La "misión" era bastante simple. Debían entrar a Ravenclaw y encontrar la poción que Lovegood le había dado a Pansy en venganza por el indefenso insulto que la sangra-sucia había recibido de parte de Parkinson, la que ahora no podía decir una palabra sin tener desagradables consecuencias. No que le agradara la idea (le parecía demasiado Griffindor), pero no habían tenido más opción. Lo hacían por salud mental, tanto de ella como de los demás miembros de Slytherin.
Lo habían intentado todo, partiendo por pedir ayuda al profesor Snape. Pero lamentablemente, éste no había hecho más que observar con desagrado a la chica y asegurar que, por muy increíble que pareciera, no conocía ninguna poción que tuviera esos efectos, y que tendría que investigar. Al principio habían tenido fe, confiando en la inteligencia y capacidad de su profesor, pero ya llevaban más tiempo del que podían aguantar con este problema, y Snape no aparecía con una solución. Cuando él mismo había ido a preguntarle la razón de tanta demora (en un obvio intento de presión), Severus Snape lo había mirado con desagrado: "Si quieres una solución rápida, Draco, deberás conseguirme la poción que causó los… problemas de la señorita Parkinson. No puedo encontrar la cura sin conocer la causa. No sé si me entiendes." Le había dicho. Claro que le entendía. Y si lo que Snape quería era la poción, la tendería. A toda costa. Situaciones desesperadas merecían medidas desesperadas, por muy poco racional que fuera.
— ¿Alguien tiene alguna idea?—preguntó Theodore con esperanza, recorriendo la mirada por la sala común. Todos los presentes parecieron desviar la vista ante la pregunta, dando claramente a entender que no tenían nada en mente. Malfoy suspiró, decepcionado, aunque no le sorprendía en absoluto. Era un suicidio entrar a territorio enemigo, y los Slytherins no se caracterizaban por tomar riesgos innecesarios. Pero era necesario, o se tropezarían con la lengua de Parkinson por el resto del año.
Theo lo miró con la misma decepción, como esperando que él dijera algo, pero Draco no tenía nada que decir. No era Potter, no tenía habilidades para dar discursos, como creía que Nott deseaba en este momento que hiciera—. Estamos en problemas—le dijo, sin tomarse la molestia de bajar la voz—No es la especialidad de un Slytherin hacer estrategias de este tipo. Y ninguno de nosotros estaría dispuesto a realizar una… travesía como esa. No es el tipo de presión al que estamos acostumbrados a soportar.
Todo Slytherin volteó a verlo. Draco estrechó los ojos, señal inequívoca de que estaba pensando. Nott tenía razón. La única solución que le veían a su problema era lo suficientemente Gryffindor como para que ninguno de ellos quisiera hacerlo por propia voluntad, pero no tenían opciones, y se lo hizo saber a toda la sala común. Lo miraron desconcertados, al tiempo que Malfoy alzaba una ceja, como retando a alguien a llevarle la contra (lo que obviamente no sucedería). Como había dicho anteriormente, no era muy bueno con los discursos.
—Bueno… —llegó un balbuceo desde el otro lado de la sala, llamando la atención de todos los presentes, los que incluían a prácticamente todo Slytherin. Una chica de segundo de anteojos los miraba con algo de inseguridad, como pensando en la manera de decir algo—. Puede que no sea agradable lo que voy a decir. Pero si la única solución que tenemos es Griffindor, debemos intentar pensar como ellos… Quiero decir… Uno de nosotros, el más Griffindor que encontremos, debería poder hacer una estrategia lo suficientemente buena como para entrar a Ravenclaw y salir ilesos. No creo que tengamos muchos problemas, tenemos al pofesor Snape de nuestro lado, y todos estamos en esto.
Todos la miraron incrédulos. ¿Existía, acaso, un Slytherin lo suficientemente Gryffindor? Hasta desde la teoría parecía ridículo, y era eso lo que iban a decirle, pero Parkinson (para desgracia de todos) tuvo la pésima idea de adelantárseles.
Las arcadas de Pansy llenaron la habitación, haciendo soltar un suspiro generalizado en todos los estudiantes presentes.
—¡Mi lenggghrdh…!—intentó gritar antes de que la lengua comenzara a retorcérsele. Una chica de quinto la agarró de los brazos para intentar tranquilizarla, mientras otra de sexto iba a buscar rápidamente un basurero.
