Versailles no Bara: Época de cambios

Sinopsis: Durante la batalla de la toma de la Bastilla, la comandante Oscar aún herida sigue luchando, después de la perdida de una de las personas más importantes de su vida, pero tras la caída, ella resulta gravemente herida, más no fallecida, uno de sus soldados, Alain y Rosalie que le deben la vida a Oscar, no pueden permitir la anhelada muerte de la moribunda comandante. La continuación de la Rosa de Versalles, en un universo donde Oscar ha sobrevivido.

Capítulo 01

La petición incumplida.

Sí… por esa persona yo hubiera dado todo… ¿Cómo acceder a lo que me pedía? La muerte se vuelve una alternativa tan seductora cuando se ha perdido todo lo que se ama. Yo también quería la muerte, y la peor de todas las locuras, al perder a las únicas personas que sintieron el frío de la noche y el hambre más insoportable a mi lado. Quién hubiese imaginado el rumbo de mi vida cuando le conocí… En ninguna de las ocasiones anteriores se me dio la egoísta oportunidad de escoger por ellas ¿Por qué ahora? El corazón roto de mi hermana fue bastante motivo para perecer, descubrirla suspendida por una cuerda, gastada de sostener el peso de su cuerpo, inerte y helado por haber sido desmerecida, por un maldito aristócrata, la desechó simplemente porque no era hija de comerciantes, ¡¿De qué sirve el titulo?! ¡El titulo no va siempre de la mano con el poder monetario de un verdadero burgués! Con la muerte de Diane, el rencor se acrecentó incontrolablemente, perdí la cabeza. Luego de eso me vi envuelto en la penumbra de la habitación, desconocía los días y las horas transcurridas. Hacerle compañía… sólo pensaba en eso, que tan sola estaría Diane mientras su hermano se mantenía ausente, en lo que vendría a ser una catástrofe para su plan de una felicidad futura, lo contenta que estaba, lo emocionada se le denotaba en la mirada, reía con mayor frecuencia, había jurado proteger su felicidad, pero como todo lo demás fui un incapaz… y como tal, más de una vida valiosa se apagó por mi inacción. Poco después mi madre la seguiría en la agonía, hasta que la casa quedó deshabitada en su totalidad, entonces recordé que tenía alguien más que esperaba por mí, además de mis compañeros, esa persona tenia fe en mí. Sus ojos penetrantes y altivos, la apostura con la cual infundía valor a sus hombres, como un efecto de extraña y cómica imitación, porque como mis compañeros, también caería domado de su honradez y bravura, mi rebeldía infantil para ella se tornó en admiración disimulada, enajenado por ella, como todos los que la conocieron. Sin duda, semejante sentimiento sería fatal para todo aquel decidido de amarla en todo momento y lugar, así sea… un campo de batalla. ¿Fue la bala o el amor lo que estalló en su pecho? ¿André, sabías que esto sucedería? ¿Aún cuando todos te dijimos que serías una carga para el comandante? Fuiste tan estúpido en ocultárselo al comandante, y nosotros igual por encubrirte. Sus ojos diáfanos fijos en los tuyos que por un milagro, por misericordia, por tu vida de peón de los nobles, se maravillaron con observar su belleza inquietante una vez más. Esa belleza que se mofa del género femenino y masculino. André, has sufrido el destino de alguien que se enamora tercamente de un soldado, si no pudiste entender su naturaleza, era de evidente que esto sucedería. Ella es una bala como todos nosotros, atinaría o no al blanco señalado, no es una mujer, no había cabida para los sentimientos. No podía dejarla morir. Por eso te ruego me perdones por no gastar otra bala… a ella.

14 de julio de 1789, París.

