Ed, Edd y Eddy son propiedad de Danny Antonucci.
La historia es de mi autoría.
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Heuqueville, Francia. 1870. Dentro de una humilde casa de madera, un par de hombres miraban con indiferencia, un cuerpo inerte que yacía sobre una silla.
—Es una mujer de aproximadamente 23 años. – Habló uno de ellos, un médico. —Tiene un par de días muerta, al parecer la tuberculosis terminó con su vida.
—Es una pena. Tan joven. – Contestó el segundo hombre, el jefe de policía.
—Lo es oficial Norman. ¿Cómo es que nadie lo había notado? Habrá que buscar a sus familiares para darles la terrible noticia.
—Negativo. Según sus vecinos, era una chica solitaria, bastante problemática y no se sabe nada de su origen. Lo único que saben sobre ella es que su reputación no era precisamente buena. Como sea Doctor Gio, llevémosla al cementerio a darle una sepultura decente.
—De acuerdo, solo permítame terminar mis notas.
Un golpe seco se escuchó en otra habitación. Los sujetos se miraron exaltados. El oficial tomó su arma y dio algunos pasos lentamente, dirigiéndose al lugar de donde el golpe se había escuchado. Abrió la puerta de una patada, pero su sorpresa fue grande al encontrar a un pequeño niño escondido, abrazando sus rodillas temblando de miedo.
—¡Doctor Gio venga a ver esto! – Lo llamó.
—¿Qué es lo que pasa? – Al entrar, el niño los miró, sin dejar de temblar. Estaba muy delgado y sucio. —Oh mi Dios.
—No tengas miedo. Estamos aquí para ayudarte. ¿Cómo te llamas? – Preguntó el oficial.
—Kevin. – Contestó mirándolo fijamente.
—¿Cuántos años tienes?
—Seis.
—Dime Kevin, ¿esta es tu casa? – El niño asintió. —Ya veo. ¿Con quién vives? ¿Por qué estás solo?
—Mi… mi madre no ha despertado. Creo que se murió. – Dijo con tal inocencia que el Doctor sintió un nudo en la garganta.
—¿Has estado tu solito desde entonces? – Preguntó ahora el médico, y Kevin volvió a asentir. —¿Por qué no pediste ayuda a nadie?
—Tenía miedo.
—¿Y tu padre?
—No tengo padre señor.
—Ya veo. – El médico le dedicó una mirada de lástima al niño, pues los huérfanos no tenían un buen futuro. Se dirigió junto al oficial y hablaron en privado. —Creo que debemos llevarlo con la madre Rosenda.
—¿Podría hacerlo usted? Yo debo llevar a la estación el informe de la muerte de la mujer.
—Con gusto. Lo veré en la estación entonces. Vamos pequeño, debes venir conmigo. – le dijo con firmeza.
—¿Qué pasará con mi mamá?
—No hay nada que hacer, lo siento, tu madre ha muerto y ahora debes ir al orfanato.
Simple. Un destino bastante triste para un niño inocente que no merecía nada de lo que pasaba. En el camino a el orfanato, el médico quiso investigar más sobre la mujer, preguntándole a Kevin sobre su vida diaria. Pronto se dio cuenta que, por lo que el niño decía, su madre no era precisamente una mujer respetable. Llevaba a su hogar distintos hombres a distintas horas del día, ordenando a su hijo que no se le ocurriera salir hasta que ella se lo permitiera. No tenían familia, y nunca había conocido a su padre, lo más seguro era que Kevin, fue engendrado por algún cliente de su madre, y era su hijo bastardo.
Al llegar al orfanato, fueron recibidos por una joven monja llamada Lydia, de unos 23 años, que no muy convencida, los llevó a donde la madre superiora. El médico y el niño fueron guiados con la madre Rosenda, una mujer mayor, altanera y de carácter muy fuerte, muy dedicada a la vida religiosa. A pesar de su bondad al cuidar de los niños, tenía fama de ser cruel con sus métodos, pero realmente a nadie le importaba un grupo de huérfanos.
El médico, que ya la conocía, se puso algo nervioso antes de hablar.
