Disclaimer: Los personajes pertenecen a Mitsuo Hashimoto, solo la historia es propiedad de nosotras.

Este capítulo es traído a ustedes por la Haru, quien no le basta con joder fandoms con su cuenta en solitario, también debe chingar otros con su waifu [?].


Prologo.


«Abre los ojos... Despierta»

Aquel susurro inquietante, era lo único que lograba distinguir Shiori entre la inmensidad de la sala. Las drogas que le habían suministrado, según lo que había oído de los doctores, podría ser tan fuerte que tenia como efecto secundario; alucinaciones.

Sus manos temblorosas, intentaron agarrarse del borde de la cama, con cuidado se levantó, era consciente de que aun estaba dopada, por lo cual su estado no la ayudaba si quisiese escapar. Pasó saliva amargamente y apretó el botón que estaba al lado de su cama, para llamar a la enfermera. La mujer de blancas vestiduras llego en seguida, con su falsa sonrisa y una bandeja de comida.

—¡Miren quien despertó! —la voz chillona de la enfermera, se le hizo insoportable. Dejó la bandeja de comida a un lado de ella y se fue.

Dejó salir un jadeo de su boca al sentir un agudo dolor en su cabeza. Se volvió a tender en la cama, no recordaba nada, solo había imágenes borrosas que no lograba distinguir bien. De repente, en la habitación se pudo sentir un frio intenso, se escondió debajo de las mantas, los focos de la habitación empezaron a centellar.

«No hay escapatoria... »

Aquella voz cada vez parecía mas cerca, no entendía como es que una alucinación podría tener tal efecto en ella. Estaba temblando, tenia miedo de su propia mente, trató de respirar, pero por estar su cabeza debajo de la sabana, era una tarea difícil. Cuando creía que no podía sentirse peor, el dolor punzante de cabeza volvió.

Cerro los ojos y respiro profundamente, lo ultimo que necesitaba...

«¿Porque sigues luchando? Solo rindete »

… Era que aquella voz volviese. Frunció el ceño, deseaba que los alucinaciones se fuesen.

La luz la cegó de repente, abrió los ojos con pereza, frente a ella estaba una enfermera que no parecía ser de las amigables. Con rudos movimientos, la mujer ayudo a Shiori a sentarse en la cama. Un doctor de barbas negras, la miraba callado, pero la pelinegra detectó un brillo en sus ojos que no indicaba nada bueno.

—Señorita...

—Kazami, Shiori Kazami —se adelantó a decir. El doctor desarmó su sonrisa.

—¿Casada?— preguntó.

—S... si —dijo en un murmullo vacilante. Aunque en realidad, no sabia cual era su relación con Shen.

El hombre alzó las cejas, sorprendido.

—Vaya... 19 años y ya esta casada —su tono fue burlón, como si riese de los posibles motivos de su unión.

—¿Puede decirme porque estoy aquí? —dijo apretando las sabanas entre sus puños.

Aquel hombre dio una carcajada estruendosa, en cierto modo, asusto a la de ojos verdes; quien por mera cortesía profirió una sonrisa que flaqueó por unos segundos.

—¿Acaso no lo sabe? —la miró como si fuese una completa tonta— está usted embarazada.

¡Un hijo! ¡Un hijo de Shen! Era imposible, pero, ¿Como fue que...

Cubrió su cara al darse cuenta del evidente «Por qué» Cuando volvió a mirar al doctor, este ya se había ido. Miró su plano vientre y soltó un suspiro.

—Con que un hijo, ¿eh?

. . .

Todo era borroso, un dolor se hacia presente en sus partes bajas, lo único que podía recordar; era el llanto de un bebé y a Shen gritando fervientemente «¡Soy padre! » trató de sonreír. Pero el cloroformo aun tenia cierto efecto en ella.

«¿Como es que aún sigues viva? »

Aquella irritante voz, volvía a hacer acto de presencia. Frunció el ceño mientras trataba de mover los labios para formular una contestación.

—C... callate— murmuró débilmente.

Desde el pasado 26 de junio, aquella voz aparecía cuando sucedía algo relacionado con su hijo. Al principio, tuvo miedo, llegó hasta dejar una luz de noche prendida cuando tenia miedo —que era siempre— y Shen no le decía nada por recomendación del psicólogo. Empezó a hacerle frente cuando comprendió que tal vez, se trataba de su subconsciente jugandole una broma.

«¿Que tal está tu hijo? » aquella pregunta era de las que mas miedo les tenia. La ultima vez que preguntoó eso, fue cuando sintió por primera vez una punzada en su vientre, que poco después adivino que se trataba de una patada.

— ¿P... por qué te importa?— dijo en un susurro.

Aquella voz no respondía mas de dos veces —salvo el primer día que apareció—, creyó que ya se callaría. Pero sus pensamientos no eran del todo correctos.

«Oh, por nada... Solo no quiero que mi futuro hijo tenga alguna discapacidad » su tono se volvió grueso y áspero, ya no era esa voz delirante que asemejaba a ser la suya.

