no se podía ver antes de la boda. Sin embargo, se había encontrado con él una noche, unos días antes. Él estaba en uno de los jardines, y ella, al otro lado de la cortina blanca que lo separaba del interior del palacio. Hablaron en voz baja durante unos breves minutos, cada uno a un lado de la cortina. En algún momento, Nailea se apoyó en una de las columnas, y sintió que lo tocaba. Le dio vergüenza, pero al ver que él no se movía ni parecía molestarse, siguió apoyada unos instantes en su brazo. En realidad estuvieron en silencio la mayor parte del tiempo. Poco después se despidieron, y hasta entonces no se habían vuelto a reunir.
Desde esa noche, había esperado con ansias a que llegara el día. No dejaba de pensar en Masrur. Estaba en su mente todo el día, a cada momento. Prácticamente se había pasado todo el tiempo contando las horas que faltaban para volver a verle. Y entonces sería su mujer. Qué sentimiento tan extraño.
Sinbad la observaba con atención, esperando su respuesta. La chica suspiró intentando calmarse, y lo miró a los ojos cuando decidió lo que iba a decir. Al menos con él no era tan tímida, nunca había sentido esa necesidad.
- Yo... creo que has elegido bien.
- Me alegra que pienses eso -Sonrió Sinbad, acercándose a ella para tenderle la mano-. ¿Vamos?
Nailea volvió a respirar hondo, y asintió mientras dejaba que la tomara de la mano. Las doncellas se hicieron a un lado, y entonces caminó junto al rey hasta salir de su habitación, y luego a través de los pasillos de palacio para salir al exterior, por la entrada principal. La ceremonia se celebraba a los pies del palacio, en el gran jardín con tramos de escaleras, con una vista increíble de toda Sindria.
El camino se le hizo eterno. Ella y Sinbad iban seguidos de las doncellas, que chismorreaban a cada momento. Se habían portado bien con ella durante esos días, así que no le importó demasiado. Al menos creía que no les caía mal, no dejaban de hablar de lo hermosa que estaba. Al comenzar a bajar las escaleras, siendo bañada por el sol, pudo ver a todas las personas que se habían reunido para presenciar su boda. Prácticamente todo el palacio estaba allí. Pero los generales eran los que estarían más cerca. A medida que iba avanzando, todos le sonreían e inclinaban la cabeza. Ella también les sonreía, pero bien pronto se forzó a mirar al frente.
Masrur llevaba el atuendo oficial de Sindria, la túnica en color crudo con bordes de color verde oscuro, camisa blanca y fajín negro. Estaba muy serio, como siempre, con las manos cruzadas tras la espalda. Se acercó a él despacio, mirándolo a los ojos. Sin embargo, le pasó lo mismo de siempre. El rubor subió a sus mejillas, y tuvo que bajar la mirada, sonriendo débilmente con timidez. Sabía perfectamente que los estaban mirando, y pudo ver de reojo cómo Sharrkan le daba un codazo a Spartos con una sonrisita.
El chico de ojos rojos le tendió una mano, y ella la aceptó. Sus manos eran muy pequeñas comparadas con las de Masrur. Le gustaban. No soltó su mano en ningún momento, y él hizo lo mismo.
La ceremonia no fue muy larga. Sinbad dio un discurso, e incluso se puso a hacer alguna gracia sobre la noche de bodas, provocando que la chica de ojos violetas se ruborizase y varios de los generales rompieran a reír disimulando bastante mal. Pero finalmente los casó, y todo el mundo estalló en aplausos y los bañaron en pétalos de flores. Mientras la gente se acercaba a ellos para felicitarlos, se permitió agarrarse al brazo de su marido -era extraño pensar en él de esa manera, necesitaba acostumbrarse- para que no la apartaran de su lado. Había demasiadas personas a su alrededor. Eso la agobiaba un poco.
- ¿Estás bien? -Preguntó Masrur, cuando la gente se hubo alejado un poco para dejarles algo de privacidad y así dirigirse al banquete para celebrarlo.
- Sí, muy bien -Sonrió ella, aun aferrada a él.
El chico de pelo rojo la miró con esa tranquilidad que lo caracterizaba. Sin pensarlo demasiado, alzó la mano que le quedaba libre, y la llevó a la mejilla de su esposa. Tenía una piel muy suave. Cuando cerró los ojos por un momento le acarició el pulgar con las pestañas. Movió un poco la mano, y le echó el pelo hacia atrás.
- Te han descolocado el velo.
- Ah, sí... No pasa nada -Susurró, algo avergonzada al volver a ponerse bien el velo rojo. Se lo quitaría más tarde. Miró a todos los invitados, que comenzaban a desaparecer a medida que entraban en palacio para ir a uno de los jardines interiores-. ¿Vamos a la fiesta?
- Podemos ir un poco más tarde, si quieres. Hay demasiada gente y eres el centro de atención, es normal que estés agobiada.
- Bueno, sí, pero es nuestra boda -Respondió, intentando que no le temblara la voz al decirlo. Aunque quería ir a la celebración, en ese momento seguía nerviosa, y como había dicho él, al ser la novia era el centro de todas las miradas. Y aun no quería apartarse de él. Además, técnicamente ese era su tercer momento juntos. Antes de que todo el mundo los observara prefería relajarse un poco, y poder hablar un poco más con él a solas. Pero tal vez eso sentaría mal a sus invitados, y no quería ser maleducada-. No deberíamos hacerles esperar.
- No nos hemos casado con ellos -Comentó Masrur sin más, encogiéndose de hombros.
- Eso es verdad -Susurró la chica de ojos violetas, comenzando a reír suavemente.
Tras decir eso, comenzaron a caminar con tranquilidad por los alrededores de la entrada principal del palacio, hablando en voz baja. Aparentemente no se dieron cuenta de que estaban siendo observados por Sinbad y Jafar. El chico de pelo blanco pensó en decirles algo, pero el rey lo detuvo. En ese momento su relación aun no estaba muy clara, pero parecía haber una extraña armonía entre ambos.
