¡Hola! Bueno… n_nU a decir verdad pensé mucho en escribir esto. Pero no pude evitar eliminar esta idea de mi mente; y la verdad tenía mucho tiempo qué no me pasaba por el fandom de InuYasha… y no sé es cómo si volviera a escribir mi primer fic por aquí. Sobre todo ya qué se trata de un BanKag… siendo sincera… yo no soy buena con esta pareja pero lo intentaré. Realmente espero que no sea un fic tan largo porque se me complicará desarrollar la trama. Además de que bueno las lectoras de estos lugares ya saben que todos los fics de esta pareja, van dedicados al Círculo Mercenario.
Sin más… espero que les guste ésta idea que me viene rondando la mente varios días.
Quiero aclarar que si hay OoC dentro de la historia, disculpen.
• • • • •
• • •
•
Desclaimer: Los personajes de InuYasha, pertenecen a Rumiko Takahashi. La trama es totalmente mía y no permito que sea publicada en ningún otro sitio que no sea Fanfiction.
• • • • • •
• • • • •
• • •
•
Entre dos Mundos.
'El Corazón humano, puede curar, y volver a amar'.
•
• • •
• • • • •
• • •
•
Prólogo.
Bosque de InuYasha, Sengoku Jidai. 1478 D. C.
Llevó sus manos a la altura del pecho con mucho dolor… mientras sentía como espesas lágrimas caían por sus blancas mejillas, sin poder detenerse. Muy dentro de su ser pedía, qué su corazón sanara. Ya no podía más… ¿Por qué seguir sufriendo? Sobre todo por una persona que no la miraba de la misma manera. Las piernas femeninas temblaron, dejándose caer de rodillas con fuerza sobre el húmedo césped, a la oscuridad de la noche, y el viento con olor a lluvia. Una, dos, tres y miles de gotas cayeron sobre su cabeza. Taladrándola tempestuosamente…
—No pensé, que dolería tanto… Yo… soy una tonta… Te-tengo que regresar a mi casa. No tiene caso que siga aquí…
Realmente dolía, y sentía que el aire comenzaba a faltarle en los pulmones. Iba a entrar en una crisis… lo sabía, porque sentía como las mejillas y las manos le hormigueaban. Luego todo dio vueltas y no pudo más, cerró los ojos para esperar el fuerte golpe contra el suelo.
Luego de pegarse en la cabeza… no supo más.
La joven inconsciente, cercana al pozo devora huesos, no se dio cuenta que el fragmento que colgaba de su cuello, resplandeció con gran intensidad. Quizás cumpliéndole su mayor deseo a su portadora, sanar su corazón y volver a amar…
Monte Hakurei, Sengoku Jidai.
La tierra se removió embravecida en ese lugar. Un epitafio que llevaba consigo un rosario sagrado, sin poder dar explicación humana, se partió a la mitad… tras un resplandor rosado. De las profundidades de la misma, una mano, brotó del lugar… y luego otra. Dos manos diferentes salieron a la superficie a los pies del extinto monte.
Dos hombres salieron de la tierra, como si de florecillas se tratase. Sacudiéndose ambos, los restos de húmeda tierra de los ropajes. Y luego su mirada malvada se cruzó junto a una sonrisa. Se agacharon al mismo tiempo y del hueco en la tierra, tomaron sus armas. Sin tener que decir palabra alguna se alejaron de ese lugar a paso lento… no tenían prisa.
Solo uno en particular, cobrarse las cuentas pendientes con cierta bestia.
Pero ninguno de los dos sabía que… no dependían de un fragmento maligno, estaban vivos… muy vivos.
Pero luego… sin entenderlo, ambos guerreros, fueron tragados por un vórtice rosáceo… llevándolos a un lugar muy diferente al que ellos conocían.
Horas atrás en el Bosque de InuYasha…
Él no necesitaba otra cosa, nada ni nadie podrían quitarle el placer de ver a los ojos de ella… la mujer que siempre había amado. Aunque el destino de ambos fue cruel, él nunca pudo olvidarla, verla serena, sobre las raíces del Goshimboku… ese árbol significaba mucho para ambos… cuando ella abrió sus ojos, no hubo duda… realmente la amaba.
—Kikyo…
La cansada sacerdotisa, posó sus ojos de color chocolate sobre los ámbares del peliblanco. Sonrió con cansancio—Estaré bien… sólo necesito descansar.
—Pensé que habías muerto… después de que el Monte Hakurei se vino abajo.
