A todos mis queridos lectores:
Este fanfic está dedicado a todas aquellas personas que se tomaron, ya sea, un minuto o más en dejarme un comentario apoyando mi primer fanfic para el fandom de Hey Arnold! "Un beso, Un dólar".
Gracias Por las criticas que me ayudan a mejorar día a día, por las teorías, por dejar sus frustraciones y sus felicitaciones, por las veces que nos reímos juntos (tú leyendo y yo escribiendo) y por sobre todo por el apoyo que no me esperaba con mi humilde historia. La que comparto con ustedes solo con el fin de hacer que se olviden un rato de la rutina y disfruten lo que mi cabeza loca tiene para ofrecer, quizás también llenar un vació porque todos queremos más de Arnold, Helga, Gerald, Phoebe y de todos los personajes del universo de Hey Arnold!
Gracias tambien a todas aquellas personas que se toman un tiempo para escribirme un mensaje (reviews), no solo para este fanfic sino que también para mis otras historias y que además de comentarlas las siguen, a pesar de mis falencias y del tiempo que me demoro.
Aprovecho de también agradecer al señor Beta que hace que cada capitulo o historia se lea de la mejor manera posible y por su paciencia. ¡Muchas Gracias!
Realmente deseo escribir muchas más historias para este fandom, tengo algunas reseñas en mi perfil (sientanse libres de revisarlo) y otras historias en borradores que en algún momento terminare y sé las compartiré.
Gracias especiales a todos ustedes:
The J.A.M. a.k.a. Numbuh i,
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Y ahora el capitulo especial de los 100 reviews.
El amargo sabor de la venganza
La economía en la casa Pataki va de mal en peor. No hay dinero para el almuerzo y Miriam no ha sido capaz de preparar la lonchera de Helga.
"—Con esta salsa todos se quedarán sin almuerzo —dijo Helga sonriendo malvada."
"—Debemos devolverle la broma, y tú, Arnold, nos ayudarás. La hemos observado y no le gustan las fresas." POST FTI - PRE TJM
Especial de los 100 reviews.
Parte I
La Doctora Bliss se encontraba traspasando la información de sus pacientes a su nueva computadora cuando la puerta se abrió de improvisto, haciendo que se sobresaltara y lo único que alcanzó a vislumbrar fue un torbellino rosa y amarillo que rápidamente entró a su oficina.
—¡Hola, Doc!
—Hola, Helga. Pensé que nuestra cita era a las cuatro y treinta —respondió la mujer, enarcando una ceja mientras verificaba la hora en su computadora.
—¿A las cuatro y treinta? ¿En serio? No me di cuenta y aún falta media hora. ¿No podemos empezar ya?
Al parecer algo interesante había sucedido porque la niña apenas podía ocultar que algo la tenía muy entusiasmada.
—Está bien, Helga. Eras mi última cita de hoy y puedo terminar de pasar esta información más tarde —La mujer se levantó de la silla del escritorio para pasar a sentarse frente a Helga, la cual se había recostado en el sofá con las manos tras la cabeza y las piernas cruzadas.
—Estupendo.
—Muy bien. Entonces ha pasado prácticamente un año desde la única vez que nos vimos e incluso me sentí un poco sorprendida cuando el director Wartz me llamó para que aceptara tener otra cita contigo.
—Bueno sí, ¿y qué? Me dijo que hablaríamos de nuevo y no la veo hacer nada por ello.
—Disculpa, Helga. Fue mi error porque después de considerar todo lo que me habías contado, no creí que fuese necesario que tú tuvieses que seguir algún tratamiento.
—Y si no soy yo, ¿quién?
—Tus padres.
—¡¿Mis padres?! ¿Y ellos qué tienen que ver en esto?
—Todo, Helga. Por eso los derivé con un colega que trabaja exclusivamente con pacientes adultos. Pero aún no ha obtenido respuesta por parte de ellos.
—Y no la tendrá, Doc. Los dos son unos fanáticos de que las cosas están mejor "bajo el tapete" —respondió la chica dibujando comillas en el aire mientras repetía una de las frases de sus padres.
—Aun así, creo que es importante para tu familia que tus padres conversen con un especialista.
—Te deseo suerte con eso, Doc —respondió la joven cruzándose de brazos, pero aun así dispuesta a continuar hablando—. Y más aún con todos los problemas que últimamente han estado teniendo.
La mujer se cruzó de piernas y profesionalmente comenzó a tomar notas.
—Entonces, ¿por qué no me cuentas, Helga? ¿Qué problemas han estado teniendo?
—El negocio del Gran Bob se está yendo a la quiebra.
—Siento escuchar eso. ¿Cómo se lo está tomando tu padre?
