Disclaimer: el mundo de Harry Potter no me pertenece. Mucho menos sus personajes.
Este fic participa en el reto: "Amortentia al azar" del foro, La Sala de los Menesteres
Notas/Advertencias: esta pequeña historia constará de tres capítulos, que son los estipulados por el reto. Tiene como protagonista a Severus Snape, sintiéndose atraído por la fragancia de una persona (aunque no lo sepa). Este es el primero, por lo tanto, el primer aroma. Perdonen los errores que se me hayan pasado por alto, y las incongruencias que en el primer cap pueda tener, se explicará en el segundo. Espero que lo disfruten.
Esta historia será antes de los acontecimientos canon del libro seis, pero centrado en este, sólo para aclarar. Snape será (para mí), profesor de DCAO alprincipio. Y, ah, sí, tiene semi-slash. Más que todo unilateral… no diré quién es la otra persona, porque soy malvada (inserte risa malévola). Pero, puede que se hagan una idea…
No es Amortentia
Intenso brownie, te odio tanto
Caminaba en dirección a su oficina cuando percibió el penetrante olor del chocolate horneado. En las mazmorras húmedas, un aroma así de particular sólo podía significar extrañeza en el incomprensible lenguaje de Severus. Para él, en sí, la fragancia del chocolate, no suponía más que alguno de sus estudiantes estaba consumiendo algo parecido, ¿pero sentirlo tan agudo, como si fuese quien estuviese ingiriéndolo? Tan imposible como extraño.
No ingería dulce, no con regularidad, y definitivamente no comería chocolate, mucho menos aquel. Da la sensación de ser asquerosamente empalagoso. Mucha azúcar, nada de cacao.
Frunció el ceño, entrecerró sus orbes hasta que de estos desaparecieron el color blanco, dejando el azabache de las pupilas. En aquel frio pasillo, se detuvo a sopesar ciertas hipótesis referentes al olor. A los segundos, cayó en cuenta de que sólo tal vez tenía que ver con el aula de Pociones, donde ahora el viejo Slughorn estaba impartiendo clases. Escudriñó con su mirada la puerta entreabierta de la húmeda mazmorra, apenas viendo a los patéticos estudiantes de sexto año. Llegó a la conclusión de que podría importarle menos qué o quién era el causante del penetrante aroma del chocolate, nada tenía que ver con él.
Total, Severus Snape ya tenía todo lo que quería aquel año.
Toda la mañana, la incomprensible esencia del chocolate jamás le abandonó.
Snape estaba fúrico. Tal vez, no era la palabra adecuada. Quizá, más irritado de lo normal, más colérico de lo ya visto. Sí, probablemente eso. Y, él no era de las personas que dejaban entrever la rabia lacerante que su mente soporta. Por supuesto, que otros dijeran lo contrario no significaba que esa fuese la verdadera emoción saliendo a flote. Posiblemente, apenas un cuarto.
Pero ahora… Ahora podría decir que estaba más que justificado asesinar con sus oscuras orbes el plato de comida del que apenas ha probado bocado. La ensalada de pollo y el estofado agridulce pueden sentir su rabia, mientras que lentamente se muere por dentro. ¿Qué demonios ha sucedido hoy?, se preguntaba con rencor.
Snape no estaba completamente seguro. El sólo hecho de preguntarse cosas sin importancia hace que su rabia burbujee rencorosamente en su interior, impidiéndole degustar su ensalada de pollo con tranquilidad. ¿Cuándo inició todo esto? Ah, sí, desde que entró al aula de Defensa Contra las Artes Oscuras y percibió el desagradable olor del chocolate en su máxima expresión. Decir que estaba mareado, y con una sensación vomitiva a punto de entrar en erupción, era poco.
Al principio pensó que sólo se trataba de un patético mal uso de alguna poción en el aula, puesto que apenas se alejó de allí, el olor había mermado, como resultado consiguiendo que cavilara menos en el asunto. Pero se había equivocado. El aroma le torturó hasta que los mocosos llegaron al aula de Defensa, provocándole una arcada de vómito instantánea. El hedor del chocolate duró toda la clase, y eso, ya era decir mucho.
No le irritaba en sí el aroma, al menos no desde que este decidió acosarle. No obstante, el hecho de no saber el motivo, causa, razón o circunstancia del mismo, sí que le asqueaba a niveles inverosímiles. Parecía alguna broma, salvo que no lo era en absoluto. Nadie le había hechizado, y pobre de aquel que siquiera lo haya pensado.
¿Motivos tenían? Muchos, pero ninguno hasta ahora se había atrevido y eso, sumándolo a la desagradable situación vivida, sólo amplificaba su rabia.
