Capítulo 1.
– ¿Esto es Shutoku? ¿De verdad vamos a estudiar aquí?
Abukara Mei, una chica de primer curso, no podía dejar de mirar asombrada el edificio que tenía enfrente. Comenzó a retorcer un mechón de su pelo azul, que le llegaba por debajo de los hombros, mientras buscaba con sus ojos grises el gimnasio. Cuando por fin lo vio, entendió perfectamente porqué Shutoku era considerado uno de los tres "reyes del baloncesto". La felicidad que sentía por poder estudiar allí era indescriptible. Tanta era, que no se dio cuenta de que el chico peliverde que la acompañaba ya había entrado, dejándola sola. Por suerte, ella ya estaba acostumbrada a la actitud de Midorima Shitarou, uno de los miembros de la conocida Generación de los Milagros. Se conocían desde pequeños, sus padres eran buenos amigos, pero lo que verdaderamente les había unido era el baloncesto. Ambos jugaban juntos algunas tardes, a pesar de que la peliazul se había visto obligada a apartarse del deporte de manera oficial.
– Podrías haberme esperado, ¿no crees, Midorima-kun? - refunfuñó indignada cuando pudo alcanzarle.
– Sabía que ibas a entrar detrás de mí – respondió él simplemente.
Mei pensó responderle, pero no tenía ganas de comenzar una discusión. Ya le conocía y debía estar acostumbrada, aunque a veces se sorprendía a sí misma preguntándose porqué se llevaba tan bien con él. La respuesta era más bien simple: era la única persona que la conocía de verdad, y con la que mostraba su auténtico yo. En realidad, el chico tenía algo que hacía que resultase fácil confiar en él.
Esa era su línea de pensamientos cuando llegaron al tablón en el que se anunciaba la lista de alumnos por clase. Había muchísimos alumnos, por lo que Mei dejó que Midorima se aprovechase de su ventaja en altura y lo mirase.
– Estamos en clases diferentes – anunció finalmente el peliverde.
La peliazul suspiró, Midorima era la única persona que conocía en la preparatoria, ninguno de sus antiguos compañeros habían entrado a Shutoku. Además, ella no era la persona más sociable del mundo, le costaba muchísimo conocer gente nueva.
– No deberías preocuparte tanto... Nos veremos en los descansos y en el equipo de baloncesto – comentó Midorima, intentando relajarla al notar que se había agobiado.
– Ya... Pero me hacía ilusión ir contigo a clase – replicó intentando sonreír para no preocuparle más.
– Si hubieses traído una figura de un oso, como dijo Oha Asa, habrías tenido más suerte.
Oha Asa. Cada vez que algo malo le pasaba a Mei y se lo contaba al peliverde, éste respondía haciendo referencia a los objetos de la suerte. De hecho, la peliazul a veces veía Oha Asa y llevaba llaveros o colgantes relacionados con el objeto de la suerte del día, pero no siempre ni con tanta obsesión como el peliverde. Conseguía desquiciarla. Pero bueno, ella también tenía sus manías y él se las aguantaba, estaban a la par.
– Será mejor que me vaya a clase... – dijo Mei intentando no poner los ojos en blanco – Espérame para ir al gimnasio al descanso, ¿vale, Midorima-kun?
– Como quieras, Mei.
[…]
Las pruebas que había que pasar para entrar al equipo de baloncesto eran muy duras, pero Mei sabía que Midorima no tendría ningún problema. Después de todo, él ya estaba dentro del equipo, tan solo era algo rutinario, para que el resto de novatos no pensasen que había favoritismos, aunque los hubiese. La chica se apartó un mechón de pelo de la cara, respiro hondo, y se encaminó hacia el entrenador. Estaba agradecida de no tener que preocuparse por Midorima, eso lo permitía centrarse únicamente en ella misma.