—Por Merlín, la saliva no—rogó Crabbe por lo bajo, aunque la mayoría de los que estaban cerca de él lo oyeron y pensaron lo mismo en silencio. Lamentablemente, no fueron escuchados. La chica de sexto alcanzó por poco a colocar el basurero bajo el rostro de la rubia antes de que la ya conocida y abundante saliva comenzara a brotar de la boca de Pansy con tanta fuerza que parecía vómito. Draco puso una evidente expresión de desagrado en su rostro que desapareció tan rápido como vino, justo en el momento en que la saliva dejaba de salir y era reemplazada por las arcadas que anticipaban el crecimiento inhumano de la legua de Pansy.
—Tenemos que hacer algo YA—soltó Bulstrode, mirando a su compañera con asco—No pienso aguantar esto un solo día más.
—¿Qué propones, entonces?—preguntó uno de cuarto con enfado, mirándola con los brazos cruzados sobre el pecho. Millicent lo miró con rabia.
—¡Yo qué sé! ¡Lo que sea!—gritó—. Tratemos con las amenazas de nuevo.
—Ya lo intentamos, Mill. No sirve. Lovegood está acostumbrada a ellas—cortó Blaise.
—Chantaje—propuso otro.
—No tenemos nada que ella pudiera desear.
—Podemos robarlo—soltó uno de tercero mientras pateaba con el pie un pedazo de legua de Pansy, que ya estaba por los dos metros de largo, lejos de él.
—Pero para eso tendríamos que entrar a Ravenclaw.
—¿Y entonces?
—Poción Multijugos—se oyó a Blaise desde el sillón cercano a la chimenea. Todos quedaron en silencio, mirándolo, de manera que el único ruido en la sala eran las arcadas de Parkinson.
—¿Qué?—soltó Draco, sin entender.
—Podemos hacernos pasar por un Ravenclaw, y entrar a su sala común—propuso Zabini con tranquilidad. Todos sopesaron en la posibilidad en silencio.
—No es mala idea—dijo Draco, sentándose frente a Zabini con algo similar a una sonrisa en su rostro.
—Pero no conocemos la contraseña—se escuchó a Goyle, antes de que se atragantara con el pedazo de pan que se estaba engullendo. Blaise rodó los ojos.
—¿No es obvio? Pues los espiamos. No puede ser tan complicado.
Una sonrisa se formó en los rostro de todos los presentes.
Eso sí sabían hacerlo.
HPHPHPHPHPHPHPHPHPHP
Todos los Slytherins habían participado en algún momento en la "operación lengüetazo", como a Theo se le ocurrió llamarlo. Espiaron durante una semana a todos los Ravenclaws que pudieron encontrar, intentando descubrir la entrada a su sala común y su contraseña. El único problema era que la contraseña de Ravenclaw, como habían descubierto (luego de seguir a unos cuantos miembros de esa casa) consistía en una pregunta, siempre diferente. Típico de ellos. Intentaron memorizar las respuestas que ellos daban, pero pronto descubrieron que tenían muy pocas probabilidades de que se repitieran, y no tuvieron más opción que rogar por suerte.
Después de mucho analizarlo, habían decidido que su víctima sería un uno de los prefectos de Ravenclaw, Ethan Finstein, un chico alto de séptimo, de sonrisa amable y cabello negro con dos mechones blancos a los lados que a Draco le asqueaba. Malfoy no había intercambiado muchas palabras con él, pero sabía que era un chico muy respetado dentro de su casa a pesar de su poca sociabilidad, lo que les venía de maravillas, porque no les pondrían demasiados problemas para entrar a Ravenclaw, ni sería extraño que se mantuviera en silencio la mayor parte del tiempo.
Lo primero era conseguir la Poción Multijugos. No tenían tiempo para prepararla, por lo que no tenían más opción que conseguirla lista. No había sido algo muy complicado de lograr, tomando en cuenta que el jefe de su casa era un conocido pocionista que siempre tenía reservas, y que no había puesto demasiados reparos en prestarles un poco.
Lo segundo, el cabello.