La sacerdotisa sonrió falsamente—. Gracias por preocuparte, InuYasha, pero… no es momento de que te deshagas de mí. Todavía tengo cosas que hacer en este mundo, antes de regresar al Infierno y llevarte conmigo.
La pálida mujer siempre era así, InuYasha sabía que solamente era la imagen de la Kikyo que él amó hace ya 51 años… sí… había pasado un año desde que la búsqueda por los Fragmentos de la Perla de Shikon, había comenzado y desde entonces la perla seguía incompleta… ellos tenían un cuarto de la joya y Naraku la otra proporción. Pero, InuYasha simplemente no podía olvidarse de sus recuerdos, ella no era la mujer que tenía vida, y su mirada era dulce… pero él no podía dejarla, no más, había decidido que Kikyo viva o no, era la mujer que amaba.
—Estaba muy preocupado—confesó el hanyou, poniéndose a la altura de la sacerdotisa y sin pedirle permiso. La estrechó con fuerza entre sus brazos, ocultando su rostro en su cuello y aspirando el aroma de la mujer… aunque le sonaba familiar… jazmín… pero siempre la realidad le golpeaba en todos los sentidos, al sentir ese aroma –huesos y barro—qué se desprendían de ella. Pero no importaba… estaba con ella, podía incluso sentir la calidez de su cuerpo, incluso como cuando ella estaba viva—. No quiero volver a perderte, ya no más Kikyo… ya nada importa si tú no estás a mi lado.
La sacerdotisa, al mantener el abrazo con InuYasha, agradeció la cercanía ya que en sus pálidas mejillas se instaló un color rosa pálido y sintió algo que solamente sentía cuando estaba viva… poco a poco, fue respondiendo el abrazo del híbrido de plateados cabellos. Y se dejó envolver en el ambiente que se había creado entre ellos y las pequeñas serpientes recolectoras de almas. El ambiente se había tornado tranquilo, acogedor, nostálgico y romántico.
— ¿Y… Kagome? Ella es importante todavía para ti, no puedo viajar a tu lado, si ella sigue contigo.
—No importa Kagome ahora… sólo tú, mi dulce Kikyo—aceptó él, y algo en su interior supo que estuvo mal lo que le dijo a la sacerdotisa de barro. Aferrándose más a ella, porque esas palabras le supieron amargas.
—Entonces, prométeme que le dirás a Kagome qué comenzaré a viajar con ustedes, como tú mujer.
Kikyo, se estaba dejando llevar por los sentimientos humanos que su cuerpo lleno de memorias, todavía poseía. Pensó que los celos e inseguridades no podían volver a sentirlos, pero se sorprendió internamente al sentirse así. Y que su boca, se moviera sola para hacer su petición.
—Si así lo deseas… yo haré todo por ti, Kikyo…
—Márcame, márcame cómo tu mujer… y así ya nada podrá separarnos—la joven de lacios cabellos, sabía que para los demonios era importante marcar a sus parejas. Todo para que otros demonios, supieran de su dominio sobre la mujer… necesitaba que InuYasha lo hiciera… o sino… no podría estar tranquila. Ante la dorada mirada del mitad bestia, se descubrió el blanco cuello…
—Kikyo… yo… ¿estás segura?—el hanyou, no estaba seguro de lo que la mujer le pedía. Aunque tan entretenidos estaban, que el olfato de InuYasha no, notó, ese aroma a cerezos que desprendía Kagome.
El aroma de ambas mujeres era parecido, pero tan distinto a la vez, como ellas mismas. No era que Kikyo estuviera haciendo las cosas a propósito… pero de cierta forma, descansar en el Goshimboku, la hacía viajar en el tiempo. Recordando todo, antes de morir… y sellar al hombre frente a ella, en la madera del resistente cerezo.
Tan metidos estaban en sus asuntos, que ninguno notó la presencia de la joven del futuro y de los Fragmentos que ella llevaba en su cuello como collar. Misma que salió corriendo, en dirección a la espesura del bosque. Un nudo grueso se instaló en su garganta y finalmente… se desplomó. Desahogando su dolor…
• • • •
• •
•
=InuYasha=
Libro I. Saga de Shikon.
Capítulo 1. La Jugarreta de la Perla
•
• • •
• • • •
Cabaña de la Anciana Kaede.
