Disclaimer: Frozen no me pertenece,

[Problemas de autoestima]

— ¿Pretendes vender tu hielo muchacho? — preguntó una de las vendedoras del mercado.

— Si señora — respondió alegremente el recolector mientras miraba su bolso lleno de oro. El tintineo de las monedas lo hizo feliz, pues se aproximaba el final del verano y había logrado reunir una gran cantidad de dinero. La temperatura bajaba conforme pasaba el tiempo, pero él ya tenía asegurados los próximos meses.

Kristoff atravesó el enorme mercado de Arandelle mientras evitaba golpear a algún transeúnte, hasta que llegó a la calle en donde se encontraba Sven. El muchacho salió por la enorme puerta arqueada del edificio donde funcionaba el mercado central, y vio a una vendedora de flores sentada con su mercancía. Los girasoles estaban en pleno esplendor, por lo que sería un gran regalo para su novia.

Novia...— se repitió mentalmente, mientras pasaba frente a los setos llenos de flores, revisándolas y preparándose para escoger el mejor de todos. Anna y Kristoff ya llevaban seis meses como novios, y él estaba completamente entusiasmado con la princesa, ella le había dado una nueva familia y la oportunidad de mejorar su vida.

No era que Kristoff fuera infeliz con su vida pasada. Él era libre, y hacía lo que más le gustaba. Sin embargo, existía un enorme vacío que ni siquiera todos sus amigos trolls se pudieron llenar.

— Quiero estos girasoles, por favor— dijo Kristoff mientras sacaba el ramo y se lo pasaba a la vendedora para que lo empacara.

Kristoff pagó, cruzó la calle y se preparó para subir a la carreta. En ese momento, un trío de mujeres salió de una tienda muy elegante al lado de la calle. Kristoff las miró por un breve instante, eran bastante ricas, a juzgar por su ropa y ademanes. De repente, el recolector vio el singular brillo de un par de trenzas de cabello Rubio rojizo y unos ojos azules.

— ¡Kristoff! — exclamó Anna al encontrarse con su novio en la mitad de la calle.

— Hola Anna — respondió el recolector ilusionado al verla, con su brillante sonrisa y elegante vestido. Parecía un sueño, completamente cubierta de algodón blanco y encaje debajo de su usual capa violeta. La princesa avanzó hacía él y lo abrazó sin ninguna vergüenza. El recolector sabía que aquello le ocasionaría otro de tantos sermones sobre protocolo que a menudo recibía la princesa, pero a ella no le importaba, y esa era una de las razones por las que la amaba, su espíritu era tan libre como el suyo.

— ¿Qué estas haciendo? — preguntó Kristoff sonriente. Mientras sus manos se amoldaban a su cintura. En momentos como aquellos, el recolector no entendía como lograba convivir con Anna de tan buena manera, después de todo, los dos eran como el agua y el aceite. Ella pertenecía al linaje más distinguido de Arandelle, era habladora y encantadora, mientras que él se sentía como poco menos que un ogro. Incluso sus toscas manos sobre el encaje de su vestido parecían inadecuadas e indignas de tocarla. Era increíble que esta mujer correspondiera sus sentimientos.

— Haciendo compras— respondió Anna dirigiéndole una brillante sonrisa. En ese momento, Kristoff se percató de la presencia de un par de muchachas que los miraban y rumoreaban entre ellas. Una, era rubia de ojos oscuros, muy alta y pálida, la segunda, era una chica muy guapa de ojos verdes y cabello negro. El recolector no necesitó ser un genio para saber que estaban hablando acerca de ellos, y el brillo burlón en sus ojos le indicó que no debía ser con buena intención.

— Ah... Lo había olvidado — dijo Anna.— te presento a las duquesa Mary de Astoria y Diana de Faelia — dijo la princesa tratando de reasumir la compostura.