—Ya viene—susurró Blaise a Draco, Crabbe y Goyle, al ver que Finstein se acercaba. También lo habían espiado a él, y memorizado todos y cada uno de sus rutinarios pasos, desde que salía de su sala común por la mañana, hasta el anochecer. Tuvieron que agradecer el hecho de haber escogido a alguien tan predecible. Para variar, iba solo, y recorría el abandonado pasillo con suma tranquilidad, entonando una desconocida canción que rebotaba por las paredes mientras se dirigía a su próxima clase. Parecía contento.
Cuando Finstein ya había pasado su escondite, Blaise levantó su varita y lo atacó por la espalda con un desmaius. Como era de esperarse, el Ravenclaw cayó al piso inconsciente, regando por el suelo todos los libros sueltos que llevaba en la mano desde que saliera de la biblioteca hace cinco minutos, como les había informado uno de sus espías de quinto.
—Vamos—susurró Blaise a los otros tres, instándolo a seguirle. Salieron de su escondite tras la enorme estatua de una bruja jorobada y se plantaron junto al desmayado, el que aún tenía plasmado en su rostro la sonrisa que llevaba antes del ataque sorpresa—. Pobre idiota—comentó Blaise con voz queda, al tiempo que Crabbe y Goyle lo tomaban por los brazos y lo arrastraban hacia un armario de escobas, mientras Draco se dedicaba a cuidar los alrededores.
El rubio fue el último en entrar al lugar, cerrando la puerta de madera tras de sí y observando a sus tres compañeros.
—¿Y ahora qué?—preguntó Goyle estúpidamente, mirando hacia Finstein con el rostro desencajado. Draco lo imitó. No podía negar que era un chico guapo. Tenía buen cuerpo y un rostro aceptable, pero aún así había algo en él que Draco detestaba sin razón alguna. Pansy le había dicho una vez que era porque el prefecto lo había rechazado hace algún tiempo, en un momento de debilidad del rubio (realmente debió de haber estado muy necesitado si lo buscó). Nadie rechaza a Draco Malfoy. "Bueno…" pensó "Ahora tengo mi venganza."
—El cabello—respondió Blaise con voz queda—¿Tienes las tijeras?—le preguntó a Crabbe, el que asintió, al tiempo que las sacaba y se agachaba para cortarle uno de sus mechones negros. Blaise los recibió ya con la botella de vidrio que contenía su poción lista, y los lanzó al contenido verdoso que rápidamente tomó un color amarillento—. Tu turno, Draco—le indicó al Slytherin, ofreciéndole la Poción Multijugos. Con una expresión de asco, Draco la aceptó y vació el contenido de un solo trago.
Aguantó las ganas de vomitar, no queriendo hacer el ridículo frente a sus compañeros de casa, y esperó a que la poción hiciera su efecto. Nunca antes había tomado esa cosa, por lo que se sorprendió al sentir los retorcijones en el estómago, seguidos de un intenso dolor que le hizo doblarse en dos y caer al suelo. Blaise dio un paso vacilante, como pensando si debía ir en su ayuda o no, pero se decidió por acercarse finalmente, y cuando llegó a su lado, los huesos de Draco habían comenzado a estirarse dolorosamente, la piel a quemarle y la espalda a ensanchársele.
Y todo terminó cuando Blaise hubo puesto la mano sobre su hombro.
—Excelente—lo oyó decir, dándose cuenta de que en algún momento había cerrado los ojos. Los abrió, y vio a un sonriente Zabini agachado a su lado—. Es extraño verte así—comentó. Ignorándolo, Draco se miró desde donde estaba, sintiéndose extraño.
Estaba un poco más pesado de lo normal, lo que indicaba que Finstein era algo más gordo que él. Los dedos de sus manos estaban cortos y anchos, y sentía su cabello más corto de lo normal.
—Bien…—se oyó a sí mismo con una voz suave y profunda que no le pertenecía—. Quítenle la ropa—indicó, al tiempo que él mismo se sacaba la propia. Se miró a sí mismo en ropa interior, sintiéndose extraño de no ver lo que comúnmente acostumbraba—Gracias a Merlín que no me acosté con él—comentó, pasándose la mano por el abdomen, menos trabajado que el suyo—. Este tipo es un fofo—. Los otros tres se rieron.
—No es cierto. No seas hablador—exclamó Blaise, observando al falso Finstein con interés—. Se nota que no hace mucho ejercicio, pero está bastante apetecible para ser un come libros como él. ¿Está bien equipado?—. Draco alzó una ceja, pero examinó de todas formas el miembro de Finstein bajo la ropa interior. No estaba mal.
