Nos encontramos en un país llamado Tera, que a su vez está compuesto por diversas ciudades, capitales, territorios despoblados y tierras todavía inhóspitas.

Hay mucha variedad de toda clase: hay lugares en donde la población es desbordante hasta el punto de la desesperación, y otros sitios donde habitan una docena de habitantes en un perímetro de varios kilómetros.

También hay gente nacida en Tera, y otros que no, intentando integrarse en la sociedad y el día a día, marcados con el estigma que les supone su color de piel.

La tecnología y los avances se expanden desde las grandes capitales hasta los territorios menos habitados, pero por lo general, todo el mundo vive actualizado en cuanto a este aspecto de refiere.

La dirección y control de Tera es otro asunto que diferencia y distingue el país, que está sumergido en un gran conflicto desde hace unos años.

Por una parte y a la cabeza del país a día de hoy, se encuentra la monarquía, que no actúa de forma déspota ni mucho menos, pero sí se reserva algunos privilegios exagerados respecto a los habitantes del país, privilegios que cada vez disgustan más a la gente que no puede permitirse una vida digna y decente. A su vez, la monarquía cuenta con el apoyo de Muralla, donde es reunida la élite de las fuerzas armadas y mágicas de todo el país, dispuestas a defender a los ciudadanos, pero por encima de ellos, a los reyes. Sin embargo, cumplen que la labor de limpiar las calles de delincuencia y maldad, al menos lo que ellos consideran maldad.

Pero por otra parte, hay una pequeña pero constante agrupación de libres guerreros que luchan ferozmente por la igualdad en todo el país, queriendo establecer unas nuevas leyes que favorezcan a los más desfavorecidos sin importar luchar contra su propia posición, o incluso luchar contra el rey, en busca de una república. Esta fuerza, al margen de la ley es conocida como Los liberadores, y a pesar de no ser muy numerosa ni conocida, cuenta entre sus filas con jóvenes de puros ideales y diestros en todos los campos, desde el manejo de armas hasta el dominio de la hechicería.

Todo comenzó en enero, pasadas las Navidades. El frío y la nieve seguían amenazando las calles de la capital central de Tera, y apenas se podía ver un alma fuera de su casa, hablando estrictamente de aquellos que la tengan, claro.

Raramente alguien decidía pasearse por la ciudad en esa época del año, a altas horas de la noche, por voluntad propia, pero esa gélida noche era una excepción: una figura encapuchada, de alta estatura y con una cuidada figura hacía sonar sus pasos ahogados por la nieve que descansaba en el suelo.

"¿Cómo la gente puede dormir tranquila sabiendo lo que habita las calles?" se preguntaba esta figura, con rabia y resentimiento.

Era la capital del país, el territorio supuestamente más poderoso por encontrarse ahí el palacio del rey y su familia, y aún así los rincones de los callejones estaban inundados de hombres, mujeres y niños sin un techo donde resguardarse de las heladas.

La figura encapuchada se acercó a dos niños que se abrazaban mientras convulsionaban a causa del frío, tenían la piel roja y los labios azules, estaban en su límite y las lágrimas se les quedaban encalladas en sus ojos convirtiéndose en hielo.

-¿Dónde están vuestros padres?-preguntó con calma y afecto.

Como respuesta, el mayor de los niños hizo un gesto negativo con su cabeza mientras cerraba los labios con fuerza, intentando no romper en llanto.

Entonces la persona encapuchada se deshizo de su capa que la cubría y la tendió por encima de los niños, arropándoles como lo hubiese hecho su madre, en caso de tenerla.

Tras la capucha y las ropas viejas y desgastadas se encontraba una mujer alta, con unas largas extremidades y delgada, ahora vestida con un corto vestido de cuero negro de manga larga y unas botas altas de tacón, también negras. Su rostro dejaba oculto una nariz recta y peculiar y unos grandes ojos azules, partícipes de ocultar sus intenciones en todo momento. Llevaba su pelo negro hasta los hombros y cubría su frente con un flequillo desigual.