Los gritos y llantos recorrían a lo largo y ancho de la ciudad de Paris, el derramamiento de sangre y esos sonidos lamentables no disminuían el ánimo del pueblo, por llegar a como dé lugar a tomar el bastión que enorgullecía al régimen de su majestad el rey Luis XVI. Antes tranquilo de que sus tropas no le defraudarían en suprimir dicha refriega, ahora contaba los minutos transcurridos, aguardando el desenlace de lo que en otro momento no hubiese sido preocupante. Perder la Bastilla. El aroma de la pólvora empleada en los cañones, para equipararse al bando monárquico, una marea iracunda, era demasiado para la cantidad de soldados al resguardo de la fortaleza. Los intrépidos ataques de la guardia francesa, considerados traidores por recordar sus orígenes, arremetían contra sus antiguos aliados.

— ¡Coraje! ¡Eso es! ¡Sigan avanzando y revienten las puertas! —dijo Oscar, sin atreverse a dar un paso en retroceso, ahora que habían alcanzado un punto de quiebre no estaría dispuesta a flaquear, sus ojos rojos, su voz áspera, rota de tanto gritar por sobre el escándalo que reinaba, sus cabellos rubios enmarañados, levemente cenicientos por el polvo que se levantaba a su alrededor, las horas de pie, sosteniendo su espada, al frente de sus tropas y del peligro, con un sol calcinante, tanto que ella como sus soldado poco a poco iban deshidratándose. Su reciente perdida la tenía en un estado de adrenalina, obsesionada con acabar con lo empezado, su deber para con su gente, siquiera detenerse a pensar en lo perdido la ahogaba, pelear no bastaría, ni la haría volver al pasado, a cada que se volvía miraba a mujeres, hombres, niños y ancianos llorando con una fuerza similar a la propia, al final todos habían perdido a alguien, no obstante tuvieron una ventaja a diferencia de ella… disfrutaron los años, los meses y los días a esos familiares, con el conocimiento de su importancia, Oscar sabía que André era importante, lo que no sabía era de lo poco que duraría la noticia de hacerlo sentirse correspondido. El pensamiento de la carga de su muerte y de que no estaba más en este mundo la mortificaba. Debido a ese sentimiento la entrega a la batalla que mostraba era desconcertante para los ciudadanos que defendía pujantemente, Sin embargo, o se daba cuenta de que esa aparente entrega sería considerada como un gravísimo error para sus hombres, no ocultarse, que su figura estuviera a la completa visión del adversario.

— ¡Mira allá! — Dijo un soldado sobre los muros de la fortaleza— ¡Apunta al comandante! ¡Si nos deshacemos de él los otros caerán de inmediato! ¡Deprisa ahora que está desprotegido!

— ¡No escaparás traidor! ¡Ahora morirás! —gritó su compañero airado mientras apuntaba en su objetivo, luego de presionar el gatillo se oyó la fuerte detonación a unos metros del segundo al mando de la tropa.

Un calor y ardor agudo se acrecentó en el brazo de la cabeza del regimiento, la bala era el fin de un dolor que creía no iba a terminarse, de todas formas las descargas no se detuvieron contra el cuerpo tambaleante, ni hubo tiempo de alcanzar a ver de dónde provenía esa bala, de ahí una segunda descarga.

— ¡Comandante! —Gritó Alain fuera de sí, una corriente atravesó su pecho, sus ojos abiertos desmesuradamente apreciaron como el cuerpo de Oscar se empapaba de sangre, la guerrera azulada se teñía de la sangre que manaba copiosamente, otra bala en un lugar estratégico significaría el fin para ella.

— ¿¡Qué diablos están esperando?! ¡Ya la tenemos! ¡Fuego! ¡Fuego! —dijo el comandante a la protección de la fortaleza, se sostenía impotente sobre la muralla de piedra.

— ¡E… eso intento comandante! —Dijo casi tartamudeando el soldado que había disparado a la primera, preparaba tembloroso su fusil para otra descarga. A su lado otros apuntaban al blanco desesperados por cumplir la orden.

¡No, no puedes morir! ¿¡Te irás?! ¡No puedo permitirlo! ¡No pienso dejarte ir! ¡Mis amigos…! ¡¿Y ahora tú?!