—Al menos tiene buen tamaño—comentó. No tardó en darse cuenta la estupidez que estaba haciendo—. Bueno… Me llevaré más poción, por si la necesito, pero no creo que me lleve mucho tiempo. Déjenme la ropa aquí, no me esperen. Regresaré a la sala común en poco más de una hora.
Y partió hacia el lugar indicado, dirigiéndose en la misma dirección en el que el verdadero Finstein caminaba antes de ser emboscado.
Recorrió unos cuantos pasillos extraños antes de aceptar que estaba perdido. Sabía que la casa de Ravenclaw estaba cerca, pero no podía recordar exactamente en qué dirección, lo que lo tenía más que frustrado. Miró su reloj. Había perdido quince minutos en vueltas inútiles. Suspirando, comenzó a buscar nuevamente, rezando por encontrar el lugar antes de que se viera obligado a beber más de esa asquerosa poción. De pronto reconoció un pasillo, y por primera vez se ubicó en el espacio. "Al fin"pensó, acelerando el paso, mientras intentaba recordar todas las respuestas que la niña de segundo le había hecho memorizar para poder entrar sin sospechas a la sala común. "Espero que sí se repitan las preguntas. Si no me equivoco, sólo tengo una oportdd…"
No alcanzó a terminar la frase en su mente, antes de percatarse de la puerta que se había abierto a sus espaldas y de la mano que lo había asido, introduciéndolo en el interior de una oscura sala sin uso. La puerta se cerró rápidamente, dejando negro su alrededor, y fue lanzado contra la pared de piedra junto a ésta, siendo acorralado por otro cuerpo antes de poder reaccionar. Se tensó al sentir los labios que se apoderaron de los suyos con brusquedad y las manos juguetonas que le tiraron del cabello con rudeza.
¿Qué demonios estaba pasando ahí? Bueno, era obvio que, quien quiera que fuera esta persona, pensaba que estaba besando a un sorprendido Ethan Finstein, y por la desfachatez con la que le levantaba la camisa, eran algo más que conocidos. Una parte de su mente se molestó con la situación. A él nunca le habían hecho una cosa así, y tomando en cuenta que no estaba muy limpio en ese tema, era mucho decir. En realidad era injusto. Finstein era un maldito rechazado social. ¿Cómo era posible que tuviera una novia tan fogosa?
"No. Un novio" pensó, al sentir el bulto que se aplastaba contra su cadera. Un gemido se escapó de sus labios. Jodida suerte que tenía el idiota come-libros.
Un segundo gemido se ahogó dentro de la boca del desconocido, al tiempo que Draco se rendía y lo atrapaba en un abrazo, aprovechándose de la situación. Sus dedos tocaron un cuerpo delgado y fornido que seguramente el fofo de Finstein no se merecía, y aprovecharon de levantarle la camisa al extraño en la oscuridad. El chico jadeó fuera de su boca al sentir los dedos de Draco sobre su espalda, y en un movimiento desesperado, arrancó los botones de la camisa de Finstein de un tirón y hundió la lengua entre los pectorales del prefecto.
—Oh, Dios—soltó Draco, al tiempo que lo asían de la camisa y lo lanzaban al suelo con fuerza. El cuerpo desconocido se sentó a horcajadas sobre él, rozando el miembro alzado de Draco, el que jadeó en anticipación. Pero esta vez, el desconocido se demoró más en reaccionar. Se agachó lentamente en dirección a su tetilla derecha, y la rodeó con la lengua. Draco sintió que la temperatura se le subía al máximo con rapidez, y no tardó en comprender que ese era un punto sensible en Finstein, y que el otro lo conocía muy bien. El desconocido dejó la tetilla abandonada y subió por su cuello a besos hasta su oído. Le lamió el lóbulo y le lanzó las palabras malditas:
—Llegas tarde.
Draco se tensó, reconociendo la voz ronca que le había susurrado. Con igual rapidez a como había aparecido, la excitación desapareció de su cuerpo. Sintió al otro chico acomodarse sobre él, cruzando los brazos sobre su pecho, y apoyar el mentón en ellos. Draco jadeó, impresionado.