– Entrenador Nakatani... -– le llamó al acercarse. El hombre no era demasiado hablador, por lo que en cuanto se giró, Mei continuó su tan memorizado discurso – Sé que en el equipo de baloncesto de Shutoku no suele haber mánager, pero de verdad creo que podría ser una gran ayudante para usted, señor.
– Hmm... – el entrenador la miró de arriba-abajo, antes de responderle – ¿Por qué crees eso?
– He estado jugando en torneos femeninos desde los 10 años, por lo que sé bastante sobre baloncesto. Además, las personas suelen mostrarse más abiertas con gente de su edad, por lo que si existiesen problemas con alguno de los jugadores yo me enteraría mucho más fácilmente que usted, y probablemente pudiese ayudar a dicho jugador con más facilidad – la chica decidió deliberadamente obviar lo mal que se le daba hablar con la gente, mucho más de su edad. Era algo que el entrenador no debía saber.
– Está bien, supongo que podría darte una oportunidad – aceptó tras pensárselo un rato, que a Mei se le hizo eterno, el entrenador – Y dime, ¿cómo te llamas?
– Abukara Mei, señor.
Algunos de los jugadores que estaban lo suficientemente cerca para oírlo se giraron, habían reconocido su apellido. A la chica no le gustaba ser el centro de atención de tantas miradas, pero aguantó como pudo mirando al entrenador, intentando no pensar en el color rojo del que se teñían sus mejillas. El propio entrenador también parecía estar sorprendido de verla allí.
– Así que eres tú... - comentó el entrenador pensativo, más para si mismo que para la chica – La verdad, no esperaba que fueses a pedir un puesto como mánager.
Antes de que pudiese continuar y explicarse, uno de los chicos que estaban haciendo las pruebas se acercó a ellos, observó fijamente a la chica, y luego apartó la mirada sonriendo con superioridad. Mei apretó los puños para contener la rabia, aunque podía imaginarse la dirección de los pensamientos de ese chico.
– Para ser la hija de un jugador profesional no parece gran cosa.
Mei respiró hondo, intentando tranquilizarse. Antes jugaba al baloncesto, pero había tenido que apartarse del deporte oficialmente por una lesión. Cuando jugaba siempre había recibido mucha atención, es lo que tiene ser la única hija de una gran personalidad en el baloncesto. Su padre había conseguido que no saliese a la luz lo de su lesión, muchos desconocían la razón de que lo hubiese dejado y otros incluso ignoraban que lo había dejado, como era el caso de ese niño descarado.
– Hablas como si me conocieras, y apostaría lo que fuera a que no me has visto jugar – la peliazul ni siquiera miraba al chico, mantenía los ojos cerrados, la cabeza inclinada y esta vez era ella quien sonreía con superioridad – Pero eso tiene fácil solución. ¿Aceptas un uno contra uno? Solo que con una condición – clavó sus ojos grises en los del chico, manteniendo seria la expresión – no quiero lloros cuando pierdas, recuerda que es lo que ganas por ser un bocazas.
Una mano en el hombro hizo a la chica tranquilizarse. El entrenador había decidido finalmente intervenir y parar lo que podía convertirse en algo más grave. Con un simple gesto con la cabeza hizo al chico volver a la cancha y se quedó mirando fijamente a la peliazul.
– Si quieres ser la mánager del equipo, tendrás que aprender a mantenerte bajo control – adivirtió el entrenador, antes de suspirar – Ahora ve a buscar unos botellines de agua.
[…]
– ¿Estoy ante la nueva ayudante del entrenador de Shutoku?
Mei simplemente asintió, estaba sentada en la cama de la habitación de Riko Aida, la entrenadora del equipo de baloncesto de la preparatoria Seirin, la cual la miraba sonriente desde la silla del escritorio. Los padres de ambas se conocían, y eso había hecho que ellas también se conocieron. Riko era una de las pocas amigas que Mei tenía, había perdido el contacto con la mayor parte de las chicas que había conocido jugando al baloncesto y a la peliazul no se le daba demasiado bien conocer gente nueva. En realidad, si lo pensaba fríamente, Midorima y Riko eran las únicas personas en las que confiaba, aunque de modo diferente. Si bien el peliverde era la persona en la que más confiaba en el mundo, había temas que solo trataba con Riko.