Abrió los ojos desmesuradamente. Trató de levantarse, pero sus dolores en la parte baja aun seguían presentes, recordó aquellas palabras «mi futuro hijo...» volvió a tratar de levantarse esta vez consiguiéndolo. Caminó como pudo hasta la puerta, sintiendo como su feminidad le dolía como si estuviese siendo quemada. Salió al pasillo y esquivo como pudo a las enfermeras y los pacientes, llego hasta el cunero, donde fue detenida por las enfermeras de guardia.

—Sra. Kazami, ¿Qué hace usted aquí? Debe descansar —insiste una de las dos.

—Sí, vamos, yo la llevare hasta su habitación —le secunda la otra.

—Pero...

—Nada de peros, debe ir a descansar.

—¡Pero mi hijo...! —exclama antes de sentir un fuerte dolor en su abdomen. Lleva sus manos hacia ahí y se dobla por el dolor—. ¡Tengo que ver a Shun!— logra exclamar acercándose al vidrio.

Allí, logra ver varias cunas, rosas, azules y una sola verde... Intuye que en esa esta su hijo, por pedido de su esposo. Trata de observar; pero la cuna esta vacía, mira hacia todos lados, cuando de repente ve la figura de un hombre sosteniendo a un bebe con mantas verdes.

—¡Shun! —grita desesperada, golpeando el vidrio. Aquel hombre sonríe y muestra una larga fila de dientes como los de los tiburones—. ¡Ah!— un grito ahogado sale de su boca, al sentir un liquido bajar por sus piernas, mira hacia abajo y solo logra ver un intenso color rojo.

Una de las enfermeras trae una camilla y entre las dos la depositan ahí, la llevan a toda prisa a la sala de emergencias mientras que ella llora, no por el dolor, si no por la incertidumbre de que le pasara a su recién nacido.

Aquel hombre, esquiva la seguridad perfectamente y se lleva con el al bebé que Shiori había puesto por nombre; Shun. Caminó con el, hasta llegar al cementerio detrás de la Iglesia, una vez allí, se permitió sacarse el pasamontañas. Poseía unos ojos obscuros como el carbón, al igual que su cabello y una tez blanca como la leche. Era un hombre, que muchas mujeres considerarían sumamente atractivo; aunque no entendía porque Shiori no lo veía de esa forma. Miró al bebé que tenia entre brazos, torció la boca. El niño era una copia perfecta de su madre, aunque no sabia si eso aplicaba también al color de ojos.

— ¿Que se supone que haga ahora contigo? —preguntó, Shun como respuesta, solo se movió como si fuese a despertar. El, lo miró por una décima de segundo. No podía matarlo—. Supongo que tendrás que venir conmigo— murmuró fastidiado.

Se acercó a una tumba, apenas puso un pie encima; esta desapareció, siendo sustituida por una larga y extensa escalera. Como no tenia ganas para bajar 16 KM de escaleras, desplegó sus alas y voló a toda velocidad, con cuidado de no dejar caer al pequeño de cabellos negros. Al llegar a un lugar que parecía ser una villa pequeña, guardo sus alas. Todo el mundo se giró a verlo, no precisamente porque les agradara su presencia, si no por el bulto verde que desprendía luz que llevaba entre los brazos.

—Lucifer, ¿Que es eso? —preguntó uno de sus subordinados tapándose los ojos.

Sí, el mismísimo rey de las tinieblas había robado un bebé, se preguntaran. ¿Por qué?

—¿Recuerdan aquel día en el que Chase vino desde la tierra, con noticias sobre el próximo primogénito del de arriba? —dijo a toda la multitud que lo rodeaba, mucha gente asintió, otros simplemente negaron—. Resulta, que este engendro es hijo de uno de los ángeles del de arriba — comentó serio.

Un revuelo se armó entre la gente, algunos empezaron a gritar que fuese asesinado, otros huían despavoridos y otros... Simplemente ya no les importaba nada.

—¡Matenlo! ¡Es un engendro de los de arriba! ¿Por que debería de concederle piedad a esa abominación? —exclamó la mano derecha de Lucifer, Masquerade.

Lucifer dio un suspiro exhausto, ya no podía con las inquietudes del rubio.

—Escucha, se que yo mismo dije que cada ángel que bajase aquí; fuese asesinado. Pero no pueden asesinar a Shun —dijo firme, mientras apretaba el cuerpo del pequeño contra su pecho para alejarlo de las manos de los demás.

— ¿¡Y porque!? —exclamó alterado Masquerade.

—No mentiré; estoy cansado. Probablemente mañana ya no este aquí y mi cuerpo se convierta en cenizas, tal y como el cuerpo de mi padre, por lo que necesito un sucesor. Y como sabrás, no puedo, desde la ultima batalla entre el cielo y el infierno; he quedado estéril, al igual que el de arriba. ¿Entiendes a lo que quiero llegar?— trató de mantener la calma para disimular su mentira, pero las rabietas de su mano derecha siempre lo sacaban de quicio.

