Disclaimer:Los personajes son fruto de la mente del inmortal Sir Arthur Conan Doyle junto a la imaginación y descripción de los guionistas de la BBC a través de la serie Sherlock.
Cuanto pretendo con este fanfic no es por ánimo de lucro sino sencillamente poder transmitir cómo veo a los personajes más allá de la segunda temporada.
OJO: Spoilers. Es post Reichenbach y contiene relaciones homosexuales. Si no te gusta, no leas.
El título en sí del fanfic es una canción de Snow Patrol. Si la escucháis imaginando a nuestros protagonistas la canción veréis como se ajusta a la historia.
Capítulo 1.- Una entrada, cuanto menos, triunfal.
Era una mañana inusual en el 221B de Baker Street. El cielo londinense estaba encapotado, los turnos de la guardia real se cumplían a raja tabla, y la prensa sensacionalista no olvidaba a Lady Di. Todo eso era aburrido, predecible e incluso oxidante para un inglés acostumbrado.
Si nos trasladamos al barrio de Marylebone, entre comercios y peatones apresurados, junto al olor del café Speedy´s donde un acre y rancio desayuno puede despertarte el estómago (y no solo por la tamborileante cafetera que jamás debía haber sido lavada) un grito irrumpía en esa pacífica mañana.
La señora Hudson, en el marco de la puerta, temblorosa y con las arrugadas manos sobre el rostro contemplaba la escena escandalizada mientras se decidía anonadada por qué hacer.
Amarrado, castigando el entallado traje negro, la fina piel que amoratada apresada. Bajo las gruesas cuerdas de nylon negro y con varios cortes en los pómulos y labio, un inconsciente Sherlock Holmes con el pelo indomable y enmarañado protagonizaba la escena en medio del salón atado a una butaca de cuero.
Sus casos aunque rara vez son complejos, usualmente conferían cierto peligro. Era un héroe británico con reconocidos enemigos, con fanáticos que cubrían el enverjado que rodeaba la fachada con merchandising respaldando su "Empresa". Era un ser único en su especie, un detective consultor inhumano salvo cuando se trataban sus puntos débiles. Y no eran de dominio público.
John había salido a comprar varios enseres para el baño. Llevaba varias semanas durmiendo en el sofá de Mery. No es que le castigase, simplemente él no se sentía cómodo más allá de las cenas, de los paseos y las charlas. Y no podía seguir usando su champú o Lestrade volvería a bromear sobre su olor a frutas del bosque.
Y sin saber cómo, había comprado un brick de leche y un paquete de parches de nicotina y había ido caminando hasta Regent´s Park.
Ya habían pasado 6 semanas desde que Sherlock se había dejado caer por el piso. Cuando llegó estaba con su portátil ojeando varias webs. Y el día del juicio final aún no había llegado. Su muerte le era demasiado vigente, palpablemente notoria en su vida y le había tomado por una alucinación. Pero cuando pasadas las horas permanecía inmutable, sin decir nada decidió llamar a la Sra. Hudson para verificar que lo que veía era cierto. Sin más ahí estaba. Todo había sido una pantomima, una ilusión racional ofensiva a sus sentimientos, una cuerda que aún le apretaba el cuello en las noches haciéndole despertarse sollozando, lloroso, arañando el aire. Pero ahí estaba, vivo, frío, sin explicación alguna, pretendiendo volver a un punto que ya no tenía retorno.
Se paró en seco en medio de la calle. Había mandado a la mierda a su psicóloga en la segunda reunión. Quería medicarle, hablaba de un progreso en un futuro lejano, le hablaba de curarse. Y él no quería algo así. Disfrutaba de ese sufrimiento, de esa penitencia, de emborracharse y dormirse en el trabajo. Cuando lo tenía. Le concedieron una baja, una extraña baja dada su situación. No le importaban ya esos comentarios sobre su orientación sexual o si había quedado viudo, porque algo en su interior había muerto y ya no sabía reemplazarlo. Las lágrimas le liberaban y aprisionaban, le golpeaban con la verdad en la cara, y cuando lo tuvo frente a él no supo entender, no supo encajar lo que su mente le clamaba. Era demasiado doloroso, insufriblemente confuso.
Su móvil sonó y le sacó de su ensimismamiento. Era el número de casa y dudando si colgar se extrañó de recibir una llamada así. Generalmente si Sherlock quería algo mandaba un sms a su móvil. Le demandaba sin esperar respuesta, conocedor de que obtendría cuanto quisiese de John.
Exhaló el frío aire que su cuerpo maltrecho contenía y respondió. La voz fina y suave de la Sra. Hudson tronó de forma chirriante y preocupada:
-Oh, dios mío John, llegué y no quise tocarle, no sé qué hacer, no me responde… y bueno... está herido …yo..-dijo con rapidez alterada.
Diez minutos después subía corriendo las tan conocidas escaleras haciendo a un lado la bolsa para encontrarse con la Sra. Hudson con el teléfono aún entre las manos mordisqueándose la uña del pulgar indecisa. Y entonces lo vio. Y solo supo acercarse y analizarlo con la mirada.