— ¡Oscar! —Dijo con la voz rota, verla temblar en ese instante de impactar la bala lo asaltó de un pánico espantoso, no faltaría para que el siguiente punto fuese el pecho, moriría del mismo modo que la última perdida del regimiento, sofocada por el dolor de la bala que cortaría su respiración, drenándole la vida. Entonces el siguiente disparo se oyó detonar. Estiraba cuanto le fue posible sus extremidades, haciendo grandes zancadas, hasta que antes de que la bala alcanzara el pecho la cubrió con su brazo. Entonces ambos rodaron por el suelo polvoriento, si, la bala encestó, pero en un punto que no significaría de vida o muerte, una pierna. Adolorido la arrastró consigo tras uno de los cañones.

"André… Mi André, pronto estaré contigo, espérame, enseguida iré… no demoraré… no quedará mucho para estar de nuevo entre tus brazos. ¿Cómo pude involucrarte en esto? Inocente de todo lo que pasa… te veía con una expresión que delataba que algo te mantenía intranquilo. Pero mayor era mi temor al futuro que estaba por perderse. Se hubiese perdido de no haber hecho nada. Lo sabía… algo se perdería. No era el futuro de la patria francesa. Eras tú… esa bala tenía mi nombre, tenía escrito mi nombre, así como todo lo que estuviese reservado para mí, un día seria tuyo también. Eso era lo que tratabas de hacerme ver con tus acciones y modo de proceder. Mi corazón fue lo que estalló cuando esa bala dio de lleno en tu pecho. Dios mío… me has matado, la sangre que ahora se escurre por mis heridas no me mató, me mataste al matarlo a él. ¡¿Por qué lo hiciste señor?! Partí consiente de que por ser la cabeza me cortarían del cuerpo, y a sabiendas de mi punto débil diste de todos modos en la ubicación de mi corazón".

— ¡Comandante!

— ¡Alain tu brazo! —Dijo uno de los soldados que se aproximaba a Alain, que cargaba el cuerpo sangrante de la comandante.

— ¡Estaré bien! —Respondió alterado, para luego reparar en la mujer que respiraba dificulta por la pérdida de sangre y el ardor en sus heridas.

—No… no se detengan… …si… sigan disparando…. Un esfuerzo más y la Bastilla caerá. — Dijo Oscar dificulta, jadeó presa de un dolor incesante— ¡Sigan! —todavía inquietos de ver a su cabecilla mojado de sangre prosiguieron con su tarea de obedecer órdenes, así vinieran de una mujer que luchaba por conservar sus sentidos.

No muy lejos, minutos antes, una jovencita diligentemente ayudaba a trasladar a los heridos de la batalla, con pocos insumos atendían las heridas profundas de los afectados, muy pocos eran capaces de sobrevivir las hemorragias, unos morían por las infecciones causadas por el ambiente de podredumbre, los cuerpos se acumulaban al pasar las horas, más todavía por el calor que adelantaba la descomposición de los cuerpos, en medio del ataque muy difícilmente todos recibieron una santa sepultura. Acumularon a toda la gente que fuese lo bastante adecuada para servir de ayudante de cirujano, entre esos aquellos que tuviesen habilidad con cuchillos para de ese modo extraer balas de lugares no tan comprometedores para la vida de los heridos, en medio de las cirugías carpinteros colaboraban con aserrín, para la absorción de la sangre bajo la mesa donde trabajase el médico. Los heridos incrementaban con los minutos, un hombre gritaba mientras que dos hombres le sostenían para que le fuese realizada una amputación. La jovencita con expresión nauseabunda aparta la vista.

— ¡Resista hombre! ¡De no cortársela lo siguiente que verá será la tumba! —Dijo Cesar al apretar los brazos del herido.

— ¡No! ¡Se los suplico! ¡No me la corten! ¡Antes la muerte que irme incompleto! ¡Maldita sea la corona! ¡Malditos sean los nobles! ¡Me hicieron un remedo de lo que alguna vez fui! ¡Me quieren lisiado estos malnacidos!—Dijo el herido, con los ojos inyectados de sangre, rojos, producto de su largo llanto, se agitaba en brazos de quienes lo contenían. — ¡Mátenme! ¡Os lo ruego! ¡¿Qué será de mí?!

