EL FIN
Capítulo 1
Nueva York, 18 de enero de 1.927.
El aire era denso, cargado de humedad, del calor y el penetrante olor que brota de dos cuerpos que luchan unidos y al mismo tiempo de manera individual por alcanzar un mismo destino; gemidos roncos y profundos, en contra parte a los jadeos que estallaban a segundos, caricias intensas y besos voraces, corazones con latidos desbocados, respiraciones agitadas, miradas nubladas y temblores. Él sentía como las uñas de ella se clavaban en su espalda, como su piel se abría ante la invasión a la cual era sometida, de la misma forma que se abrían las entrañas de la mujer bajo su cuerpo para recibir su contundente asalto, una y otra vez, sin descanso, sin darle tregua, necesitaba esto, necesitaba liberarse, aunque fuesen unos segundos, aunque esta felicidad de ser un lienzo en blanco, de no pensar en nada, sin pasado, sin presente y sin futuro, le durase solo un instante, tendría el consuelo a su vida caótica, sin sentido.
El placer siempre había sido el mejor remedio, eso lo había descubierto desde muy joven, cuando apenas era un chico, rebelde, adusto y lleno de tantos demonios, solo tenía catorce años cuando conoció el poder que poseía el cuerpo de una mujer, cuando tembló aferrado a uno y tuvo ese instante sagrado y único que se volvió su vía de escape. Nunca había encontrado en estos algo más que no fuese un desahogo, no había probado ese elixir de Dioses del cual hablan los poetas, no se habían abierto universos llenos de luces ante sus ojos, tampoco había escuchado el canto de las sirenas u orquestas de ángeles, cuando su cuerpo estallaba, solo una luz que lo cegaba y lo dejaba flotando unos segundos, el privilegio de un latido que no le pertenecía a nadie, ni siquiera a él mismo.
Ella comenzó a temblar con más fuerza y se arqueo, atrapo su boca en un beso tan desesperado que dolía, se tensó y luego libero un grito que termino en sollozos, él supo que había emprendido el vuelo, que como siempre lo hacían ellas se marchaban primero, hasta en eso muchas veces ellas resultaban egoístas, lo abandonaban dejándolo en su solitaria lucha interior, quizás era su culpa, pues siempre se esmeraba en hacerlas sentir deseadas, por darles placer incluso a costa de sus propias ansias, se controlaba y con cuidado iba construyendo el castillo que al final terminaría hecho ruinas bajo él. Había llegado su momento y lo disfrutaría como estaba acostumbrado a hacerlo, con intensidad; después de verla parpadear y que sus ojos verdes se clavaran en los suyos, llenos de expectativa y aun brillantes por el clímax vivido, él se lanzó a la conquista de su propio escape, hundió sus manos en el cabello dorado como el oro y se fundió en esos labios rosados, tiernos y tan sensuales que se abrieron para él, al tiempo que sus caderas marcaban el ritmo exacto, el empuje justo, la profundidad y la fuerza que lo llevaría a la gloria; mientras ella bajo su cuerpo lo envolvía con sus piernas para facilitarle las cosas, moviéndose a contra punto, jadeando a su oído, cuando se liberó de sus labios, brindado caricias que lo hacían estremecerse y apurar la marcha, todo un torrente de sensaciones viajaba a través de sus venas, acumulándose en su punto más vulnerable en ese momento, todo se concentraba justo allí, un gemido ronco le anuncio que no tardaría en estallar.
Ella también lo supo y busco su propio camino a la liberación una vez más, saliendo a su encuentro, le gustaba eso en una mujer, que fuese decidida, valiente, primitiva, con la suficiente libertad para salir en busca de eso que sin lugar a dudas era suyo, tan suyo como lo era de él. La vorágine lo consumió todo en cuestión de segundos, solo un grito de ella y un jadeo de él, después ese instante de paz absoluta y dos cuerpos cansados que caían desmadejados en el sopor y el silencio. La unión termino y ambos se tendieron uno al lado del otro, con sus miradas clavadas en el techo, tan lejanos que era imposible creer que minutos atrás hubiesen sido uno solo, ella tenía una sonrisa en los labios, una mirada de ensoñación, él solo un gran vacío que le abría el pecho, su instante había pasado y como siempre que esto ocurría, después no quedaba nada.