—He venido a solicitar de su ayuda. Le ruego que acepte a este niño. Acaba de quedar huérfano, su madre murió y no tiene familia.
—Imposible, ya no tengo espacio suficiente. Cada vez son más, y el clero no puede pagar por todo. Tendrá que venderlo a alguna familia o a algún obrero que lo necesite.
—Pero es muy pequeño, no sabe hacer nada, no sobreviviría.
—No puedo aceptar Doctor. No insista.
—Piedad. Tenga compasión.
—Para ustedes es muy fácil venir aquí y tratar de convencerme con palabras bonitas. Pero la realidad es que, nadie se interesa por ayudar al orfanato. No hay suficiente comida, y los bastardos siempre quieren más.
—Debe aceptar, es su deber, ¿Qué diría el Monseñor si se enterara que la madre superiora no hace su trabajo?
—Ahora me chantajea. Que descaro viniendo de un médico "honorable". – Se burló la mujer.
—Escuche, si tiene necesidades, debe hablar y exigirlas. Lamento que tenga estas carencias, pero mientras esté a cargo del orfanato, es necesario que no deje a los huérfanos desamparados.
Después de mucho insistir, y una promesa de intervenir a favor del lugar con el clero, la madre Rosenda aceptó a Kevin en el orfanato. El médico se retiró dejando al pequeño y deseándole buena suerte. Y vaya que la necesitaría. La madre Lydia llevó a Kevin a un enorme cuarto, repleto de literas.
—No tengas miedo, este es tu hogar ahora. – Le dijo con ternura. El niño asintió. —Perfecto. Ahora, acompáñame, debo asearte.
Lydia llevó a Kevin al cuarto donde los niños se aseaban cada mañana, excepto por los más pequeños que aún necesitaban ayuda. Cuando un niño llegaba por primera vez, Lydia lo bañaba, le daba ropas limpias, y le explicaba que después él tendría que hacerlo por su cuenta. Se sorprendió al darse cuenta que Kevin era pelirrojo, y su piel blanquecina estaba repleta de pecas. Era muy lindo. Después de asearlo, lo llevó al patio, donde todos los niños jugaban.
Kevin nunca había visto un escenario así; niños corriendo por todos lados, riendo, gritando, trepando árboles, y pateando pelotas. Sus ojos verdes brillaron de emoción.
—Eddy. – Llamó Lydia a un niño que pasaba corriendo. De la edad de Kevin, de cabello azulado y un poco robusto. —Ven aquí.
—¿Qué sucede madre Lydia? – Preguntó deteniendo su carrera.
—Él es Kevin, va a quedarse con nosotros ahora. Debes enseñarle lo que debe hacer. Sé su amigo, ¿está bien?
—De acuerdo. Ven Kevin, vamos a jugar. – Le dijo estirando su mano. Kevin titubeó un poco, pero lo siguió. Lydia sonrió y los dejó. —Bien Kevin, voy a enseñarte todo.
—Si. – Eddy tenía 7 años, era de los pocos que habían estado en ese lugar toda su vida. Por esa razón conocía a la perfección el lugar, las reglas, los castigos, así también como lugares "secretos" donde podían esconderse. Muy maduro para su edad, había crecido sin amor, y tuvo que aprender a ser independiente desde muy chico. Pero disfrutaba enormemente los juegos, era un niñito después de todo.
Cuando el sol se puso, los niños entraron al comedor para cenar. Había dos enormes y largas mesas, pues no eran muchos niños. Aproximadamente 50. Pero el lugar era pequeño, y estaba en muy malas condiciones. Aun así, Kevin se sintió cómodo al instante. Les sirvieron una especie de papilla y un trozo de pan, que devoraron al instante. Terminada la cena, debían ir a dormir.
Kevin siguió a Eddy hasta una enorme habitación, con muchas camas. Eran dos filas, 15 de cada lado. Eddy dormía hasta la esquina derecha, y justo a su lado, sería la cama de Kevin.
—Aquí dormirás. Si necesitas ir al baño, está al final del pasillo. Puedes despertarme para que te acompañe. – Le dijo Eddy.