— ¿Cómo te llamas? ¿Qué hay de tu familia? ¿La gente que te ama? ¡No puedes abandonarlos! ¡Debes poseer un motivo para vivir! ¡Por lo menos uno!—Dijo Rosalie, su garganta ahora se contraía ante el sufriente, el hecho de alzar su voz para el futuro invalido le era difícil.

— ¡Barnabé Devaux! ¡Nadie me espera en casa! ¡Señorita lo he perdido todo! ¡Mi hijo apenas hacia unos siete meses murió de hambre! ¡Y mi mujer al no aguantar la existencia murió siguiendo a mi hijo! ¡Lo he perdido todo! ¡¿Qué mujer va a amar a un hombre que jamás estará a su altura, ni la vera a los ojos?! ¡Un brazo podría tolerarlo, una pierna jamás!

La joven palideció, turbada lo veía llorar, ¿Qué podía decirle? Mentiría de hablarle de una vida acomodada y de un futuro amor y una familia. En su caso tuvo suerte de hallar la compañía de su cónyuge, una de las pocas personas con las cuales pudo desahogarse sin sentirse presionada u obligada de sonreír, entendía la histeria de este hombre, su nombre, Devaux, quería decir, valor, pero muy pocos pueden seguir desde las cenizas de su existencia. El hombre se descontroló cuando a su lado el médico limpiaba una cierra húmeda de sangre. Al no soportarlo se apartó automáticamente de la escena, salió del interior del callejón donde daban atención a los necesitados de una cirugía. Agobiada fijó su vista al deplorable espectáculo. París envuelta en un absoluto caos. — ¡Bernard!—posó su mano en su frente pálida y sudorosa.

— ¿Qué sucede? ¿Te sientes mal Rosalie? —Bernard por su parte con un fusil en mano protegía la entrada del callejón, oyó que Rosalie lo llamaba, se acercó para lentamente colocar su mano en el hombro de su joven esposa. —Si es la sangre y el ambiente, puedes continuar trayendo a los heridos, no tienes por qué quedarte a ver, hay mucha gente necesitada de atención médica.

—Perdóname…—Dijo amarga y fatigosamente. —No es la sangre… tampoco la pestilencia ni los cuerpos. No resisto su grito de dolor por ver como ante sus ojos le quitan su libertad, y orgullo. ¿Qué será de ese hombre terminado todo? No hay familia que vele por él…—su cuerpo temblaba a causa de la empatía que le transmitía el herido.

—Rosalie… Te aseguro que ese hombre, terminada esta época de miseria, se deleitará de la Francia que todo ciudadano ha anhelado con el alma. Nadie dice que un hijo nace entre risas, la madre en el momento de dar a luz tiene una lucha con su dolor, para traer a su hijo al mundo. Lo mismo nos ocurre. —Dijo comprensivo del sacrificio psicológico de su esposa. — En la nueva Francia trabajaremos para que haya espacio y atención para los necesitados y discapacitados.

—Precisan de mí para encontrar ayuda…—dijo ausente. De pronto su cuerpo se estremeció cuando escuchó como alguien estridentemente gritaba "¡Oscar!". Se llevó una mano al pecho, un mal presentimiento se apoderó de ella.

"¿¡Señor Oscar?! ¡¿Fue herida?! ¡Lo que menos deseo es verte empapada en sangre! ¡Te lo pido por lo que más quieras mantente con vida!"

Raudamente siguió los gritos, se adentró entre la neblina de polvo, a su alrededor caballos caían casi estáticos por las balas que atinaban a sus cabezas, esquivaba a las bestias que se precipitaban pesadamente en el suelo con sus jinetes. Hizo lo posible por evadir los peligros del campo, a sus espaldas su esposo la perseguía sobresaltado, la llamaba angustiado de su seguridad, y sin embargo, la joven no hacía caso a razones, corría expuesta a los peligros del campo de batalla. Atenta a las voces e ignorando los disparos y estallidos que se suscitaban, buscaba esa voz que había pronunciado el nombre del señor Oscar. Su concentración estaba exclusivamente dirigida a encontrar al convaleciente comandante. Entonces posteriormente logró distinguir a un soldado que caminaba algo tambaleante con una melena rubia que colgaba de su hombro, además de unas piernas que se asomaban por su brazo, era a quien buscaba.