El rubio pareció comprender, pero no fue motivo por el cual no se retirase con su típica mirada de odio hacia el mundo. Lucifer caminó hacia su casa, si se le podía llamar así a una gran cueva en la que cumplía sus funciones primarias y ademas de trabajar allí mismo. Al estar en la entrada, pasó una mano por la que asimilaba a ser un cerrojo, inmediatamente se escuchó un crack y la puerta se abrió. Una vez adentro, esta se cerró automáticamente, miro entre las habitaciones alguna que estuviese vaciá. Al fondo del pasillo, halló una al lado de su lugar de trabajo, solo hizo falta mover su mano derecha para crear una cuna de piedra, aunque probablemente esa cuna lo asustaría con su forma tan vulgar.

Lo depositó allí y uso algunas mantas como almohada, miró al pequeño infante allí, no parecía querer despertar, por lo que se dispuso a salir.

— ¿Ahora eres niñero?— una voz femenina habló a sus oídos. Supo distinguir la burla en sus palabras.

—No exactamente, Persephone. — dijo tratando de aparentar tranquilidad.

La reina del infierno, se materializó a un lado de la cuna. Tal y como su nombre lo indicaba; brillaba entre la obscuridad del averno. Miro con una ceja alzada a la criatura en la cuna, luego a Lucifer, ¿Era en serio?

— ¿Piensas explicarme esto, cuñadito?— habló en su típico tono infantil. Lucifer se limitó a rodar los ojos.

«Recuerda; no puedes matarla.» se dijo a si mismo. Cerró los ojos, aquella mujer deseaba realmente verlo perecer.

—El es el hijo de uno de los arcángeles del de arriba, lo he robado de su madre hace poco— explicó pacientemente, aunque sabia que Persephone tenia un cerebro poco iluminado.

— Y... ¿Que piensas hacer con el?— su pregunta, fue la misma que el se había planteado desde el inicio de todo esto.

—No lo se...— admitió — Tenia pensado que fuese mi heredero, pero en realidad no creo que dure mas de los seis días.

Era cierto, todo ángel, o en su defecto alguien que tuviese sangre del mismo, que bajase al infierno perecería a los seis días de permanecer allí. La rara excepción a eso; era su cuñada.

—Entiendes que Él,— señaló a Shun— no llegara a durar los seis días por ser un bebé ¿no?— y por primera vez, el cerebro de la pelinegra dio una respuesta coherente.

—No me lo había planteado...— se alejó un poco de la cuna, al ver que Shun empezaba despertar.

—Yo lo puedo cuidar— ofreció con una sonrisa la fémina—. Ambos somos seres de luz atrapados aquí abajo, yo tengo un contraste poderoso para la oscuridad al ser una diosa; pero el es recién un bebé. Si le llegase a pasar algo solo tendría que darle una de mis semillas especiales — explicó emocionada.

Lucifer alzo las cejas, obviamente impresionado.

«¿Desde cuando ella tiene dos ideas seguidas? » el rey del infierno sonrió levemente.

—Acepto — dijo sin mas—. ¿Estas tan aburrida?— no pudo evitar preguntar.

—Si... Desde que los de arriba mataron a Hades, no hay mucho que hacer en el tártaro.— admitió dejando de sonreír.

Lucifer y Hades eran hermanos, y Persephone al quedar viuda tuvo que hacerse cargo del tártaro ella sola. Recibía ayuda de las brujas consejeras de su esposo, pero no era lo mismo. De vez en cuando iba a visitar a su cuñado para ver como estaba. Ella sabia que las leyendas sobre Lucifer —O Lucy, como ella le decía— no eran ciertas; no era un ser demoníaco que te torturaba hasta el final de la eternidad. Ese era su hermano, Hades, Lucifer se encargaba de seleccionar las almas condenadas al infierno y mandárselas a su hermano para que el se encargase.

— ¿Lo extrañas?— preguntó el, al notar como se había quedado mirando a Shun.

—Era mi esposo...— giró a ver al pelinegro — Eso ni siquiera se pregunta — trató de sonreír, pero lo vio innecesario — Diez milenios mas... — murmuró, refiriéndose a que debían pasar diez milenios mas, para que Hades volviese.

Lucifer salió de la habitación, para entrar a su oficina. Encontrándose con una nota de Chan.

«Señor,

He salido un rato, mi hermano ha vuelto a hacer una de las suyas y lo llevaron a las prisiones del sur, volveré antes de que las llamas del Yokkai se apaguen, o eso espero.

Atte: Chan.»

Tiró la nota lejos de allí. Lo mejor era no tener a Chan cerca de Shun por un rato, la energía negativa de la ex-asesina no era precisamente lo que buscaba para mantener a Shun con vida. Meditó en despedir a la servidumbre que fuese la mas peligrosa, pero desecho la idea al imaginarse los desconsolados gritos agudos de la asiática.

Suspiró, ahora solo quedaba esperar a que Shun se acostumbrase a la energía negativa del infierno. Oyó un llanto proveniente de la habitación de al lado, llevó una mano a su frente. La inutilidad de su cuñada salia a relucir con el tema «Niños»

Solo deseaba que Shun sobreviviese a sus primeros años sin que contrajese alguna enfermedad de los mortales, o que su servidumbre lo matase, cualquiera de las dos era valida.