Disclaimer: El universo de la triología Divergente no me pertenece, es propiedad de Veronica Roth


El monótono ruido de la aguja en las manos del tatuador era el único sonido que alteraba aquel estudio donde estaba realizándome una nueva marca sobre mi piel. Desde mi posición en la silla donde me encontraba casi reclinada, podía ver a la perfección el cabello azul del chico que en esos momentos trazaba la parte inferior del diseño abstracto que marcaría de ahora en adelante mi tobillo. Había intentado darme conversación mientras que preparaba el material para tatuar, pero cuando la aguja comenzó a perforarme la piel dejé de estar tan comunicativa mientras que me centraba en el dolor de la misma, apretando los dientes para no emitir ni un solo quejido.

―¿Queda mucho?― preguntó una irritada voz femenina ―No tengo ganas de pasarme todo el santo día aquí.

Alcé los ojos del tatuador hacia una esquina de la sencilla estancia, donde apoyada contra la pared se encontraba Ainia, una chica de espeso cabello castaño, grandes ojos marrones y piel pálida, vestida con las habituales ropas negras de la Facción Osadía. Idéntica a mi como una gota de agua a otra... bueno, o al menos lo era cuando ambas éramos pequeñas, puesto que con el paso de los años hasta los dieciséis que cumplí hacía solo un par de días, mi físico había ido cambiando sobremanera: había empezado haciéndome simples perforaciones en la oreja, pero al final también mi nariz fue perforada, y mis brazos, tatuados. Recientemente, además, me había dado por teñirme el pelo de color violeta, aunque dicho tinte estaba ya algo desmejorado; comenzaban a verse las raíces castañas nuevamente.

―Nadie te ha pedido que te quedes― dije con los dientes apretados, mientras que engarfiaba los dedos en los reposabrazos de la silla, conteniendo las lágrimas que pugnaban por salir de mis ojos. No es que quisiera ser molesta con ella, pero contener mis emociones para no dejar traslucir lo mal que lo estaba pasando siempre me ponía de mal humor. No es que yo fuera precisamente alguien dada a andar todo el santo día con una sonrisa en el rostro, pero tampoco era necesariamente una persona ruda o amargada; me consideraba alguien equilibrado entre dichos adjetivos.

―Te recuerdo que ese tatuaje ha sido mi regalo de cumpleaños, Xia― repuso con un tono de voz algo molesto ―Tengo derecho a ver como te destrozas la piel, al menos.

Realmente me llamaba Nyxia, un nombre un tanto absurdo que, por lo que me contó mi padre, se le ocurrió al leerlo en uno de los instrumentos de entrenamiento que había en nuestra Facción; numerosas habían sido las puyas que había tenido que soportar al respecto de dicho nombramiento. Mi hermana, por otra parte, se había llevado el nombre más elegante, puesto que la habían nombrado como una amazona de la Mitología, según le dijo a esta misma un chico de Erudición.

―¿De veras que no vas a querer que te regale yo también un tatuaje?― inquirí con los dientes apretados ―¿Ni una simple perforación?

―Ya te he dicho mil veces que no, gracias― fue la respuesta de mi contrita hermana. Para los estándares de Osadía, su aspecto era demasiado anodino; no tenía ni un solo tatuaje, ni un solo piercing en todo el cuerpo, lo que nos llegaba a resultar un tanto desconcertante. Si no fuera por sus ropas negras, mi hermana perfectamente podía ser tomada por alguien de otra Facción. Ni siquiera se molestaba en teñirse el pelo, parecía como a disgusto con nuestra estética, como si realmente no quisiera demostrarle a los demás que pertenecía a nuestro grupo.

―Esto ya está― el tatuador, en un tono calmado, separó la aguja de mi dolorida pantorrilla mientras que limpiaba la maltratada piel ―Ya conoces los cuidados que tienes que darle, no quiero volver a verte por aquí por un tatuaje infectado.