—Este es Kristoff Bjorgman, el es el maestro y proveedor oficial de hielo de Arandelle — continuó la chica mientras agarraba fuertemente el brazo de su novio. El recolector se preguntó si ella estaría nerviosa o simplemente era una especie de costumbre, pero algo le dijo que se sentía asustada y quería que él estuviera con ella.

— Ohhh... Maestro Bjorgman, el famoso proveedor oficial de hielo de Arandelle, hemos escuchado mucho acerca de usted — comentó la rubia, quien según Anna, se llamaba Diana. Kristoff no pudo evitar cierto tono de burla en su voz, como si fuera una especie de carcajada encubierta. Él odiaba ser el objeto de burlas de un montón de gente que no tenía nada especial, más que sus carteras llenas de dinero, el que habían ganado a costa del trabajo de los otros.

Una especie de orgullo se apoderó de Kristoff. Después de todo, él era un hombre trabajador, que amaba lo que hacia y ningún miembro de la nobleza podría decir que había recorrido un fiordo cubierto con hielo, a toda velocidad, y a mitad de una tempestad, para salvar a su princesa congelada. El recolector de hielo hinchó su pecho con orgullo, pues decidió que no le daría el poder a nadie de hacerlo pensar que daría menos.

— Kristoff— comenzó Anna — ¿tu tienes alguna idea de donde queda la posada de Kerr? — preguntó la Princesa.

— Si, estoy seguro de que queda a una hora de las puerta principal en la desviación a la montaña del Occidente — explicó el recolector.

— Oh, ¡Que alegría! — exclamó Diana — finalmente, alguien que sabe a donde vamos — dijo la chica con su voz cantarina. Por un momento, Kristoff creyó que haría algún comentario como "no se puede encontrar buena servidumbre hoy en día", o alguna tontería parecida, afortunadamente ninguna de estas llegó.

— Kristoff ¿podrías guiar el carruaje de las invitadas de la reina hacía la posada?— preguntó Anna agarrando su brazo con más fuerza. Kristoff la miró a los ojos y se dio cuenta de que ella le estaba lanzando un grito de auxilio enmascarado. Anna no quería que la dejara sola.

— Anna, no creo que sea buena idea. Lo mejor sería que Elsa las dejara dormir esta noche en el castillo. Ese camino es peligroso, hay toda clase de animales y ladrones por esa zona. Yo nunca viajo al anochecer por aquellos lugares — opinó Kristoff.

— Parece que te hubieras aliado con la Reina para decirnos lo mismo —dijo la otra chica, quien había permanecido en silencio hasta ese momento — no podemos hacer eso, sería bastante incómodo. — se quejó Mary.

— Oh, entiendo — asintió Kristoff — en ese caso, dígale a su cochero que me siga, yo los guiaré — propuso el recolector de hielo. Las dos chicas se dieron la vuelta y fueron a hacer justo lo que les pidió, mientras que Anna se quedó allí con él.

— ¿Qué sucede? — preguntó Kristoff al ver que ella no tenía intenciones de soltar su brazo. Anna se mordió el labio y retiró su flequillo antes de hablar, el recolector sabía que aquel era uno de los tantos hábitos que tenía la princesa para aquellas ocasiones en las que se hallaba asustada o nerviosa.

— ¿Puedo ir contigo? — preguntó Anna.

— Pensé que querrías ir con tus amigas— comentó el recolector de hielo levantando una ceja.

— Claro que no — negó la chica mientras dejaba salir un suspiro cargado de frustración. —ellas no son mis amigas — lo corrigió Anna mientras se cruzaba de brazos.

— ¿Hay algo que yo deba saber? — Preguntó Kristoff sorprendido por la reacción de su novia. No era común ver que Anna se molestará con las personas, ella era muy tolerante con los defectos ajenos, demasiado tolerante para su gusto, Por lo que decidió no contrariarla.

— Sube — le indicó el recolector de hielo en tanto le daba la mano y la ayudaba a llegar hasta el vehículo. Kristoff la siguió, y comenzó la marcha mientras que los cascos de los caballos y de su reno golpeaban el pavimento. Fue cuestión de tiempo antes de que llegaran a las puertas principales de la ciudad, en donde Anna usó su condición de princesa de Arandelle para ordenarle a tres miembros de la guardia montada que los acompañaran.