"No puede ser"pensó. Era imposible que él hubiese estado besándolo durante todo ese tiempo. Con unos enormes deseos de estar equivocado, Draco tanteó a su lado hasta encontrar su varita, y con más nerviosismo del normal, la apuntó cerca de sus cabezas.
—Lumos.
Para su horror, un conocido rostro se iluminó a la luz blanca de la varita, y Draco se encontró cara a cara que unos grandes ojos verdes que lo miraban con interés, una nariz pequeña y una cicatriz en forma de rayo.
Oh, no…—¿Estás bien?—le preguntó el niño-que-vivió con la voz ronca de la excitación. Draco se extrañó de no ver el acostumbrado odio en los ojos de Potter, siendo reemplazados por algo parecido a la desilusión y la preocupación. Le costó dar una contestación. Había olvidado las palabras por un momento, y el estudio de Potter lo ponía nervioso.
—S-S-Sí—respondió la voz de Finstein con vacilación, haciendo a Potter alzar una ceja.
—Pues qué bueno—respondió el Gryffindor con una sonrisa traviesa, acercando su rostro al de Draco—. Creí que me arruinarías el día—agregó, posando sus labios carnosos sobre los del otro. Draco inhaló dentro del beso suave y lento, aún sin poder moverse con libertad. Una parte de su mente le estaba diciendo que lo separara, que estaba perdiendo el tiempo y que era Potter el que lo estaba besando, pero otra desconocida lo obligaba a caer en la tentación, llamándolo a terminar lo que habían empezado. Su mente era un torbellino de ideas sin sentido y frases sin terminar. Se hundió en la pasión cuando las manos de Potter se posaron sobre su pecho y sus caderas se mecieron lenta y pausadamente sobre su miembro, rozándolo de forma dolorosa y excitante. Sus manos fueron solas hacia los mechones negros del ojiverde, los que las recibieron gustosos en su suavidad. Potter soltó un gemido que obligó a Draco a profundizar el beso, al tiempo que abandonaba el cabello, agarraba el cuello de la camisa del pelinegro y liberaba sus hombros tersos y dulces, para recorrerlos en una caricia tranquila. Potter bajó sus propias manos por su abdomen. Draco creyó que se detendría junto a la orilla del pantalón, pero en lugar de hacerlo, los dedos largos atravesaron pantalón y ropa interior con descaro, y comenzaron a acercarse a la zona prohibida.
Y ese fue el maldito momento en que la mente de Draco se liberó. Agarró con fuerza los hombros de Potter y lo alejó de sí con brusquedad, causando un cese a las caricias ardientes de manera brusca. Potter quitó rápidamente las manos de la piel del otro y lo miró desencajado, mientras Draco intentaba regular su respiración. No pudo evitar sentir vergüenza de sí mismo al ver la mirada decepcionada que Potter le estaba lanzando, como si fuera incapaz de dejarlo satisfecho. Eso nunca le había pasado antes.
—Espera, yo… —intentó explicarse, olvidando por completo que Potter no estaba viendo a Draco Malfoy en él—. No creo que sea buena idea—exclamó con voz queda, aún sin poder respirar bien. Un nudo se le había formado en el estómago, y se había hecho más fuerte al ver la mirada sorprendida de Potter sobre él.
—¿¡Qué!?—espetó.
—Bueno, es que… Yo… Tengo que irme, yo…
Potter pestañeó con rapidez, como si no pudiera creer lo que le estaba pasando.
—¿¡Tienes que irte!?—masculló con furia—Ethan, llevamos planeando este encuentro una semana, ¿y cuando finalmente llega tú tienes que irte?
Sólo en ese momento Draco recordó que estaba en el cuerpo de otra persona. Por alguna razón, sintió algo similar a la desilusión, como si deseara que en realidad Potter no estuviera viendo al come-libros, sino a él debajo de sí, y que hubiera estado conciente de que besaba a otra persona. Qué estupidez.
—Bueno, pues lo lamento—exclamó, mostrándose enojado—. No salió como yo quería, ¿sí? Me encantaría quedarme, de verdad, pero no puedo.
Hasta se sorprendía a sí mismo de lo bien que estaba actuando.
—¿Y cuándo se supone que me darás algo de tu valioso tiempo?—le preguntó un enojado Potter, sin moverse de su sitio, como si con eso le impidiera salir.