—¿Cómo crees que se lo está tomando, Doc? ¡El hombre parece un loco! No para de trabajar, se queda la mayor parte del tiempo durmiendo en la tienda con una mano en el teléfono a la espera de un gran pedido que le permita salvar el negocio y cuando está en casa… —Helga se levantó alzando los brazos exasperada—. ¡No suelta la calculadora! Siempre está sacando las cuentas y hablando entre gruñidos.
—¿No crees que se pueda deber a que está pasando por una situación de alto estrés?
—De seguro que sí, teniendo en cuenta que no ha tenido pedidos en meses, aunque tampoco me escucha. Le he intentado decir que se olvide de los tontos localizadores e intente vender más teléfonos celulares —La joven volteó para mirar de frente a la doctora—. ¿Puede creer que hasta Miriam se lo insinuó? Pero es como hablar con la pared —respondió Helga cruzándose de brazos.
—¿Qué más me puedes decir sobre tu madre?
—¿Mi mamá? ¿Qué hay con ella?
—¿Sigue siendo tan… perezosa como me lo comentaste la última vez? Porque según lo que me acabas de contar, ella coincide contigo en que vender celulares sería más provechoso.
—Ha tenido sus momentos —respondió la niña encogiéndose de hombros.
—¿Momentos?
—Lo que quiero decir, Doc, es que lo único que Miriam sabe hacer es volverse cada vez más distraída con cada día que pasa —bufó la chica molesta, apretando los puños frustrada.
La siquiatra esperó, por un momento, escuchar algo positivo de la madre de la preadolescente, sin embargo, sabía que no podía esperar mucho de alguien que tenía serios problemas con el alcohol, según lo que había logrado deducir tras la última visita de Helga.
—¿Y tu hermana?
—Por favor… No tengo nada que decir de ella, a parte que sigue siendo tan perfecta como siempre…
La mujer se sintió claramente decepcionada de que ni siquiera la relación con su hermana hubiese mejorado.
—Pero...
Al escuchar la voz de la joven que estaba de espalda a ella, inmediatamente la observó curiosa a pesar de que ella ya no la estaba mirando.
—Ya no la siento tan lejos como antes —susurró Helga.
—Me alegra escuchar eso. Y cuéntame, ¿cómo fue este repentino acercamiento?
—En realidad no usaría las palabras "repentino" ni "acercamiento", sino que las reemplazaría por "gradual" y "no tan lejos", pero digamos que escuchar los consejos de cierto chico me ha ayudado mucho.
—¿De cierto chico? —preguntó confundida en un principio, hasta que notó el leve rubor en las mejillas de Helga. —¿Te refieres a Arnold?
—Uhm, sí. A ese cabeza de balón le encanta entrometerse en los problemas de los demás.
—Me alegro de que te sientas más cercana a alguien de tu familia, Helga.
—Sí, sí, lo que sea —respondió la chica, restándole importancia mientras volvía a pasearse inquieta por la habitación.
La mujer pensó en qué es lo que podría tener tan ansiosa a Helga y pronto a su mente vino el nombre de cierto niño recién mencionado.
—Entonces… ¿me dices que Arnold te ha estado dando consejos? —preguntó, viendo que eso hacía que la chica que había estado muy inquieta buscara sentarse nuevamente en el sofá, dejando que sus piernas colgaran.
—Sí, puede que me haya dado una que otra sugerencia.
—¿Y cómo te sientes respecto a eso?
—¿Que "cómo me siento respecto a eso"? —repitió Helga antes de contestar con otra pregunta — ¿Por qué debería sentirme de alguna manera en particular?
—Vamos, Helga. Creo que, como tu siquiatra, y profesional del área de salud mental que juró jamás revelar las confesiones de sus pacientes, no es necesario que volvamos a ese juego.
—¿Qué juego? —preguntó Helga, fingiendo no saber de lo que la mujer hablaba—. Yo no sé de qué está hablando —dijo la chica a la vez que se encogía de hombros, aunque el balanceo inquieto de sus piernas la delataba.
—De acuerdo. Creo que necesito ser más directa. ¿Cómo ha sido tu relación con Arnold los últimos meses?
—Supongo que buena, no he dejado de llamarlo "cabeza de balón" ni de molestarlo, pero creo que podría estar haciéndole menos bromas molestas.
—Entonces, ¿sigues enamorada de él?
—Yo…
Al sentir el claro titubeo de la chica, la mujer intentó infundirle confianza con sus palabras, ella sabía lo tímida e insegura que podía llegar a ser Helga.
—Dime, Helga. Puedes confiarme cualquier cosa que haya pasado. Te recuerdo que todo será completamente confidencial.
—Yo…
—¿Tú?
—Yo…
—¿Tú? —repitió con un nudo en la garganta ante la incertidumbre.
—Yo me confesé a Arnold —respondió casi en un murmullo Helga.