Tal y como lo predijo Kristoff, el sol comenzó a ponerse y la temperatura a descender. Anna permaneció en silencio por un buen tramo del camino, lo que sorprendió al recolector de hielo, ya que ella siempre estaba muy emocionada al dejar la ciudad, no importaba hacia donde se dirigieran. El muchacho la miró disimuladamente y se dio cuenta de que jugaba con el extremo de sus trenzas.

— ¿Qué te sucede? — preguntó Kristoff — sé que no es usual que yo lo diga, pero estas demasiado callada— opinó el recolector.

— No es nada — suspiró Anna. Kristoff ahora si se hallaba preocupado, algo había sucedido.

— Eres una pésima mentirosa— opinó el recolector.

— Es sólo que... — trato de empezar la chica. — Kristoff ¿tu crees que mis trenzas se ven ridículas? — preguntó la chica de repente.

— Ahh... Así que se trata de eso — comentó el recolector comprendiendo hacia donde iba todo aquel asunto — déjame adivinar, las invitadas de su majestad te dijeron algo malo.

— No fue "malo", pero comentaron que quienes usan este tipo de trenzas son unas simplonas, y que cuando una... — comenzó la chica, pero fue interrumpida por Kristoff antes de que pudiera continuar.

— No les hagas caso, es sólo una tontería — la regañó Kristoff quien se sentía frustrado por todo el asunto.

— Tu no entiendes, Kristoff. El punto es que ellas tienen razón — se quejó la chica — pero no sólo respecto a las trenzas. Yo soy completamente inadecuada como princesa, no puedo hacer nada bien, soy excesivamente torpe, no encajo en ninguna parte y mis trenzas son de simplona. Todo el tiempo me siento fuera de lugar. Yo siempre pensé que cuando tuviera la oportunidad de tener las puertas abiertas finalmente sería feliz, pero sólo ha dado la ocasión para que todos señalen cuán tonta soy. Lo peor de todo, es que sé que Elsa siente algo parecido. Muchos la tratan como a un fenómeno y nos hacen a un lado — se quejó la chica.

— Lo lamento. Esto debe parecerte ridículo. Tu has pasado por tanto, mientras que yo tan sólo soy una niña mimada. Tu siempre pareces tan seguro de ti mismo — se disculpó la chica.

— Eso no es cierto. Yo no soy confiado, tengo tantas inseguridades como tu — Dijo el recolector tranquilamente.— Yo tampoco encajaba cuando era pequeño, me fugué de un par de orfanatos, prefería ser libre en el bosque que tener que vivir como un prisionero, jamás me llevé bien con los otros niños. Yo entiendo como te sientes, Anna. Pero, tu nunca habías tenido que enfrentarte con bravucones, esta es la primera vez — concluyó el recolector.

— No entiendo porque tienen que burlarse de mi, primero Hans, y ahora esto, es como si les gustara hacerme sentir miserable por placer, ya sé que soy inadecuada no tienen porque gritármelo una y otra vez — dijo la chica.

— Hay personas que son así, nunca he entendido porque, les gusta reírse del dolor ajeno — opinó el recolector encogiéndose de hombros. En ese momento, Kristoff recordó la existencia de las flores que le compró a Anna aquella tarde, y supuso que debían estar completamente desechas por el calor y el viaje.

— Te compré un regalo, pero me temo que se arruinó — comentó Kristoff. Anna volteó su mirada hacia la parte de atrás de la carreta y encontró el ramo de flores prácticamente marchito. Sin embargo, aquel detalle fue lo que la princesa necesitaba en un momento como aquel, en el que se hallaba tan vulnerable y triste.

— Gracias, muchas gracias — dijo Anna sintiéndose mejor. En ese momento, la chica se recostó en el hombro de Kristoff y tomó su brazo.