—No te preocupes, no tengo miedo.
—Está bien. Debes ponerte ropa para dormir. – Le dijo apuntando bajo la almohada. Kevin sacó una especie de camisón, color blanco. —No ensucies tu ropa. Mañana la hermana Lydia nos despertará temprano.
—Gracias por mostrarme este lugar Eddy.
—De nada. – Respondió sonriendo.
A la mañana siguiente, y en los siguientes días, Kevin se dio cuenta de lo que significaba estar ahí. Todas las mañanas, a las 7:00 am, Lydia entraba a la habitación de los niños y los despertaba. Abría las cortinas dejando entrar el sol. Los niños debían hacer su cama, ir a asearse, y luego al comedor. Lo mismo con las niñas, claro que ellas dormían en diferente habitación, y usaban otro cuarto de aseo.
Después de desayunar, debían ir a estudiar. Las mismas monjas se encargaban de enseñarles a leer, aritmética, literatura, geografía y religión. Eran muy estrictas. Cada vez que una de ellas entraba al salón, los niños debían ponerse de pie y guardar silencio. No podían hablar mientras estuvieran en clase. Si no obedecían, los castigos no se hacían esperar. Podían pasar horas de pie, o de rodillas. A veces los obligaban a arrodillarse en granos de maíz. Golpes en las palmas de las manos, y cuando resultaba muy grave la falta, los azotaban. Por esas razones, los niños eran muy disciplinados. Su educación terminaría a los 10 años.
Luego de sus clases, iban a comer otra vez, y luego a jugar. Era el único momento del día donde podían ser niños. Donde podían reír y olvidarse del mundo.
Kevin se hizo muy amigo de Eddy, lo veía como un hermano. Trataba de no meterse en problemas, pero era muy inquieto. Eddy y Kevin siempre hacían bromas. Una vez metieron un ratón al cuarto de las niñas, los gritos a medianoche fueron muy divertidos, hasta que Marie, una niña chismosa de su edad, los acusó. Ella era una niña malcriada, mentirosa, manipuladora y mandona, hasta algo de maldad había en ella. Todo con M de Marie. Molestaba mucho a los niños, sobre todo a los pequeños, Eddy y Kevin quisieron darle una lección.
Esa vez fueron encerrados en el agujero. Un cuarto muy pequeño, de madera. Los niños le llamaban así, porque era completamente oscuro, y tenía algunos clavos salidos. Las monjas no tenían reparo en mandarlos ahí, aunque era bastante macabro. Pasaron todo un día ahí dentro. Era suficiente motivo para no querer volver ahí nunca más.
Kevin se llevó sus primeros azotes, a la edad de 8 años. Él y Eddy, habían escapado del orfanato, pero nadie en el pueblo se preocupaba por los huérfanos. Un sujeto los llevó de las orejas de vuelta al orfanato, después que habían entrado a su propiedad y tomado unas manzanas de su huerto. La madre Rosenda los azotó con unas tiras de cuero, con nudos en las puntas. Les dio 10 azotes en las espaldas desnudas. Los mandó a dormir sin cenar, y estaban obligados a rezar y pedir perdón por su pecado. Porque claro, ellas los educaban para que temieran al Señor, trataban de salvar sus inocentes almas, por ser hijos del pecado, hijos bastardos, hijos de nadie.
Si al cumplir 10 años, no eran adoptados o comprados por alguien, se les enseñaba algún trabajo, para que pudieran prepararse al salir. Los niños trabajaban en el campo, en las huertas del orfanato, cortando leña, preparando pan. Las niñas eran vendedoras de flores, de verduras o fabricaban velas. Todo dentro del orfanato claro, los vendedores solo podían estar frente a la puerta del orfanato, vigilados por las monjas.
Kevin estaba emocionado por trabajar con Eddy, los dos trabajaban en el campo, sembrando tomates y papas. Pero solo fueron un par de meses, pues se llevaron a Eddy. Kevin no fue elegido, porque apenas había comenzado a trabajar.