Al escuchar eso la mujer pudo respirar tranquila, recién dándose cuenta de que había estado conteniendo el aliento.
Con que solo se había confesado a Arnold, pensó sin procesar la información.
—¿Ves que no era tan difícil de decirme que te habías confesado a Arnold? —dijo la mujer mientras observaba cómo Helga miraba el piso alfombrado como si fuera lo más interesante del mundo.
La Doctora Bliss estaba esperando que ella dijera algo más, hasta que abrió los ojos sorprendida, recién percatándose de lo importante que eran las palabras de la jovencita e inmediatamente se sentó a su lado poniendo una mano en su hombro.
—¿Te confesaste a Arnold? —preguntó incrédula, pensando que quizás sus oídos la habían engañado.
—Yo… ¿sí? —respondió Helga mirándola avergonzada.
Eso realmente no me lo esperaba… se dijo la mujer, parpadeando rápidamente aun incrédula, pensando que después de tan solo un puñado de meses la joven a la que tanto le había costado admitir su apasionado enamoramiento, que casi rayaba lo obsesivo, se atreviera a confesarse, y a pesar de las enormes ganas de preguntarle todo sobre el acontecimiento, la mujer se contuvo, carraspeando para poder ocultar su emoción antes de preguntarle más.
—Entonces… ¿cómo se lo tomó?
—Al principio estaba prácticamente aterrado, luego confundido y después creo que se lo tomó bastante bien en realidad —respondió Helga pensando desde que se confesó hasta las últimas semanas—. Considerando que le confesé lo de los poemas, el santuario y el acoso.
—¿Le contaste sobre todo eso?
—Sí —respondió avergonzada.
—Porque no me cuentas del principio y me dices qué te llevó a confesarte
—Bien, Doc. Pero esto nos tomará un buen rato.
—No te preocupes, Helga. Para eso estoy.
El sonido del balón de básquet rebotar contra el cemento no llamó la atención de nadie mientras dos amigos se miraban atentos pensando en cuál sería el movimiento, del que ahora era su contrincante.
Gerald pensó en arrebatarle el balón por la izquierda e hizo el movimiento sin percatarse que Arnold cambiaría rápidamente a su derecha, pero el chico, siendo tan hábil como su mejor amigo, rápidamente intentó bloquearlo por el lado contrario, aunque antes que pudiera hacer algo más, Arnold se tropezó con sus propios pies cayendo fuertemente al piso.
—Ugh. Eso debió doler —dijo Gerald encogiéndose al ver la dolorosa forma en que su amigo había aterrizado sobre su espalda—. ¿Estás bien?
Arnold se llevó el antebrazo a la frente, esperando recuperar el aire antes de responder.
—Creo que sí —respondió agitado, sin hacer ninguna intención de levantarse.
Gerald le ofreció su mano al chico, pero este se negó, haciéndole un gesto mientras respiraba pesado, un poco por el intenso partido y otro poco por el susto de la caída.
Gerald se sentó encima del balón a un lado de Arnold, mirándolo curioso.
—Oye, Arnold…
—¿Si, Gerald? —preguntó el chico con los ojos cerrados sintiéndose un poco más calmado y pensando que era imposible que la persona que había visto pasar por el rabillo de ojo fuera Helga.
—Quizás sea algo estúpido lo que te preguntaré, pero, de todas formas, necesito preguntártelo —el chico moreno aún dudaba de si estaba imaginando cosas o no y aún con dudas formuló su pregunta:
—¿Pasa algo entre Helga y tú?
Arnold abrió los ojos sorprendido ante la pregunta de su mejor amigo, sintiéndose agitado, nuevamente, antes las emociones.
—¿P-por qué lo preguntas?
—No lo sé, viejo. Es solo que desde que salvamos el vecindario has estado actuando extraño a su alrededor.
—¿Extraño?
—Sí, extraño —confirmó y luego empezó a mencionarle situaciones de las que se había percatado—. Por ejemplo, que cada vez que el autobús pasa por fuera de su casa te pones a espaciar, a veces te pillo mirándola fijamente como si intentaras leer su mente y otras veces solo la miras, asientes o niegas repetidamente sin mencionar que aún no me has contado que fue lo que pasó en la semana de vacaciones de verano. Te fuiste de la escuela pensando que Helga G. Pataki es una persona que nunca extrañaremos, pero regresaste prácticamente agradeciendo el día en que ella nació y eso que estoy dejando de lado un montón de ocasiones realmente extrañas, que ni quiero recordar, en las que los he pillado a los dos. Así que no me queda más que preguntar: ¿Qué es lo que pasa, hermano?