— Anna — dijo el recolector quién sintió calor en sus mejillas —te juro que aunque me encanta que hagas eso, no puedo concentrarme y manejar al mismo tiempo.

Anna le dedicó una sonrisa y se reincorporó en su asiento, mientras que los baches en el camino de piedra hacía que el vehículo saltara cada vez más. El recolector odiaba aquel sendero, era demasiado oscuro y peligroso para su gusto. Era uno de esos parajes en los que no importaba la cantidad de guardia real que la corona colocara, siempre estaba infestado de bandidos y animales salvajes. Las ramas de los sauces caían sobre la carretera formando una especie de bóveda sobre ella, parecían brazos raquíticos, como los de las brujas en los cuentos de hadas, pero lo que más inquietaba a Kristoff era el silencio. El bosque no era un lugar callado, por lo menos debía haber un pájaro o un roedor a la vista.

— Esto no me gusta — dijo Kristoff quien aumentó la marcha, con la intención de escapar de lo que quiera que se escondiera en las sombras. Anna volteó su mirada y se dio cuenta de que el cochero y los tres jinetes los imitaron. Ellos también sintieron el peligro.

— ¿Qué es lo que pasa? — preguntó Anna.

— El bosque se encuentra muy silencioso — respondió Kistoff con voz profunda y sin despegar la vista del camino.

— ¿Lobos? — insistió la chica.

— No lo sé, pero no lo creo — contestó.

De repente, el sonido de nuevos cascos de caballos inundó el ambiente, seguidos por gritos que llamaban a la carga, o al ataque. Anna se sintió palidecer, y mentalmente culpó a las ridículas invitadas de Elsa por toda aquella situación. Si ellas no se hubieran encontrado tan ocupadas despreciándolas a ella y a su hermana, esto no habría sucedido, ni se habrían expuesto de semejante manera.

Los tres jinetes de la guardia montada los alcanzaron y se pusieron al lado de la princesa con la intención de protegerla, sin embargo, Anna les hizo una seña con la intención de que se marcharan.

— No, ustedes deben acompañar a Diana y Mary, ellas son nuestra responsabilidad— gritó Anna, quien estaba segura de que Elsa tendría un gigantesco altercado internacional si algo le pasaba a esas dos.

— Corre Sven — gritó Kristoff mientras seguía acelerando. El recolector de hielo palideció al escuchar un "Es la princesa" acompañado de otro "recompensa". Todo estaba resultando peor de lo que él había anticipado. Aquellos ladrones tan solo perseguían algo de dinero de bolsillo, pero se habían encontrado con algo mucho más valioso.

Mientras los sonidos de los cascos aumentaban cada vez más, la chica sintió una fuerte presión en su brazo derecho, y se dio cuenta que un hombre alto y barbado la sostenía fuertemente. Anna no supo de donde sacó la fuerza, pero estiró su pierna y le dio una patada a su atacante. Gracias a la velocidad a la que iba la carreta, ella no logró ver que fue de aquella persona. En aquel momento, la princesa tuvo una idea.

— ¿Qué se supone que estás haciendo? — gritó Kristoff furioso mientras que veía a su novia buscar algo en la parte de atrás de la carreta.

— ¡Lo tengo! — anunció Anna mientras sacaba de su mochila de escalador, una de las luces de bengala que llevaba en caso de una avalancha. — se que ya he usado este truco antes, pero…

— ¡Lánzala ya! — gritó Kristoff — ¡No tantas al mismo tiempo! — dijo el recolector al ver que Anna lanzó cinco luces simultáneamente. La explosión fue enorme, y los dos vieron un par de caballos saltar por los aires.

— Sven, quiero que sigas corriendo, pase lo que pase, no te detengas — le ordenó el recolector. — Tu — dijo refiriéndose a Anna y tomándola fuertemente del codo — ven conmigo.