– Ohh, pero entonces ahora somos enemigas... - bromeó la castaña.
– Deja de decir bobadas, Riko-chan – respondió también en broma la peliazul, antes de añadir con un tono más serio – Siempre lo hemos sido
Ambas comenzaron a reír. Estuvieron un rato hablando de trivialidades y poniéndose al día, no se habían visto mucho durante las vacaciones. Riko la miró fijamente, estaba un poco preocupada por su amiga. Ella había querido que Mei estudiase en Seirin, así podría ayudarla a conocer gente nueva, pero la peliazul se había negado, decía que quería estudiar con Midorima. Y le preocupaba que eso pudiese hacerle daño, dados los sentimientos de la peliazul.
– Bueno, ¿y qué tal con el chico de la Generación de los Milagros? – preguntó en cierto momento Riko – ¿Vais juntos a clase?
– Sé por dónde va esta conversación y no me gusta… – murmuró la peliazul con un suspiro – Y no, no vamos juntos a clase.
– No he dicho nada… – replicó la castaña con una sonrisita, consiguiendo que la peliazul le lanzase un cojín a la cara – ¡Eh! Está bien, está bien, no hablaremos de que él te gusta.
– No me gusta – negó la peliazul rápidamente. La castaña la miraba fijamente, incrédula, consiguiendo que la peliazul se sonrojase – Hablemos de otra cosa.
[…]
Ya había anochecido cuando Mei tomó el camino hacia su casa. Hacía tanto tiempo que no veía a Riko que el tiempo se le había pasado volando. Aunque ahora que estaba a solas, no podía dejar de pensar en Midorima. Siempre negaba que el peliverde le gustase, pero a veces, hablando con Riko, se daba cuenta de que sí podía gustarle. Nunca había querido ponerle nombre a esos sentimientos, y no pensaba hacerlo. No tenía sentido. Aunque él le gustase, seguía siendo su mejor amigo. Y así debía ser.
Se colocó bien la capucha de la sudadera blanca que había decidido ponerse cubriendo la cabeza al salir de casa de Riko. Se sentía más cómoda con ella puesta. Mientras colocaba bien su pelo para que no se viese por fuera de la capucha, pasó al lado de una cancha de baloncesto. Estaba en un parque y, a pesar de la hora, aún quedaba alguien jugando. Un chico alto, de pelo rojo. Era extraño, normalmente a esa hora la gente estaba cenando y si, por casualidad, había alguien es esos sitios no estaba precisamente jugando, cosa que si hacía el pelirrojo. La peliazul le miraba asombrada, tenía un estilo de juego muy violento, sus movimientos eran muy fuertes.
– ¿Quieres algo? – demandó el chico en un tono seco cuando la vio mirándole fijamente, acercándose a ella.
– No juegas mal... Aunque te hace falta entrenar – Mei se acercó y, rápidamente, consiguió quitarle el balón para a continuación tirar y hacer una canasta limpia.
El pelirrojo fue a por el balón e intentó pasar a su lado para llegar a canasta, pero la chica se travesó en medio e intentó defenderle. Era mucho más alto que ella, pero aún así consiguió robarle el balón. No lo tuvo en posesión mucho tiempo, Kagami se lo arrebató y aprovechó para llegar a canasta, donde donqueó. Estuvieron un rato más jugando, estaban bastante igualados aunque la altura del pelirrojo le daba una pequeña ventaja. Mei robó el balón e intentó hacer una llegada rápida a canasta, pero el chico también era rápido. Saltó para tirar a canasta, pero el pelirrojo llegó justo a tiempo y lo evitó, golpeando el balón para quitárselo y haciendo al mismo tiempo que ella perdiese el equilibrio. Cayó de espaldas, por suerte pudo apoyarse en las manos, parando el golpe, pero al caer la capucha se le cayó y dejó ver su pelo largo y su rostro.