— ¿Cree que tarde mucho en despertar, su excelencia?—preguntó preocupada, una exterminadora, observando con atención a su mejor amiga—. Lleva dos días, inconsciente…
—Posiblemente… la señorita Kagome, no quiere despertar. Seguramente el dolor que se instala en su corazón, es lo que le impide regresar a la realidad… es una manera de protegerse de la decepción—suspiró el monje, preocupado, mirando también a la joven del futuro—Y todo gracias a cierto muchachito descarriado…
Sango negó molesta por las acciones de InuYasha, ella no sabía qué había pasado entre sus dos amigos. Pero seguramente, Kikyo, estaba involucrada en todo ese problema. Apretó sus puños fuertemente sobre sus muslos, queriendo ir a donde el hanyou y reclamarle por ser un tonto. ¿Es que acaso, él no se daba cuenta de todo el sufrimiento que le causaba a la joven? Iba a buscarlo, pero una mano tibia se posó sobre su mano.
—No es el momento Sango.
— ¡Pero su excelencia… no es justo, Kagome no se merece esto! ¡Ella es tan buena y noble que…!
—Lo sé, Sango, pero no debemos involucrarnos donde no nos han llamado. Este problema entre la señorita Kagome, InuYasha y la señorita Kikyo, no tarda mucho en llegar a su fin. Aunque el resultado desfavorezca a alguna de las dos…
Ambos cerraron los ojos con tristeza, al saber que su amigo híbrido, tomaría la respuesta que más le interese… y todo el grupo sabía que Kagome Higurashi, no estaba en los planes de InuYasha. La mano de la exterminadora, acarició el rostro sereno de la azabache y suspiró con tristeza. Luego se levantó del suelo y salió de la cabaña, seguida de Miroku.
Shippo y Kirara, esperaban afuera, esperando buenas noticias. Pero el rostro del kitsune se entristeció cuando los dos adultos frente a él, simplemente negaron y se alejaron en silencio rumbo a la aldea para conseguir víveres…
—Los adultos, sí que son complicados—dijo el pequeño zorro a la gata de fuego—Pobre Kagome… —suspiró y se rascó la cabeza—. Kirara, iré a ver a Kagome, antes de que Sango y Miroku regresen.
El pequeño zorro, observaba a Kagome, dormir… llevaba dos días. Y parecía que ella no quería despertar; se sentó junto a ella cruzándose de brazos. Pero no se dio cuenta que la persona responsable del estado de su amiga, acababa de entrar.
—Vete de aquí, Shippo—habló, InuYasha, con suavidad. Tanta qué incluso Shippo, sintió miedo del peli plata—. Quiero estar un momento con Kagome, a solas.
Shippo negó y frunció el ceño, armándose de valor—. ¡No! ¡Tú vete de aquí, InuYasha! ¡Por tu culpa, Kagome, está así! ¡Además, escuché al monje Miroku decirle a Sango que Kagome, no quiere despertar gracias a ti!
El hanyou se quedó sin habla… nunca pensó que Kagome, no quisiera despertar. Además solamente recordaba qué encontró a la joven, desmayada, en un punto medio entre el pozo y el Goshimboku. Nunca se puso a pensar que el olor salino que percibió de Kagome, fuera por su culpa… y luego recordó… a Kikyo. Y que estuvo casi a punto de marcarla, pero algo se lo impidió. Aquella sacerdotisa solamente se puso de pie, con ayuda de sus serpientes se fue. Y luego cuando quería regresar a la aldea para esperar a la joven del futuro, la encontró pues sintió su aroma.
Cuando la encontró, estaba bien, pero inconsciente… nunca se imaginó que Kagome lo hubiera visto.
Y ahora estaba ahí, frente a ella y Shippo que no estaba dispuesto a irse. Pero solamente se arremangó un poco las mangas. Se tronó los dedos, sonrió con malicia al mismo tiempo que cerraba los ojos y un fuerte coscorrón le acomodó al niño. Un gritito ahogado salió de los labios de Shippo, segundos después un chichón humeante crecía en la cabeza del niño.
— ¡Ay, ay, ay! ¡InuYasha! ¿Por qué me pegas?—le recriminó, con ojos llorosos, voz chillona—. ¡Cuando despierte Kagome, le diré que me pegaste!—lloró, e InuYasha lo volvió a golpear—. ¡Eres un animal!
— ¡Lárgate, enano entrometido!—exclamó InuYasha. Tomando la cola felpuda de Shippo y lanzándolo fuera de la cabaña. Necesitaba un momento a solas con Kagome, se relajó una vez que vio que su lanzamiento fue perfecto—vio una estrella fugaz en el cielo—cuando lanzó al kitsune lejos. Luego regresó a la casa de madera y observó el rostro sereno de Kagome. Despierta o no, él debía decirle la decisión que tomó.
