Disclaimer: Glee es de la Fox, por si había alguna duda.
Hay algunas cosas que me gustaría decir antes de que comience la lectura. Espero no enrollarme demasiado...
Lo primero de todo es que empecé a escribir este fic a principios de verano, así que está situado hacia finales de la segunda temporada. Los primeros capítulos aún harán referencia a los últimos episodios.
Lo segundo, la historia está completamente terminada de escribir. No me gusta publicar nada hasta que no lo termine porque odio dejar las historias a medio acabar. Esta ya está, así que por fin he decidido comenzar a subirla. Aún así, me queda terminar de repasarla para quitar faltas de ortografías o cambiar algunas ideas. Por eso no la publico del tirón.
Otra cosa, estoy dividiendo los capítulos del tamaño que a mí me resulta más agradable de leer. Rondarán más o menos entre las 1200-2000 palabras, dependiendo de donde me resulte más oportuno hacer una pausa. Si hay preferencia por un aumento de la longitud o al contrario, no me supone ningún problema. Sólo tenéis que decirlo :)
Por último, quiero decir que no es Wemma. Es, principalmente, sobre Emma, y como Will forma parte de la vida de Emma, saldrá, y bastante, pero el fic no va a girar en torno a su relación amorosa exclusivamente. Lo digo sólo porsiaca :P
Sólo recordar que es de rango M y contendrá bastante de lo que eso implica. Si ha alguno no le gusta, o le ofende, hay muchos más fics que leer ^^
Tras toda esta charla, prometo no más N/A tan largas =S
Ahora, ¡a leer! Espero que os guste ^-^
Capítulo 1
El agua seguía cayendo de la alcachofa hasta el suelo del plato de ducha, siempre pasando primero por su cuerpo antes de formar un torbellino y desaparecer por las cañerías hacia algún lugar que a Emma no le importaba.
Mientras tanto, el vapor de esa misma agua caliente empañaba los cristales y goteaba por los azulejos de la habitación, humedeciendo el ambiente de forma insoportable.
Llevaba allí demasiado tiempo, más del usual. En la última media hora apenas se había movido, había dejado que el agua que la golpeaba desde arriba le limpiase las lágrimas incapaces de contener.
La tristeza se arremolinaba en su interior como el agua en sus pies. Un arcoíris de pensamientos poco dichosos gobernaba su cabeza. ¿A qué edad se puede echar la vista atrás y no encontrar nada más que arrepentimiento? ¿Era a los treinta y dos demasiado joven?
Pensaba en su vida, ¿y qué veía? No se sentía orgullosa de sí misma. Nunca había conseguido hacer nada porque estaba demasiado ocupada escondida detrás de sus miedos, aquellos a los que todavía no había tenido el valor de enfrentarse. Toda su vida había estado limitada por su trastorno obsesivo-compulsivo. Todo lo que podía recordar era referente a él. Había perdido la mitad de su infancia, su adolescencia y sus días de joven adulta se escurrían entre sus dedos. Su vida pasaba y allí seguía ella sin hacer nada. No había conseguido dar ni un paso adelante. Lo peor de todo es que nunca se había atrevido a intentarlo. ¿Cómo había perdido tanto el tiempo?
Pues de la misma manera que había perdido a su marido. ¿Y cómo culparle? Estaba en todo su derecho. Había sido una esposa penosa. Ni siquiera había conseguido cumplir la única promesa que le había hecho. No le había sido sincera respecto a sus sentimientos. Le ocultó demasiadas cosas. Pensó que eran insignificantes, pero cuando se juntaron todas formaron una bola enorme que era imposible de digerir. Quizás el problema estuvo en que nunca debió casarse con él cuando sabía que sus sentimientos no eran claros. Pobre Carl, le había hecho sufrir sin tener culpa de nada. Era mala y egoísta.
Pero no se podía sacar a Will de la cabeza. Por mucho que lo intentase, por mucho que se engañase a sí misma, le quería tanto que dolía y esa punzada le atravesaba el corazón sin piedad. Cada vez que pensaba en él creía que nada podría ir mal si estaba a su lado. No podría existir ninguna cosa mejor que aquello. Pero ella misma comprobó que se confundía estrepitosamente. No era capaz siquiera de llamar relación a lo que tuvieron, pero fuese lo que fuese les estropeó. Aquella vez, impulsada por otros trató de dar un paso pensando en su propio beneficio. Sólo recogió más dolor y un corazón roto para el hombre que amaba. Todo lo que tocaba lo rompía. Por eso ya no volvería a tocar nada.
Movió trabajosamente los brazos, ya que tenía los músculos agarrotados del no movimiento. No muy lejos estaba su cuchilla. La cogió y la desmontó con la rapidez de la práctica hasta quedarse sólo con la hoja. Durante algunos minutos contempló su reflejo plateado desde varios ángulos, hechizada por la magia de la luz.
Quedó sentada en el suelo de frío mármol, aunque ella ni siquiera lo notó.
Era el momento otra vez.
Se acarició el muslo mientras decidía en qué sitio sería hoy. Daba igual mientras el efecto fuese le mismo. Así que dejó de martirizarse a sí misma con sus pensamientos y hundió el filo cortante en su piel. Pronto, un precioso hilo carmesí brotó y corrió a unirse a las juguetonas gotas de agua.
Emma sintió el dolor y le dio la bienvenida.
Tan rápido como vino, desapareció. De este modo, repitió la operación en otro punto. Gimió y apoyó la cabeza sobre la pared del baño. De nuevo, se dejó llevar hasta que se agotó. Buscó más y más de aquella droga, repitiendo sobre antiguas cicatrices. Ya no le daba tiempo a perderse la sangre cuando corría a aparecer más, joven e impaciente de conocer el mundo exterior.