Él era demasiado silencioso, y ella demasiado tímida -al menos con él-, así que sólo el tiempo podría decir lo que sería de ellos. Decidieron dejarlos para ir a la fiesta y procurar que nadie se diera cuenta de que los protagonistas del día no estaban. Una tarea difícil.
Nailea dejó que el chico pelirrojo la rodeara con el brazo, y apoyó la mejilla en su pecho mientras contemplaban con calma el hermoso paisaje de Sindria, bañada por el sol del atardecer. Esos contactos tan íntimos la ponían muy nerviosa, pero no porque no le gustaran. Todo lo contrario. Masrur era grande y cálido. Hasta ese momento no se habían tocado demasiadas veces, pero notaba que para él resultaba muy natural acercarse a ella. Esperaba poder hacer lo mismo pronto, sin tener que avergonzarse. Por el momento, lo que quería era hablar más con él. Aunque era un poco difícil responder a los comentarios que hacía a veces.
Sacaron un par de temas de conversación, y hablaron de la ceremonia. Vieron como algunos sirvientes pasaban empezando a limpiar las escaleras, y decidieron no hacer caso a las miradas que les dirigían. Nailea se liberó de su abrazo, y se agachó para recoger unos cuantos pétalos de los que les habían lanzado. Los sostuvo entre sus manos, pensando en guardarlos para prensarlos en algún libro, o guardarlos en alguna cajita en recuerdo de ese día. Alzó un poco las manos para poder disfrutar del aroma de esas flores, siempre bajo la atenta mirada de Masrur.
- Cuando haces cosas así pareces muy tranquila -Observó, haciendo que alzase la mirada. La chica sonrió débilmente, con timidez, como si no se hubiera dado cuenta de lo que estaba haciendo.
Su marido se adelantó un poco más, y colocó ambas manos bajo las suyas para alzarlas, y así oler también los pétalos. Eso hizo que enrojeciera nuevamente, y más aun cuando él volvió a mirarla a los ojos. No supo por qué, pero ese gesto le había parecido realmente atractivo.
- Creo que ya es hora de que vayamos a la fiesta -Dijo el chico, después de pedirle a uno de los sirvientes que guardaran los pétalos en una bolsita de tela para así conservarlos.
Nailea asintió, y ambos comenzaron a caminar hacia la puerta del palacio. Mientras andaban, decidió quitarse el velo, pues ya empezaba a estar incómoda con él. Las ondas de su pelo se movieron con la brisa cuando llegaron al jardín interior. Todos los recibieron con alegría, y empezaron a felicitarlos. Cuando se sentaron juntos fueron llegando invitados por separado para hablar con ellos. En ese punto ya estaba anocheciendo, y el jardín estaba iluminado por antorchas. La gente comía, reía y bebía, y muchos otros bailaban al ritmo de los tambores. Algunos jóvenes invitaron a la chica a bailar, pero no estuvo mucho tiempo con ellos. Como esposa, debía atender a sus invitados.
- Felicidades, Nai -Le dijo Aisha, una buena amiga que había llegado de Sasan hacía un tiempo. Desde que se conocieron habían pasado bastante tiempo juntas, cuando la chica de pelo anaranjado no estaba ocupada con sus deberes. La habían enviado como embajadora para tratar algunos asuntos. Era muy amable, la apreciaba mucho. Después de saludar y felicitar a la pareja, les dejó su regalo -un precioso diván en color crudo con almohadones de un tono turquesa algo oscuro, traído directamente de Sasan-, y volvió a su asiento.
Todos hacían lo mismo. Iban a dejar sus regalos frente a ellos para que los vieran y se lo agradecieran. Algunos saludaban sin subir los tres escalones que los separaban de ellos, pero otros se acercaban a estrecharles las manos, e incluso para abrazarlos.
Jafar dejó un pequeño cofre de oro frente a ellos, y le guiñó un ojo a la chica en un pequeño gesto de cariño, al que ella respondió con una encantadora sonrisa tímida. Y pensar que él podría haber ocupado el lugar de Masrur a su lado aquel día... Bueno, desde luego era mejor así. El chico de pelo blanco abrió el cofre, que estaba lleno de perlas blancas enterrando unos cuantos frascos de oro y cristal, con varios tipos de perfume procedentes de todo el mundo. Masrur y Nailea dieron gracias por el regalo entrelazando las manos sobre el pecho -un gesto típico de Sindria-, e inclinando la cabeza.
La verdad, la mayoría de los regalos eran cosas que sólo Nailea podría utilizar. Vestidos, joyas, perfumes... En todas las bodas se prestaba más atención a las novias. También les regalaron libros, piezas de tela en una increíble variedad multicolor, armas -supuso que eran más para decorar que para otra cosa, a ella no le servirían de nada y por lo que sabía Masrur tampoco las usaría-, e incluso animales. Por suerte, no fueron muchos. Algunos eran peces de vivos colores, pero lo que prevalecía eran las aves. Nailea pensó en pedirle a Sinbad que le permitiera llevarlas a la pajarería que tenía en uno de los jardines de palacio. Al menos allí no tendrían que estar enjauladas.
El rey fue el que más se excedió con sus regalos. Además de unas cuantas cosas para los dos, su regalo personal para su protegida fueron tres elefantes. Aparecieron tras sus domadores, con paso firme y asombrando a todo el mundo. Tenían mantos de colores sobre sus lomos, y joyas de oro en los colmillos. Masrur se sorprendió, y la chica de pelo castaño se llevó las manos a los labios, intentando contener su emoción. El elefante era el animal que más le gustaba, y Sinbad lo sabía de sobra.
- No me lo puedo creer... -Susurró, al levantarse y acercarse al rey-. Cuando me lo dijiste creí que estabas bromeando.
- Yo nunca bromeo, mi preciosa Nailea. Ya deberías saberlo -Comentó Sinbad riendo, posando una mano en la espalda de la chica para hacerla caminar-. ¿Por qué no vas a verlos más de cerca?
