SONATA DE MEDIA NOCHE… O LA MÚSICA DEL CORAZÓN

SINFONÍA No.1

Solo tenía 8 años… tan solo ocho años… no comprendía lo que era la humillación, en ese entonces no sabía que el dolor extraño, como hueco en el pecho significaba que alguien me estaba lastimando, demasiado joven para saber el poder que tienen las palabras mal intencionadas, demasiado joven para ese dolor… esa tarde estaba jugando con el resto de mis amigos, todos ellos niños como yo, de mi mismo barrio, un barrio muy pobre de la pequeña isla de Melos, de las Cícladas, si bien ésta era pequeña y próspera nosotros no lo éramos, las familias que estaban establecidas en ese barrio eran a menudo las más pobres de entre las pobres, jornaleros la mayoría, pero aún así en nuestro pequeño mundo infantil éramos felices, jugábamos con un viejo balón que habíamos parchado innumerables veces para seguir jugando, a esas alturas ya estaba echo un despojo, no tenía más remedio y estabamos aburridos, entonces Kostas, así lo llamábamos aunque su nombre real era Konstantinos, mi mejor amigo, me dijo que fuéramos a echar un vistazo al puerto, siempre los turistas que desembarcaban nos parecían sorprendentes, además que a veces regalaban monedas a los niños que se les acercaban. Juntos nos dirigimos al puerto, en aquel momento llegaba un barco repleto de turistas, nos gustaba quedarnos mirando y escuchando los idiomas extraños en los que hablaban… yo me fijé en un niño vestido exquisitamente… iba con sus padres, sin embargo el se retrasaba observando todo con un peculiar gesto de fastidio, era caucásico, tan blanco que me imaginaba que la tierra del lugar podría ensuciar su piel, su cabello era largo como el mío, solo que el suyo estaba bien cuidado y cortado, rojo como el fuego, resplandecía ya de por sí, pero lo que más me llamó la atención eran las cejas, poseía unas cejas partidas naturalmente de la mitad del ojo hacia la sien, el niño corrió para alcanzar a sus padres y de su bolsillo se cayó algo, yo entonces me apresuré hasta encontrar lo que había dejado caer, dejé al pobre Kostas solo y estupefacto en la boardilla donde estabamos; era un pañuelo de seda, una seda tan suave que me parecía que se desharía en mis manos, llevaba dentro algo, cuando lo desenvolví vi un hermoso relicario de oro, estaba por abrirlo…

-¡Ey tú! Ladronzuelo, devuélveme eso… quita tus sucias manos de ahí, es demasiado caro para ti.-

Levante la vista y me encontré con los ojos azul cetrino de ese niño.

-Lo siento… pero yo no lo he robado, lo has dejado caer cuando corriste.-

Antes de que pudiera dárselo me lo arrebató haciendo un gesto de desagrado y fingiendo que yo despedía una fuerte peste.

-Ugh… será mejor que te quedes con el pañuelo, seguramente ya se habrá impregnado del horrible olor que despides… ya no lo quiero puedes quedártelo…-

Iba a protestar que no olía mal, era pobre sí, pero siempre estaba limpio, aún mi humilde morada siempre estaba limpia, entonces él sacó de su bolsillo una moneda… pensé que se había arrepentido de haberme tratado así y me regalaría una moneda, me sonrió… pero algo en su sonrisa era cruel, falso, me extendió la mano con la moneda y cuando yo la iba a tomar… la dejó caer al piso, a mis pies.

-Puedes quedarte con el cambio… jajaja…-

Se dio la vuelta y volvió a correr hacia sus padres que lo esperaban sonriendo, pensaban que simplemente había regalado una moneda a un niño más… me dolía algo en el pecho y me ardían los ojos, me estaba tragando las lágrimas, tenía ganas de llorar, pero no lo hice, más por orgullo que por nada, ya me iba, planeaba dejar la moneda ahí tirada no quería rebajarme a levantar dinero de aquel niño, era francés, notaba su acento en ese atropellado griego que hablaba… y aún así había conseguido lastimarme… pero pensé que era mejor levantarla y llevarla a casa o compartirla con Kostas… guardé el pañuelo en mi bolsillo y levanté la moneda.

-¿Te ha dado una moneda?.-

-Si…- Contesté tragándome las lágrimas.

