Cuando llego al trabajo, todo está como siempre. Ordenadores, pantallas y muchos cables. Nada fuera de lo normal, ¿verdad? Trabajo en una empresa de diseño de electrónica; la más importante a nivel internacional. Tenemos la tecnología más avanzada, desde máquinas de café por control de voz hasta robots asistentes. Y os preguntaréis: "¿robots asistentes?" Como lo oís. Tienen forma casi humana y parecen personas reales. Además, son inteligentes. Están programados para atender a las necesidades de cada trabajador y solo tienen un problema: no hablan. Les das órdenes y las cumplen a la perfección, pero sin emitir ninguna clase de sonido.

El mío en concreto es fantástico: rubio; ojos azules y aparenta apenas catorce años. ¿He mencionado que tiene corazón? En el lado izquierdo del pecho, como los humanos. Y bombea, exactamente igual que el nuestro; en vez de sangre, datos. Ese detalle es del todo innecesario, pero es obra mía y estoy bastante orgullosa de él. Además, así parece más humano.

Pero volviendo a mi día de trabajo, comienza con mucha rutina: programa esto; diseña lo otro; formatea lo de más allá... Toda la mañana. Hora de comer. Nos dirigimos en masa al tailandés de la esquina y prácticamente lo invadimos; ocupamos todas las mesas libres y en la prisa por coger sitio acabo sentada al lado del manager. Bien.

—¿Qué hay? —Me saluda.

—Buenos días.

—Mañana monótona, ¿eh?

—Sí, eh... Un poco.

—Me gustaría que me enseñaras lo que le hiciste a tu robot. Quedó fantástico.

—Es sencillo; si quieres quédate esta tarde un rato y te lo enseño.

—¡Hecho! —Sonríe. Dedicamos el resto de la comida a comentar lo raros que son los tailandeses en la cocina, y vuelta al trabajo.

Cuando por fin termina la jornada, se acerca a mí.

—¿Me enseñas eso?

Sonrío sin poder evitarlo. En ese momento noto una extraña sensación, como si alguien me estuviera mirando fijamente, pero cuando me doy la vuelta solo está el robot.

Le empiezo a enseñar todo el diseño del programa y de vez en cuando se repite esa extraña sensación, pero nunca hay nadie. Humano, al menos.

Tras dos horas, decidimos hacer una pausa y quedamos al día siguiente a la misma hora. Estoy ya atravesando la puerta cuando, una vez más, siento unos ojos a mis espaldas. Al darme la vuelta, de nuevo veo a mi robot. Y sí; me está mirando cono ojos... ¿Inexpresivos? Deberían serlo, pero me ha parecido ver un destello extraño. Será el cansancio.

Durante los siguientes días, esa extraña sensación se intensifica. Me estoy empezando a asustar. Más de una vez me he encontrado al humanoide mirándome con lo que me ha parecido tristeza. Esto está fuera de mis planes; voy a desinstalarlo porque si no me voy a volver una histérica.

Esa misma tarde, cuando todos se marchan, me quedo sola frente al ordenador. Lo primero: desinstalar el programa. En la inmensa pantalla aparece la barra de cargando. Hoy va lenta. Mientras espero, ocurre una vez más: esa extraña sensación de que alguien me mira fijamente. Esta vez es mucho más intensa que otras veces; me doy la vuelta y lo que veo me aterra: mi robot; mi precioso y rubio autómata adolescente al que estoy a punto de quitar el corazón, me está apuntando con una pistola, y tiene los ojos llenos de lo que parecen lágrimas. Esto es muy raro. Y escalofriante.

Veo en sus ojos mi error. Como en un sueño, observo hundirse el gatillo bajo la presión de sus finos dedos. Sin tiempo para reaccionar, caigo al suelo. Nunca imaginé que la muerte me llegaría de esa manera.

Antes de que se me nuble la vista, alcanzo a ver cómo el robot dirige la pistola hacia su propio pecho y dispara, estallando entre cables y piezas de metal ardiendo. Alargo una mano hacia él, pero el daño ya está hecho.

"Perdón"

Se ha terminado.