Nailea sonrió encantada, y se acercó a los animales sin ningún miedo. Comenzó a acariciar a uno de ellos, y a hablarle en voz baja mientras todos la miraban.
- ¿No es adorable? -Dijo Hinahoho, sentado junto a sus compañeros. Drakon asintió.
- Me apuesto lo que sea a que querrá más a esos bichos que a Masrur -Comentó Sharrkan, sirviéndose más vino. Eso lo llevó a recibir un golpe por parte de Yamuraiha.
La chica de ojos violeta no atendía a nada de eso. Se detuvo frente a uno de los elefantes, justo entre sus colmillos, y apoyó la mejilla y las manos contra él, cerrando los ojos. Siempre le había encantado el tacto de la piel de esos animales. El elefante le rodeó el cuerpo con su trompa, y se rió mientras el domador la ayudaba a soltarse. No vio que Masrur también se acercaba.
- ¿Puedo subirme? -Preguntó, aun emocionada.
El domador asintió, e hizo que el elefante se inclinase hacia adelante. Aun así, seguía siendo demasiado alto para ella. Justo cuando pensaba en cómo montar sin hacer demasiado el ridículo, alguien la levantó en brazos. Se sorprendió, y más aun cuando ladeó la cabeza y vio a Masrur, que la alzaba en el aire sin ningún esfuerzo. La subió a lomos del elefante, haciendo que se sentara de lado, y luego, él mismo también subió para sentarse tras ella. En ese momento ya los estaba mirando todo el mundo. Los generales no les quitaban el ojo de encima. Nailea rió un poco avergonzada, saludando con la mano a Pisti, que estaba de lo más animada -en parte por el vino, pero también porque ella era así-. Vio también a Sharrkan y Jafar, que había sido arrastrado por el primero a abrir una botella de licor, y a Yamuraiha guerreando con ellos. Pobre Jafar, no le gustaba demasiado el alcohol porque no era un buen bebedor. Esperaba que no hiciera ninguna locura por culpa del chico de piel morena, cuando bebía no era buena idea seguirle el juego.
El elefante se alzó de repente, sorprendiéndola, y haciendo que se echara un poco hacia adelante. No pasó nada porque Masrur la sujetó a tiempo, rodeándola con el brazo y posando una mano en su abdomen. Por el Dios del Mar del Sur. Desfallecía cada vez que la tocaba. Ojalá dejara de sentir vergúenza pronto, era horrible. Al menos tenía el consuelo de saber que él no tenía problemas en tomar la iniciativa.
De lo más ruborizada, colocó sus manos encima de la del chico cuando el elefante comenzó a moverse, guiado por el domador. A cambio, Masrur la rodeó también con el otro brazo, apretándola contra su pecho. Hizo que se sintiera realmente segura entre sus brazos. Le gustaba esa sensación, aunque no se atreviera a alzar la mirada ni a hablar.
Hacía ya un buen rato que era de noche. Era bastante tarde, pero la fiesta aun continuaba. Tenía claro que aunque la gente siguiera festejando, ellos no se quedarían hasta el final. Tendrían que irse pronto a los que a partir de ese día serían los nuevos aposentos de Nailea, aquellos que en adelante compartiría con su esposo, para celebrar su noche de bodas. Reconocía que estaba nerviosa. Más que eso, estaba aterrada. Pero intentó por todos los medios no pensar demasiado en ese momento, y disfrutar de su pequeño paseo encima del elefante, que por desgracia no duró mucho. Sinbad estaba ebrio -aunque a primera vista no se notaba demasiado, pero la chica lo había visto llenar su copa unas cuantas veces- y quiso hacer un brindis, así que bajó del elefante, otra vez en brazos de Masrur. Reconocía para sus adentros que le encantaba que hiciera eso.
El rey comenzó a hablar con una gran sonrisa, contando que cuando Nailea era una niña recién llegada a Sindria siempre solía irse a su cama por culpa de algún mal sueño para que le contase alguna de sus aventuras, y que decía que cuando fuera mayor se casaría con él. Por supuesto, con esto conseguía que la chica tuviera que taparse la cara con las manos con ganas de que la tragara la tierra. Además, aunque estaba borracho contaba lo que le convenía. Sinbad siempre se quitaba la ropa dormido. Obviamente, Nailea no lo sabía cuando llegó a Sindria, y por eso dormía con él. Tardó algún tiempo en enterarse -más de lo que le gustaba reconocer-. El rey siempre se levantaba antes que ella, así que nunca lo había visto. Sin embargo, un día ella se despertó de madrugada y se sorprendió al verlo a su lado sin nada encima. Ahí fue cuando volvió a dormir en su propia habitación.
También decía que para él no era su protegida, era su hija, aunque él fuera sólo doce años mayor. Sinbad estaba muy acomplejado y temía a la vejez, pero cuando bebía decía todo tipo de cosas extrañas. Los generales y todos los invitados se rieron del discurso, y más aun cuando el monarca se quedó dormido de repente, copa en mano. Al final, hasta Nailea terminó por dejar escapar una pequeña risa, mientras Masrur suspiraba negando con la cabeza. Estaba siendo una fiesta muy divertida, aunque Sharrkan estaba haciendo de las suyas, y por desgracia también estaba arrastrando a Jafar y a Spartos, y además eran animados por Pisti. Claro que, más temprano que tarde, la pareja tuvo que irse.
Un pequeño séquito los escoltó hasta la torre Leo Púrpura. Allí era donde estaban las estancias del rey Sinbad y sus oficiales más cercanos. Hasta ese día, Nailea había vivido en la torre Sagitario Verde. Como bien había dicho Sinbad, años atrás iba muchas noches hasta la torre Leo para dormir con él después de tener una pesadilla. Hubo una época en la que ni siquiera se molestaba en ir a dormir a su habitación, y se quedaba directamente con el rey, e incluso algunas veces con Jafar, que disfrutaba mucho leyendo todo tipo de libros con ella hasta que se dormía. Pero hacía mucho tiempo desde la última vez que había ido allí. Sólo unas pocas personas podían entrar. Ahora conocería una recámara que no había visto antes, donde viviría a partir de esa noche.