-No os mováis de aquí, voy a buscaros algo de comida, ¿vale?-preguntó ella, arrodillada delante de ellos.

Los niños asintieron con media sonrisa en los labios, veían en ella un brillo esperanzador.

Ella sonrió y se levantó rápidamente.

-Vuelvo enseguida.

La mujer empezó a correr grácilmente por las calles, con una mueca enfadada en su rostro.

"Es imperdonable" repetía en su mente sin cesar.

Se detuvo en medio de una pequeña tienda que había en una calle no muy lejana, y rompió el cristal de una patada, haciendo saltar los fríos cristales por los aires, pero al mismo tiempo una sonora alarma empezó a sonar.

Ella se introdujo con tranquilidad en la tienda y cargó en sus brazos toda la comida que pudo, sin que los sonoros pitidos provenientes de la alarma la alterasen.

Cuando tuvo la comida, rompió otro cristal distinto y salió por este.

"Ya puestos…"pensaba. Poco le importaba romper uno que dos cristales. "Seguro que vuestro querido rey lo arregla, si es que le interesa."

Volvió a aumentar la velocidad hasta llegar hacia donde se encontraban los dos niños que había visto antes. Allí seguían, hechos un ovillo. Aunque quisieran moverse no podrían hacerlo de todas formas.

La chica se volvió a acercar ante ellos y se puso a su altura de nuevo, ofreciéndoles toda la comida que había robado.

-No os lo comáis todo de una sentada, ¿de acuerdo?- dijo ella mientras acariciaba el pelo del niño más pequeño.

-Muchas gracias, señorita…-dijo el mayor.

-¡No soy una señorita!-dijo ella con una sonrisa, dirigiendo la vista al niño.

-¿Cómo te llamas entonces?-preguntó él.

-Mi nombre es Robin, pero no se lo podéis decir a nadie.- dijo la morena llevándose el dedo ante sus labios.

Ellos la imitaron.

-Shhh. No se lo diremos a nadie, Robin.-sonrió el pequeño.

Entonces los niños empezaron a comer lo primero que vieron, todavía envueltos por las ropas de Robin que les había dado antes, con una sonrisa iluminando sus caritas.

Robin también salió de ese callejón con una sonrisa, que pronto se desvaneció. Ella no podía garantizar el bienestar de esos niños por siempre, por no hablar de las otras incontables personas que malvivían con las mismas condiciones, o incluso peor.

Entonces el teléfono de Robin sonó, y ella lo descolgó con calma, apoyando el codo en su otro brazo, presionado contra su pecho.

-Qué pasa.- dijo ella, no era una pregunta.

-Yo de tú escaparía de donde estés ahora mismo, tu pequeño alboroto nocturno ha alertado a los Muralla y hay un pequeño escuadrón buscándote. Por lo visto elegiste una tienda con cámaras de seguridad, ¿quién lo iba a decir?-dijo la voz detrás del teléfono.

-Ya veo. Les despistaré y cuando esto se calme volveré a la base.- dijo ella mientras apartaba el teléfono de su oreja. Colgó.

Pero ya era demasiado tarde, entrecerrando los ojos pudo divisar al final de la calle el escuadrón del que le acababan de advertir, que ahora avanzaba a gran velocidad hacia ella.

Robin no esperó a que avanzasen más y echó a correr lo más rápido que pudo, pero había algo con lo que ella no contaba; un segundo escuadrón le cortó el paso.

"Divide y vencerás, ¿eh?" pensó ella mirándolos con odio.

El escuadrón que llevaba detrás la alcanzó también, pero antes de quedar totalmente acorralada y reducida, dio un giro brusco adentrándose en un callejón. Ambos escuadrones corrieron tras ella de nuevo, y le pisaban los talones. Robin no iba prevista con un buen equipo para escapar, pero definitivamente no les iba a poner las cosas fáciles.

Tras varios minutos de persecución, llegaron a una calla completamente plana y recta.

-¡Ahora, fuego!-se oyó gritar desde los escuadrones, y una lluvia de balas y disparos mágicos de energía salieron desprendidos a toda velocidad hacia el frente, pero no llegaron a alcanzar a su objetivo.