Mi hermana dejó escapar una cierta risita floja. Hacía años, cuando tuve mi primer tatuaje, no se me ocurrió otra cosa que, cuando este estuvo completo, retar a Ainia a una carrera desde lo alto del Foso hacia el interior del mismo, en la cual acabé rodando varios tramos de escalones y ensuciándome la punción recién realizada, por lo que esta acabó infectándose. La cara de "te lo dije" que lució mi gemela esa noche, realmente llegó a sacarme de mis casillas.


―¡Y aquí están mis chicas! ¿A ver qué os habéis hecho?

La animada voz de mi padre fue lo primero que escuchamos cuando entramos en la zona de la Facción que había sido designada para mi familia. Puede que la clásica imagen de un progenitor de aspecto respetable no cuadrara con el nuestro, más que nada porque su piel era prácticamente un lienzo tatuado, y llevaba el cabello bastante largo, teñido de un fuerte color rojo. Entre los hombres de mediana edad de Osadía era lo normal, pero había visto ciertas miradas curiosas en su dirección cuando nos cruzábamos con chicos de otras Facciones, tal vez no tan hechos a nuestros ideales estéticos como nosotros.

Con una cierta expresión de orgullo me subí la pernera del pantalón, enseñándole el tatuaje que ahora adornaba mi hinchado tobillo. Cuando lo hubo examinado, se giró con cierta expectación hacia Ainia, pero esta se mantenía con los brazos cruzados, al mismo que negaba con la cabeza.

―Ya sabes que eso de que me pinchen no me agrada― señaló con voz firme.

―¿No me digas que aún sigues teniéndole miedo a las agujas?― nuestra madre asomó la cabeza a la estancia, su largo cabello a mechas rosas y negras fue lo primero que vimos Deberías irlo superando, Ai.

Mi hermana apretó los labios, para luego correr hacia la pequeña estantería donde normalmente dejábamos los útiles escolares. Tomó las mochilas de ambas, lanzándome la mía sobre la cabeza de nuestro padre, la cual cacé con una sonora carcajada, mientras que Ainia pasaba las correas de la suya por sus brazos.

―Hora de irnos― trinó con su aguda voz, mientras que caminaba con cierto aire soñador hacia la puerta ―¡Más vale que muevas ese culo tuyo, Xia, porque no quiero llegar tarde otra vez por tu culpa!

No es que fuera precisamente culpa mía el que llegáramos tarde, más que nada porque la culpa fue del viejo despertador que teníamos en el dormitorio, el cual no sonó aquella mañana, aunque parecía como si Ainia no dejara de echármelo en cara. Ella adoraba ir a la escuela, un gusto que no compartía en demasía, prefería estar lanzándome desde lo alto del Foso en vez de estar sentada en un pupitre escuchando como los maestros provenientes de Erudición trataban de inculcarnos algo.

Sin embargo, no queriendo discutir con ella, no tardé en seguirla, uniéndonos al febril río de personas que subían hacia el tejado de la sede de Osadía, desde el cual saltaríamos al tren que nos llevaría al edificio escolar. Mientras realizaba dicha ascensión, no podía evitar fijarme en el contraste de los brazos de mi hermana, limpios de tinta, con los de los demás chicos. Daba la sensación de que ella no encajaba en nuestra Facción, y lo cierto era que dicha idea me aterraba: pronto llegaría el día en el que tuviéramos que elegir si nos quedaríamos en Osadía o nos iríamos a otra de las Facciones existentes. Y me daba miedo la idea de que mi hermana no fuera a continuar conmigo; habíamos nacido juntas, y el hecho de que tal vez nos quedaran pocos días que pasar en compañía no me atraía en absoluto.


Aquí os dejo el primer capítulo de el proyecto en el que me acabo de embarcar. He de avisar de que aunque el fic esté narrado en primera persona, el narrador no va a ser siempre el mismo, sino que irá cambiando dependiendo de lo que se cuente. El encargado de relatar el capítulo será el que aparezca dándole nombre al mismo, un estilo a lo que hace George R. R. Martin en Juego de Tronos.

¡Nos leemos!