Esta viñeta está dedicada a Woo-JiHo, por su petición especial de un fic basado en la canción Chloroform de Phoenix, basado en el reto del amigo invisible 2016 del foro la Noble y Ancestral Casa de los Black. Tengo que darte las gracias porque me has descubierto una canción preciosa!


—Dime Severus, ¿crees que podré ser una buena bruja?

—Serás la mejor.

Siempre sería la mejor. Con su pelo rojo, sacando reflejos de cada gota de luz que recibía. Su sonrisa perfecta y su amistad incondicional.
Severus la observaba mientras se columpiaba, cada vez más alto, cada vez más fuerte. Hasta quedar suspendida en el aire como un pequeño angel de fuego. Con su pelo rojo reluciendo.


Otro recuerdo más, amortentia, olor a pergamino nuevo, óxido de columpio y hierbaluisa, ácida y dulce como ella.
Levantó la mirada de su propia poción para observarla, su pelo recogido en un moño e inclinándose a oler su caldero. Mírame. Vamos, mírame, sólo un segundo. Pensó con desesperación. Ella levantó la cabeza fugazmente, pero su mirada se deslizó hacia Potter. Ese Potter.
Siente un dolor punzante en el pecho. Otra vez. Pero poco a poco se va hundiendo en su propia oscuridad hasta quedar anestesiado. Ella es la mejor. Y él no.


Una foto en el periódico. Muy pequeña, no están los tiempos para grandes anuncios. Ella y él, sonrientes y felices, rodeados de amigos, celebrando que pese a la adversidad han decidido pasar sus vidas juntos.
Arruga la bola de papel y la lanza al infinito. Se da la vuelta y se dirige hacia algún otro lugar. No quiere pensar. Tan solo encontrar algo que le permita anestesiarse un ratito más. Y no pensar en ella.


Nada le había preparado para aquello. Ella no. Ella no. Había suplicado. Se había arrastrado ante su Señor. Había traicionado sus ideales sólo por salvarla. Lo habría dado todo, incluso su vida, sólo por evitar ese momento.
Lily Evans yacía entre sus brazos, fría e inerte, con el pelo rojo desmadejado rodeándola como llamas lamiendo su piel. Tantas veces que había soñado con poderla estrechar así, abrazarla y acunarla junto a su pecho. Acariciar ese pelo rojo y susurrarle al oído que nunca la dejaría. Pero como siempre, había sido ella quien le había abandonado.