Masrur cerró la puerta en cuanto entraron, y ella se estremeció, aunque estaba de espaldas. Observó la recámara para apaciguar un poco sus nervios. Le gustó, era muy confortable. Cortinas blancas, abiertas dejando una preciosa vista nocturna de Sindria. Unos cuantos muebles sencillos, entre los que pudo reconocer los baules donde había metido las cosas que tenía en sus antiguos aposentos, colocados sin estar pegados a ninguna pared. La cama... tenía sábanas blancas, y una manta de múltiples colores estaba cuidadosamente doblada sobre un banco al pie del gran mueble. Seguro que al día siguiente llevarían todos los regalos de boda a la habitación. Tendría que pensar cómo organizar todo ese espacio.
Algo la sobresaltó, y no fue otra cosa que los pasos del chico pelirrojo acercándose despacio. Tragó saliva, y no pudo evitar caminar hacia delante para acercarse al balcón, y así alejarse un poco de él. Estaba demasiado nerviosa.
A lo lejos aun se escuchaba el ruido que procedía de la fiesta. La música, las risas, los chillidos de las chicas, seguramente por Sinbad o Sharrkan... Le alegraba saber que la gente se lo estaba pasando bien mientras ella estaba a punto de sufrir una crisis de ansiedad. En fin, una cosa era imaginar su noche de bodas, y otra muy distinta era vivirla. Pero sólo tenía que calmarse.
Justo cuando comenzaba a hacerlo, aunque poco a poco, sintió el brazo del chico junto al suyo, cuando este se acercó para apoyarse en el balcón junto a ella. Fue entonces cuando lo miró de reojo y recordó lo enorme que era. Ella tenía un cuerpo muy pequeño comparado con él. ¡Por el Dios de los Mares del Sur, ¿y si la aplastaba?!
Era absurdo, pero estaba tan nerviosa que no pudo evitar pensarlo. Y además, sólo con imaginarse lo que iban a hacer... Eso bastó para que se sonrojara hasta un punto en el que casi podría echar humo.
- Es bonito -Susurró refiriéndose a todo lo que se veía desde su habitación, rezando para que no le temblara la voz. Por supuesto, no tuvo éxito.
Masrur la observó con calma. Era demasiado fácil para él saber lo que estaba pensando. Sabía que tendría que ir despacio con ella, pero eso no tenía nada de malo. Acercó la mano lentamente a su mejilla, y le colocó el pelo tras la oreja. Nailea se sorprendió y cerró los ojos con fuerza, aunque no a propósito.
- Estás asustada -No era una pregunta, sino una afirmación.
Nailea sólo pudo bajar la mirada, completamente avergonzada. Claro que estaba asustada, ¿cómo no iba a estarlo? Ya se sentía bastante mal consigo misma por eso, y ahora tenía que añadir que su marido lo sabía. Debía de estar muy molesto.
Mientras pensaba eso, en un principio no fue consciente de que Masrur se acercó más a ella mientras hacía que se girase, pero sí que lo fue cuando la abrazó. Enrojeció, aunque ese rubor no fue nada comparado con el que vino cuando el chico se inclinó para estar a su altura y así hablarle al oido.
- Nai. No haré nada que no quieras. Pero eres tú quien debe guiarme esta noche -Le dijo con voz tranquila, sosteniéndola entre sus brazos, casi levantándola del suelo. La miraba a los ojos, a pesar de que su rostro estaba a escasos centímetros del de Nailea.
La chica asintió con timidez, comenzando a sentir cómo algo ardía en su cuerpo. En ese momento, también se dio cuenta de que la había llamado Nai. Hasta entonces apenas lo había escuchado llamarla por su nombre, pero realmente no había muchas personas que la llamaran Nai. Y no esperaba que él lo hiciera. Ese pequeño detalle la hizo sentir muy bien. Aun tenía miedo, pero él le había dicho que tenía que guiarle. No entendía muy bien a qué se refería con eso, pero supo que Masrur no debía ser el único en dar el paso. También ella tenía que apartar la timidez.
- Me gustaría un... beso -Susurró, por primera vez consiguiendo no apartar la mirada de la suya.
Masrur siguió mirándola fijamente por un instante, y poco después se acercó despacio para darle un suave beso en los labios. Ella no sabía muy bien cómo responder, pero le gustó muchísimo. A pesar de que no podía hacer comparaciones con nadie, sintió que sus labios eran perfectos. Su aliento, el pendiente que tenía bajo el labio inferior, sus ojos cerrados, sus brazos rodeándola intentando contener la increíble fuerza que poseía. El beso perfecto. Y cuando él se apartó un poco, tal vez para asegurarse de que estaba bien, esperó a que la besara de nuevo. Entonces se dejó llevar un poco más, aunque los nervios la hacían torpe. Pero era una sensación increíble. En un pequeño impulso, subió las manos por su pecho y le rodeó el cuello con los brazos, acercándolo un poco más. Ahí el beso se hizo más intenso.
Masrur acarició su cuerpo por encima del vestido, hasta que terminó la tela que cubría su espalda. En ese momento se detuvo por un instante al tocar su piel desnuda, aunque no tanto como para que Nailea se diera cuenta de que había notado algo. Ella no podía pensar en nada más. Sólo quería sentirlo aun más cerca. Claro que, poco después, se le ocurrió que tal vez él podría estar un poco incómodo tener que inclinarse tanto para besarla. Era tan alto comparado con ella. No sabía cómo, pero siempre acababa pensando en ese detalle. Se preguntaba qué pensaría él de estar casado con una chica tan pequeña. Ya tenía cuerpo de mujer, pero a su lado no se sentía así para nada. Le parecía un gigante.