- Fue maravilloso – Susurro la chica colocándose de lado para mirarlo, se acercó y le dio un beso en la mejilla, mientras le acariciaba el pecho.
Él solo dejo ver media sonrisa y le acaricio el cabello, un acto mecánico que llevaba tanto tiempo haciendo que ya le salía con una naturalidad asombrosa, no la miro y sabía muy bien por qué no lo hacía, no deseaba sentirse un desgraciado, sabía que ella esperaba más, que esto había sido mucho más para la joven dama que suspiraba sobre su pecho, pero para él solo era un escape, un acto banal, solo carne, solo saciar un apetito… algo básico y sin mayor trascendencia.
- Terry… ¿Sucede algo? – Preguntó al ver el silencio en él.
- No… solo pensaba – Contestó sin mucho énfasis.
- ¿En qué? – Inquirió interesada.
- En todo y en nada… ¿Sabes en que radica que muchos me consideren un hombre misterioso? – Preguntó volviéndose a mirarla, con una leve sonrisa.
- No – Contestó ella con la mirada brillante, apoyándose en su codo, a la espera, como si le fuesen a revelar un gran secreto.
- A que nunca digo lo que realmente pienso o lo que siento, allí radica mi enigma – Respondió dejando libre un suspiro, al ver que ella iba a protestar, se acercó para darle un beso y acallarla, dominarla con ese arte que había aprendido tan bien.
Ella dormía profundamente en el centro de la cama, de espaldas a él, quien dejo libre un suspiro y cerró los ojos un instante, su cuerpo saciado no reacciono ante la imagen del cuerpo desnudo de la mujer que lo acompañaba, aunque esta poseía una belleza por la cual muchos matarían, no sería la causante de su muerte, ni de sus desvelos, no derramaría nunca una lagrima por ella, su vida seguiría siendo la misma, incluso si llegaba a abandonarlo, podía levantarse en este instante y salir por esa puerta sin mirar atrás, él no la detendría, no, jamás lo haría. Después de estar unos minutos perdido en sus pensamientos se colocó de pie completamente desnudo y camino hasta el gran ventanal con vista a la cada vez más creciente ciudad de Nueva York, cuyas noches siempre estaban llenas de vida, mostrando sus historias a quienes se detuviesen unos segundos de su ajetreada rutina para conocerlas, le gustaba ver el ir y venir de las personas, intentar descubrir la historia detrás de ellos, adivinar quienes eran felices y quienes desdichado, casi siempre terminaba descubriendo a estos últimos, quizás porque se veía reflejado en cada uno de ellos, hay tristezas que son tan grandes que es imposible ocultarlas.
Apoyo su antebrazo en el cristal, dejando que su frente descansara en el dorso de este, al tiempo que sus ojos se perdieran en algún punto lejano, una vez más ese sentimiento de vacío se apoderaba de él, una vez más esa sensación de estar flotando a la deriva, sin tener nada a lo cual aferrarse, no sabía en qué momento había llegado a este punto, no sabía cómo manejar esta situación y lo peor es que no encontraba la manera de escapar, solo sentía que cada vez se hundía más y más. Un nuevo suspiro apenas perceptible se estrelló contra el vidrio, que en ese momento le devolvía su reflejo, el reflejo de un hombre que ya no conocía, que se había convertido en un completo extraño, cada vez le daba más miedo descubrir quién era este, a donde lo llevaría, ya no podía descifrar lo que sentía, ni predecir lo que quería, solo de una cosa estaba seguro y era que cada día el extraño que lo miraba a los ojos ganaba más espacio. Esquivo la mirada sintiendo miedo de lo que pudiese descubrir, sus ojos se toparon con la galería donde colocaba sus premios, tantos que ya debía ampliarla, fotografías con grandes actores y directores de teatro y cine, guionistas, escritores, políticos, pintores, músicos, había conocido a tanta gente, algunos que ni siquiera recordaba, pero que estaban allí porque según el mundo era personas importantes, que había sido una fortuna tenerlos de "amigos" pero para él solo eran una cara que mostraba una sonrisa, en ocasiones sincera, en otras fingida, se había propuesto conquistar el mundo, antes que este terminase conquistándolo y apabullándolo a él, lo había conseguido… pero, esto no era lo que esperaba, desde hacía mucho la vida dejo de ser lo que él había esperado, quizás lo que deseaba jamás existió, y si fue así, ahora todo había cambiado, todo.
