Mycroft entró al 221B y miró la sala con una ligera mueca de asco.

No había ningún lugar donde sentarse ya que los dos sillones y el sofá estaban llenos de libros, cajas con objetos de laboratorio y un baúl con más libros.

El suelo estaba lleno de cajas del mismo contenido, cosas que él consideraba porquerías. Y luego, había una maleta llena de ropa y una calavera encima. Mycroft torció el gesto.

—De verdad Sherlock, pudiendo tener un lugar más amplio para poner tus… —dijo y le dio golpecitos con el paraguas a la calavera —. Trastos… Y eliges un piso enano en Baker Street, ¿así te sientes un ciudadano más de a pie?

—En el centro todo está más a mano —dijo Sherlock desde el baño mientras cerraba el grifo del agua.

—¿Y crees que el precio que pagas por esto merece la pena? Es muy caro para ser tan pequeño —le comentó —. Dado que te niegas a usar tu herencia, necesitarás un compañero de piso.

—Eso está solucionado —comentó el detective mientras entraba al salón secándose el pelo con una toalla.

Mycroft se dio la vuelta y le miró.

—¿Has encontrado un compañero de piso? ¿Tú? —le preguntó antes de revisar con la vista todo el cuerpo desnudo.

Tenía un moratón enorme de color casi negro en el costado. Lo cogió por la muñeca y tiró hacia él, haciendo tropezar a Sherlock y que se cayera sobre Mycroft. Este lo agarró por los hombros y lo incorporó, pero no le soltó el brazo. Con la mano libre le examinó el golpe.

—¿Se puede saber como diablos te has hecho esto? —le preguntó.

—Mis colegas del lado este descubrieron que trabajaba con Lestrade y creyeron que solo les compraba porque estaba ayudando a llevarlos a la cárcel —explicó Sherlock.

Mycroft le miró con severidad y le soltó.

—¿Y has comprado últimamente? —le preguntó.

El detective gruñó y se puso la toalla alrededor de su cintura.

—Eso es cosa mía, Mycroft —le respondió.

El mayor de los Holmes suspiró y cogió de nuevo su paraguas.

—Vístete —le ordenó.

Sherlock le miró alzando una ceja.

—¿Por qué debería de hacer eso?

—Te voy a invitar a comer.

—¿Para celebrar tu cumpleaños? —preguntó.

—Y para que comas algo. Hoy te toca comer —le recordó.

Sherlock hizo una mueca pero se metió en su habitación con la maleta de ropa para adecentarse un poco. Mientras se vestía, Mycroft entró en la cocina y abrió la nevera. Un bote con una lengua humana, una bolsa con dedos índice, pan de molde y una tarrina de mantequilla caducada.

Si alguien estaba dispuesto a compartir piso con Sherlock, merecía un altar.

Regresó al salón y al ver a su hermano listo le abrió la puerta para que saliera.

—Entonces, ¿vas a saltarte la dieta? —preguntó Sherlock con una sonrisa de suficiencia mientras pasaba.

—En efecto Sherlock, en efecto —le respondió Mycroft mientras cerraba la puerta de casa tras él.