En respuesta a su pregunta no formulada, el chico de pelo rojo se separó un poco y la sorprendió levantándola, sosteniéndola de una forma en la que era como si estuviera sentada en su brazo. Ahora era Nailea la que estaba más alta. Ya no agarraba su cuello, tenía una mano sobre su hombro, y otra en su pecho. Tenía el cuello de la camisa blanca desabrochado desde hacía unas horas. Después de fijarse en ese pequeño detalle, volvió a mirarle a los ojos. Tal vez era por el momento, pero cada vez le costaba menos hacerlo.
- Me gusta que hagas eso -Dijo él, refiriéndose a que por fin lo estuviera mirando-. Con unos ojos así no deberías mirar al suelo.
- Sólo miro al suelo cuando tú estás cerca -Reconoció Nailea, algo avegonzada.
- Eso debe cambiar -Respondió el chico de ojos rojos, moviéndose para entrar en la habitación. En cuanto estuvieron dentro, decidió volver a dejarla en el suelo, justo frente a él.
Se quitó la túnica, y luego también la camisa, todo el tiempo mirándola a los ojos. En ese momento sí que no se atrevió a bajar la mirada, pero porque no podía soportar la vergüenza que le daba saber que iba a verlo desnudo. Y eso que aun no se había quitado toda la ropa. Ella también tendría que hacerlo. Y ese era el momento.
Está bien, pensó. Estoy casada con él, no tengo nada de qué avergonzarme.
Decició bajar la mirada para ver su propia ropa, y alzó las manos con nerviosismo. Deshizo el pliegue que sujetaba la parte de arriba de su vestido, y mientras esta caía al suelo, ya estaba soltando el de la falda. En pocos segundos ya se encontraba completamente expuesta ante él, aunque su pelo ondulado la cubría un poco. Intentó ocultar que estaba temblando, aunque eso era más que obvio. Bajó la mirada, ruborizada al sentir los ojos rojos de Masrur clavados en ella.
- Eres muy hermosa -Dijo el chico en voz baja.
- Tú también -Susurró ella en respuesta, sin enrojecer por reconocerlo. Al fin y al cabo, era verdad.
Masrur volvió a acercarse, esta vez colocando una mano en su cintura, y con la otra llevándole el pelo tras el hombro antes de inclinarse. La besó en el cuello, haciendo que la chica dejara escapar un pequeño jadeo de sorpresa al sentir un escalofrío que le erizó la piel. Era la primera vez que experimentaba esas sensaciones, y era de lo más extraño. Pero también increíblemente placentero.
Se abrazó a él, llevando las manos a su ancha espalda a medida que sus cuerpos se acercaban. Piel con piel. Apoyó la mejilla en su pecho, y escuchó su respiración y los latidos de su corazón. No estaba tan agitado como el suyo, pero aun así era muy fuerte.
Tras unos momentos de caricias en medio de ese abrazo, el chico de pelo rojo volvió a separarse, para poder besarla justo cuando la cogía en brazos como a una princesa. Ella volvió a rodearle el cuello.
- Sigamos en la cama -Susurró, apenas se hubo separado de sus labios.
Nailea abrió los ojos lentamente para encontrarse con los suyos. No pudo hacer otra cosa más que asentir.
Cuando se despertó, unas cuantas horas después, el sol iluminaba la estancia débilmente. Debía de haber amanecido hacía poco. Intentó despejarse un poco, y se apartó el pelo de la cara, procurando no moverse mucho en cuanto recordó que estaba entre los brazos de Masrur. El chico pelirrojo dormía profundamente, y no parecía que fuera a romper su abrazo fácilmente. Pero tampoco pensaba alejarse de él.
Al moverse para volver a acomodarse sobre su pecho, sintió una leve punzada de dolor bajo el vientre, y también en los muslos. No era nada, sólo un pequeño recuerdo de la noche anterior que desaparecería pronto. En realidad, aun con ese rastro de dolor, se sentía mejor que nunca. Su noche de bodas no había sido para nada cómo la había imaginado. Más bien todo lo contrario.
Ese tipo de cosas siempre la habían asustado. Muchas chicas pintaban esa noche como algo terrible, y le habían metido el miedo en el cuerpo. Cuando supo que iba a casarse empezó a temerlo aun más. Y además, Masrur era tan grande, tan serio, y parecía tan poco delicado... Durante la ceremonia y la fiesta había sentido un miedo atroz a que se acabara, porque eso significaría que había llegado el momento. Pero no había sido para tanto. Había sido increíblemente bueno con ella, y tan tierno, tan... dulce.
Se sonrojó al recordarlo, y por muy poco no se hizo daño al morderse el labio. Miró a Masrur de reojo, y se sintió aliviada de que siguiera dormido. En ese momento, sin que él la estuviera atravesando con esos increíbles ojos rojos, aprovechó para mirarlo bien. Su rostro era tan pacífico cuando dormía. Parecía un niño. Tenía los labios entreabiertos, y escuchaba su respiración acompasada. Su pelo rojo estaba un poco revuelto, y brillaba por la luz del sol que entraba por la ventana. Le separó cuidadosamente un mechón de la frente con un dedo, y no pudo evitar sonreír. Aun le daba un poco de vergüenza, pero decidió bajar la vista para mirarlo detenidamente. Su marido tenía un cuerpo increíble. Era enorme, y eso no lo hacía menos perfecto. Mientras lo observaba, deslizó suavemente su mano por su piel. Cuello. Clavícula. Hombro. Brazo. Pecho. Abdomen. Se detuvo en su cintura, y volvió a mirar su rostro al sentir que su respiración se cortaba por un momento mientras se despertaba. Abrió sus ojos rojos, y lo primero que hizo fue mirarla, moviendo un poco la cabeza sobre la almohada para bajar hasta estar más cerca de ella.
- Buenos días -Dijo Masrur con tranquilidad, pero tan serio como siempre.