El sol comenzó a asomarse por el horizonte, cuando se acercó para despertar a la mujer que dormía en su cama, vestido de manera impecable como siempre, dispuesto para representar ante todos el mejor papel, el que vivía día a día, el gran actor, el prodigio de las tablas, el inigualable Terruce Grandchester, admirado y odiado con la misma intensidad, con tantos enemigos, como premios tenía en su galería, con tantas admiradoras como cabello poseía – Dejo ver una sonrisa ante ese pensamiento, acaricio con suavidad la espalda de la chica.
- Camelia, es hora de levantarse… tengo que llevarte a tu casa antes de irme al teatro – Menciono apartándole el cabello de la cara.
- Tan temprano… pensé que los actores solo debían ir a la hora de las funciones – Esbozo aun con los ojos cerrados.
- Los que tomamos esto con seriedad no hacemos eso, esto es un trabajo y como tal debemos mostrar responsabilidad para con él, voy a preparar el desayuno… no tardes – Dijo en tono casual y salió de la habitación.
La chica asintió en silencio y cuando lo vio desaparecer, hundió una vez más su rostro entre las sabanas que aun conservaban el aroma del actor, una gran sonrisa adorno sus labios y dejo libre un suspiro, se removió en estas buscando atrapar con su cuerpo el calor que aun poseían, al menos de su lado, evidentemente Terry se había levantado hacia un buen rato, pues el lugar que había ocupado estaba tan frio como un iceberg, sin embargo conservaba su aroma y eso le basto para soñar con una vida junto al castaño, con despertar todos los días de esta manera, bueno le hubiese gustado más hacerlo abrazada a él o encontrarlo dormido a su lado.
- Que hombre tan peculiar eres Terruce Grandchester… anoche me hiciste el amor como si fuese tu última noche en este mundo, con tanta pasión, con esa devoción en tu mirada que me hacía estremecer y hoy estas tan… distante – Susurro sumiéndose en sus pensamientos, después de un par de minutos, recordó que él esperaba por ella y se colocó de pie de un salto.
Terry tenía una empleada que atendía todas las labores en su hogar, una mujer mayor a la cual había llegado a tenerle mucho aprecio, pues le mostraba un cariño sincero, se preocupada por él y le aconsejaba, aun a sabiendas que pocas veces este seguía sus consejos. Ella había acordado con el castaño llegar al departamento todos los días después de las diez, para evitar momentos incomodos cuando el joven tenía visitas, no le hacía gracia ver desfilar a todas esas mujeres que se decían hijas de buena cuna, por el departamento del chico, como hombre sabía que él tenía ciertas necesidades que atender, pero odiaba la hipocresía de la alta sociedad y esas niñas eran en su mayoría la desfachatez en pasta, muchas incluso estaban comprometidas en matrimonio, pero eso no las limitaba para entregarse al actor, solo para vivir su momento de fama, todavía no comprendía porque él dejaba que lo utilizaran de ese modo, bueno, también disfrutaba de la compañía de esas damas, sin embargo Esther sabía que merecía más, mucho más que una noche de lujuria pasajera, era un buen muchacho, pero había tomado el rumbo equivocado de la vida y ni las peticiones de su madre, ni las sutiles que ella le hacía parecían tener efecto, en principio pensó que se debía a lo sucedido con su prometida, pero después descubrió que no era ella la causa, sino alguien más.