Los dos saltaron de la carreta hacía el extremo del camino, las luces de bengala fueron lo suficiente como para distraer la atención de todos los bandidos. Anna sintió dolor en todo su cuerpo mientras caía sobre el piso de tierra. Kristoff y la princesa rodaron hasta los arbustos que bordeaban la carretera. Ella no entendió como logró levantarse, tomar la mano de su novio, y halarlo hacía los arboles en el bosque, pero lo hizo.

Anna vio la sucesión de arboles pasar en frente de sus ojos mientras avanzaban rápidamente por el bosque, hasta que chocó con una figura en la oscuridad. Kristoff levantó la pica que había alcanzado a sacar de la carreta, y se preparó para atacar. Sin embargo, el recolector decidió bajarla al escuchar un grito de mujer, y ver que se trataba de una de las nobles.

— ¿Diana? — preguntó Anna distinguiendo a las chica. — ¿dónde esta Mary?

— Aquí estoy — anunció la otra muchacha quien se encontraba escondida detrás del árbol.

— Tenemos que huir de aquí — intervino Kristoff al escuchar el ruido de metal golpear. Él estaba seguro de que se trataba de una pelea de espadas. Los guardias tenían la situación controlada, pero no sería por mucho tiempo. El recolector miró a la princesa, si aquellos la sujetos la veían, estarían perdidos.

Los cuatro comenzaron a avanzar a través del bosque. La sangre de Kristoff estaba helada, pues él sabía que por aquellos lugares también habían cantidades de bestias salvajes. Kristoff confiaba en que la explosión de instantes antes hubiera sido lo suficientemente fuerte y escandalosa para ahuyentarlos. Después de todo, los animales no eran estúpidos, ellos huirían de los humanos cuando se encontraran en desventaja. De repente, el recolector recordó la existencia de unas rocas a un par de metros de allí, estaban prácticamente escondidas detrás del follaje, y eran el sitio perfecto para pasar la noche cuando no alcanzaba a reunir el dinero necesario para pagar un cuarto en una posada.

— Vamos por aquí — señaló el muchacho mientras las guiaba a través del bosque. Finalmente, tras una breve caminata, que no tardó más de quince minutos, los cuatro llegaron una explanada donde había una serie de montículos rocosos. Kristoff señaló el camino hacía la entrada de una de las tantas cavernas rocosas.

— Me sorprende que no halla lobos en esta zona — comentó Anna.

— A mi también — respondió el recolector

Anna y Kristoff comenzaron a armar un improvisado campamento dentro de la boca de una de las cavernas. El muchacho se sorprendió al ver cuanto había aprendido su novia acerca de la supervivencia en el bosque, ya que apenas tuvo que darle instrucciones, antes de que ella comenzara a armar una fogata por sí sola. El recolector miró a las dos nobles que se encontraban encogidas en una esquina, y no se atrevió a siquiera compararlas con la princesa, pues él sabía que no había una pizca de cobardía en el pequeño cuerpo de su novia, si de ella hubiera dependido, habría luchado hasta el final, eso era lo que ella siempre hacía.

— Por favor, díganme que lograron traer algo con que cubrirse— dijo Anna a las nobles. Su voz se escuchaba molesta y algo autoritaria.

— Trajimos nuestros chales — respondió Mary.

— Eso es algo, pero no será suficiente— dijo Anna — tomen esto— dijo quitándose su capa morada— será perfecta para las dos.

— Debe ser una broma, no compartiré una capa sucia mientras nos acostamos en el piso — se quejó Diana.

— No creo que evitar morir de frío sea una broma— dijo Anna de una manera tan sería que bien parecía que Elsa hubiera dicho aquellas palabras.

— Puedes usar mi capa o regresar al bosque y enfrentar a los lobos y a los ladrones, la elección es tuya— le propuso Anna. Tanto Diana como Mary permanecieron en silencio y se acercaron a la fogata mientras que decidían como compartirían la pieza de tela. La princesa camino hacia el recolector de hielo quien había visto toda la escena en silencio.