Tragó pesado, y sintió nervios, un miedo se instaló en su pecho. Inseguro de decirle a Kagome lo que había decidido… bueno, dormida, no podría mandarlo al suelo. Se pasó la mano por el cabello un poco frustrado e inhaló aire—. Kagome… yo sé que llevamos un año de conocernos… pero sinceramente debo decirte la verdad. Ya he tomado mi decisión… y debo seguir a mi corazón—algo le gritaba en el interior que no le dijera, porque no era lo que realmente sentía. Ver a la muchacha durmiendo, le dio paz y una felicidad que venía experimentando con ella desde que la había conocido—. Yo… he decidido quedarme con Kikyo… mi alma le pertenece al igual que mi corazón. De verdad, perdóname por no poderte corresponder de la manera que quisieras. Pero yo… amo a Kikyo—la boca del estómago le supo amarga y sus irises dorados captaron cuando de uno de los ojos de Kagome, salió una lágrima escurridiza. Pero ella no despertó—. Y creo que es momento de despedirnos definitivamente, fue un verdadero placer haberte conocido y estoy agradecido contigo, porque cuando nadie más creía en mí. Tú fuiste la única que lo hizo… luego llegó Shippo, Miroku, Sango y Kirara… pero debo darle su lugar a la que será mi mujer…
Otra solitaria lágrima escurrió del lagrimal de Kagome.
—De verdad, perdóname. Pero no te puedo amar como a Kikyo—se disculpó una vez más. Y sabiendo que Sango y Miroku estaban lejos, él podría regresar con la joven a su época. Primero le quitó la cadenita con el cuarto del Fragmento de Shikon, iba a romper cualquier vínculo con la jovencita que ahora tenía entre sus brazos.
Algo dentro de él dolió, pero con destreza, también tomó la pesada mochila amarilla. Sintió miedo, de romper toda relación con la sacerdotisa del futuro. Pero ya había tomado una decisión y él era un hombre de palabra. Había prometido a Kikyo que pronto la traería a su lado.
Con mochila y joven en brazos, salió saltando rápidamente de la cabaña de la anciana Kaede, también interiormente, agradecía que la hermana menor de la que sería su mujer, no estaba en la aldea esos días. Así que alejándose rápidamente de la casa, pudo empezar a ver el follaje del bosque. Cada paso que daba se tornaba más pesado, y una ansiedad se instalaba feroz en su pecho. ¿Estaba haciendo lo correcto? Realmente lo desconocía. Vio el Goshimboku, el milenario árbol dónde acabó su vida y volvió a comenzar cuando conoció a la pelinegra que llevaba en brazos.
Al divisar el pozo devorador de huesos, dudó… tragó pesado y cerró los ojos. Intentando convencerse de que era lo mejor para Kagome, porque ella sufriría mucho cuando él, se emparejara con Kikyo definitivamente. Prefería que estuviera lejos y pronto le llegara la resignación. Sin dudarlo otro momento más… saltó… y pudo sentir la sensación de estar volando entre las dimensiones. Una luz rosada algo extraña lo rodeó y finalmente, con Kagome en brazos, se detuvo en pie sobre el suelo del Templo Higurashi.
De un salto, salió con la chica en brazos. E intentando ser discreto, se escabulló a la habitación de la azabache. Sus desarrolladas orejas descubrieron que no había nadie en casa de Kagome y suspiró un poco aliviado, no tenía cara para decirle a la familia de la miko que él había decidido, y no se había decidido por Kagome. No podría mirar a Naomi, Souta o al abuelo. Era mejor así… una silenciosa despedida. Recostó a la joven sobre su cama y sintió el aroma de la chica en toda la habitación. Se sentó a un lado de ella y acarició el rostro de la joven.
—Este es el adiós, Kagome—dijo él, ahora enredando sus dedos en las hebras azabaches de la chica—. De verdad, perdóname.
Acercó su rostro con gentileza y unió los labios de ella con los suyos en un casto beso. Sintiendo la suave piel de ella, cerró sus ojos y se quedó unos momentos así con ella… —. Adiós…
Se levantó de la cama, y echándole una última mirada algo inseguro, saltó por la ventana. En dirección al pozo y saltó, asegurándose de que Kagome no pudiera volver a pasar nunca más por la barrera del tiempo. Estaba seguro, pues él llevaba el fragmento que le permitía el acceso a la joven. Lo que no sabía, era que el enorme pedazo de la joya brillaba bajo su camisa… cumpliendo a medias, el deseo de la joven.