– ¿Eres una chica? – preguntó el pelirrojo sorprendido cuando la vio.
– Gracias, sé que soy poco femenina pero no pensé que lo fuera tanto... – ironizó ella poniéndose en pie – ¿Tengo algún mono en la cara o qué? Ahh, ya sé... Tú eres de esos que creen que las chicas no podemos jugar al baloncesto, ¿verdad? Siempre me han parecido idiotas ese tipo de personas, la verdad...
– Claro que no. Simplemente no me lo esperaba – intentó defenderse él.
– Bla, bla, bla – replicó ella haciendo un ademán de que no le importaba en absoluto con la mano – Ahora no intentes arreglarlo, no puedes.
– Solo porque hayas conseguido mantener el ritmo jugando conmigo no deberías ir de diva – Mei le miró fijamente, ¿acababa de llamarla "diva"? El pelirrojo apartó la mirada un momento, antes de volver a fijarla en ella – ¿Juegas en algún equipo?
– Ahora mismo no, ¿por qué? ¿Tienes miedo de que te gane, chico-sin-nombre? – le retó ella con una sonrisa.
– Taiga Kagami – respondió él, obviando el reto que había lanzado – ¿Y tú eres?
– Abukara Mei – respondió ella, girándose y caminando hacia la salida del campo con intención de irse.
– ¿Abukara? ¿Cómo el jugador de baloncesto? No serás...
– Sí, soy su hija – le interrumpió, antes de salir sin hacer caso a lo que intentaba decir el pelirrojo.
[…]
– ¿Se puede saber dónde estabas? Midorima llamó hace media hora para ver si ya habías vuelto del gimnasio, debería darte vergüenza llegar tan tarde, Mei. ¡Y encima sin llamar! Estaba a punto de darme un infarto.
La mujer, de pelo blanco y ojos fucsias, miraba a la chica con cara de enfado desde el marco de la puerta principal. Mei, por el contrario, se mostraba tranquila mientras dejaba la chaqueta en el guardarropa, no parecían afectarle los gritos. Como niñera suya que había sido desde que era pequeña, además de ama de llaves, sabía bien que solo estaba preocupada. Demasiados años de gritos y broncas como esa habían hecho que distinguiese cuando iba en serio, y cuando solo estaba desahogándose.
– Lo siento, Hanae-sama. Se me olvidó por completo el llamar, no volverá a pasar – se disculpó la chica, inclinándose.
– Anda... – a la mujer se le suavizó el tono de voz al oír la disculpa y Mei sonrió aprovechando que no le veía la cara – Ve a ducharte y luego baja a cenar, se hace tarde.
La chica subió a su habitación, sonriendo. Dejó sus cosas encima de la cama y fue al baño. La verdad es que no había dejado de pensar en el chico de la cancha del baloncesto. Le había llamado la atención su forma de jugar, la verdad, pero siendo totalmente objetiva no era feo para nada. Aún así, la mayor parte de sus pensamientos se centraban en su manera de jugar. Había podido defenderle, pero no estaba segura de que él fuese completamente en serio. Con el entrenamiento adecuado podía llegar a ser un jugador formidable. ¿En qué preparatoria estudiaría? Bueno, no tardaría en enterarse si es que jugaba al baloncesto.
La peliazul sonrió mientras entraba en la ducha. No era capaz de olvidar ese nombre, ni su manera de jugar, ni su pelo rojo brillante, ni sus ojos rojos al concentrase, ni nada. Taiga Kagami...
(Continuará…)
Kuroko no Basket y sus personajes no me pertenecen, son propiedad de Fujimaki Tadatoshi.
Abukara Mei sí es un personaje original creado por mí.