-Que suerte…-

-Sí, que suerte…-

Para olvidar el cruel episodio nos dirigimos a la heladería y compramos un par de barquillos, aún me sobró cambio para comprar caramelos para llevar a casa… No… nunca olvidaré ese verano… desencadenó tantas cosas… y esa solo era la primer sorpresa… cuando llegué a casa me encontré con que mi madre había vendido su hermoso cabello, tan rubio como el mío para poder comprarme un violín de segunda mano, tan gastado que parecía que no daba más de sí, pero cuando lo toqué descubrí que las notas salían hermosas y profundas de su interior, las lágrimas me arrasaban el rostro al contemplar a mi madre sin su hermoso cabello sonriendo de alegría… la música era una de mis pasiones y tocar el violín se me daba bien… gracias a esa pasión conseguiría una beca para estudiar fuera de la isla… esa pasión me llevaría a París…

Había llegado tarde de la escuela, me habían castigado por haber protagonizado una pelea con mis compañeros, estaba en una prestigiosa preparatoria, en los últimos años había cambiado mucho la pequeña isla, ahora acostumbraban enviar a los chicos ricos a estudiar a elegantes y costosas escuelas construidas en las islas de Grecia, no lo pensaron dos veces y habían hecho los cambios necesarios para recibir a los alumnos en Melos, yo había ido a dar a esa escuela gracias a una beca, era estudioso y aunque las matemáticas siempre me costaron trabajo era un buen estudiante, lo único desagradable era que mis compañeros eran odiosos, a menudo me molestaban por que yo no llegaba en un flamante auto o en el hermoso transbordador. Aquella mañana estaban especialmente dedicados en hacerme la vida imposible hasta que me hartaron y me líe a golpes, de todos los que estuvieron en la pelea, incluido Kostas, solo a él y a mí nos habían castigado, acusándonos de ser los que habíamos empezado todo, claro… nuestro único crimen era ser pobres, pero eso no me importaba, lo que me importaba era conseguir la beca para estudiar en el conservatorio en París.

Mi madre había muerto 3 años atrás no habíamos podido conseguir las costosas medicinas para prolongar un poco más su vida y había muerto, mi padre aún trabajaba y yo ayudaba en todo cuanto podía.

-Milo, estás hecho un asco, ¿Qué ha pasado, por qué llegas tan tarde?.-

-Lo siento, tuve una riña y me castigaron…-

-¿Otra vez?.-

-Sí… otra vez…-

-Ha llegado una carta para ti… creo que te interesa abrirla…-

-¿Enserio? Es la carta de…?.-

-Parece que sí…-

Desesperado abrí el sobre rasgándolo por un lado, estaba temblando, el remitente era del conservatorio de París, saqué la hoja tortuosamente y me dispuse a leer, en letra clara en francés… me había dado a la meticulosa tarea de aprender francés, me habían aceptado, y no solo eso, por parte de la escuela al ser extranjero me habían conseguido un sencillo departamento en la periferia del campus. Solté la hoja y abracé a mi cansado padre, él me abrazó contento a su vez.

-Me alegro tanto, por fin podrás salir de este lugar…-

-Vendré cada que pueda…-

-No te preocupes por mí, yo sabía que algún día seguirías tu camino, ya eres un hombre y así debe ser…-

Me había dicho aquello con tanta seriedad que me separé un momento y lo miré extrañado, siempre me había tratado como a un crío a pesar de que ya era mayor de edad, se me quedó mirando con una sonrisa.

-Has crecido mucho y eres un hombre muy guapo, seguro que serás el sueño de muchas chicas.-

Y chicos… Pensé en silencio pues me había dado unas cuantas veces la oportunidad de probar mi bisexualidad, era cierto que me encontraba guapo, todas las mañanas me dedicaba a hacer ejercicio y algunas veces usaba el gimnasio de la escuela, mi cuerpo estaba perfectamente desarrollado y cada músculo marcado, sabía que me miraban por la calle y eso me halagaba, pero era diferente ser popular en un pequeño lugar a serlo en una gran ciudad, de cualquier forma me ilusionaba la idea de marcharme a estudiar lejos… lejos de tanta tristeza.

Me dolió empacar mis pocas pertenencias, entre ellas mi violín, papá y Kostas habían insistido en acompañarme al puerto, de ahí me iba a Atenas y posteriormente tomaría un avión a Francia, estaba emocionado como un niño, todos nos despedimos entre abrazos y nomeolvides, llevaba una maleta llena de ilusiones y sueños… pero aquella sería la última vez que vería a mi padre, una semana después enfermaría gravemente y Kostas me lo ocultó hasta mucho después… en mi bolsillo llevaba todo el dinero que mi padre e incluso Kostas me habían dado, no era mucho pero me serviría para poder comer un buen tiempo, hasta que consiguiera algún trabajo, en el otro bolsillo llevaba el pañuelo de seda que años atrás me había dado aquel niño… no sé por que lo conservaba, en realidad me llenaba de rabia recordar el episodio, tal vez la seda era tan hermosa que había sentido pena de tirarlo… en una esquina estaba bordado, con letras pequeñas en hilo de oro… se podía leer: CAMUS, no entendía si era una palabra, un nombre o un apellido… eso no importaba… ahora estaba volando sobre el océano rumbo a la ciudad luz…

-Esta es una nueva vida Milo…-

Dije en voz alta riendo como idiota en el asiento del avión mirando el mar Egeo por última vez.