La anterior transparencia reinante se tornaba escarlata.
Emma empezaba a marearse, pero eso no la hizo parar.
Por su loca cabeza pasó una idea más demente todavía. Se preguntó que si alguien la echaría de menos si se quedaba en aquel baño y no volvía a salir nunca más. Cuantos más nombres pasaban en forma de lista, más sola se sentía. Era una mujer soltera, una mujer adulta, una mujer que había conseguido echar de su lado a todo aquel que alguna vez se interesó por ella. ¿Cuánto tardarían en descubrirla, o tan solo en preocuparse por ella, si moría?
La hoja cortante había abandonado sus piernas y ahora se paseaba burlona por sus antebrazos, subiendo y bajando alrededor de sus muñecas mientras decidía. Era sencillo, tan solo repetir la misma acción, el mismo movimiento. Tal vez con un poco más de profundidad, pero eso era fácil. Un empujoncito más y ya no tendría que volver a hacerlo nunca.
Allí brillaba en su mano, apoyando justo por donde su azulada vena pasaba. Sólo había que hundir unos cuantos centímetros. Estaba más a su alcance de lo que había estado nada en su vida.
Emma siempre temió a las grandes decisiones. Era demasiado insegura. Quizás no era su culpa, si no las circunstancias que la rodeaban. Siempre prefirió huir y esconderse detrás a esperar que lo malo pasase, y las pocas veces que se había atrevido a sacar la mano para ver si llovía, había terminado saliendo sin paraguas bajo la tormenta.
No era valiente. Por eso nunca se acercó a ver al lobo.
Apagó el agua pero ésta aún seguía jugueteando a sus pies. Tanteó en busca de su albornoz con el que envolvió su cuerpo. Sus pies dejaron una marca húmeda en la toalla del suelo.
La humedad del ambiente le picaba en sus ojos enrojecidos. No se sentía suficientemente bien para continuar allí de pie contemplando la sombra de su reflejo.
Nada más abrir la puerta del baño, el vapor se apresuró en escapar de aquella prisión expandiéndose por el pasillo de la casa.
Ahora que la ducha estaba cerrada, y sus sollozos se habían apagado, sólo se escuchaba el sonido de las zapatillas de Emma que se perdían en su habitación.
Envolvió su pelo en la toalla y lo secó revolviéndolo. Seguiría estando mojado a menos que usara el secador, pero al menos así no chorrearía.
Dejó el albornoz sobre la silla de forma que no manchase la tapicería del asiento ni ninguna otra cosa.
Sobre la cama extendió la vieja toalla con antiguas manchas que guardaba en el último cajón, no demasiado a la vista para ser un recordatorio constante, pero tampoco excesivamente escondida para cuando la necesitase. Como ahora. Se dejó caer sobre ella. Le apetecía quedarse así y no moverse, pero no se lo permitió a sí misma. Al menos, no todavía.
Acercó un extremo y apretó contra su pierna. Rápidamente, el blanco sucio se tiñó completamente rojo.
La toalla estaba áspera de los numerosos lavados y los fuertes detergentes sin suavizante. Por eso era su preferida. Cuando la apretaba contra sus heridas le recordaba al dolor de antes y volvía a ayudarle a olvidar quien era y por qué hacía eso.
Buscó otro extremo limpio y repitió. Le raspó las heridas. Se le escapó un gemido de sus labios entre abiertos.
Esta vez quizá se le había ido un poco la mano, pero no había podido evitarlo. Se había sentido viva aunque ahora cada vez menos y menos.
Finalmente, poco a poco, dejaron de sangrar. Temía levantarse y que volviera a suceder. Igualmente se arriesgó y semi-cojeando regresó al cuarto de baño. El vapor se había disipado y ahora solo quedaba en los azulejos la prueba de una larga ducha. Sobre la superficie de la mampara aún sobrevivían algunos chorreones secos.
Se sentó sobre la tapa cerrada del váter y estiró la pierna herida sobre el bidé. Despacio, aplicó el desinfectante sobre todos y cada uno de los cortes, con el cuidado de una persona como era ella. Esta vez, la gasa era suave, pero escocía levemente.
Cuando ya hubo terminado, examinó su labor. No estaba precisamente orgullosa. Era una vergüenza tener que hacerse eso a sí misma, sentirse tan poco querida como para dañarse para comprobar que aún estaba viva.
Ahora estaba peor que antes y quiso romper a llorar de nuevo. No controló sus lágrimas. Allí no había nadie para juzgarle. Estaba sola. Carl se había ido.
Se vistió con su ropa interior y un camisón bien largo para no tener que verse las piernas.
Por última vez regresó al baño, con los brazos repletos de productos de limpieza.
Con un cubo lleno de agua y lejía, unos guantes cubriéndole las manos y un estropajo comenzó la limpieza.
Allí estaba ella de nuevo, dejándose llevar una vez más por sus debilidades, por sus miedos, sin ser capaz de enfrentarse a ello. Podría perder la conciencia en cualquier momento pero seguía frotando las paredes, el suelo, la ducha... Todo. Porque por muy mal que se sintiese consigo misma no podía evitarlo.
Hacia muchas horas que había anochecido y la cuidad dormía cuando finalmente se dejó caer en la cama. Se hizo un ovillo y sus ojos le dolieron al cerrarlos. Le ardían de todas las lágrimas derramadas. Podría creer que habían sido las suficientes para no volver a llorar en todo lo que restaba de año, pero por pura experiencia sabía que aquello era falso. En menos de doce horas lo volvería a hacer y no habría nadie de nuevo para consolarla.
N/A: Bueno, ¿qué ha parecido este primer capítulo?
RR son bienvenidisimos :)
