Desde la oscuridad de la galería se respiraba soledad y amargura. Las celdas yacían oscuras en cada lado del pasillo, y solo una, en aquella fría noche de invierno, mantenía una luz encendida. La luz que la mantendría en la penumbra durante los siguientes dos años.
Naomi, aun perdida en su mente de adolescente rebelde, miraba con ojos desconcertados en dirección a esos barrotes que sacaban al ser humano de su derecho de libertad, unos barrotes que pronto sacarían de ella también este preciado albedrío.
- Entra muchacha. Mañana en la mañana vendrá el carcelero a anunciarte tus horarios.
"O sea que la libertad esta realmente excluida de nuestra vida, que ironía el pensar que llegué aquí simplemente por buscar mi libertad." Pensó Naomi, mientras dejaba la oscuridad del pasillo y se adentraba en su nuevo hogar, un hogar que compartía con una pequeña muchacha de cabello cobrizo, de esas que no parecen capaces de matar una mosca.
Claramente las apariencias engañan.
Ella, aun se mantenía despierta, mientras el resto de las reclusas dormían. Su mirada se perdía en un vacío limitado por el gris cielorraso, y sus facciones demostraban su tranquilidad interior, a pesar de que sus cejas tenían una cierta inclinación que provocó a Naomi grandes ganas de adentrarse en su mente y conocer sus pensamientos.
Y así, como si nada, aquella chica se reclinó en su cama, miro a Naomi de arriba abajo y con una voz certeramente desinteresada se presentó.
- Me llamo Emily, y te dejare las cosas claras. Las cosas aquí no son fáciles y la cárcel no solo se trata de perder la libertad, sino que a veces, la dignidad o la vida. Las personas no buscan socializar, así que evita problemas, toma un cuaderno y escribe todo lo que quieras decir, porque aquí nadie espera por oírte y menos aun, por hablarte.
Con un deje de desconcierto y un miedo que empezaba a adentrarse en sus ojos en forma de lagrimas, Naomi dejó sus pocas pertenencias a los pies de su nueva cama, y se tiro de bruces en ella. Se tapó los ojos con la almohada, soltando un leve gemido, típico de quienes ocultan por mucho tiempo sus tristezas.
Todo lo que pensó una proeza, una rebeldía típica de una chica de 18 años, resultó ser su pasaje hacia la decadencia, su propia destrucción. Su madre ya no sabia mirarla a los ojos, su padre terminó echándola de su casa, solo su hermana mayor conseguía sonreír al mirarla en el rostro.
Emily, al oír los lamentos de su nueva compañera, giro su cuerpo mirándola con una melancolía que había logrado dejar escondida en lo profundo de su corazón tiempo atrás. Una acción que la había vuelto fría y vacía, pero que al ver a aquella rubia, que claramente parecía ser una reclusa primeriza, había renacido en su ser como una flor solitaria en abril.
- Lamento que esto sea lo primero que has oído, pero como ves estamos todas igual aquí. Es cuestión de que encuentres tu propio equilibrio para llevar más ligeramente tu sentencia.
El carcelero apagó la luz, y a partir de aquí la noche se adentro en sus mentes, y por fin la parte mas temida de la vida de reclusa se filtraba en sus corazones. Esos momentos en los que el silencio sepulcral hace que la soledad habite en cada rincón, a pesar de que del otro lado de cada pared se encuentren otras almas sombrías y solitarias. Esos momentos que sucedían a partir de las diez de la noche, y dependiendo de cada ente, podían durar minutos o hasta horas.
Cuando la mente remonta vuelo mas allá de los barrotes, y sale a jugar con la
libertad que el cuerpo no posee. Momento de las interminables preguntas sin respuestas, que anidan preocupaciones, sueños y penurias.
Un nuevo día hacia su entrada en aquel complejo penitenciario de Cabo Sur, y los rayos del sol empezaban a luchar contra las sombras y sus secretos, ganando presencia a medida que la esfera dorada buscaba su camino en la cima de aquel cielo azul.
Eran ya las siete de la madrugada, cuando Naomi oyó un sonido perturbador que la saco de sus pensamientos. Había pasado la noche despierta, sospesando lo que su nueva vida supondría, con un positivismo inesperado hasta para ella. Aquel ruido, era nada mas y nada menos que la campana que anunciaba la hora de levantarse, y luego de lograr despegar la almohada de sus apesadumbrados ojos, vio que su compañera estaba en la misma posición que la noche anterior. Sin embargo, algo en sus facciones había cambiado.
"Un nuevo día, una nueva rutina, un nuevo tipo de soledad", pronunció Naomi por lo bajo, sentándose en su cama, mirando hacia la celda de enfrente, donde logro ver que la mirada ausente de Emily era común en aquel lugar.
La pelirroja al oír estas palabras, la miro y con una dulzura que no había logrado demostrar el día anterior, pronunció:
- Cuando la soledad es tu único acompañante, tu mente se hace tu mejor y única amiga. Te acostumbraras, se que lo harás.
- Supongo que tienes razón, espero que así sea, sino me volveré loca encerrada aquí durante dos años.
Respondió Naomi con sorpresa, no pensaba que Emily quisiera hablarle, o que algún día lo pretendiera. Soltó una risita nerviosa de niña pequeña, y una sonrisa tímida se asomó en su rostro.
- No me diste la oportunidad de presentarme anoche. Me llamo Naomi. ¿Cuanto llevas aquí?
Emily vio que la nueva muchacha estaba desafiando las palabras que había pronunciado la noche anterior, unas palabras que le habían profesado a sí misma cuando entró, y que siguió sin problemas. Sin embargo, no le disgusto el hecho de que Naomi no las hubiese tomado en cuenta. Realmente la alegraba su indiferencia hacia las reglas del lugar.
- Llevo ya un año aquí, y me quedan dos años y medio mas. Lo tengo controlado, ya después de acostumbrarse el tiempo se vuelve lento. Una tortura doble: el tiempo no pasa, pero sin embargo la vida se termina.
Y antes de que la rubia respondiera, una voz grave; igual que la de una madre primeriza en los primeros días sola con su hijo, que los gritos a su marido la dejan afónica y exhausta; atravesó cada una de las celdas pronunciando un estruendoso: "a desayunar, ya". Entonces el silencio sobrenatural se asentó de nuevo entre las celdas. Los barrotes se abrieron automáticamente, y unas veinte reclusas salieron con un paso cansino y enfermizo de sus pequeños y grises hogares hacia la puerta principal.