Lo miró a los ojos, dándose cuenta de que su mano aun estaba en su cintura. A él no parecía importarle, así que no se movió.
- Buenos días -Respondió, sonriendo suavemente.
Uno de los brazos del chico, que estaba bajo el cuerpo de la chica, subió por su espalda hasta descansar en el hombro de Nailea. El otro estaba por encima de la sábana blanca, y lo alzó para llegar a su rostro y acariciar levemente su mejilla. Parecía que estaba convirtiendo ese pequeño gesto en una costumbre.
- ¿Cómo estás?
Desde luego, ya sabía que preguntaba cómo estaba por lo que había pasado en su primera noche juntos. De nuevo volvió a enrojecer, y más aun mientras sentía sus ojos clavados en ella.
- Un poco cansada -Reconoció, apoyándose en su hombro y cerrando los ojos, agarrando la sábana que la cubría-. Pero estoy bien. Mejor que bien.
Masrur apoyó la mejilla en su frente, y jugó con su pelo, desenredándoselo con los dedos. Dejó que descansara un poco más, aunque no estaba dormida a pesar de tener los ojos cerrados. La miró con calma, y comenzó a rozar débilmente su piel con los dedos. Se había dado cuenta, horas atrás, de que en la espalda de la chica había unas cuantas cicatrices. A simple vista no se notaban, eran casi imperceptibles. Sólo cuando las tocaba débilmente sentía la textura suave de las finas marcas que una vez habían sido heridas.
- He querido preguntártelo desde anoche. ¿De qué son las cicatrices?
Nailea se sorprendió, y abrió los ojos al darse cuenta de por qué era la pregunta. Apretó los labios, y bajó la mirada sintiéndose mal.
- Latigazos -Susurró, sin muchas ganas de hablar del tema. Pero era su marido, tenía derecho a preguntar por qué su cuerpo estaba marcado.
Masrur no sabía demasiado de su pasado, sólo que había escapado cuando su padre había intentado casarla aun siendo una niña. Sinbad era el único que sabía que después de negarse a lo que en realidad era una orden había sido brutalmente torturada -aunque siempre había sospechado que Jafar también lo sabía-. Al menos no se notaban y podía disimularlas con la ropa y el pelo.
- ¿Quién te hizo eso? -Preguntó él-. ¿Fue ese hombre?
La chica de ojos violetas asintió. Eso hizo que Masrur endureciera su mirada por un momento, sin que ella lo viera. Menos mal que ese bastardo ya estaba muerto. De no ser así, él mismo habría ido a Reim para acabar con él. Era asqueroso que un padre pudiera hacerle eso a su propia hija.
- Cuando escapé estaba llena de heridas. También me rompí una pierna. Sinbad hizo todo lo que pudo para curarme, pero no pudo evitar que me quedaran algunas marcas.
- Entiendo.
- ¿Te molesta...? -Preguntó, con miedo en su voz. Siempre había temido lo que pudiera pensar la gente, pero ahora le preocupaba aun más lo que pensaba él.
- No, claro que no.
Era totalmente cierto que no le importaba. Con o sin cicatrices de latigazos, no dejaba de ser Nailea. No cambiaba en nada. Unas cuantas marcas no eran importantes, y no debía sentirse mal consigo misma por algo así. Vio que su respuesta la había hecho sonreír con suavidad, aliviada. Se inclinó un poco, y la besó en la frente. La chica suspiró, y se acomodó un poco más sobre su pecho desnudo, llevando también la mano de su cintura a su espalda. El corazón le latía muy rápido, a pesar de que en ese momento no se sentía agitada.
Era pronto para llamarlo amor. Pero estaba comenzando a aceptar que sentía algo muy fuerte por él. Tal vez siempre lo había sentido, y por eso nunca había sido capaz de mirarlo. Tal vez por eso siempre había sentido ese intenso dolor dentro de su pecho cada vez que él estaba cerca. ¿Podría ser eso amor?
- ¿Nos levantamos? -Preguntó Masrur al cabo de un rato, acariciando sus labios con la yema de los dedos. Llevaban más de una hora despiertos, hablando en voz baja. La chica sonrió.
- No -Susurró. Lo miró a los ojos con calma, mientras se movía para tumbarse boca abajo, y así levantar las piernas cruzadas fuera de la sábana-. Quedémonos aquí.
- En algún momento tendremos que hacerlo.
- No tiene por qué ser ahora. No creo que nadie espere vernos por el momento -Dijo, con algo de timidez. No quería apartarse de él tan pronto. Subió una mano hasta su rostro, e hizo lo mismo que había estado haciendo él, acariciar sus labios. Pero ella también se detuvo en la esfera de metal que tenía bajo el labio inferior. Le gustaba mucho.
- Tienes toda la razón -Respondió el chico, dejando sus labios para bajar la mano hasta su cuello. Había descubierto que tenía la piel muy sensible en esa parte del cuerpo. Bastaba un pequeño roce para conseguir que se estremeciera-. Tal vez no nos esperen en todo el día.
- ¿Entonces nos quedaremos aquí, sin levantarnos de la cama?
- No me importaría. Pero creía que querrías recibir los regalos, e ir a ver a tus elefantes.
- Cierto, mis elefantes... -Susurró, recordando a los tres animales que el rey le había regalado con una suave sonrisa-. Realmente me sorprendió que Sinbad hiciera algo así. Sabe que adoro a los elefantes.
- Sí, siempre lo ha dicho -Dijo él, en respuesta a su comentario-. Me temo que mi regalo no es tan impresionante como el suyo.
- ¿Tu regalo?
Eso la sorprendió, e hizo que se quedara pensando un momento, intentando recordar. No, la noche anterior no le había dado ningún regalo.
Masrur se separó de ella, y se levantó de la cama para dirigirse a uno de los muebles de madera y abrir un pequeño cofre. La chica se incorporó un poco, tapándose con la sábana hasta el pecho mientras lo observaba al volver a sentarse junto a ella, abriendo la mano para que pudiera ver lo que tenía.