•
•
•
Naomi Higurashi, caminaba tranquilamente por las concurridas calles de Tokio. Llevaba en uno de sus brazos, una bolsa tejida para hacer sus compras en el mercado y el súper. Tenía tiempo suficiente, antes de ir a recoger al abuelo al Hospital. Sus delgados pies la conducían por las calles de Tokio y un mal presentimiento se alojó en su pecho causándole una preocupación desconocida. ¿Kagome estaría en peligro? Pensó en el momento que se detuvo frente a un cruce y miró al cielo.
Por alguna extraña razón, necesitaba regresar a su casa… las compras podían esperar. Incluso podía pedirle a Souta que la acompañara por la tarde y que el abuelo se quedara en casa descansando de sus visitas de rutina al médico. Doblando sus pasos en reversa, tomó un taxi.
—Al Templo Higurashi, por favor—dijo la bonita mujer, llevando una de sus manos hecha puño a la altura de su pecho con angustia—. Rápido, lo más rápido que pueda, por favor—volvió a repetir y el taxista asintió, conocía el camino hacía el templo que la mujer le había mencionado ya que era uno de los lugares sagrados más famosos por su árbol milenario.
—Con gusto, señora.
Hacía tan solo un día su adorada hija, se había alistado para regresar a la otra época con sus amigos y se quedaba tranquila porque sabía que InuYasha cuidaba de ella. Pero ahora tenía la enorme necesidad de regresar y cerciorarse que Kagome no estuviera en casa o que el chico de traje rojo la estuviera esperando para darle una mala noticia. Se impacientó un poco cuando el taxi se paró frente a un semáforo en rojo, sus manos inmediatamente apretaron su cartera con impaciencia y miró ansiosa a que el color del aparato cambiara de color para seguir avanzando por las calles.
•
•
•
La Aldea de la Anciana Kaede.
— ¡Maldito, perro!—lloró Shippo, sobándose la cabeza cuidando de no tocarse mucho el ardiente chichón que sobresalía por su cabeza pelirroja, estaba enojado y muy ofendido con aquel condenado salvaje. Le había pegado solo porque no quería dejar a Kagome a solas con él—. Nada más que despierte Kagome… haré que te mande muchas veces al piso.
Mientras el niño se quejaba, seguía caminando en dirección a la cabaña de la vieja sacerdotisa sin notar que el aire había cambiado.
— ¡Ey, Shippo!—el kitsune volteó a ver a quien le llamaba, encontrándose con Sango y Miroku que regresaban del pueblo con algunos víveres—. ¿Qué estás haciendo aquí?
El niño frunció el ceño y se cruzó de brazos indignado—. ¡El baboso de InuYasha me pegó y me lanzó lejos de la cabaña de Kaede-san!
Sango y Miroku se miraron sorprendidos, pasando de largo al zorro mágico. La exterminadora no quería dejar a solas a su amiga con el hanyou pues estaba segura que InuYasha iba a hacer algo, desde que la había traído a la cabaña de la anciana Kaede había estado bastante raro. Y bueno, Miroku por más preocupado que estuviera no dejaría ir sola a la mujer que amaba.
— ¡¿Y Shippo, qué?! ¡Me duele la cabeza!—gritó el niño malhumorado, siguiendo a paso lento el sendero que sus otros dos amigos habían dejado para correr rumbo a Kagome.
Cuando Sango entró de golpe a la cabaña, la encontró vacía y su corazón se aceleró preocupado, cuando el monje le dio alcance también se quedó sin palabras, pues solo estaba el futón vacío de la miko del futuro pero ni rastro de ella. Examinaron rápidamente con la mirada la cabaña pero tampoco estaba la mochila de la chica.
— ¿Habrá regresado a su época?—preguntó Miroku preocupado—. La señorita Kagome, no estaba bien.
—Shippo dice que InuYasha estuvo aquí, seguramente ella despertó y la hizo enojar de nuevo—quiso razonar Sango pero algo de todo lo que estaba diciendo no le terminaba de convencer—. Estoy segura que ella regresará nada más se le pase el coraje.
— ¿Dónde está Kagome?—la voz de Shippo llamó la atención de los dos jóvenes y miraron al pequeño con un poco de pena pues ni ellos sabían exactamente qué había pasado con la sacerdotisa. Aunque si InuYasha tampoco estaba en la cabaña, seguramente había ido con la pelinegra a su época para hacerla regresar.
