Hola chicas, aquí de nuevo. He decidido empezar por este, Una perfecta idiota, porque es el que lleva más tiempo en el banquillo esperando, y porque, a pesar de ser largo, sus capítulos en sí son relativamente cortos. El fic en portugués se titula Uma perfeita idiota, y es de Madame Prefeita, la misma autora de los fics Los vampiros también lloran e Infidelidad. Así que, yo creo que os va a gustar mucho.
Capítulo 1
«¿Dónde estabas, Regina? Sabes que detesto los atrasos, principalmente a la hora de las comidas» dijo Cora, lanzándole una mirada reprobatoria a su hija pequeña.
«¿Cómo que dónde estaba? Trabajando, ¿lo olvidaste?»
«La empresa cierra a las cinco y ya son casi las siete»
«¡Si tus trabajadores fueran personas eficientes, y tu hija tuviera algo de responsabilidad, yo no tendría que quedarme allí hasta esta hora!»
«¿Estás hablando de mí?» preguntó Zelena, en tono guasón
«¡Estoy diciendo que si no fuera por mí, aquella empresa ya se habría ido a la ruina!» vociferó Regina
«Relájate, hermanita. La vida no se resume a trabajo y más trabajo. Envejecerás antes de tiempo» dijo Zelena, sentándose al lado de Cora.
«Ahórrame el discurso de siempre, Zelena. Bueno, ¿dónde está papá?» preguntó Regina
«En el despacho» replicó Cora
«Voy a tomar un baño y ya bajo para cenar» dijo ella, mientras caminaba hacia las escaleras «¿Qué ruido es ese?» preguntó Regina, deteniéndose en cuanto puso un pie en el primer escalón
«Gold ha alquilado la casa de al lado. ¡Detesto a esos vecinos escandalosos!» dijo Cora y ella se encogió de hombros, continuando su camino.
En cuanto entró en su habitación, Regina se quitó la ropa cuidadosamente y se dejó relajar unos minutos dentro de la bañera. Desde que había sido nombrada presidenta de la empresa Mill Export, por su padre, Henry Mills, Regina se dedicaba en cuerpo y alma a los negocios, muchas veces yendo a trabajar incluso los fines de semana. A pesar de que Zelena era la mayor, nunca se mostró interesada en asumir con tanta responsabilidad y seriedad la empresa de la familia y por ese y otros motivos, Cora insistió para que esa tarea fuera destinada a Regina.
«Puede servir la cena, Úrsula» dijo Cora, en cuanto sus ojos divisaron la figura de Regina bajando las escaleras.
«¿Sabes quién preguntó por ti, hermanita? Milah, aquella "becaria" tuya… dijo que sentía nostalgia y…»
«¡Zelena, por favor! ¡No empieces con tus tonterías porque no lo voy a tolerar!» Cora se adelantó a reprenderla, ya que sabía perfectamente a dónde quería llegar Zelena con aquellos comentarios, que según ella, eran innecesarios.
Cora, aunque no hablara mucho sobre ello, nunca aceptó por completo y de buen grado, la orientación sexual de Regina. Durante muchos años, creyó, o menor, quería creer que la relación de su hija pequeña con otras mujeres no era más que una fase o fantasías de adolescente para llamar la atención, o por seguir una determinada "moda". Sin embargo, el tiempo pasó y se dio cuenta que, ya adulta, incluso pasados sus treinta años, Regina continuaba sustituyendo la compañía de los hombres por la compañía femenina. Desde entonces, ella procuraba una forma u otra de interferir en todas las relaciones de su hija, incluso, ocupaba todo su tiempo con trabajo para que ella ni siquiera pensase en una posible relación.
La cena en familia transcurrió como casi siempre, entre charlas generalmente relacionadas con el desempeño y las ganancias de la empresa. Zelena, cada cierto tiempo, intentaba cambiar de tema mencionando las relaciones y aventuras desastrosas de Regina con la intención de enfadar a Cora, y sin duda alguna, siempre lo conseguía.
«¿Por qué haces eso?» preguntó Regina mientras se encaminaba a su cuarto
«¿El qué?» preguntó Zelena
«Enfadar a mamá con esos comentarios…ya lo sabes…no le gusta hablar de eso»
«Es solo para cambiar de tema y hablar de algo menos serio. A propósito, ¿qué ocurrió con tu nueva secretaria?»