Aún cuando se incorporó de su asiento en el comedor, dejando la comida a medio acabar, y consiguiendo con ello miradas de censura, el aroma inconfundible del chocolate le acosó hasta que el estridente sonido de una puerta cerrándose con cólera, opacó el sonido de la vajilla que tintineaba gracias a los cubiertos de plata.
Apenas entró en la oficina, Minerva soltó la primera pregunta que difería abismalmente de la que tenía en la punta de su lengua.
—Pregunta de gastronomía: producto cárnico, extraído del cerdo. Cinco letras, vertical.
Snape llegó ante ella. Pensó unos instantes, luego respondió—. Bacón —musitó. Aguardó unos segundos que escribiera la respuesta, y le llamó—. Minerva —su antigua profesora atendió, alzando el rostro. Parecía severa, pues obviamente había interrumpido su fantástico entretenimiento, que era rellenar estúpidos crucigramas.
Fantástico entretenimiento, por supuesto.
—Sí, Severus —su mirada hosca no desapareció, pero al ver que Snape no se dignaba a responder, frunció el entrecejo—. ¿Es importante? —preguntó, su rostro adoptando varias expresiones, desde la molestia, hasta la intriga.
Snape no era hombre de expresar nerviosismo, al menos no manifestándolo en su rostro. Pero el lamerse los labios dos veces demostraba que no estaba para juegos. Ya había pasado una semana, y el olor del chocolate no cesaba, tornándose abruptamente intenso cuando dormía, provocándole sueños realmente perturbadores. Estaba comenzando a preocuparse, pero aquello, no lo demostraría.
—Han comido últimamente chocolate —fue una pregunta sin serlo realmente.
Ahora, teniendo cerca los T.I.M.O.s y ÉXTASIS, en el salón de los profesores, la cafeína y dulces aumentaba a niveles alarmantes. Bueno, todos eran una cuadrilla de viejos que necesitaban descargar su estrés, era comprensible, y claro, Snape jamás admitiría que de vez en cuando, también necesitaba de algún té tranquilizante.
—Aún no comenzamos con los exámenes, Severus —respondió finalmente Minerva, luego de escudriñarle con la mirada. Volviendo a su crucigrama, Snape la crucificó con sus ojos negros.
Puede que Minerva no considerase importante el escueto monólogo, pero para Snape sí.
—Segura —nuevamente fue una pregunta sin serlo. Snape entrecerró sus ojos sin poder evitar la leve desesperación que en su voz escapó. Se aclaró levemente la garganta, desviando apenas los ojos a otro punto de la oficina donde los demás profesores de la mañana, seguían charlando banalidades—. Últimamente he percibido cierto olor que no es de mi agrado.
Por alguna razón, se vio en la irritante posición de explicarle a su antigua profesora el motivo de sus preguntas. Tal vez no quería que ella averiguara de más o terminara inquiriendo con preguntas incómodas, y aunque no era de su agrado estar hablando más de las oraciones necesarias, tampoco es como si tuviese razón para negarse, considerando que él ni siquiera podía definir el porqué de su lamentable situación.
Minerva McGonagall dejó unos instantes el crucigrama, apenas faltaban unas palabras para culminarlo. Alzó su vista, frente al mesón donde estaba apoyada, del otro lado, un Severus Snape aparentemente tenso —aunque no se sabía si en realidad ese era su ánimo usual—, le observaba con una muda espera dibujada en todo su impertérrito rostro.
—Nadie ha comido, tomado, ingerido chocolate —espetó. Unos instantes, bajó su voz—. No al menos delante de mí. La última vez que hubo un exceso de dulce en esta oficina, todos terminaron con dolor estomacal.
Hubo unos cuantos segundos de silencio, y Snape terminó asintiendo a la respuesta efectuada. A la final había entrado a la oficina en horas libre para nada. Nunca le gustó pisar aquel recinto, salvo en situaciones que le requerían, y aunque no era en una circunstancia así, la necesidad de revelar sus dudas e inquietudes pudieron más que él. Y a la final, de nada sirvió.
Con más irritación que pesar, giró sus talones en dirección a la salida, su túnica oscura ondeando elegantemente ante la leve oscilación del viento. No más dio tres pasos, y Minerva le llamó.
—Severus —apenas se giró, observándole de soslayo. Minerva seguía escribiendo en su crucigrama—. Una pregunta de repostería: pastelillo dulce acolchado de color marrón. Siete letras, horizontal.
Snape no se detuvo a pensar con detenimiento la pregunta. Con el entrecejo fruncido, más de lo normal, respondió—. Brownie.
Se giró, saliendo finalmente de aquel lugar, la intriga y la rabia haciendo un asqueroso dueto en su mente.
Era oficial: odiaba el brownie.