—Kagome ya no va a regresar nunca más—el grupo volteó inmediatamente al escuchar la tan conocida voz del hanyou, que ingresaba a la cabaña y de su ropaje sacaba el cuarto de perla que la muchacha solía llevar en el cuello. Lo miraron sorprendidos y con algo de horror en sus rostros. ¿Qué estaba pasando? La única vez que había sucedido algo así era casi al principio de todo, cuando Sesshomaru había atravesado con su mano el estómago de InuYasha y Naraku aprovechando la debilidad del presente frente a ellos para mandar a Royocan.
— ¿Qué estás diciendo, perro tonto?—preguntó Shippo, apretando sus manitas con fuerza y viendo retador al hibrido.
Los dorados ojos del peli plata se posaron sobre el pequeño kitsune y con dureza le respondió—. Lo que escuchaste, enano, Kagome ya no va a volver. He decidido que es mejor que ella regrese a su época y viva en paz. Es por su bien pues aquí corre mucho peligro y yo ya me canse de tener que estarla protegiendo cada que nos atacan.
Los ojos de sus amigos le miraban con reproche.
—No me miren así, es lo mejor para todos pues cuando nos enfrentemos en la batalla final con Naraku, Kagome no será de gran ayuda. No es ni siquiera la mitad de poderosa de lo que es Kikyo y…
Sango sin poder contenerse más, dio un paso al frente, había escuchado demasiado y no le iba a permitir a InuYasha menospreciar a su mejor amiga. Enfrentándolo con la mirada quedó a unos centímetros del níveo rostro del hanyou, inquietando un poco al mismo y preocupando al monje—. ¡Así que se trata de esto! ¡De Kikyo! ¿Crees que ella va a poder reemplazar a Kagome? ¡Ella no es ni siquiera la mitad de buena de lo que es Kagome!
— ¡Ella puede rastrear con mayor facilidad los fragmentos restantes! ¡Y puede cuidarse sola, Sango! ¡Entiéndanme, ya tomé mi decisión! Y esa fue la de quedarme con Kikyo… y reclamarla como mi mujer…
Aquellas palabras le sabían tan amargas en la boca y el desprecio que le mostraba Sango no lo hacían sentirse mucho mejor, buscó con la mirada la ayuda de Miroku pero el monje simplemente desvió la mirada a otra dirección dándole a entender que él tampoco estaba de acuerdo con la decisión tomada.
— ¡Si fuera tan buena como dices, no se hubiera dejado atacar por Naraku en el Monte Hakurei! ¡Y si tan poderosa es, hubiera purificado a ese maldito en ese preciso momento!
— ¡Pero estaba débil por el campo del monte, Sango!
— ¡Eres un imbécil, InuYasha!—gritó la castaña, no soportando su coraje le estampó con toda la energía posible su mano en el rostro. Se escuchó el sonido sonoro de la bofetada y la marca roja se marcó inmediata. InuYasha no podía decir algo más, porque sentía que ese golpe se lo merecía.
Vio como la exterminadora salió hecha furia de la cabaña y se sintió horrible consigo mismo, con Kagome, y con sus amigos.
— ¡Tonto!—gritó Shippo con lágrimas enojadas en sus ojos y le metió una patada que por obvias razones y diferencia de fuerzas no le dolió nada. Le vio salir detrás de Sango y luego Miroku que lo miró gélidamente, solo le puso una mano en el hombro para luego suspirar y darle alcance a los otros dos fuera de la cabaña. E incluso Kirara guardó silencio pasando de largo a su lado.
¿Realmente había tomado la decisión correcta?
Se quedó en medio de la vieja cabaña sopesando todo lo que había pasado en cuestión de minutos.
•
•
•
Casa de los Higurashi.
Kagome, sentía que le perforaban la cabeza con un martillo y sintiendo una gran angustia en su pecho pestañeó un par de veces hasta acostumbrarse a la luz a su alrededor. Todo le daba vueltas y al incorporarse sobre la superficie blanda sintió vértigo. ¿Dónde estaba? Al notar el color rosa predominante en el lugar se dio cuenta de que estaba en su habitación. ¿Qué había pasado? No lograba comprender del todo lo que estaba pasando en esos momentos…
— ¿Qué estoy haciendo aquí?—preguntó la muchacha, incorporándose sobre su cama. Intentó levantarse pero carecía de fuerzas en las piernas—. ¿I-InuYasha?—preguntó sin entender del todo.