— ¿Te molesta si compartimos tu saco de dormir? — preguntó Anna. Kristoff le dirigió una sonrisa ladeada mientras que apartaba el cobertor.

— tu sabes perfectamente que aquí siempre habrá un lugar libre para ti — respondió. Anna se arrodilló junto a el, se quitó las botas y se metió en el saco de dormir dándole la espalda al recolector. Kristoff se preguntó si las dos chicas que se encontraban al otro lado de la caverna se habrían dado cuenta, pues se armaría todo un escándalo en la corte si ellas decidían llevar rumores.

La cintura de Anna se movió hacia él, como si tuviera vida propia. El recolector se dio cuenta de cuales eran sus intenciones, por lo que llevó sus labios junto a su oído.

— Cualquiera que piense que mi princesa siempre tiene buenas intenciones es porque no la conoce — susurró, y sintió a Anna reír suavemente. Después, llevó su mano hacía los botones del cuello de la camisa de su novia. Kristoff introdujo sus dedos por debajo del tejido y sintió la piel de su cuello hasta la base de sus senos, justo hasta donde llegaba el extremo de su corset. Después, dejó su hombro al descubierto y lo besó.

— Y el que trate de hacerla sentir inadecuada, es un tonto — murmuró — porque yo nunca había conocido alguien tan valiente como para atravesar las montañas en plena nevada para salvar a su gente, o una persona que pudiera amar incondicionalmente, y perdonar sin sentir rencor. Alguien que fuera capaz de dar su vida por amor. — una vez dichas estas palabras, Kristoff sumergió su rostro en la curva de su cuello. Mientras que Anna se volteaba hacía él.

— Gracias — susurró tras lo que le dio un largo beso en los labios. El recolector de hielo se quedó paralizado por algunos momentos, el único movimiento que logró realizar, fue tomar a Anna entre sus brazos. Ella se sentía pequeña y quebradiza, aunque Kristoff sabía muy bien que la mujer frente a él era capaz de vencer todos los obstáculos que le pusieran, no había nadie más inquebrantable que su alegre princesa, y por eso la amaba.

— Hay que dormir, mañana nos espera una larga caminata — murmuró el recolector, tras lo que le dio un suave beso en la nuca.

— Tienes razón.

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El sol brilló pálidamente durante aquella mañana otoñal. Anna terminó de alistar el poco equipaje que llevaba y les indicó a las dos nobles que debían seguir. Las palabras de Kristoff tuvieron un efecto extraordinario en su autoestima, pues en cierta forma él estaba en lo cierto, Anna no tenía que justificarse frente a nadie para demostrar cuanto valía realmente. Elsa tampoco tenía que hacerlo. Su pobre hermana parecía luchar contra la corriente para lograr que la aceptaran y la consideraran una de ellos, cuando en realidad, ninguna de las chicas podía ser parte de ese mundo en el que no fueron criadas.

— ¿Cómo logras caminar tanto? — le preguntó Mary mientras avanzaban a través de los pastizales. Aquello sonó más como una especie de queja que como una verdadera pregunta.

— Solo lo hago — respondió Anna encogiéndose de hombros.

— Esto es imposible — refunfuñó Diana.

— No lo es — negó Anna pacientemente — solo tenemos que seguir hasta que lleguemos a la posada.

— No lo voy a hacer — dijo tajantemente Diana quien se cruzó de brazos y se quedó parada en la mitad del camino. — debe haber alguien buscándonos, de seguro nos encontraran. Después de todo, yo soy una duquesa, ellos no pueden dejarme aquí.

— ¿Qué? — preguntó Anna entre molesta y divertida por la ingenua arrogancia de su compañera de viaje, quien creía que tendrían más suerte si se quedaban a esperar con los brazos cruzados. En ese momento, la princesa miró a Kristoff por el rabillo del ojo ¿por qué no decía nada? ¿por qué no intervenía? .