Los niños anteriormente protegidos por Robin se encontraban ahí, en medio de los disparos, dispuestos a interferir por ella.

Cuando la humareda se disipó, apenas quedaron restos reconocibles de esos dos niños.

Los guardias de la Muralla quedaron algo impactados, pero tenían siempre como orden hacer lo que sea para cazar su objetivo. Cuando vieron que los muertos eran dos vagabundos, sin nadie que se iba a preocupar por ellos, se aliviaron un poco y se escucharon algunos suspiros de tranquilidad. Tranquilidad que no duró más tiempo, porque la esbelta silueta de Robin estaba parada cerca de ellos, con los ojos cerrados con rabia mientras brotaban lágrimas sin cesar.

Ella abrió ligeramente sus manos y cruzó los brazos.

-Cien fleurs.-dijo ella gritando.

Entonces un par de brazos surgieron de la nada en los cuerpos de los Muralla, dejando tras estos una lluvia de pétalos.

-Clutch.-dijo finalmente, haciendo que los brazos que había creado cogieran por el cuello a los soldados y los estrangularan.

Ahora estaban muertos, pero se preocupó por dejar a uno de ellos vivos, y sin moverse de su posición, descruzó sus brazos y se dirigió al superviviente.

-Corre y cuéntale a tu rey lo que habéis hecho. Monstruos.-y tras decir esto, dio media vuelta y desapareció, sin tomarse la molestia de acelerar el paso. Ahora nadie la iba a seguir de nuevo.

Tras ella cayeron unas lágrimas que fundían la nieve por donde cayeran.

El superviviente del escuadrón no supo qué hacer o a dónde ir, así que se mantuvo en su sitio durante unos largos minutos, todavía impactado. No mucho rato después apareció un tercer escuadrón.

-¿Estás bien?-dijo la capitana de esa unidad algo preocupada.

-Unos niños… y las flores… luego unos… unos brazos…-sólo pudo articular él mientras señalaba los cadáveres de sus compañeros.- Capitana Tashigi… Yo no…

-Tranquilo, no ha sido culpa tuya.- dijo Tashigi entonces, posando su mano sobre el hombro del soldado.

Entonces se acercó a los cuerpos muertos que había a su alrededor y comprobó su estado.

-Han muerto estrangulados… ¿Todos?-dijo ella muy afectada, y entonces pudo ver los miembros descompuestos de los niños.-Espero una explicación de todo esto.-dijo finalmente, levantándose y dando media vuelta.

-Sí, capitana.- dijo el soldado.

Una vez pasadas un par de horas, ya en el cuartel de la Muralla, situado justo al lado del palacio real…

-Entonces dices que perseguíais a la ladrona que registraron las cámaras de seguridad, abristeis fuego y matasteis a dos inocentes niños que se interpusieron para protegerla. Después ella se acercó a vosotros e hizo aparecer unos brazos estranguladores. ¿Es así?-preguntó Tashigi a su saldado, frotándose las sienes debido al cansancio.

-Sí, capitana. Pero los niños eran unos vagabundos, así que…-replicó él.

-¡¿Crees que eso le quita gravedad?!- dijo ella encendida.- No voy a hablar mal de nuestra majestad el rey, todos sabemos que él es del tipo de persona que esto no le preocuparía, pero sabes que si el príncipe heredero te oye excusándote con eso pasarás tus días en el calabozo, ¿verdad?

El soldado tragó saliva y no dijo nada.

-Puedes retirarte, no te preocupes.- dijo la capitana finalmente.

Entonces cogió las cintas que registraron el robo en la tienda y empezó a echarles un vistazo. La detuvo cuando la ladrona apareció en cámara.

"Así que esta es la asesina… Debo reunirme con el príncipe Zoro antes de que el asunto se ponga más feo, él sabrá cómo actuar justamente" pensó ella entre suspiros y con la cabeza en las nubes.

Sabiendo que al día siguiente hablaría con el príncipe, la capitana Tashigi no pudo conciliar el sueño debido a los nervios.

-Zoro…