Ciao

Benvolio quisiera sentarse con Romeo, tomarle de las manos y mirarlo a los ojos para hacerle esa confesión que en el espejo le hace parecer una simple virgen enamorada. Explicarle que sabe perfectamente de qué habla cuando se trata de amor. No separarse nunca de su ser querido. Ni aunque su familia pierda el título nobiliario (con tal de no perder el orgullo y la dignidad con ellos). Es incapaz de odiarlo incluso así, cuando sube al carruaje, convencido de que habrá otro momento para hacer esa confesión, porque puede ver que en Romeo esa promesa de visitarlo es genuina (otra de las cosas que adora de él) y justo ahora no siente deseos de ver a su padre lamentarse por su falta de masculinidad. Solo por eso no se despide con un beso arrojado al viento.