Del suo tipo

Benvolio solía pensar que las mujeres le eran indiferentes (en voz muy baja, para sí mismo, que si el conde Vittorio le oyera proferir semejantes recriminaciones, habría de enviarlo lejos y quitarle el apellido para que pudiera prodigar sus preferencias en donde no le quite prestigio a la familia), por ser criaturas tan frágiles, amables, educadas y atentas como él mismo, que necesitaba virilidad, autoridad y poder, para sentirse interesado. Entonces conoció a Cordelia, que era capaz de freír un cerdo con una mano atada y que si acaso no eras capaz de satisfacer sus expectativas domésticas, podía meterte una escoba por donde más te doliera. Digna de sus ojos, eso era. ¿Y qué más daba si le habían despojado de su título nobiliario también? Estaban a mano.