Era una pulsera de oro, con colgantes con forma de elefantes y algún que otro adorno del mismo material. Era un poco larga, así que debía ser para el tobillo. La observó en la mano del chico, y no pudo evitar sonreír con suavidad al tocarla con las yemas de los dedos.
- Es preciosa -Susurró con timidez. En esos años Sinbad le había hecho muchos regalos, joyas increíbles, pero que rara vez se ponía porque le parecían un poco excesivas para llevar a diario. Sin embargo, nunca había tenido algo así. Era sencilla, pero tenía mucho más significado que cualquier otra joya que pudiera tener.
- ¿Puedo ponértela? -Preguntó él, abriendo el cierre de la pulsera.
- Claro -Respondió, algo ruborizada al apartar la sábana para mover la pierna izquierda junto a las de Masrur.
Nailea observó cómo le ponía la pulsera alrededor del tobillo, sonriendo con suavidad y emoción. Era realmente preciosa, y relucía sólo con moverla un poco. Supo de inmediato que nunca se la quitaría. El chico pelirrojo acarició su pierna, y ella le sonrió bajando un poco la mirada.
- No sé qué decir...
- No tienes que decir nada.
La mano de Masrur había subido poco a poco hasta su muslo, y ella llevó la suya hasta posarla encima y así entrelazar sus dedos. Se adelantó para acercarse más a él, mirándolo a los ojos. Por supuesto, el chico respondió al momento en cuanto ella le besó en los labios, y poco después la rodeó con el otro brazo para acercarla más a su cuerpo. Nailea se estremeció mientras lo abrazaba. Era increíble que se atreviera a hacer algo así. Y sin embargo, de repente le resultaba muy natural acercarse. La proximidad, su piel, el calor de su cuerpo... Había sentido todo eso y más apenas unas horas atrás, y era fascinante. Quería más. Se separó de sus labios, y siguió el impulso de besar su cuello y su pecho, despacio y con suavidad. Él suspiró, y le apartó el pelo mientras la acariciaba. La dejó hacer unos instantes, pero más tarde le alzó el rostro para besarla con intensidad. La echó hacia atrás, y se tumbó sobre ella sin dejar de besar sus labios con increíble lentitud. La sábana aun los separaba, pero era cuestión de tiempo que se libraran de ella.
Justo cuando el chico estaba a punto de apartar la tela blanca, escucharon unos pequeños golpes en la puerta de la habitación.
- Esto... siento despertaros, interrumpiros o lo que sea, pero Sinbad ha dicho que le gustaría almorzar con vosotros -Dijo Spartos con nerviosismo, al otro lado de la puerta.
Ambos se miraron un momento. Nailea enrojeció, y ladeó la cabeza algo avergonzada. Masrur se llevó la mano a la cabeza mientras se incorporaba, y se revolvió el pelo dejando escapar un suspiro.
- Iremos enseguida -Dijo finalmente, alzando la voz para que su compañero lo escuchara. Al oír sus pasos alejarse, volvió a centrarse en la chica, que también había decidido sentarse. Le acarició su largo pelo ondulado, y se lo echó hacia atrás para tocar su mejilla-. Tendremos que seguir en otro momento.
- Sí -Susurró ella en respuesta, ruborizádose.
Tras asearse y vestirse, se reunieron con Sinbad en la misma sala donde habían hablado de su compromiso, hacía ya trece días. El rey los recibió con su alegría habitual, abrazando a la chica y alzándola en el aire. Al dejarla en el suelo los felicitó nuevamente, y los invitó a sentarse para empezar. Fue una comida tranquila, y por supuesto no respondieron a ninguna de las preguntas que hacía Sinbad por la noche de bodas, aunque sabían que sólo quería bromear. Dejando eso aparte, hablaron mucho sobre la ceremonia y la fiesta. También les dijo que en ese momento ya les estaban llevando todos los regalos que habían recibido a su recámara. Al terminar de comer, pidió disculpas a Nailea por robarle a Masrur el resto del día, pero tenía cosas que tratar con sus generales.
La chica dedicó la tarde a pasear por el palacio, recibiendo la enhorabuena de todo el mundo y sonriendo con tranquilidad mientras hablaba. Visitó la pajarería, y luego también a sus tres elefantes, y pasó un buen rato acariciándolos y ayudando a darles de comer. Los dos jóvenes que se ocupaban de todo eso le pidieron que no lo hiciera, pero ella les dijo que estaba bien. Más tarde volvió a la habitación, donde se tomó su tiempo organizando y colocando todas las cosas que había. Masrur le había dicho que podía hacer lo que quisiera con esa habitación, ya que en realidad no pasaba demasiado tiempo allí. Bueno, antes de casarse seguro que no. Pero en adelante sí que estaría ahí más a menudo, porque tenía a alguien que lo esperaba.
Los siguientes días fueron muy tranquilos, y la sumieron en una agradable y cálida rutina. Masrur se levantaba muy temprano para las reuniones diarias de los ocho Generales, y comenzó a acostumbrarse a levantarse para despertarlo, y así ayudarlo a ajustar su armadura dorada mientras se vestía medio dormido. Lo acompañaba hasta la Torre Aries Blanco, donde también saludaba a los generales durante un momento. Se pasaba el día viéndolos de vez en cuando, pero siempre tenían alguna cosa que hacer.
En sus días libres, cuando no tenía nada que hacer, se quedaban en la cama hablando casi hasta el mediodía. Por las tardes daban largos paseos por los alrededores de palacio, la ciudad, y también el bosque donde vivían los pájaros Papagora, unas aves muy fuertes -de las que terminó por deducir que su marido era el líder, al ver cómo se comportaban-. Masrur disfrutaba mucho yendo a dormir allí mientras los pájaros los observaban, y Nailea los alimentaba con cariño y jugaba con ellos. Le encantaban esos momentos, ya que la mayoría de los días no podía estar demasiado tiempo con él porque estaba ocupado. Las semanas pasaban muy rápido, y era realmente feliz. Tal vez por el día no podía tenerlo sólo para ella, pero sus noches le pertenecían.