—B-B-Bueno, yo…—balbuceó, inseguro de qué contestarle.
—¿Sabes qué? Vete—le dijo, saliendo de arriba suyo y acostándose de espalda a su lado, cruzando los brazos y mirando al techo con furia. Draco se apoyó de lado sobre su codo, inseguro de si irse o no. Para variar, una parte de sí le decía que era su oportunidad de salir corriendo. Potter ya no lo apresaba, si lo detenía con caricias ardientes, y pronto se le acabaría el…
Oh, demonios…
Miró su reloj de pulsera con nerviosismo, recordando de pronto que no tendría la apariencia de Finstein eternamente. Soltó un suspiro al comprobar que aún le quedaban quince minutos, y como aún tenía un trago guardado, podría terminar con lo encomendado con tranquilidad antes de que el verdadero Finstein despertara.
Miró a Potter con indecisión. Este aún no se había movido, y no parecía tener ninguna intención de mirarlo o decirle algo. Algo dentro de sí se encogió al verlo. Bueno… Le quedaban quince minutos… Y tenía más poción… Y Blaise era bueno con los hechizos aturdidores… Y Potter estaba ahí, indefenso, con la camisa medio abierta, y un pezón al aire que parecía estarlo llamando a gritos.
"Al diablo con todo", se dijo, lanzándose como un lobo hambriento sobre los labios de Potter, el que no pareció muy sorprendido de su decisión, ni hizo nada por quitárselo de encima. Acercó el cuerpo delgado del otro hacia el suyo en un abrazo posesivo, al tiempo que abandonaba los labios del pelinegro y se dirigía en medio de gemidos dolorosos al rozado pezón que se le ofrecía descarado, y lo mordisqueaba con cuidado.
—Creí que debías irte—comentó Potter bajo él como si nada, acariciando como con aburrimiento los mechones blancos que se suponía eran de Finstein.
—Me quedan quince minutos—le respondió Draco sin abandonar su pezón, al tiempo que deshacía el abrazo y abría la camisa del pelinegro de la misma manera que él lo había hecho antes con la propia, y se hundía en el pezón contrario. Potter lanzó un gemido tímido, al tiempo que agarraba con fuerza los mechones de su amante y lo obligaba a subir hasta sus labios. Draco se dejó hacer, ansioso, y subió a base de besos por el cuello y la quijada de Potter. Pero cuando estaba a punto de encontrarse con los esperados labios, Potter lo detuvo.
—Creo que deberías irte.
Draco alzó la cabeza, sorprendido, y buscó los ojos de Potter en busca de una explicación. Pero sólo se encontró con una mirada rebelde, vengativa, y fría como el hielo. El hijo de puta lo había hecho a propósito.
—De verdad quedan quince minutos—le aseguró Draco, acercándose a sus labios de nuevo, no dispuesto a aguantarle la bromita. A él no se le seducía gratis.
—Sí, pero ahora soy yo el que no tiene ganas—le aseguró Potter de vuelta, deteniéndolo nuevamente. La sangre de Draco hirvió.
—¿Qué?—masculló.
—Que te vayas.
—No sin haber terminado—le aseguró con rabia, tomando los labios de Potter a la fuerza. El pelinegro no se esperaba el ataque, por lo que se resistió al abrazo posesivo de Draco y a la boca que chocó con furia contra la suya sin su permiso. Pero gracias al cielo, Finstein era más grande y sus brazos apresaban los de Potter con facilidad, dejándolo inmóvil.
Los sentidos de Draco se nublaron con más rapidez al sentir el aroma a madera de la piel del otro, y los gemidos de rabia que se ahogaban contra sus labios, pero en vez de ayudarlo, debilitaron su fuerza y Potter se liberó de su agarre, cortando el beso.
—¿Qué demonios pasa contigo?—demandó saber Potter debajo de sí, impresionado del comportamiento extraño de su amante.
—Me sedujiste, y luego me echaste. Eso pasa—espetó Draco, como si fuera obvio.
—Estás raro, Ethan. Tú no eres así.
El nombre con el que lo llamó golpeó su cerebro como un martillo de ogro, tensándolo.
EthanPor supuesto. Había olvidado nuevamente que tenía la poción Multijugos recorriendo sus venas, y que estaba actuando realmente como Draco Malfoy, y no como el hombre al que había reemplazado. Estaba descubriéndose ante él de la manera más estúpida.