Arnold reflexionó sobre todas las cosas de las que Gerald estaba comentando, pero a pesar de que le confiaría su vida a su mejor amigo, no sabía cómo responder a su pregunta sin exponer a Helga o a él mismo, y, de todas formas, ¿qué es lo que podía contar si ni él estaba seguro de lo que pasaba ni por su propia mente?
—Gerald, no sé cómo te puedo responder una pregunta que me he formulado un millón de veces —respondió Arnold, intentando ser lo más sincero posible—. Simplemente no entiendo qué pasa con ella ni cómo me siento al respecto de eso.
Arnold levantó la espalda del suelo y se sentó con las piernas cruzadas frente a su amigo que lo miraba expectante.
—De acuerdo —concedió el chico moreno—. Sin embargo, cuando estés preparado para hablar sobre ello, siempre tendrás un oído en mí.
—Gracias, Gerald.
Ambos chicos se levantaron e hicieron su apretón de manos especial antes de continuar practicando.
La joven mujer miró asombrada a la chica que hace solo unos segundos había terminado de relatar el gran suceso que había impedido que perdiera su pequeño departamento en el lugar.
—¡Dios mío, Helga, no puedo creer que gracias a ti gran parte del vecindario se haya salvado! —exclamó asombrada.
—Hola, Doc. —dijo irónica mientras movía la mano frente a ella—. Dije que Arnold y Gerald fueron los principales impulsadores de todo esto.
—Sí, pero si tú no los hubieras ayudado; sus esfuerzos hubieran sido completamente en vano… Creo que lo que hiciste es realmente impresionante.
—Lo mismo dijo Arnold.
—Sé que lo dijiste, pero estoy muy impresionada por toda esa loca historia y de lo valiente que fueron ustedes —reconoció la mujer, pensando que por esta vez iba a ignorar la irresponsabilidad de la familia de los tres muchachos por permitirles hacer algo en lo que incluso pudieron perder la vida—. Entiendo que Arnold se mostrara tan sorprendido por toda la situación y también puedo comprender por qué quiso dejar tu confesión y el beso como algo del momento.
—¿Sí? —preguntó confusa Helga.
—Sí —confirmó la mujer — Después de toda esa adrenalina que corrió por sus cuerpos con el reloj en contra, la inminente pérdida de sus hogares y escapar de una situación riesgosa… Creo que es normal que Arnold quisiera tomarse una pausa para poder procesar todo en su mente e incluso pienso que fue bastante honorable de su parte darte la opción de dejarte tomar tus palabras de vuelta.
—¿Sí?
—Claro que sí, Helga. Imagino que Arnold quería tener el tiempo suficiente para pensar en sus sentimientos hacia ti con tranquilidad y responsabilidad e incluso el solo hecho de no haberte rechazado en el acto puede ser una buena señal —comentó la mujer tranquilamente.
—Entonces… ¿cree que hay esperanza? —preguntó Helga ilusionada.
—Helga, siempre hay esperanza, y a riesgo de no ser profesional, diría que desde que te confesaste, moviste algo importante dentro de Arnold, considerando todas las cosas que me has contado.
Helga abrazó impulsivamente a la mujer sintiéndose contenta de tener a alguien que la escuchara sin que le diera una mirada de lástima, sin prejuicios y sobre todo en la que pudiera confiar al cien por ciento.
Gerald estaba completamente concentrado en su objetivo, sintiendo algunos de los nueve mil trecientos sesenta y seis puntos que hay en el balón bajo sus dedos, confiando en el balón para el mejor tiro libre de su vida hasta que…
—Oye, Gerald —preguntó Arnold de la nada, rompiendo la concentración del chico.
El balón había golpeado el arco para luego estrellarse con la frente del moreno, quien le dio una mirada a su pensativo amigo que ni siquiera se dio cuenta de lo que había ocasionado al estar sentado en la banca mirando al piso.
—¿Sí, Arnold? —preguntó frotándose la frente para luego sentarse a su lado.
—¿Qué harías si la persona que menos esperas te confiesa que está enamorada de ti?
—Mmm… ¿Qué clase de pregunta es esa?
—Solo contéstame, por favor —pidió el chico.
—Bueno, eso dependería de quién es y qué es lo que siento por esa persona —respondió Gerald mirando el balón que estaba en su regazo—. Si no siento nada y es alguien cercano me sentiría un poco mal, pero intentaría ser honesto con mis sentimientos. ¿No sería la clase de consejo que habitualmente le darías a alguien?
—Sí, pero esto es diferente.
—¿Por qué es diferente? —preguntó Gerald confuso.
—Digamos que solo es diferente porque nunca he pasado por esta situación antes —respondió Arnold, esperando que Gerald no preguntara tanto—. Y bajo tu lógica, ¿qué pasaría si alguna vez sentiste muchas cosas por esta persona y como nunca esperaste ser correspondido mantuviste tus sentimientos para ti mismo?