«No es mi tipo»
«¿Por qué?»
«Muy fresca, y para fresca, me bastó yo sola» dijo y ambas se echaron a reír
«¿Ya te vas a dormir? ¡Mañana es sábado!» dijo Zelena
«Voy a leer un poco, pero quiero irme a dormir temprano, estoy cansada»
«Entonces, ¡buenas noches, hermanita!» exclamó Zelena, dándole un beso
«Buenas noches»
Regina despertó con el estridente ruido de lo que parecía una sierra eléctrica o algo de eso, porque al principio no lo logró identificar bien. Al abrir los ojos y observar la hora en el móvil, maldijo al mundo entero al constatar que pasaba muy poco de las seis de la mañana. Era sábado y no tenía que conducir a la empresa y por eso sus planes consistían en dormir por lo menos hasta las ocho, sin embargo, no iba a ser posible.
«¿Pero qué mierda de ruido es ese?» se preguntó a sí misma, mientras se levantaba y caminaba hacia la ventana. Sus ojos recorrieron la casa de al lado y nada encontró, sin embargo, era de ahí de donde venía aquel ruido «¡Maldición! ¡Era solo lo que faltaba!» exclamó, tirándose de nuevo sobre la cama, pero para su desgracia el ruido no cesó y ella terminó por levantarse.
«¿Hija estás despierta?» preguntó Henry, dándole un beso en la cabeza
«¿Y quién puede dormir con todo ese escándalo?»
«¿Qué escándalo?»
«¿No has oído el ruido que el nuevo vecino está haciendo?»
«No, mi amor. Creo que es porque tu cuarto es el único con balcón y ventana hacia ese lado…»
«¡Me lo merezco!»
«Ven, vamos a tomar un café para relajarnos…»
El resto de la mañana se pasó tranquilamente. Alrededor del mediodía, Cora informó que iría de compras y Henry la acompañaría. Zelena ya se había ido más temprano, así que solo quedarían en la casa Regina y los empleados.
«Úrsula, estaré en mi cuarto revisando algunos papeles. No estoy para nadie, ¿entendido?» dijo Regina
«Sí, señora» respondió el ama de llaves.
Regina se acomodó en su cama para revisar los nuevos contratos que serían cerrados en la próxima semana, pero su concentración y tranquilidad se fueron por el desagüe cuando de nuevo el irritante ruido de hizo presente desde la casa de al lado.
«¡Ah, no! ¡Esto es imposible!» murmuró, levantándose bruscamente «¡Ese maldito no va a arruinar mi sábado!» añadió, mientras caminaba a paso firme y apresado
Parada frente a la casa de al lado, Regina cruzó los brazos observando a un señor de media edad al lado de un muchacho que tendría alrededor de unos dieciocho años, soldando una placa donde se podía leer: Taller de Emma.
«¿Taller de Emma? ¡Qué payasada!» murmuró Regina, acercándose al hombre mayor «¿El señor no cree que lleva haciendo mucho ruido desde ayer?» preguntó, sin esconder su malestar
«Solo estoy haciendo mi trabajo. Si tiene alguna queja, hable con el dueño del taller» respondió el hombre, retomando lo que segundos atrás estaba haciendo.
«¿Dónde está el propietario?» preguntó ella, entrando en el taller cuando el joven señaló en esa dirección.
Regina caminó apresuradamente hacia la dirección señalada al mismo tiempo que murmuraba su insatisfacción ante la manera nada amable en la que había sido tratada. Sus ojos recorrieron el sitio, y se encontraron con alguien, a quien creyó el dueño del taller, debajo de un coche. Tras unos segundos de espera, Regina hizo amago de agacharse, ya que no era posible ver nada más que las piernas cubiertas por lo que parecía ser un mono azul del individuo echado bajo el vehículo, sin embargo, optó por no molestarse y decidió quedarse como estaba.
«¿El señor podría, por amabilidad, dedicarme un minuto de su atención?» dijo
Los segundos, que más parecieron horas, pasaron mientras, impaciente, aguardaba una respuesta. Sus brazos se cruzaron bajo sus pechos y su mirada volvió a analizar el lugar, maldiciendo a Gold mentalmente por alquilar una casa tan bonita para que el garaje fuera transformado en aquel desastre. Sin previo aviso, fue sacada de sus pensamientos cuando el ruido de las rueditas de la tabla se deslizó hacia fuera, dejando ver una figura completamente diferente a la que ella imaginó minutos atrás.