— ¿Señor Oscar? —Se acercó hasta que pudo verlos frente a frente— ¡¿Señor Oscar?! —Se acercó a tocar las heridas de la mujer, le costaba reconocer su uniforme por el despojo en que fue convertido— ¡Sea fuerte señor Oscar! ¡Soy yo, Rosalie! ¡Por allá atienden a los heridos!

— Por… favor… Dé… déjenme ir… ¡Ahora!

— ¡No! ¡Resista! ¡Ya casi llegamos señor Oscar! ¡Pronto, por aquí!

— ¡Comandante!

—Me espera André… me está esperando… Dé… déjenme ir…—Dijo Oscar entre lágrimas, un alivio para su tormento era que permitiesen que su cuerpo fuese vaciándose en su totalidad de sangre.

Alain y Rosalie intercambiaron una mirada que expresaba el mismo sentimiento, confusión. ¿Cómo reaccionar a esa petición? Las lágrimas que se escapaban de sus ojos delataban el nivel de sufrimiento, un sufrimiento mutuo, alguien que les había dado un motivo para seguir adelante, desfallecía en los brazos de su segundo al mando, sus mejillas perdían su típico rubor para irse extinguiendo, adoptando un tono pálido y brilloso producto del sudor.

— ¡¿Señor Oscar me oye?! ¡No se mueva, ahora detendremos la hemorragia!—Respondió Rosalie, consternada busco en su bolsillo un pañuelo lo bastante amplio para detener el sangrado, empezó a amarrar en el brazo herido un pedazo de la venda improvisada.

Oírla pedirles que dejasen ir su alma, provocó en Alain una necesidad de mirar el ambiente en donde se le esperaría como tumba, para un soldado que cumplió su propósito. Los caballos descomponiéndose sobre los cuerpos de sus jinetes aplastados, los cadáveres de sus compañeros, sus amigos, cada uno dio su vida por el otro, siendo arrastrados por suerte de la línea de fuego, sin embargo, no siempre se tendría esa fortuna, de tratarse de un bosque, una llanura, pradera, o pantano donde se hubiese llevado a cabo el conflicto, sus cuerpos se quedarían donde perecieron, sin retornar a su hogar. Oscar era un soldado, su belleza desaparecería sin pena ni gloria, bajo el agua, u oculta entre matorrales, en este caso en una neblina de polvo y humo.

"Un soldado es una bala, nada más que eso… Nadie recuerda a una bala, ¿Cómo una bala va a ser guardada para la posteridad? ¿Ella merece esto? ¿André crees que ella merece esto? ¡¿Desaparecerá en esta neblina para que puedas llevártela?! ¡Aún hay tiempo! ¡Puedo salvarla! ¡Diane y madre se han marchado a un sitio apartado de mí! ¡Un paraíso libre de armas! ¡El paraíso no es sitio para una bala!"

De pronto, sorpresivamente una bandera se alzó en lo alto de la fortaleza, a sus espaldas la gente vitoreaba a lo que parecía ser el final de la cruenta batalla, se estremecieron asombrados de la victoria del pueblo, que se creía sin posibilidades de aniquilar la represión, las calles de París y los barrios obreros ahora estaban seguros del ataque de los cañones, una vieja amenaza para la clase obrera. — ¡Comandante allá en lo alto de la torre de la Bastilla! ¡Una bandera blanca! —Dijo Alain al borde del asombro—Esto lo ha logrado también usted… todos nosotros… con el pueblo…

—Finalmente ha caído… oh, pueblo francés magnifico y valiente… Liberté… fraternité… Estos son los nobles ideales… que formarán los cimientos de la humanidad por siempre… vive la France… Oh, Francia…—Alain indiferente miraba como los ojos de Oscar iban cerrándose, inmediatamente después de esto, la envuelve en sus brazos para cargarla a costa de su propia herida sin tratar. Echa un quejido debido al roce de la tela. Camina con pasos largos, apremiado de salvar a su comandante.