Como si le hubieran dado un golpe en la cara, los recuerdos del día que había regresado al Sengoku la llenaron de información. Recordando que justo cuando llegaba al borde del Goshimboku los vio… a él… besando con gran ternura a su antecesora. ¿Por qué? ¿Por qué debía de ser así? ¿Hasta cuándo InuYasha seguiría hiriéndola de esa manera?
—Soy una tonta—se dijo así misma y sollozó amargamente, tapando con una de sus manos los lastimeros sonidos que salían de su boca. Dejó que todo su dolor fluyera.
Sumergida en su dolor, no escuchó cuando la puerta principal de su casa sonó fuertemente anunciando la llegada de alguien ni tampoco notó que subían apresurados unos pies por las escaleras. Su puerta se abrió de golpe, dejando ver a Naomi.
— ¿Kagome?—fue sacada de su dolor interno, y al enfocar sus azules ojos sobre los de su madre más lágrimas cayeron ardientes por sus ojos. Naomi inmediatamente dejó las llaves de la casa en la cómoda de su hija para ir y estrecharla entre sus maternales brazos y consolar a su hija. No quería preguntarle porque de su llanto, algo le decía que cierto joven con orejas de perro tenía que ver.
— ¡Mamá!—lloró la chica, aferrándose cómo una niña indefensa entre los brazos de su madre.
—Todo estará bien, cariño—susurró Naomi, intentando reconfortarla un poco.
La joven mujer abrazaba con gran necesidad a la otra escondiendo su rostro en el pecho de su madre. Sintiendo en su mojada nariz el suave perfume que su madre solía desprender siempre, un aroma que la consolaba en momentos como ese. ¿Cuántas veces la había visto llorar? Ya no lo recordaba, habían sido muchas. Y agradecía internamente que ella siempre estuviera ahí.
—Querida, sea lo que sea… todo estará bien. Debes ser fuerte—una lágrima salió de los ojos de Naomi.
—To-todo se ha te-terminado madre—confesó Kagome—. No po-podré volver nunca con los chicos e InuYasha…. Él… tomó una decisión.
Naomi por fin comprendía todo. Sabía que en la época dónde solo su adorada hija podía viajar, había una muchacha que le robaba el aliento al peli plata y ahora sabía que él había decidido por una de las dos, provocándole a su retoño un enorme dolor en el corazón.
Comenzó a tararear una canción de cuna que solía cantarle a la pelinegra cuando era un bebé para que durmiera, una canción que acompañaría a Kagome durante su niñez y ahora parte de su adolescencia.
—Debes estar tranquila cariño, las cosas pasan por algo. Ya vendrá algo mucho mejor para ti… solo el destino sabe porque hace las cosas.
—Pero mamá… yo… yo… amo a InuYasha y él…
—Shhh… tranquila querida, todo estará bien.
No supieron cuánto tiempo pasaron en esa habitación y que las horas pasaron con gran rapidez ya que incluso el abuelo tuvo que regresar solo de su cita de rutina en el Hospital y Souta había regresado de la escuela. Ambos hombres, al notar que no había movimiento alguno en la casa decidieron subir a buscar a Naomi, pero al encontrar a Kagome entre los brazos de la mayor guardaron silencio.
—Hermana…
—Souta, querido, por favor ayúdenme a preparar la comida. En un momento los alcanzaremos. Abuelo… por favor descansa—pidió Naomi de manera amable a ambos y ellos se esfumaron por la puerta dejándolas a solas nuevamente.
—No quiero comer.
—Kagome, querida debes entender que estas cosas son así. El primer amor siempre duele mucho y más cuando no es correspondido. Sé que eres una muchacha fuerte y podrás reponerte.
—Pero mamá…
Naomi deshizo el abrazo y tomó a su hija por los hombros, sonrió con tristeza para ella y besó su frente. Limpiando en el camino las abundantes lágrimas de las mejillas juveniles—. Todo a su tiempo, mi amor.
Con esto la mujer madura, se levantó de la cama y salió de la habitación dejando a Kagome en total silencio. El nudo en su garganta se volvió a formar doloroso y la impulsó a llorar nuevamente, se abrazó a sí misma y quiso pensar que en cualquier momento aquel joven iría a buscarla…
—No seas tonta, Kagome, él no regresará…
Recordó en su mente la voz lastimera de InuYasha, pidiéndole perdón por haber elegido a Kikyo, y decirle que había decidido seguir a su eterno amor a cualquier parte. Quería ser egoísta y que InuYasha la mirara solamente a ella, pero aquel ser había decidido por ambas… y ella había perdido. Limpiándose las lágrimas del rostro, se levantó de la cama, asomándose por la ventana notando que la noche había caído sobre ella, dirigió su mirada hacía el templo donde el pozo que la llevaría a la otra época estaba.