Gerald frunció el ceño, sintiéndose aún más confuso que antes ante las palabras de Arnold, sin estar seguro a dónde quería llegar o qué es lo que quería escuchar, intentó imaginarse en una situación así.
—Creo que estaría muy feliz si esa persona al fin me correspondiera.
—¿Y si le agregaras que esa persona tiene un gusto rayando en lo sádico de hacer bromas en tu contra?
Gerald hizo una mueca ante la descripción, pensando que él también estaría muy confundido.
—En esa situación, viejo, no sabría qué pensar, aunque creo que me sentiría como un barco a la deriva sin saber si el trozo de tierra que veo es verdad o solo una ilusión de mi subconsciente.
Gerald suspiró pesado pensando que de una u otra manera su mejor amigo siempre lograba meterse en problemas que él no consideraba tener, por lo menos hasta que estuviera en la escuela secundaria.
—Mmm, mmm, mmm. Arnold, amigo, no sé en qué tipo de problemas estés metido esta vez, pero déjame decirte que no te envidio para nada, para nada —dijo compadeciéndose de él—. Lo único que espero es que no estés tras de Lila otra vez. Mira, viejo, nunca había querido decírtelo, pero esa chica no es para ti. Ella es demasiado dulce y tranquila para un tipo como tú.
—No es que esté pensando en Lila, pero ¿qué quieres decir con un tipo como yo? —preguntó curioso.
—Vamos, Arnold. ¿Realmente tengo que decirlo?
Al notar la mirada desconcertada de su amigo no le quedó de otra que exponer su punto de vista.
—De acuerdo, lo diré. Si bien eres confiable, leal, acomedido, honesto, amigable, cortés, amable y tienes muchas otras cualidades positivas… También puedes llegar a ser impetuoso, gruñón, obstinado, arriesgado, obsesivo…
—Está bien, está bien, creo que puedo captar la idea.
—…metiche, terco, confrontativo… —continuó ignorándolo Gerald hasta que terminó con su lista—. Puedo pensar en algún otro más si lo necesitas.
—Gracias, Gerald. Creo que es más que suficiente —dijo Arnold mientras rodaba los ojos.
—De nada, viejo. Sabes que siempre puedes contar conmigo para poder recordarte tus defectos. Y ahora, como te iba diciendo, eres demasiado aventurero para una chica sensata como Lila; diría que ella es más del tipo hogareño. Sin embargo, no te equivoques, ustedes dos aún tienen un par de cosas en común como que son muy amables, pero fuera de eso creo que no se complementan en nada, aunque tampoco podría decir que son polos completamente opuestos. ¿Por qué crees que nunca hice algo para ayudarte con respecto a Lila?
El preadolescente rubio estaba completamente desconcertado porque en realidad nunca se había preguntado por qué su mejor amigo jamás lo aconsejó o intentó ayudarlo en su enamoramiento con Lila a diferencia de cuando estaba interesado en Ruth.
—Porque sabías que ella no me aceptaría.
—En realidad no. Fue porque creí que en algún momento Lila te aceptaría, aunque también pensé que esa cosa terminaría tan pronto cuando te dieras cuenta de que esa relación te estaba alejando de las cosas que en verdad te gustan.
Arnold seguía mirando a su amigo sin poder comprender de lo que él estaba hablando.
—Amigo, te encanta el peligro y lo sabes, es más, podría contar con los dedos de una mano las veces en que yo nos he metido en problemas, pero tú, amigo mío, me faltarían pelos en la cabeza para enumerar las situaciones en las que nos hemos involucrado debido a tu falta de sensatez, y ojalá fuera solo eso la diferencia entre Lila y tú, sino que también debo recordarte que sus gustos son muy distintos —declaró moviendo el balón en sus manos—. Te encanta la ciencia ficción, cosa que Lila odia, amas el misterio, cosas que Lila encuentra muy aburrido, te encantan los deportes y no olvidemos que de todas las veces que hemos invitado a Lila a jugar, solo en una ocasión aceptó y después de eso nunca más volvió a unírsenos.
—¿Cómo… cómo es que recuerdas todas esas cosas?
—Vamos, Arnold. No hay nadie más molesto que tú cuando te gusta una chica y cada vez que descubrías algo nuevo de Lila no parabas de repetírmelo hasta el cansancio, aunque, como tu mejor amigo, no me quedaba de otra que armarme de paciencia y escuchar cada semana lo nuevo que tenías que decir —respondió encogiéndose de hombros—. Hombre, créeme que deberías dejar de buscar problemas en el departamento del romance. Terminarás envejeciendo antes de tiempo y apenas tenemos diez años.
—Creo que tienes razón, y supongo que nunca me paré a pensar en todo eso.