—Tú… tú… ¿Tú no te negarás a ayudarme a salvarla? —Dijo Rosalie trémula. Caminando al mismo ritmo que el insólito soldado, casi trotando.

— ¡Que esto quede entre nosotros niña! ¡La responsabilidad de su vida es mía! ¡Herir su vanidad será mi culpa, no tuya! ¡El primero en entenderla y el primero en traicionar su confianza!

— ¡Yo también iba a salvarla! ¡Pensé lo mismo! ¡Del mismo modo estaba dispuesta a salvarla!

—Te note insegura, ibas a obedecer, le trataste el brazo ¡¿Pero qué sucede con el que falta?!

— ¡No! —Dijo Rosalie en un grito ahogado. — ¡La conozco desde mi adolescencia! ¡Sin embargo, estaba por tratarla! ¡A ti no he visto nunca! —Enjuga sus lágrimas.

— ¡Como si una niña pudiese entendernos a nosotros los soldados! —Dijo Alain sarcástico. — El comandante es un soldado antes que mujer, ella deseaba morir en batalla, quería morir terminado su propósito, no partiría hasta concluirlo…

—Soy Rosalie… Rosalie Chatelet.

— ¿Chatelet? —Pestañeó—Me suena de algún sito ese nombre… hmmm…

—No me dijiste tu nombre…

—Alain de Soisson.

Bernard gritaba a pulmón limpio, buscando a su esposa, preguntaba por ella pero no tenía señales de su rastro, secó su frente sudorosa con un pañuelo. — ¡Por todos los cielos! ¡¿A dónde fue?! —Cuando se vuelve a sus espaldas, divisa a una mujer, era ella, que se aproximaba con un hombre, no lograba distinguir bien a su acompañante. —Debe ser ella trayendo heridos…—Hasta que se percató de que era un hombre que llevaba en brazos a su principal rival amoroso. — ¡¿Oscar?!

— ¡Bernard! ¡Es urgente! ¡Está muy mal! ¡Ha perdido sangre!

—Si lo sé… lo complicado es conseguir un médico que este libre. —Dijo Bernard descompuesto por la imagen. Jamás había visto a Oscar así, pálida, como una especie de muñeca de cera. — ¡Acompáñenme! ¡Le debo la vida a Oscar! ¡No la dejaremos morir!

Bernard tomó a la convaleciente de los brazos de Alain, el soldado algo inseguro entregó a la mujer, la trasladó al lugar donde atendían a los heridos, hombres y mujeres lloraban desconsolados, pero hubo un hombre que estaba sonriente, que sentado miraba un cadáver cubierto por una manta polvorienta, pasa sus dedos por entre las hebras de sus cabellos algo acalorado, de pestañas oscuras y largas, inusuales para la cualquiera, de labios pequeños, ojos castaños e inciertos, su expresión de perfidia contrastaba con la de los sufrientes, belleza andrógina que acrecentaba la frialdad que ostentaba. Fijó interesado su vista en su pariente, recostando a una mujer sobre una mesa amplia. Mueble perteneciente al dueño de una taberna, que colaboraba con la causa revolucionaria.

— ¿Doctor que sucedió?

— Otra pérdida, señor Chatelet, no le presté importancia. ¿Qué me trae? —Dijo el médico con disposición.

— ¿Perdida? No hable con eufemismos doctor… era previsible que ese hombre quería morir…—Dijo Saint Just burlonamente. Alzaba sus brazos de un modo casi teatral, dando pasos similares a una especie de baile. —pidió descansar en el seno del Dios de los nobles, y de los reyes, evidentemente merecía morir…

— ¡¿Florelle?! —Dijo Bernard estupefacto, acabado de acomodar a la mujer, da una zancada para pescar al joven por la chaqueta. —Más tarde hablaremos de esto…No estoy seguro de lo que pensará Robespierre de ti por lo que hiciste. —Dijo entre dientes. Empuja a Saint Just a la esquina donde lo habían relegado.