- Ha amanecido -Susurró, mirando a Masrur a los ojos mientras le acariciaba la mejilla y la mandíbula. Tal vez no debería haberle mantenido despierto toda la noche, estaría durmiéndose todo el día.
- Hoy no tengo que levantarme temprano -Respondió él con el mismo tono al notar su preocupación, apretándola un poco más entre sus brazos-. Sinbad quiere que pase más tiempo contigo antes de irnos.
- Ya... -Dijo Nailea, frunciendo un poco los labios, y suspirando al apoyarse en su pecho.
En pocos días el chico pelirrojo tendría que irse con Sinbad, y también con Jafar. Se iban a Balbadd, un país que había interrumpido el comercio con Sindria, para hablar con su rey. Ella no estaba precisamente feliz por eso, pero ¿qué podía hacer? Era su deber como general y consejero. Al menos sabía que sólo estarían fuera unas cuantas semanas. Podría ser peor, pero aun así, era mucho tiempo.
- No estés triste. Volveré antes de que te des cuenta.
- Lo sé, pero no puedo evitarlo -Susurró la chica, intentando por todos los medios que la pequeña lágrima que comenzaba a asomarse no saliera. Por suerte lo consiguió, y al menos Masrur no lo había visto-. No quiero que te vayas.
- Yo también te voy a echar de menos -Respondió él, juntando la palma de su mano con la de su esposa, y entrelazando sus dedos unos instantes después-. Pero sobreviviremos. Es menos tiempo del que parece.
- Eso espero.
Nailea comenzó a sonreír débilmente cuando el chico se movió para tumbarse sobre ella. Se besaron con suavidad unos instantes, y poco después Masrur bajó la cabeza para acomodarse sobre su pecho, mientras ella le rodeaba el cuello y lo abrazaba. Besó y acarició su pelo rojo, acunándolo entre sus brazos y viendo cómo se iba quedando dormido. Le encantaba verlo dormir. Siempre estaba muy serio, pero cuando dormía era como si se relajase por completo. También hablaba en sueños, y a menudo la llamaba. A veces, incluso sonreía. Eso era lo que más le gustaba. Nunca le preguntaba qué clase de cosas soñaba, no quería que supiera que le gustaba escucharle. Era algo así como su pequeño secreto.
Ojalá no se fuera.
Se movió un poco para darle un pequeño beso en los labios, y volvió a abrazarlo para intentar dormir también. Al menos aun podría estar con él unos días, antes de marcharse. Unos días que fueron increíblemente dulces, en los que lo tuvo sólo para ella, pero que por desgracia terminaron muy rápido.
Se forzó a sonreír, mientras Sinbad la abrazaba al despedirse. El rey le sonrió con cariño, prácticamente con adoración. Tal vez se sentía culpable por llevarse a su marido durante tanto tiempo, pero no dijo nada. Se despidió de la chica, que luego fue también a hablar con Jafar.
- No dejes que se meta en líos -Le dijo a su amigo, intentando sonar alegre e incluso con ganas de bromear.
- Haré lo que pueda -Sonrió el chico de pelo blanco, antes de abrazarla durante un breve momento-. Te voy a añorar. Pero te prometo que te escribiré para que sepas que todo va bien.
Ella le dio las gracias, y le deseó un buen viaje. Jafar vio que Masrur se acercaba, y decidió dejarla sola con él, e ir a despedirse de sus compañeros antes de subir al barco. El chico de pelo rojo se acercó, y cuando ella lo miró a los ojos, alzó la mano para acariciar su mejilla con suavidad. Nailea no lo resistió, y se abrazó a él con todas sus fuerzas. No quería llorar, pero de pronto sentía que no podría controlarse. No se le hizo más fácil cuando él la rodeó con los brazos para poder refugiarla en su pecho.
- Ten cuidado -Susurró, con la voz entrecortada.
- Lo haré. Volveré pronto, ya lo verás.
La chica asintió al separarse un poco de él, aunque aun no se sentía del todo bien. Pero quiso creer en sus palabras. Volvería pronto, y tardaría mucho en marcharse de nuevo a alguna misión con Sinbad, y podría estar con él todo el tiempo que quisiera. Intentó sonreír cuando Masrur entrelazó los dedos de sus manos. Lo vio inclinarse, y cerró los ojos para aceptar su beso. Ni siquiera le importó que los demás los estuvieran mirando. Disfrutó del que sería su último beso en semanas, y sintió que le costaría muchísimo dejarlo ir. Pero tuvo que hacerlo. Tras separarse, el chico le dio un suave beso en la frente, y la abrazó de nuevo antes de alejarse.
Nailea sonrió a Aisha, cuando esta se acercó para rodearle la cintura a modo de abrazo. Al menos la tenía a ella, y a Pisti, Yamuraiha y los demás. Aunque obviamente no era lo mismo.
Vio como los tres subían al barco, y alzó la mano para despedirlos.
¿Cómo era posible que un barco fuera tan rápido? Se alejaban a una velocidad increíble. Bueno... tal vez así volverían pronto.
- ¿Nos vamos? -Preguntó su amiga, dispuesta a distraerla y así llevarse sus preocupaciones. La adoraba.
- Sí -Asintió la chica de ojos violetas, sonriendo con calma y comenzando a caminar. Los generales hicieron lo mismo. Sharrkan hizo una pequeña gracia para hacerla reír, y Hinahoho posó su enorme mano en su cabeza. Todos era muy buenos con ella. No quería que se sintieran mal por su culpa, ni que tuvieran que esforzarse para que estuviera bien.
Como había dicho Masrur, sobrevivirían aunque estuvieran separados. Unos meses no eran nada comparados con el tiempo que les quedaba por vivir juntos. Eso era lo más importante.
Parte I - Fin