La rabia volvió, pero dirigida a sí mismo. Y dándose cuenta de que no podía estar un minuto más ahí, salió de encima de Potter y se dirigió como un torbellino hacia la puerta. La abrió y la cerró detrás de sí, dejando encerrado a un sorprendido Harry Potter que lo observaba desde el suelo con la mirada desencajada.
HPHPHPHPHPHPHHPHPHPHPHPHPHPHPHPHLas semanas pasaron frías por el invierno, y aún no habían podido solucionar el problema de Pansy. Todos se había desilusionado al verlo llegar con las manos vacías a la sala común, ya con su verdadero rostro y su uniforme de Slythrin puesto, pero no dijeron nada al verle la expresión en el rostro. Draco no se preocupó por acallar los rumores que comenzaron a rodearlo desde ese día, cuando todos pensaron que algo le había sucedido dentro de Ravenclaw, y que aumentaron en intensidad cuando vieron que se comportaba de manera distraída. Por suerte, Pansy había comprendido que no debía hablar, por lo que ya no sufrían teniendo que cuidarse de tropezar con su lengua todo el día. Incluso, Draco agradeció que estuviera tan callada, y llegó a pensar que no era tan malo dejarla con la maldición encima.
—Vamos, Draco, dime qué fue lo que pasó—le insistió por enésima vez Blaise mientras caminaban hacia el gran comedor, preocupado de que se mantuviera tanto tiempo en silencio. Draco le lanzó una mirada de odio.
—Ya te dije. No había nada en el cuarto de Lovegood, revisé todo.
Por supuesto, era mentira. Por alguna razón, decidió guardar la poción que le quedaba para después, y en vez de ir hacia Ravenclaw, se dirigió directamente al armario de escobas, donde el verdadero Finstein aún estaba inconsciente. Aún la tenía guardada en su bolsillo, y no se animaba a ponerla en otro lugar, como si esperara necesitarla en cualquier momento.
—Qué mala suerte—comentó Blaise, mirando hacia delante—. Al menos no causamos sospechas. Finstein no parece haberse dado cuenta de nada, viene de lo más contento.
El estómago de Draco se encogió. Efectivamente, Finstein venía con una sonrisa de oreja a oreja en sentido contrario, y Draco no pudo evitar notar el chupón que parecía brillar en su cuello, y reírse de él. La sangre le hirvió dentro de las venas. El muy hijo de puta se había reconciliado con una enorme rapidez con Potter, y tres días después de su encuentro con él, ya los había visto salir juntos de una sala en desuso. Con rabia, se guardó las manos en los bolsillos de la túnica.
Y una pequeña botellita helada chocó contra sus dedos.
HPHPHPHPHPHHPHPHPHHPHPHPPHDraco bostezó, aburrido de hacer su ronda nocturna. Llevaba recorriendo pasillos sin rumbo fijo durante una hora, y lo único que quería era irse a dormir. Era lo malo de ser prefecto. Estaba sólo, pues se había separado de su compañera al principio, como siempre sucedía. Le gustaba hacer las rondas él solo, sin nadie que lo molestara ni interrumpiera sus pensamientos. Le encantaba oír sus pasos entre el silencio nocturno, y el rechinar de las armaduras cuando volteaban el rostro al verlo pasar. La noche tenía un aroma especial que le atraía y tranquilizaba, siendo ésta su única forma de calmar cualquier tipo de preocupación. Sin embargo, hoy no le veía la gracia a caminar. Se sentía cansado, y escuchaba sus pensamientos como si le gritaran al oído, aunque no entendiera nada de lo que le decían.
Se detuvo frente a una ventana y observó la luna que se alzaba en la oscuridad de la noche, iluminando de plata el bosque prohibido. No entendía su actitud.
"Yo no soy así"Se apoyó en el alfeizar de la ventana, recorriendo el jardín con la mirada tras el cristal. Todo estaba muy verde, a pesar de las heladas que había traído el invierno. Un poco de viento azotaba las copas de los árboles y empujaba a las nubes grises a una carrera, obligándolas a tapar la luna de vez en cuando.
"Mañana va a llover"
Era una lástima, tomando en cuenta que era fin de semana en Hogsmeade. Le agradaba la lluvia, pero sólo detrás de una ventana, como ahora, y no debajo de ella. Y detestaba aún más el barro que se formaba durante y después de que ésta pasara.