—Sálvela doctor…—Dijo Alain a las espaldas de ellos, presionaba su brazo tratando de mitigar el sangrado.

—La salvaré, pero usted también precisa de atención. —Reparó en la herida del muchacho.

—Lo sé… pero antes… antes prométame que hará lo que sea por curarla, no son heridas de muerte, no obstante, la mano en como sea tratada es necesaria para su sanación. —Dijo Alain debilitado, se resistía al dolor que lo aquejaba.

— ¡Muchacho no tienes por qué decirme como hacer mi trabajo!—Dijo el médico disgustado, mientras se ocupaba de abrir el uniforme ensangrentado, para proceder a retirar las balas. Grande fue su sorpresa cuando siente como el joven impertinente se desplomaba como una pirámide de naipes. — ¡Por Dios! ¡Hagan algo con él!

— ¡Alain! ¡Bernard, ayúdame con él! —Gritó Rosalie alarmada, se dispusieron con la ayuda de dos hombres a levantarlo, para trasladarlo como a la comandante a otra mesa de operaciones. Bernard levantaba una lámpara de aceite para iluminar de mejor modo la herida de Alain, otro médico se ofreció a atenderlo. Rosalie por su parte hizo lo mismo pero para con las heridas de Oscar.

"Comandante… no muera… esto no puede ser su final… esta otra persona, a la cual quiero, cuya felicidad era lo primordial, si muere… si muere no habrá nadie que tome su lugar en el mundo... ese día yo entendí lo que era amar a alguien, aunque este lejos de un sueño, ya el hecho de que viva es una bendición… si uno de los dos debe vivir, por favor, escógela a ella... Oh, señor… a ella".

Tras la toma de la prisión de la Bastilla. El pueblo decapitó al comandante que estaba a su cargo, el marqués Bernard de Launay. Terminada su ejecución fueron liberados de su encierro, cuatro presos políticos de la fortaleza. Regresando la multitud a lo que vendría a ser el ayuntamiento, oficina del alcalde, Jacques de Flesselles, el pueblo lo acusó de traidor, para después recibir un balazo en la cabeza, seguidamente de eso, su cabeza fue decapitada para ser exhibida en la ciudad, clavada en una pica. Esto se convirtió en una costumbre muy habitual en la población parisina, el nacimiento del paseo de los decapitados por las calles de la ciudad durante la revolución.

—Hmmm…—murmuro Alain, sus parpados se abrían con dificultad, al abrirlos advirtió que no se hallaba en su casa, ni tampoco en las carracas del cuartel de la guardia francesa. —Mi cabeza… yo… yo... ¡A… arg…!— Aprieta su brazo enfermo, se encontró con el torso vendado casi a la mitad, traía puesta una camisa que al parecer no era suya.

— ¡Bernard ven rápido! ¡Alain ha despertado! ¡Por fin ha abierto sus ojos!

— ¡Alain! —Gritó Bernard al entrar a la habitación, contento de la noticia.

— ¡Ustedes…!

—Quédate ahí… aún no puedes moverte, iré por un poco de agua. ¡Bernard vigílalo! —Dijo Rosalie, se había retirado a la sala de la casa, mientras Alain intentaba levantarse de la cama.

— ¿Qué pasó con los oficiales de la guardia francesa…? ¿Mis amigos? ¡¿François Armand?! ¡¿Jules?! ¡¿Jean?!¡¿Michel?! —La única respuesta de parte de Bernard fue silencio, acompañada de una amarga mirada. —Y… ¡¿El comandante?! ¡Es cierto! ¡¿Qué hay del comandante?! —Paranoico arrastra sus piernas a la orilla del colchón.

— ¿Ella? No tienes de que preocuparte, Oscar se encuentra bien…—Esboza una sonrisa para transmitirle calma al hombre. —Aunque no es momento de que te muevas de la cama. —Tomó sus hombros induciéndolo a recostarse. —Está en la otra habitación, recuperándose de una fuerte fiebre al igual que tú… Te has recuperado un poco más rápido que ella, no obstante es comprensible, después de todo recibió dos heridas más, gracias a ti, según me contaron, hubiese recibido un serio balazo en su vientre, evitaste que eso sucediera, lograste que fuera en su pierna.