Fue cuando se dio cuenta que el fragmento que tenía de la Perla de Shikon ya no la acompañaba más y sonrió con amargura al percatarse de que InuYasha le había negado el paso al Sengoku. ¿Tan decidido estaba? Apretó sus puños sobre el alfeizar de la ventana y con ello se dio media vuelta.
Fue rumbo a su armario, buscando su bata de baño y un shampoo de espuma que solía usar cuando estaba en su casa después de sus largos viajes con los muchachos. Un baño caliente la ayudaría a despejar la mente.
…
El ambiente se sentía tenso e incómodo en la mesa, Souta juraba que podía percibir un aura azulina desprendiéndose del cuerpo de su hermana. Y el silencio que emitía su abuelo y madre no ayudaba para nada, los dos adultos cenaban en completo silencio y evitaban el contacto visual con la joven. Picó sin ganas los guisantes que había en su plato con carne y puré… el hambre se le había quitado.
Vio a Kagome, llevarse a la boca un pedazo de carne y luego beber un poco de té. Pero comía prácticamente porque su cuerpo se lo pedía no porque realmente tuviera ganas de hacerlo.
— ¿Podrías pasarme la sal, hermana?—preguntó Souta.
—Ten—contestó Kagome de forma monótona, pasándole al menor el salero.
Cuando Kagome estaba por engullir otro pedazo de carne, un fuerte ruido los alarmó.
Un temblor bastante pronunciado hizo levantarse a la familia Higurashi de su lugar en la mesa, todos se miraron con preocupación y las tres miradas se posaron sobre la joven. ¿Sería InuYasha? Souta sin pensarlo dos veces, corrió al lado de su madre abrazándose a su cintura y el abuelo miró preocupado también colocándose junto a los otros dos.
— ¿Qué está pasando?—preguntó el abuelo, intentando mantenerse sereno.
Kagome miró a su familia preocupada negando con la cabeza—. No lo sé… Iré a ver.
— ¡No espera, Kagome!—exclamó su madre preocupada—. ¿Qué tal si es algo peligroso?
—Yo puedo cuidarme, mamá, abuelo, Souta—contestó la miko, armándose de valor pues en esos momentos no había nadie quien pudiera auxiliarla, no estaba Sango, Miroku o InuYasha para protegerla. Debía ser fuerte por su familia.
Fue a la cocina aún bajo la mirada preocupada de sus familiares, sin quitar la mirada de ella. La escucharon revolver algunas cosas de los cajones, cuando la muchacha regresó empuñaba un cuchillo grande con bastante filo.
— ¿Q-qué vas a h-hacer con eso, hermana?—preguntó Souta un poco asustado.
—No se preocupen. Yo los protegeré—dijo la joven y fue directo a la entrada, abrió la puerta y Naomi miró los pelinegros cabellos desvanecerse al otro lado de la puerta. Abrazó a su hijo menor con preocupación.
…
La joven miko caminaba con pasos temblorosos por el patio de su casa, observando todo a su paso aunque por la carencia de iluminación en el lugar no divisaba todo bien. Levantó el cuchillo para defenderse en caso necesario pero no había nada, un presentimiento antes conocido para ella llamó su atención proveniente del templo familiar donde estaba el pozo devorador de huesos. Sintió nervios al pensar que posiblemente se trataba de InuYasha ya que era el único a parte de ella que podía traspasar la barrera del tiempo.
Respiró profundo conteniendo el naciente coraje que le llenó el pecho, dispuesta a gritarle a InuYasha lo estúpido que era e insensible. Deslizó la puerta corrediza del templo y antes de poder gritar su boca se secó.
—Dios mío… no puede ser…
El cuchillo que la miko llevaba para defenderse no iba a ser necesario después de todo. Frente a ella a los pies del pozo devorador de huesos, se encontraban nada más y nada menos que Bankotsu el líder de los Siete Guerreros y su hermano de armas Jakotsu. Desmayados y con múltiples heridas en todo el cuerpo.
Kagome Higurashi, cayó de rodillas fuertemente frente a los dos cuerpos ahí inertes.
