1. Prólogo
"...Y pasemos a las noticias internacionales: hoy, viernes catorce de octubre, se siguen
repitiendo los avistamientos de las ya conocidas estrellas fugaces de Marte. Estos
singulares meteoritos procedentes del planeta rojo, se vislumbran en el cielo nocturno desde los inicios de esta misma semana. Según fuentes fiables, los meteoritos también han sido avistados en diversos países de el continente Americano, de Europa y Asia. Se trata, al parecer, de un fenómeno a escala mundial. Un evento muy importante para la ciencia..."
La voz firme de la presentadora de televisión siguió fluctuando por el comedor, infiltrándose en los oídos de Kurama. Pero el joven desvió su atención al plato de caldo líquido que se enfriaba lentamente, esparciendo su aroma caliente justo debajo de su nariz. Olisqueó disimuladamente. Todo lo que preparaba su madre cuando tenía el tiempo suficiente para ponerse a cocinar era delicioso. Y lo era aún más cuando podía contemplar frente a sí el rostro soñoliento y cansado, pero siempre amable de Shiori. Ese era el único momento del día en que podía disfrutar de la compañía y los mimos tan atentos de su madre, preocupada por sus resultados en la escuela a pesar de sus propias preocupaciones del trabajo.
Kurama recogió su plato vacío.
-¿Cómo ha ido hoy ese examen de física, hijo?-A eso mismo se refería.
-Muy bien, mamá. El profesor ha sido benevolente con nosotros. Los ejercicios eran fáciles.-y le brindó una cálida sonrisa que consiguió endulzar las facciones de ella.
Su hijo era perfecto. En todos los sentidos.
-Deja que lave yo los platos. Ve a dormir, mamá. Debes estar rendida.
Demasiado perfecto.
-Tranquilo, puedo hacerlo yo Shuuichi. Ve tú a dormir...tú también has madrugado hoy.
-No mamá, debes descansar. No trates de persuadirme.-otra de esas inigualables sonrisas, y Shiori se rindió, dejando vía libre a su hijo para que llevara los platos, cubiertos y vasos sucios a la cocina.
-Buenas noches, Shuuichi.
-Buenas noches, mamá.-un beso en la mejilla de buenas noches, y luego subió a su dormitorio para acomodarse en la bendita cama que la llamaba insistentemente desde que había llegado a casa.
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-Estrellas fugaces de marte...-murmuró, subiendo lentamente y a tientas las escaleras hacia su habitación.-Me gustaría verlas...
Se deslizó dentro del cuarto tan sigilosamente como lo haría un zorro en su madriguera, se descalzó y desvistió, se puso el pijama y espió por la ventana. Levantando los ojos al cielo para poder ver algún signo de anormalidad en la negrura turbia moteada de polución lumínica y de gases tóxicos que despedía la ciudad, pudo vislumbrar un punto rojo claramente definido en el marco del firmamento.
"Eso debe ser marte...El planeta debe estar más cerca de lo habitual para que pueda verse con tanta luz"-pensó.
Bien, el planeta sí se veía, pero no había rastro alguno de estrellas fugaces ni meteoritos, así que su curiosidad debería esperar hasta otro día. Aunque quizá desde ese punto de la ciudad no podían verse...
Al fin, agotado, se escondió dentro de las suaves y olorosas sábanas y el cubrecamas, y el sueño le venció casi al instante, velando sus párpados de cualquier realidad existente y por haber, borrando las tensiones y pensamientos constantes de ese largo día.
Kurama estiró inconscientemente sus piernas hasta tocar con los pies los barandales de madera de la cama, percibiendo que estaban helados. Un escalofrío lo atravesó y se escondió por completo debajo del cobertor, tapando incluso su cabeza para resguardarse. Así el calor y la comodidad volvieron a él, y suspiró satisfecho. Pero no iba a poder dormir tranquilo tan fácilmente.
Súbitamente, sintió una pequeña, aunque fuerte mano posándose en su hombro, y notó como le zarandeaban suavemente, con insistencia.
Gruñó por lo bajo y cerró con fuerza los ojos, molesto.
-Kurama...-una voz profunda, masculina, pronunciaba su nombre con la misma suavidad con que mecía su hombro. El pelirrojo abrió un ojo. Luego el otro. Parpadeó repetidas veces hasta enfocar la pared blanca a través del rojo que era su pelo.
Se dio cuenta entonces de que estaba de espaldas a la persona, así que giró para poder ver quién era aquel que se tomaba la molestia de despertarlo a altas horas de la noche.
-¿Hiei?-despertó de golpe al reconocer esos amplios, imperturbables ojos, fijos en él.
-Ven conmigo.-el youkai se apartó de la cama para dejar que se levantase.
-Pero Hiei...¿cómo has...?-Kurama observó por un momento las finas cortinas que se bamboleaban con el rumor del viento. Detrás de ellas entrevió la ventana abierta y comprendió: había olvidado echar el seguro anoche. ¡Qué alivio! Por un momento creyó que Hiei se había cargado el cristal...
