Katekyo Hitman Reborn! es propiedad de Akira Amano.

Adicción.


Los ojos ámbar viajan de los labios italianos hasta la punta consumida del pitillo y de ahí rebotan hasta el cenicero atiborrado de viejas colillas de cigarrillo. Los ojos verdes, que ya antes se han dado cuenta de esta manía, amenazan de muerte al espadachín sentado frente a ellos; bufa, indignado, remoliendo lo que queda del tabaco en la base de cristal antes mencionada.

Ya —corta el silencio de la estancia—. Si no te gusta, lárgate —sentencia con rudeza el joven italiano, volviendo la mirada a su libro. Tomando un nuevo cigarrillo de la caja de Marlboros y encendiéndolo en cuestión de segundos.

Los labios del moreno se curvan en una ligera sonrisa y recarga el peso de su cabeza en la palma de su mano, apoyando el codo en el filo de la mesa que lo separa del guardián de la tormenta. El hombre de camisa roja se remueve incómodo en el asiento, sabe que está siendo escrutado, y la mirada cálida de Yamamoto no le gusta —para nada.

Yamamoto, ajeno a la irritación de Hayato, se pregunta ¿desde cuando habría comenzada a fumar? Llevaba poco más de diez años conociendo a Gokudera, y desde entonces él ya era una máquina devoradora de Marlboros. Como deportista, Yamamoto nunca fumó, y a decir verdad nunca llamó su atención; pero siempre que Hayato encendía uno de esos tubos blancos rellenos de tabaco no podía parar sus cavilaciones.

— No me molesta —confiesa—, pero —y siempre había un pero—, ¿sabías que fumar así provoca cáncer?

— De algo me habré de morir —suelta ligero. Mientras, acomoda uno de sus mechones plateados detrás de su oreja perforada.

— Además deja los dientes amarillos...

— Los puedo blanquear —justifica Gokudera. Mientras deja ligeramente de lado su lectura.

— Existen lugares donde no se puede fumar.

— No me interesan esos lugares.

— ¿Sabías que fumar vuelve, además, fumadores pasivos a los que te te rodean?

— Para —interrumpe de golpe, cerrando con brusquedad el libro de pasta gruesa en sus manos—. No sé qué intentes, friki, pero para de meterte en lo que no te importa. Pesado.

¡Ahah! —el moreno se ríe, algo simplón, casi sólo para matar cualquier tensión—. Gokudera, ¿cómo no me va a importar? Se trata de ti.

Entonces los cabellos finos cortan el aire por lo rápido que el joven italiano a girado la cabeza, ruborizado —Yamamoto lo molesta mucho, demasiado, lo saca completamente de control—. Es que, ¿cómo alguien puede decir tantas tonterías con esa sonrisa en la cara? Y desde que Hayato conoce al idiota-músculos, sabía que el hombre de cabellos azabaches poseía la increíble capacidad de hacer que su estómago pesara mil toneladas y los nervios se apoderaran de su cara.

— Es que, imagínate —continuó Yamamoto, aunque Gokudera no le diera la cara—, ya tengo bastante con la mafia italiana, la mafia japonesa, los enemigos de Vongola, Uri, Bianchi y allegados como para que también tú trates de matarte. ¿Qué hago yo sin ti?

El libro verde de pasta gruesa salió volando en dirección a la cara de Takeshi dando justo en el blanco, un "auch" salió de los labios del moreno. Gokudera encendió —casi quemándose en el intento— un nuevo cigarrillo; farfullaba uno que otro "idiota". Definitivamente necesitaba alejarse de Yamamoto Takeshi antes de que esa sensación de cosquilleo en el estómago, las manos sudadas, la sonrisa boba, el ceño fruncido, el sonrojo... tenía que alejarse del moreno antes de que todas esas estupideces comenzaran a gustarle. Antes de que él comenzara a gustarle... más.


Fin.

Pia~