Advertencia: todos los personajes son propiedad intelectual de George R.R. Martin. Este relato participa en el Amigo Invisible del foro "Alas Negras, Palabras Negras". Regalo para Nessa. Siento no haber cumplido con tus peticiones, pero espero que, aún así, sea de tu agrado.Hecho con amor, construido con cariño.

Promesas de primavera

A lo lejos los estandartes ondeaban, dándoles la bienvenida, gris sobre blanco pintado sobre un claro cielo azul.

La lluvia caía sobre su montura, resbalando por su piel, recorriendo el perfil de su rostro, empapando sus rojos rizos. Estaban cerca; pronto todo concluiría. Podía oír su corazón acelerado, latiendo en su pecho, tratando de escapar, de huir de esa prisión de hueso y piel, de acercarse a ella, de conocerla al fin, tras finalizar la contienda.

Y ahora el final estaba presto a acudir, no quedaban batallas por librar, ni ejércitos por gobernar, sólo una boda y reinar.

Los primeros brotes de una primavera temprana se hacían notar, el sol derramaba su calidez extendiéndose por entre las nubes, acariciando su piel, las flores se mecían a su paso, esparciendo su dulzura hasta alcanzarle. Quería que todo pasase, dejar de sentir la opresión que se había apoderado de su corazón, de la ansia, que la espera se disolviese para entregarse a ella de una vez.

Recitaron las palabras y sus almas quedaron ligadas, atadas para siempre; una alma, un destino, dos chiquillos que ahora gobernaban desde el Norte hasta las Tierras de los Ríos.

Cuando Roslin sonreía sus ojos claros se iluminaban. Había pensado en ella mientras luchaba, perdido en campamentos improvisados, bajo la lluvia y el frio; ningún pensamiento o fantasía alcanzaban a igualar su belleza, la dulzura con que la miraba, la melodía que tejía su voz. Era más perfecta de lo que podía imaginar.

La corona se ceñía sobre su cabello caoba y arrancaba destellos cobrizos y plateados. Su piel brillaba, de un blanco lechoso, cálida y dulce. Sus ojos castaños le buscaban, incesantes, un poco temerosos, pero llenos de vida, de cierta alegría. Sus palabras dejaban ver sus modales y lo agradable que resultaba su trato. A penas habían podido hablar pero ya había construido una imagen de cómo era ella, de cómo sería su vida desde ese momento.

La noche cayó sobre ellos como alegres brasas y, de repente, los dos estaban desnudos, estrechando sus cuerpos ocultos bajo sábanas que volaban, que se entrelazaban y se perdían. Suspiros perdidos, susurros, palabras perdidas en la oscuridad. Y ella, tan menuda pero perfecta, su cuerpo envuelto en el de él, sus manos buscando, surcando su piel, de besos robados, rosas que impregnaban aquel pequeño mundo con su aroma.

En sus ojos peleaban las llamas del amanecer, la luz surcando sobre su piel clara, su corazón latiendo bajo su palma, calmo, su hogar, su casa. Y su reina dormía abrazada, enredada sobre su alma.