-Ven conmigo...-le escuchó repetir en la oscuridad, tajante e impaciente.
-¿A dónde?-se interesó Kurama, resignado a su suerte, mientras se ponía en pie para rebuscar en su armario algo de abrigo y calzado. La brisa era húmeda y glacial a esas horas intempestivas. Hiei no respondió. Reservado y vigilante, como siempre.
Espiando por encima de su hombro le vio, recto y orgulloso, de espaldas a él, en el bordillo de la ventana, esperando a que acabara de vestirse. Su esbelta figura recortada por el fulgor de la luna lograba que pareciera una fría estatua hecha de tinieblas. Realmente temible si no estabas acostumbrado a su carácter de mármol. Kurama medio sonrió con ese pensamiento.
Atravesó la habitación y de un salto llegó a su lado. Por unos instantes, pudo contemplar su semblante abstraído. Hiei parecía observar la nada en el ambiente, sin dignarse a mirarle a los ojos. Al fin, vio como entreabría los labios secos para responder:
-Sólo sígueme...
Sin previo aviso, se lanzó al vacío para caer en el tejado de la casa contigua, y así proseguir con una serie de saltos increíbles a intensa velocidad. Kurama dudó unos segundos, pero luego saltó también y concentró su ki en correr para lograr alcanzar a su amigo. Si no le conociera tan bien diría que se había pasado día y noche entrenando en el Makai. Su velocidad ya era inmejorable cuando se separaron después del gran torneo, y ahora se presentaba ante él con un poder aún superior y una velocidad impresionante.
Y entonces fue cuando cayó en la cuenta de que él había descuidado su propio entrenamiento. Al parecer, Hiei le superaba con creces ya.
Kurama sonrió para sí mismo y se concentró en seguir la capa negra que ondeaba unos metros por delante, atravesando con prisas el cielo raso de esa noche particularmente estrellada y tranquila. "Aunque...-se dijo-... quizá esas nubes negras y grises en lontananza aguarán pronto el panorama...".
-¿Es un asunto de Koenma el que nos obliga a madrugar?-preguntó, situándose a su lado mientras corrían. Hiei había aminorado el ritmo. Muy considerado de su parte.
-No...
-¿No te envía Koenma?
-No...
-¿Entonces...
-Es algo que quiero que veas...-logró sonsacarle tras agotar su, de por sí, poca paciencia.-No es ni humano...ni youkai...Por eso quiero que lo revises.
Kurama sonrió, sintiéndose halagado.
-¿Necesitas ayuda?
-Yo no he dicho eso-gruñó el koorime de malhumor.
-¿Y eso que te preocupa...está aquí, en el mundo humano?-Kurama empezó a temer la respuesta. Tenía que ser algo serio para que Hiei le pidiera "ayuda".
-No me preocupa...Y sí, está aquí. Seguramente os habrán informado de ello en vuestros televisores-se refería a los ningens.
"¿Meteoritos?"-la palabra cruzó instantáneamente por la mente del kitsune. Hiei frenó en seco sobre el tejado de un bloque de pisos, y Kurama paró trastabillando.
-Allí...-señaló. El pelirrojo levantó la cabeza y lo que vio lo dejó sin aliento.
Frente a ellos, una enorme columna de humo oscuro nublaba la visión y volutas de fuego chisporroteaban en árboles, arbustos y hierba. Los restos del que hasta esa misma tarde había sido el parque de la ciudad, yacían sepultados por cascajos de piedra, aluminio y cemento. En su lugar, un enorme y profundo agujero socavado en las mismísimas alcantarillas se extendía a lo largo de unos cuatrocientos metros, y su anchura no lograba divisarse con la vista. Chorros de agua a presión brotaban de las antiguas cañerías oxidadas por el paso del tiempo.
Kurama no se movía. Hiei se dedicaba a observar con indiferencia a los ningens que empezaban a llegar, curiosos, acumulándose cada vez más y más alrededor de los destrozos.
-Bajemos...-susurró Kurama, dando un paso de más y dejándose caer como quien camina por la calle. Hiei no pudo ver su expresión, pero sus palabras inafectadas lo tomaron desprevenido. Su rapidez de recuperación era sorprendente. O eso, o era el mejor zorro del Makai fingiendo ser inalcanzable en su eterno pedestal de hielo, escaso de sentimientos.
El youkai de fuego arqueó sus finas cejas y ladeó la cabeza.
La segunda opción, sí. Esa era la correcta.
Finalmente, de un ágil salto se dejó caer también, entrecerrando los ojos por la fuerza del viento, entreviendo a través de ellos la cabeza pelirroja que le esperaba allí abajo, rodeada de ningens que carecían de esa rapidez de recuperación y ese temple propio de los demonios entrados en años, a juzgar por las expresiones hipnotizadas de sus caras de bobos.
Aterrizó aminorando la velocidad con su propia energía. Pero justo antes de tocar el suelo se dio cuenta de que algo no iba bien. El pelirrojo retrocedía, acobardado.
-¿Kurama?