«¿Sí?» dijo Emma, manteniendo sus ojos verde claro y brillantes fijos en los castaños que tenía enfrente.
Regina parecía encontrarse en una especie de trance. Sus labios entreabiertos y los ojos parcialmente desorbitados denotaban claramente la sorpresa que acababa de recibir. Como si estuviese en shock, Regina intentó formular algunas palabras, sin embargo ningún sonido escapó de su boca.
«¿Algún problema, señora? ¿Está viendo a algún fantasma?» preguntó Emma, aunque supiera perfectamente la razón de aquella reacción
«¡Casi!» respondió Regina
«¿Casi qué?» cuestionó Emma
«Usted es una especie de fantasma porque es la primera vez que veo a una mujer en estas…condiciones»
«¿Qué condiciones?»
«Condiciones nada apropiadas para una mujer»
«No creo que mis condiciones sean de su incumbencia»
«¡Encima insolente!»
«¡Creo que será mejor que la señora me diga de una vez que desea y deje de quitarme tiempo!»
«¡Señora no! ¡Señorita!»
«Lo que sea. ¿Ahora me puede decir lo que quiere?»
«¡Quiero que pare con ese ruido irritante!»
«¿Qué ruido? Yo no oigo nada»
«¡El ruido de la sierra eléctrica!»
«No trabajo con sierra eléctrica»
«Me refiero a aquella cosa ridícula que están colocando en la entrada»
«¡Lo único ridículo aquí es usted, señorita!»
«¿Cómo se atreve?» preguntó Regina, estampándole una bofetada
Esta vez, fue Emma la que se encontró sin reacción. Instintivamente se llevó la mano derecha al rostro como si intentara suavizar el ardor causado por aquella bofetada. Antes de que pudiera manifestarse, el soldador apareció informando de que la placa ya estaba lista y en su debido sitio.
«¿Alguna cosa más, señorita?» preguntó Emma, y sin decir una sola palabra más, Regina se retiró
Regina volvió a paso ligero a su casa, furiosa y aparentemente arrepentida por la bofetada, aunque se dijera a sí misma que esta había sido merecida. Tras recoger los papeles de su cuarto, se encerró en el despacho con la intención de evitar un enfado mayor.
Tras algunos minutos solo hojeando los papeles en sus manos, Regina se encontró pensando en su desastroso encuentro con la vecina de al lado. Por más que la ropa que llevaba aquella mujer no fueran, ni de lejos, algo que pudiera llamarse decente, Regina tenía que admitir que poseía un rostro que cualquier modelo le gustaría tener, y el cabello más increíble que había visto en una mujer. Su estómago se hizo un nudo al pensar en ella: alta, hermosa y completamente idiota.
«¡Gilipollas! ¡Idiota!» se dijo a sí misma, perdida en sus pensamientos
Al día siguiente, en una soleada mañana de domingo, Regina salió tras el desayuno a correr, cosa que hacía por lo menos cuatro veces a la semana, siempre que se encontrara dispuesta. Antes de regresar a casa, como de costumbre, tras la carrera, ella se paraba en la cafetería más famosa de Storybrooke para tomarse su jugo preferido: jugo de manzana.
«¡Chocolate caliente con canela!» anunció una de las camareras, dejando la taza sobre el mostrador.
«¡Qué horror! ¿Quién diablos añade canela al chocolate caliente?» murmuró Regina
«Yo, ¿por qué?» replicó Emma
«¡Ah, tenía que ser!»
«¿Tiene algo en contra de la canela?»
«¡Tengo algo en contra de la gente entrometida!»
«¿Ah sí? ¡No me diga!» exclamó Emma, con su tono cargado de ironía
«¡Idiota!» dijo ella, recibiendo una sonrisa maliciosa como respuesta
Mientras Regina caminaba hacia la puerta, Emma la acompañó con la mirada, fijándose en una parte especifica de su cuerpo, más concretamente, en el moldeado trasero enfundado en el legging color negro.
«¡Qué temperamento!» murmuró Emma, sonriendo «Por favor, ¿cómo se llama esa "chica" que acaba de salir?» preguntó, y sin dudar, la camarera respondió
«Regina…Regina Mills»
«Regina…» Emma repitió en un tono casi inaudible, perdida en sus pensamientos.