—Arnold, cuando algo se te mete entre ceja y ceja no te detienes a pensar en nada hasta que estás satisfecho, pero vamos, no te desanimes, tener gustos diferentes no es grave, el problema está en cuando no existe un punto de equilibrio en una pareja —dijo Gerald, levantándose para dar un par de botes con el balón—. Además, debes recordar lo molesto que estabas cuando me llamaste para decir que no podías ir a jugar cartas con los muchachos en mi casa debido a que Lila no paraba de acaparar tu atención cuando tú le gustabas-gustabas a ella, pero a ti no te gustaba-gustaba, si no que solo te gustaba, y tampoco olvides que cuando salió con Arnie hizo exactamente lo mismo. Créeme, viejo, si Lila te hubiera terminado aceptando tu destino, hubiera sido peor que la muerte.
—Gerald, ahora estás siendo exagerado, pero creo que estoy entendiendo lo que quieres decir, aunque eso no me ayuda en nada con mi problema actual —dijo Arnold mirando el cielo.
—Era algo que quería decirte en algún momento, aunque debo reconocer que superaste bastante bien todo el asunto de Lila.
—Supongo… que en realidad no me gustaba tanto como creía —concedió Arnold—. Gracias, Gerald, realmente eres muy sabio en esto de las relaciones.
—No hay de que agradecer, y un día de estos te prestaré las revistas que le regalan en el trabajo a mi madre. Hombre, las confesiones de esos adolescentes son realmente muy locas.
—Claro, Gerald. Aunque creo que sería bueno que buscaras algún consejo sobre "cómo hacerle entender a la chica que te gusta que no son solo amigos".
—¿Por qué dices eso, viejo? —preguntó Gerald ahora él sintiéndose confundido.
Arnold lo miro enarcando una ceja y luego fue por el balón para hacer un tiro libre dejando, por el momento, la pregunta sin contestar.
Después de su visita al siquiatra, Helga no se dirigió a cenar a su casa, sino que fue hasta la casa de los Heyerdahl a cenar por segunda semana por consecutiva.
—¿Qué hay, Pheebs? ¿Ya terminaste tu parte de la asignación? —saludó la preadolescente entrando a la casa de su mejor amiga en cuanto esta abrió la puerta.
—Sí, Helga. Faltaría que terminaras lo que queda para que mañana podamos entregarla al señor Simmons.
—De acuerdo. La finalizaré ahora mientras está lista la cena.
—Sobre eso, Helga. Mis padres preguntan si puedes quedarte a pasar la noche en casa. Ellos saldrán a cenar fuera y no quieren que me quede sola ya que no saben a qué hora regresarán —explicó la joven siguiendo las instrucciones de su madre.
Helga aceptó rápidamente con una gran sonrisa pensando que pasar la noche en casa de Phoebe significaba tener no solo la cena, sino que también tendría el desayuno y la merienda del día siguiente.
Durante los últimos meses las cosas en la casa Pataki no habían ido nada bien. Los Heyerdahl no eran ignorantes y sabían que la era digital estaba avanzando a pasos agigantados, dejando muchas tecnologías obsoletas.
Las últimas innovaciones tecnológicas estaban haciendo perder terreno a los localizadores rápidamente y las cosas se harían cada vez eran más difíciles para los Pataki si Bob seguía aferrándose a los mensáfonos.
Para Reba y Kyou, la situación se estaba haciendo inquietante, ellos apreciaban mucho a la mejor amiga de su hija y no tenían problema en que cenara en su casa cada noche, sin embargo, no podían hacer mucho más que eso; Helga estaba creciendo. Ella necesitaba ropa nueva, consejos de mujer y una dieta equilibrada acorde a su edad, cosas que por más que quisieran, no era su deber brindarle.
Por eso habían decidido tener una conversación de padres a padres, de hecho, no era la primera vez que Reba llamaba la atención de Big Bob por descuidar a la pequeña y esperaba que la madre de Helga fuese más accesible, aunque las pocas veces que había hablado con ella le pareció una mujer muy distraída.
—Espero que Helga no haya sospechado nada de la repentina invitación de nuestra pequeña —comentó la mujer preocupada a su esposo.
—No te preocupes, querida. De seguro que nuestra Phoebe lo hizo bien y ahora deben estar alistándose para dormir —respondió el hombre mientras divisaba su destino a solo unos metros.
Phoebe fue la primera en despertar, aunque eso era obvio porque de las dos niñas ella era la que tenía el sueño más ligero. En cuanto se levantó, vio como Helga aún dormía profundamente mientras abrazaba la almohada en el futón que tenían reservado para las ocasiones en que ella se quedaba.
La joven sintió pasos en el piso de abajo y salió, intentando no hacer ruido para que su amiga aprovechara dormir un par de minutos, mientras ella se alistaba para la escuela.
