A diferencia de sus primos e incluso de su hermana, Hugo Weasley había encontrado un sitio muy especial en el corazón de George Weasley. El año en el cual ingresó a Hogwarts, su tío le prometió darle todos los regalos que deseara al terminar cada curso de su educación mágica.
El primer año recibió un surtido saltaclases, que fueron de gran ayuda para escapar de las aburridas clases del profesor Binns. En su segundo año en Hogwarts, George le cumplió su sueño de tener un par de orejas extensibles, para escuchar los secretos que le ocultaban sus profesores.
Así fue cada año. Un regalo distinto, un juguete nuevo o una caja de caramelos, sin embargo, cuando Hugo se convirtió en un mago mayor de edad y su último año en el Colegio de magia y hechicería, el hijo menor de Ronald y Hermione Weasley, decidió pedirle un regalo muy especial.
Llevaba poco más de un año con ese sentimiento que lo aquejaba. Cada noche lo veía entre sueños y hasta en sus más profundas fantasías, sintió tan real el imaginar el tacto de George Weasley sobre su piel. Sabía que estaba mal, que era incorrecto, algo mal visto, pero la cuestión era, ¿Cómo algo que le hacía sentir cosquillas en su vientre y que le daba tanta felicidad, podía ser algo tan malo? Estaba decidido a arriesgar todo, incluso el perder el amor de su tío, sin embargo, sus padres eran valientes y habían sacrificado muchas cosas para lograr sus objetivos, entonces ¿Por qué no intentarlo? Tomó valor y pidió su último regalo.
—Ahora sé cuál es mi ultimo regalo— musitó con las mejillas coloradas hasta las orejas.—Quiero...¡Quiero un beso tuyo!—exclamó avergonzado por lo que acababa de decir.
Para su sopresa, su bromista tío sonrió y se acercó a él, de modo que pudo sentir el calor que su cuerpo despedía cerca del suyo. George mordisqueó su oreja y comenzó a reír, después, besó su frente y le hizo cosquillas.
—¿Ese es el beso que querías?— se burló, mientras le revolvía el pelirrojo cabello.
—Yo...bueno...no exactamente, pero...
Las manos de George se deslizaron por su espalda y lo estrujaron con fuerza. El beso tenía un sabor a chocolate y una pizca de cereza. Lo supo por el sabor de sus labios, que su tío había comido los chocolates que le había regalado aquella mañana. Hugo disfrutó como George exploraba cada parte de su ser con esas manos hábiles y juguetonas, por las que tanto suspiraba.
Sí, para Hugo Weasley fue el mejor regalo de su vida.