Iba a seguir con su ronda cuando el sonido de una puerta abriéndose y cerrándose lo detuvo. No tardó en comprender que dicha puerta estaba cercana a su locación, y que un par de personas se acercaban hacia él a paso rápido. Por alguna razón, su instinto decidió ignorar sus poderes de prefecto y lo obligó a esconderse tras una de sus queridas armaduras. Un pedazo de su mente le dijo que era ridículo, pero la otra, que últimamente le molestaba muy seguido, tuvo la esperanza de que fueran un par de amantes que saciaran un poco su sentido voyeurista (no estoy segura de que se escriba así)
Y ahí estaban, sólo que eran la única pareja que Draco había esperado no encontrar.
Potter y Finstein caminaban presurosos, mientras arreglaban su aspecto desaliñado después de lo que obviamente había sido un gran revolcón. Miraban a ambos lados del pasillo nerviosos, temiendo encontrarse con algún profesor que los descubriera, o algún prefecto que corriera la voz sobre su secreta relación. Pero sin tomar en cuenta que Potter corría peligro fuera de su cuarto en Gryffindor, Finstein lo detuvo por un brazo y lo apresó en un abrazo cariñoso, justo frente a la armadura de Draco.
—Deberíamos quedarnos un poco más—le dijo con voz traviesa, causando una risita tonta en Potter. ¿Cómo demonios podía gustarle un fenómeno así?—Me está quedando poco tiempo.
Por alguna razón, Potter no pareció contento con ese comentario.
—Pues no te vayas—le rogó, mientras jugaba con el cuello de la camisa de Finstein, el que lo miró con pena.
—Podemos escribirnos.
—¡No es lo mismo!—respondió Potter con algo de decepción en la voz, soltándose del agarre de su amante. Luego suspiró—. Lo siento.
—No importa—aseguró el de ojos azules, ladeando la cabeza.
—Realmente espero que encuentres lo que buscas en Australia…—comentó Potter, como si necesitara explicarse. Finstein sonrió.
—Lo sé.
El corazón de Draco dio un vuelco. ¿Se iba a Australia?
¡Se iba a Australia!
Un momento. ¿Y a él qué mierda le importaba?
—Bueno… Yo debo irme.—le informó el pelinegro a Finstein, mientras intentaba aplastarse el cabello, que ahora estaba más desordenado de lo normal. El prefecto de Ravenclaw arrugó la nariz en desacuerdo.
—De verdad deberías quedarte un poco más conmigo, Harry.
Potter sonrió.
—Le prometí a Ron salir de compras temprano en la mañd...
No terminó la frase, ya que Finstein se había lanzado rápidamente a acallarlo con un beso profundo y posesivo. Potter no reaccionó al principio, sorprendido por el agarre de su amante, pero se rindió rápidamente bajo su toque.
—Voy a extrañarte—le dijo Finstein en un susurro, rompiendo el beso y apoyando su frente en la del niño-que-vivió. Potter sonrió, manso.
"Estúpido"
—Y yo. Pero aún así debo irme—comentó divertido, medio en serio medio en broma, causando una sonrisa en el prefecto.
—¿Y mi despedida? Hoy no me dejaste hacer nada más que un besito por aquí y otro por allá—se quejó Finstein con algo de desagrado. Se notaba que hoy esperaba un revolcón de los buenos. Potter resopló.
—¿En esa sala? Ni en cien años. Estaba hecha un asco. Hasta parados habríamos terminado todos sucios. Le tengo alergia al polvo—alegó. Draco sintió algo parecido al alivio al escucharlo, aunque aún no descubría qué demonios tenía eso que ver con él. Una sonrisa se posó en sus labios. Finstein se iba a Australia—. Además... Mañana tienes un pretexto para verme de nuevo—. Finstein se carcajeó. Draco borró la sonrisa de su cara.
—¿Ah, sí?
—Sí. En la sala de los menesteres, a las ocho. Será nuestra última noche juntos antes de que te vayas—aseguró Potter.
Y luego de otros pocos besos, Potter logró zafarse del agarre del Ravenclaw y caminó sólo por el pasillo hacia su propia casa, mientras el prefecto terminaba la que seguramente era su última ronda en Hogwarts.
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