—Buenos días, madre —saludó la joven al ver a su madre sirviéndose café en la cocina.
—Buenos días, hija. ¿Cómo amaneciste?
—Muy bien.
—¿La pasaron bien Helga y tú anoche?
—Sí, después de terminar de ver la película, fuimos a dormir temprano tal y como nos lo pidieron —respondió la joven, notando que su madre se veía un poco preocupada—. ¿Pasó algo malo en la cena de anoche? —preguntó curiosa.
—Nada de lo que debas preocuparte, pequeña —respondió la mujer, esperando que sus palabras fueran ciertas. Tal y como se lo esperaba, el padre de Helga no se tomó nada bien su intromisión, pero por último prometió no descuidar más a su hija menor y ella esperaba de todo corazón que lo cumpliera—. Dejé la ropa limpia de Helga sobre el sofá. ¿Podrías llevársela?
—Claro, madre.
Después de un buen día de escuela y una buena cena en la casa de Phoebe, Helga se preparó mentalmente para volver a su hogar, esperando no tener qué tener que lidiar con el mal humor de su padre.
—Helga, reunión en la sala de trofeos. ¡Ahora!
—Hasta ahí llegó mi suerte —se dijo, sintiéndose inmediatamente molesta, ya que no alcanzó a cerrar la puerta cuando el gran Bob demandó su presencia, aunque se consoló pensado que por lo menos esta vez recordó llamarla correctamente por su nombre.
—¿Qué es lo que quieres, Bob?
—Oye, oye, oye, no me hables así. ¿Y en dónde te habías metido? Llevamos horas esperándote —dijo el hombre señalando a la mujer dormida en el sofá—. ¿Ves? Incluso tu madre se quedó dormida.
—¿Es en serio? —preguntó sarcástica.
—Por supuesto. Estábamos preocupados por ti.
—Seguro —murmuró irónica, pero lo suficientemente despacio para que su padre no captara sus palabras.
—¿Qué es lo que dijiste?
—Nada, papá, y ahora, ¿por qué no me dices de una buena vez qué es lo que quieres? —preguntó cruzándose de brazos.
—Primero respóndeme dónde estabas.
—Cenando en la casa de mi mejor amiga. ¿Por qué? ¿Tienes algún problema con eso?
—En realidad muchos. Te prohíbo de hoy en adelante regresar a esa casa.
—P-pero ¿por qué?
—No hay un por qué, simplemente no irás más a esa casa. Si quieres cenar comerás lo que hay aquí.
—Ese es el problema, Bob. ¡No hay nada en esta maldita casa!
—Cuida tu vocabulario, jovencita —regañó Bob.
La discusión hizo que Miriam saliera de su estado soñoliento para ver como padre e hija se enfrentaban enojados.
—Helga, cariño, llegaste —llamó la atención de la chica, bostezando—. ¿Qué tal te fue en la escuela?
Helga apretó los puños casi enterrándose las uñas en las palmas antes de responder entre dientes:
—Bien, Miriam.
—Me alegra escuchar eso —dijo la mujer apoyando el codo en el sillón quedándose nuevamente dormida.
Tanto Helga como Bob rodaron los ojos ante la interrupción.
—Como sea, Bob. No hay nada en este lugar y si no voy a la casa de Phoebe me moriría de hambre.
—¿Y qué hay con esa escuela tuya? ¿No te dan de comer?
—Sabes bien que hay que pagar, no es gratis.
—Con que de eso se trata, pequeña señorita. ¿Quieres dinero? Pues lamento informarte que no hay.
—Pero papá…
—Escúchame, Helga. Quizás nos estemos quedando sin techo, así que será mejor que te las arregles con lo que hay en esta casa. No irás otra vez donde los Heyerdahl —ordenó Bob, sin embargo, al ver la cara de descontento de la chica, se rascó la cabeza y agregó:
—Mira, niña. Me aseguraré de que haya algo para que puedas comer todos los días.
La promesa de Bob no fue en vano o por lo menos las primeras semanas. Helga tenía todas sus comidas al día, pero como siempre, después de un tiempo las cosas volvieron a lo mismo que antes.
—Cielos, Helga. Otra vez tu madre olvidó preparar tu almuerzo —dijo Phoebe, observando la lonchera vacía de Helga.
—Gracias por notar lo obvio, Sherlock —respondió sarcástica la preadolescente rubia, aunque al notar el rostro culpable de su amiga, rápidamente agregó:
—Lo siento, Phoebe. Es solo que creí que por una vez esto duraría más tiempo.
Helga miró fijamente hacia la fila de alumnos que estaban comprando su comida y deseó tener, aunque sea un dólar para comprar algo, pero tal y como dijo Bob, las arcas de los Patakis estaban vacías.
