En un remoto lugar había un hermoso y enorme vallenwood. Bajo las ramas del antiguo árbol estaba aposentado un anciano enano de cana barba que tallaba un trozo de madera con una energía que contrastaba con su aparente vejez. Tan augusto personaje alzaba de vez en cuando la mirada hacia el árbol que le cobijaba con su sombra y murmuraba algo ininteligible bajo su barba al tiempo que, frunciendo el ceño, continuaba su tarea con renovado fervor. De tanto en tanto podía oírse en las alturas del vallenwood el crujir y chasquear de las ramas al soportar un peso extraño y una risita resonaba en todos los alrededores.
Asomábase el dueño de tal risa entre las ramas bajas del árbol para enseñarle algo al enano o, más frecuentemente, para contarle tal o cual historia que había oído de un viajero, al que le habían dicho que habían escuchado en... Bueno, ya se sabe lo que pasa con este tipo de historias: cada vez que se cuentan tienen, como mínimo, algún pequeño cambio introducido por el narrador. Y, por supuesto, los kenders, raza a la que pertenecía el alegre compañero del enano, son expertos en estas "mejoras".
Al asomarse el risueño kender y dirigirle la palabra al enano, éste refunfuñaba, le lanzaba una mirada fingidamente furiosa y le indicaba con un gesto de la mano que le dejara en paz. El kender se encogía de hombros, se introducía entre las ramas, aunque, al rato, volvía asomarse, tan risueño como siempre, haciendo al enano blanco de su incesante cháchara. Suspirando resignado, éste seguía con su talla intentando parecer algo interesado por los cuentos de su compañero, a pesar de que, interiormente, se decía a sí mismo que, el día menos pensado, lo ataría con una cuerda y lo colgaría como una morcilla de la rama más alta. Eso sí, con una prieta mordaza puesta en la boca.
Pues cierto día llegó un viajero a tan apartado lugar y pidió permiso al enano para descansar un rato bajo la sombra del vallenwood. El enano, como siempre hacía, empezó a negarse pero algo extraño en el viajero le hizo detenerse.
- Sólo me quedaré un rato y no le molestaré -dijo el viajero.
- Bueno... -empezó de nuevo el enano.
De repente se escuchó el crujir de las ramas y el kender se dejó caer al suelo entre una lluvia de hojas. Sacudiéndose el cabello, que llevaba atado en un copete, el personajillo se acercó a su compañero al tiempo que observaba al recién llegado.
- ¡Vaya! ¿Habías visto a alguien tan extraño, Flint?
- Chist -le chistó el enano mirando fijamente al viajero.
Ciertamente era un hombre extraño el caminante. Vestía largos amplios ropajes grises y poco podían ver de su fisonomía, sólo una larga barba gris, al estar oculto su rostro por una gran capucha. No llevaba equipaje ni, aparentemente, más propiedad que un largo cayado gris en el que se apoyaba ligeramente. Sin embargo esto no era lo que realmente llamó la atención de los compañeros, sino que el extraño estaba tan quieto que parecía una estatua de piedra gris. En realidad, de no haberlo visto llegar y haberle oído hablar, el enano habría jurado que era una estatua.
A pesar de todo, el enano tenía la certeza de que el viajero no pretendía ocasionarles ningún problema. Nunca antes había visto a este personaje, pero le recordaba a alguien... No era que le recordara a una persona concreta, sino la sensación que había percibido ante alguien, pero quién no lo podía precisar.
- Puede sentarse con nosotros durante unos instantes -cedió.
El viajero tomó asiento en una roca que Flint podría haber jurado que antes no había allí.
- Gracias -dijo el caminante al tiempo que frotaba sus manos (unas manos grises) con sus ropajes, como para calentárselas.
- Oiga, Señor Viajero Gris -dijo el kender-, ¿quiere conocer la fabulosa historia de la Guerra de la Lanza? Nosotros personalmente tomamos parte en ella...
- Cierra el pico, cabeza de chorlito -le espetó el enano-. Seguro que no le interesa escuchar ninguno de tus cuentos.
- Bueno -les interrumpió el viajero-, esa historia ya la conozco. Conozco muchas historias, en realidad.
Los ojos del kender se iluminaron.
- ¿De veras?
El extraño, al que a partir de ahora llamaremos el Viajero Gris (nombre con el que le apodó nuestro amigo el kender), se dispuso a replicar pero el enano le cortó:
- Espero que tus historias merezcan la pena. Para cháchara sin fundamento ya le tengo a él -gruñó señalando con un ademán a su amigo.
- Claro -asintió el Viajero Gris-. Creo que conozco una que os gustará. -Se encogió de hombros-. Sus protagonistas puede que no sean tan heroicos como los Héroes de la Lanza, pero, sin duda, forman un grupo variopinto y peculiar.
- Ahhh -suspiró el kender-. ¿Y de qué es la historia? ¿De amor y traición? ¿Una tragedia? ¿Una gran gesta?....
- En ella hay un poco de todo: heroísmo, romance, amistad, traición, humor... De todo, ya ves.
- Bueno -dijo Flint-, si tan interesante es, ¿a qué esperas para empezar?
- Muy bien -los compañeros habrían jurado que el extraño sonreía-. Pues todo empezó en un camino polvoriento...








































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