—Comandante… está bien… que alivio…—Dijo Alain entre lágrimas, se llevó una mano a su rostro conteniendo el llanto.

—Por cierto te afeité la barba, en cualquier caso descansa hasta que puedas moverte, Rosalie va hacerte algo para comer. —Dicho esto Bernard se retira un segundo, dejando a solas a uno de sus huéspedes.

Contra las reglas y limitaciones impuestas por Bernard y Rosalie, se dispuso a levantarse de la cama. Tambaleante se sostenía de los muebles y muros que hubiese a su paso, en el pasillo vio al fondo una puerta abierta, que se asomaba un resplandor mañanero, iluminando en gran manera el camino. La luz lo llamaba, sentía imperativo llegar a esa puerta, al acercarse un viento refrescante hizo que sus cabellos se agitaran, ya en el umbral, se asomó, y lo que halló compensó el dolor experimentado por las pérdidas de sus compañeros. Oscar dormida junto a la ventana que proporcionaba a la casa de ventilación. Silencioso, procurando no despertarla se acercó a su lecho, había recuperado el rubor en sus mejillas, su cabello rubio como el oro reflejaba la luz vespertina de la mañana, sus parpados cerrados, adornados por frondosas pestañas oscuras, sus labios encendidos al igual que en tiempos pasados, sólo la sangre hacia que esa vitalidad y salud estuviera presente. Haberla cargado y empaparse de su sangre era algo que no toleraba, una tortura en vista y tacto. ¿Qué pasaría si le hubiese permitido exhalar su último aliento? No se lo hubiese perdonado nunca. Con su brazo sano arrastró una silla a sus espaldas, se sentó por el simple gusto de apreciarla, verla dormitar. Ésta vestía del mismo modo, una camisa blanca, probablemente facilitada por Bernard, miró a su alrededor, entonces hubo una cosa que despertó su interés, el uniforme de la comandante, doblado en una pequeña mesa, al parecer Rosalie en sus ratos libres se propuso a zurcirlo, posiblemente aguardando a cuando Oscar despertase, para entregarle su ropa en buenas condiciones. Después bajó la mirada, justo al lado de la cama las botas de su ex oficial al mando. Se veían gastadas, quizás estarían en esas condiciones por las horas transcurridas en la batalla para tomar la Bastilla. De la nada escucha un quejido, casi asustándolo, lo hizo agitar su silla, seguido de eso con los nervios crispados volvió a reparar en la mujer que dormía frente a él.

—Ahhh…—Oscar emitió un quejido de incomodidad, su pecho se ensanchó, dando una gran bocanada de aire, para luego exhalar satisfactoriamente, esa tremenda muestra de que sus pulmones estaban en perfectas condiciones lo llenó de una dicha indescriptible. Inesperadamente los parpados de la mujer fueron abriéndose perezosamente. El sueño de pisar los parajes de Dios había terminado, sus ojos no estarían sellados nuevamente, al abrirse el hombre vislumbró las pupilas de un brillante azul zafiro. Oscar giró su cabeza hacia Alain, lo distinguía ya correctamente, a pesar de permanecer con las pupilas entreabiertas. Al notarse observado por ella éste se enderezó en la silla. — ¿Alain…?—De pronto bruscamente dichos ojos se abren en su totalidad, iracundos, dominados por una ira feroz, clavó con determinación su vista en su ex segundo al mando. — ¡¿Qué has hecho?! ¡¿Por qué lo hiciste?!

Atemorizado se levanta precipitadamente, tirando al suelo la silla, su cuerpo paralizado, la mirada rabiosa lo había arrinconado, intento tragar saliva, pero el nudo en su garganta no se lo permitía, su cuerpo se tensó ante el poderío de su comandante, había roto una petición, ¿Una promesa? No… una orden, era una orden. No hay marcha atrás, pagaría muy caro la decisión que hizo a expensas de ella.

Continuará…

Milagros Vargas-2019