—Si quieres mañana puedo traer tu almuerzo —ofreció Phoebe, sabiendo que su madre seguía estando pendiente de la situación.
—No te preocupes. De seguro que Miriam sí lo recordará —dijo no muy convencida, pero no queriendo que ni Phoebe ni su familia siguieran sintiendo lástima por ella.
Por supuesto que ella finalmente se había enterado de la manera en que los padres de Phoebe se habían inmiscuido en su vida, pero sabiendo que tenían buenas intenciones, decidió quedarse callada respecto al asunto e incluso agradeció que lo hicieran, sin embargo, eso no quería decir que ella permitiría que nuevamente se involucraran en sus asuntos.
—Si estás segura…
—Por supuesto que lo estoy —afirmó restándole importancia, y mientras escondía su cabeza entre los brazos, pensó que intentaría llenar su estómago con un poco de agua del bebedero.
Helga se sentía enfadada y decepcionada, pero se culpaba a sí misma por ser tan crédula porque ella ya debía estar más que acostumbrada que sus padres rompieran sus promesas y se olvidaran de ella.
Helga iba a seguir con sus pensamientos negativos hasta que sintió cómo alguien se posaba a su lado. En un principio creyó que podía ser Brainy hasta que lo escuchó hablar.
—Toma, Helga.
¿Arnold? Él estaba en su mesa y en cualquier momento se hubiese levantado de emoción solo para ver su rostro y oír su voz antes de decirle que se alejara, pero ahora no estaba de ánimo ni siquiera para él.
—Vete, Arnold. Ahora no estoy de humor para ver tus estúpidas causas perdidas —dijo Helga con voz cansada.
—Te prometo que no es una causa perdida, Helga —insistió Arnold—. Es solo que noté que estabas un poco desanimada y pensé que era porque no alcanzaste a tomar el último tazón de pudin de tapioca.
Helga rápidamente despegó la frente de la mesa y vio que frente a ella efectivamente estaba el postre favorito de Arnold, pero no entendió por qué estaba diciendo esas palabras ni por qué se lo estaba ofreciendo y así se lo hizo saber.
—No entiendo cuáles son tus intenciones, Arnoldo. Habla claro.
Arnold soltó un suspiro antes de responder:
—Mira. Me di cuenta como mirabas la barra de postre y me sentí culpable porque no quedaban más tazones de tapioca debido a que yo compré los últimos dos —explicó Arnold dejando el postre frente a la chica—. Pensé que también podrías haber querido uno y por eso vengo a ofrecerte el que tomé adicionalmente.
—Espera, ¿qué? —preguntó confundida, pensando que Arnold había malinterpretado sus acciones e inmediatamente intentó corregirlo—. Yo no…
—Lo que estoy diciendo es que te obsequio este para que te sientas mejor. ¿Vale?
Helga vaciló en tomarlo o no, pero pensó que, después del haberle hecho creer que la dejó ciega, no le gustaba que Arnold se sintiera culpable por su culpa y solo por eso decidió admitir la verdad.
—En realidad ese no era el motivo por el que yo estaba mirando para allá —reconoció Helga con una mueca incómoda.
—Aun así, me gustaría que la aceptaras —insistió el chico empujando la tapioca en su dirección.
—Yo… no puedo pagarlo…
—No estoy pidiendo que lo hagas.
Arnold, al ver que la chica no cedía en su orgullo, con un suspiro cansado, agregó:
—Mira, si no lo quieres… simplemente lo tiraré.
—¡¿Qué?! ¡No!
—Entonces… ¿lo quieres o no?
—Está bien —aceptó a regañadientes—. Pero si crees que te voy a agradecer…
—Solo tómalo, Helga —pidió Arnold firmemente ante la terquedad de la chica.
—De acuerdo, de acuerdo. Si eso te hace sentir mejor con tu conciencia… Lo tomaré —respondió encogiéndose de hombros, pero internamente ella estaba casi llorando de la emoción ante el inesperado gesto de Arnold que llegó en el momento apropiado.
Helga se dio cuenta por el rabillo del ojo que Arnold estaba volteando para marcharse y a pesar de sus palabras le susurró las gracias.
—Cuando quieras, Helga —respondió Arnold, mirándola de reojo antes de que Gerald y él dejaran la cafetería.
CONTINUARA...
Nota: Por si no esta claro, esto va despues de la película del barrio y antes de la pelicula de la jungla, o sea quinto grado.
Lo mas probable que la proxima semana les comparta la segunda parte y final. Despues que eso pase tengo otra sorpresa para ustedes.
Creo que esta demas decir que los comentarios siempre son bienvenidos y si me quieren enviar un inbox tambien, las personas que lo han hecho saben que contesto en cuanto puedo.
¡Gracias por todo su cariño!