— Bien — comenzó Anna nuevamente — si crees que esa es una buena idea, entonces quédate. Aunque no te aseguro que a los lobos a al frio del bosque les importe que tu seas una duquesa. Yo sugiero que continuemos— dijo la princesa de una forma tan amable como autoritaria. Kristoff sonrió levemente, mientras veía a las dos chicas continuar el camino detrás de su novia.

— Vaya, eso dio miedo, pero creo que me agradó— bromeó el muchacho mientras tomaba la mano de su novia.

— ¿De verdad? — preguntó Anna.

— Por su puesto.

La tarde caía, y el grupo tuvo que acelerar el paso, pues no podían dejar que la oscuridad los sorprendiera nuevamente en el bosque. Eran cerca de las tres, cuando llegaron a la explanada donde se alzaba la pequeña villa donde quedaba la posada de las chicas.

— Mira Diana, ya llegamos — dijo Mary muy emocionada al ver la casa al final del camino.

— Sí, ya llegamos — respondió Diana, quien después se dirigió a la princesa. — no lo habríamos hecho de no ser por ti — aceptó la duquesa. Anna le dedicó una breve sonrisa.

— Olvidas a Kristoff, gracias a él estamos con vida — dijo la chica mientras enredaba su brazo con el de su novio.

— Gracias Kristoff — respondieron.

Los cuatro viajeros bajaron la colina hasta que llegaron a la entrada de la posada. Pero la sorpresa de Anna fue grande al ver un enorme grupo de personas ubicadas frente a la casa. Se trataba de soldados de la guardia real y de un llamativo carruaje.

— ¡Anna!

— ¡Elsa! — respondió la princesa, al ver a la reina en la entrada, esperándola con los ojos llorosos y los brazos abiertos. Elsa abrazó a su hermana menor, pues aquella había sido uno de los peores días de su vida. La Reina se culpaba una y otra vez por su desaparición. Ella la había mandado a cuidar a ese par de nobles consentidas que habían despreciado su hospitalidad, y por aquella razón, estuvo a punto de perderla.

— ¿Cómo estás? ¿estás herida? — preguntó Elsa mientras inspeccionaba a su hermana.

— No, estoy bien — contestó la princesa — ellas también lo están— dijo. En ese momento, la Reina se fijó en la presencia del par de nobles que miraban la escena con el silencio propio de quien se siente culpable.

— Su majestad — saludaron las dos chicas mientras hacían una reverencia.

—Lamentamos mucho haber producido este desastre— comenzó Mary — si hubiéramos escuchado su advertencia esto no habría sucedido— dijo la chica. Elsa asintió.

— Yo también me disculpo, su majestad — dijo Diana.

— Su disculpa es aceptada— asintió la reina sin soltar la mano de su hermana. De repente, Elsa compartió otro abrazo con Kristoff.

— Gracias por traerla— dijo Elsa con lagrimas en los ojos. — hay alguien esperándote — dijo mientras señalaba un animal café junto a su carruaje.

— ¡Sven! — exclamó el recolector.

— Es muy inteligente, llegó por sí solo a la posada, al igual que los tres guardias y el cochero, ellos también se encuentran bien, y nos informaron de la situación. Mandaré un mensaje para que dejen de buscarlos— comentó la reina.

Anna tomó el brazo de su hermana, y el de Kristoff. Los tres tenían una familia hecha de retazos, de piezas rotas que habían encontrado por el camino, pero que encajaban perfectamente para hacerlos felices. Elsa y Anna se miraron, y decidieron silenciosamente que no importaba lo que nadie pensara, lo verdaderamente importante estaba más allá del simple orgullo.

Fin.

Hola a todos, en casi todos los fandoms donde he escrito tengo una colección de drables mini oneshots que me sirven para descansar de mis long fics, Frozen no es la excepción. Para estas historias me estoy basando en una lista de prompts que encontré en un archivo viejo, ni siquiera me acuerdo de donde lo saqué, el primer pompt era: "encuentro fortuito", ya sé que en algún punto me perdí, pero me gustó esta historia, espero que a ustedes también les halla gustado.