El regalo de la chica del Infierno
En la fila de la cafetería se preguntó qué haría una muñeca como esa, si por ejemplo, tuviera una perteneciente a Kira. ¿Jalaría del cordón? Probablemente consideraría eso hacer trampa, pero él también aprobaba la defensa personal. Si no acabas con la persona que amenaza tu existencia, esta acabará contigo tarde o temprano. Al fin y al cabo, con su alimentación irregular, sus horas de sueño escasas, la falta de ejercicio a causa de la espartana preparación que había escogido para superar la marca de Near en los próximos exámenes, ¿no estaban mermando su ser?¿No tardarían poco en reducirle a nada, gracias a ese chico que jugaba con rompecabezas todo el día y se vestía íntegramente de blanco? Si, tirar del cordón y adiós a ese aire de neutral-suficiencia que adopta cuando lo ve pasar a la biblioteca a altas horas de la noche, mientras que él está a penas relajándose con sus tontos juegos en la sala común y Mello tiembla de pies a cabeza y generalmente está metiéndose en la boca (con una porción de chocolate que le sucede) el quinto analgésico del día. Jalar del cordón rojo y eso se acaba. O al menos, fue lo que dijo la chica del Infierno.
La ambición (tendría nuevas posibilidades, pero no sabía si realmente le interesaría tener las mejores marcas si eso se debía íntegramente a que el primero de la Institución estaba dando un tour eterno entre llamas sobrenaturales, en un lugar donde dar exámenes no era posible)hacía mella dentro de él, pero debía pensárselo, pensárselo con seriedad. Quizás consultar con Matt (que le hacía señas por encima de su videojuego, en una mesa cerca de los ventanales, tal vez para que almorzaran juntos), y asegurarse de que lo que ocurría no era obra de su imaginación sobrecargada de azúcar. Que no iba a mejorar con la bandeja llena de postres de chocolate que pidió para hacer frente a las seis horas de clase que le quedaban por delante.
