Síndrome de Estocolmo.
Regla número 1 del secuestrado: Nunca enamorarse de tu secuestrador.
—Te ves muy bien—decía mi esposa, bueno, novia, próximamente prometida; mientras que yo me arreglaba la corbata por enésima vez, iba a conocer a sus padres y eso me tenía un poco nervioso, ella se veía hermosa como siempre, su cabello largo hasta media espalda, el vestido azul cielo, pegado de arriba y suelto de abajo, y la pequeña boina blanca que usaba solo en ocasiones especiales; luego estaba yo, con un traje azul marino, que me quedaba un poco corto, una camisa blanca y una corbata, del mismo color que su vestido, que se negaba a anudarse—Dije, que te ves MUY bien; ya deja esa pobre corbata.
—Estoy nervioso—Le contesté, pero ella ya tenía sus brazos sobre mi cuello, y acomodaba el nudo, para después darle unas palmaditas en señal de que "estaba listo". Voltee la mirada hacia el espejo, era una escena un tanto extraña para mí; ella, subida en la cama de puntitas, abrazándome y yo simplemente ahí, erguido con esa cara seria de siempre; lo que más resaltaba era la diferencia de alturas. Odiaba cuando en la calle nos confundían, nos decían que si éramos hermanos, debido a que los dos éramos rubios, ¿quién hace esa clase de consecución por el mismo tono de pelo? Yo tenía ojos azules, un poco opaca dos por mis gruesos lentes y ella chocolate, los míos bastante inexpresivos los de ella, tal vez demasiado expresivos. Debía ser mínimo 30 centímetros más alto, ella tenía uno kilitos de más, que solo servían par aumentar su ternura.
—No tienes por qué estarlo, ya verás, les agradarás.
Me di vuelta para poder besarla cuando un ruido en el piso de abajo la asustó, era exactamente el ruido de una ventana rompiéndose. Me puse alerta, tenía un mal presentimiento sobre esto, atraje a Tina hacia mí en actitud protectora.
—Ups, creo que eso no fue muy silencioso que digamos—Dijo una voz chillona e infantil, que se rió de su propio comentario, en el piso de abajo. Sentí sus pequeñas manos aferrarse a mi camisa, mientras que yo trataba de idear un plan de escape; tal vez fueran solo unos ladrones en busca de algo que robar.
—Siempre igual—respondió otra voz, más grave, igual de risueña. Así que eran dos hombres, bastante descuidados o indiferentes, sus voces eran lo suficiente graves como para suponer que debían ser de gran altura, y con una proporción sustancial de musculatura.— vamos, deben seguir en la casa.
—Ber...—Tina me abrazó más fuerte, asustada. No tenía ni idea quién eran ese sujetos, pero nadie le haría daño a ella; tendrían que pasar sobre mi cadáver. Esperamos dentro de la habitación, era inútil tratar de huir, nos buscaban, no iban a robar, venían específicamente por nosotros. En esa casa solo había una puerta de entrada y salida; y si esos sujetos estaban bloqueándola no podríamos salir; además estábamos en el segundo piso, nuestra única escapatoria era una ventana muy angosta, así que para abrirla había que romperla alertando a los sujetos de nuestra posición y de por dónde huiríamos. Solo cabía esperar para emboscarlos.
—Quédate detrás de mí.—Le ordené, y ella corrió a un rincón de la habitación, el opuesto a la puerta. Los ruidos continuaron en la parte de abajo por unos segundos, mientras yo buscaba algún tipo de objeto de defensa; hasta que de improvisto la puerta de nuestra habitación se abrió. Un sujeto apuntó directamente a Tina, llevaba una pesada chaqueta de cuero, con forro invernal negro, tenía cabello rubio corto y lentes rectangulares; sonreía de más, con esas sonrisas que se deforman en alguna mueca diabólica.
—¡Los encontré!—dijo entre gritando y riendo. Se oyó como alguien subía las escaleras de 2 en 2. Cuando se asomó por la puerta supe que todo saldría mal, llevaba un hacha contra incendios, una gabardina negra, con fondo rojo; tenía pelo rubio desordenado, era unos cuantos centímetros más bajo que yo, pero el pelo se los compensaba y unos ojos azules que fueron el toque final, ardían en locura, si se pudieran abrían tomado un tono rojizo desquiciado. Pasó al lado del otro sujeto, y se encaminó hacia mi.
—Muévete y se muere—señaló a mi novia, que seguía hecha bolita en un rincón, lloraba desconsoladamente. Entonces se hecho sobre nuestra cama como si nada, cerró los ojos y se quedó ahí, pensé en estrangularlo hasta la muerte ahora que estaba tan relajado, pero solo moví la mano y oí como el otro sacudía el arma, en señal de advertencia.
—Dan, este tipo no está muy feliz.—El sujeto en la cama solo gruñó, se levantó y tomó su hacha, se dirigió hacia Tina y colocó el arma sobre su cuello. Voltee a verlo con furia y note que ya no estaba desquiciado como antes, sino peor, estaba serio, mortalmente serio.
—Este tipo... Esta tipa... ¿Qué no sabes más palabras? Son Berwarld Oxenstierna y Tina Vïamïomen—Su conocimiento sobre nosotros me asusto, incluso pronunció correctamente el apellido de Tina, cosa que incluso a ella misma le sorprendió.
—¿Qué quieren de nosotros?—se notaba como hacía el esfuerzo por hablar entre su llanto, cosa que me enterneció y a la vez me enojo, mi pobre Tina llorando desconsoladamente, era imperdonable.
—¿Nosotros? No cariño, de ti no quiero nada, es tu ¿novio? Del que quiero algo.—Susurro en su oído, mientras movía lentamente el hacha, hasta que finalmente un hilito de sangre comenzó a correr de su cuello, vi cómo se mordía el labio para no pronunciar sonido, se hacía la fuerte. Y yo tuve miedo, mucho miedo.
—Entonces déjala. Haré lo que quieras pero déjala.—No podía dejar que algo le pasara, pero mi comentario solo hizo reír a ambos, como si acabaran de oír el chiste más gracioso de sus vidas. La cólera me invadía, pero debía tener la mente clara si esperaba rescatarla.
—No puedo hacer eso. Si la dejo ir ¿Qué me garantizará que harás lo que diga?—Era repulsivo, se notaba que era el jefe, porque desde entonces el otro no había dicho nada, ni se había movido, lo cual daba a entender que no dispararía el arma al menos que el de gabardina se lo ordenara. Lo cual me dio un poco de confianza.
—¡Suéltala o no haré nada!—grité, grave error; el sujeto con el arma se asustó y disparó. Tina ni siquiera emitió un quejido, solamente sus ojos cafés se apagaron. En un instante yo me arrojé sobre él, el arma salió volando; vi de cerca su rostro, era un muchacho apenas unos 17-18. Iba a matarlo cuando algo golpeó mi cabeza dejándome inconsciente.
Ni siquiera tuve tiempo de sufrir por su muerte, el odio me había segado; cuando me sumí en la oscuridad fue cuando sufrí, la imagen de Tina muerta, de la sangre empapando su vestido, de sus ojos sobresaltados y luego vacíos; el punto de que no hice nada para evitarlo, que más bien yo lo provoque. Nunca borraría de mi mete la cara de aquel muchacho de lentes; aquel que le arrebató la vida a mi amor, mi vida, mi todo. Ni la del otro sujeto, el causante de todo; dentro de mi nacía el odio y la repulsión más profunda que podía existir.