Un sujeto se llevó cuatro muchachitos, para que trabajaran con él en un barco de pesca. Para los marineros era mejor llevar muchachos jóvenes, trabajaban duro y no tenían que pagarles mucho. La madre Rosenda no tenía mucho interés en el futuro de los chicos, si no eran adoptados, los dejaban salir a los 18 años, pero esa vez hizo una excepción, porque claro, el marinero le pagó muy bien por ellos. Mejor. Menos bocas que alimentar. Kevin se despidió con mucho pesar de su amigo, que le dijo que algún día se volverían a ver. El momento más triste en la corta vida de ambos, fue cuando se separaron.
Al principio fue duro, ver cada noche la cama vacía de su amigo, lo deprimía. Pero estaba feliz por él, al menos estaba fuera de esa prisión, navegando por las costas, conociendo el mundo. Cada noche rezaba por su bien, y porque algún día pudiera ir a navegar con él.
Kevin aprendió que debía cuidarse solo. Estaría en ese lugar mucho tiempo. Maduró de forma rápida y cruel, pues cada vez era más grande su percepción de la realidad, de la crudeza de la vida. Su comportamiento cambió drásticamente en semanas, era muy disciplinado y trabajaba duro. Trataba de no involucrarse con nadie, pues al final sufriría sus partidas, como lo hizo con Eddy. Evitaba meterse en problemas, aunque a veces su carácter fuerte le hacía ganarse reprimendas. Ocho meses después de su décimo cumpleaños, Kevin era otro.
Un día, los niños jugaban en el patio, después de sus clases, o sus trabajos, como cada día. Un pequeño de 8 años miraba con miedo a su alrededor. Tenía una pelota en sus manos, y solo estaba de pie, observando a los demás. Marie, se le acercó, sonriendo, pero de forma maliciosa.
—¿Y tú quién eres? – Preguntó cruzada de brazos. El niño no le respondió, ni siquiera la miraba. —Te estoy hablando niño.
—M-me llamo E-eddward. – Respondió sin levantarle la mirada. Marie se fijó en una linda cadena de oro alrededor del cuello del niño, colgaba un lindo dije en forma de luna.
—Que bonillo collar… yo lo quiero. – Dijo tratando de quitárselo.
—¡N-no! – El pequeño alzó sus brazos, soltando la pelota.
—¡Te dije que me lo des! – Marie lo empujó y el niño cayó de espaldas sobre la tierra. Sus ojos se llenaron de lágrimas, pues muchos rieron a carcajadas al verlo caer. —¿Qué pasa? ¿El bebé quiere llorar? Te daré una buena razón para que lo hagas. – El puño de Marie iba hacia Eddward, que solo pudo cubrirse en el suelo. Pero el golpe nunca llegó. Un chico sujetaba a Marie de los antebrazos, furioso.
—Déjalo en paz Marie. ¿No puedes estar un segundo sin molestar a otros?
—Piérdete Kevin, esto no te importa.
—Sí me importa. Él es nuevo aquí, ya está bastante asustado como para que lo hagas sentirse peor.
—Como sea. – Marie dio media vuelta y se alejó. Kevin ya era bastante temido. Ya se las cobraría, porque, a pesar de ser solo una niña de 9 años, era bastante astuta y vengativa.
Kevin ayudó a Eddward a levantarse.
—¿Estás bien? – Asintió. —No te preocupes por Marie. Es una tonta. ¿Cómo te llamas?
—Eddward Marion.
—Vaya, tienes apellido. Aquí nadie tiene apellido, no tenemos padres. Yo tenía, pero no lo recuerdo, así que solo soy Kevin.
—Mucho gusto Kevin. – Le dijo sonriendo.
—Yo voy a mostrarte este lugar. ¿Por qué te trajeron aquí?
—Es que… mis padres se fueron a París hace unos días. Mi tía me trajo.
—Si tienes familia no deberías estar aquí.
—Ella dijo que volverá a buscarme pronto, cuando ella venga, iremos a París juntos. – Le dijo con una sonrisa enorme.
—Está bien. Que bien que no te quedarás, porque no es muy bonito.
Kevin simpatizó desde el principio con Eddward. Ese pequeño niño blanco, de enormes ojos azules, tan indefenso y tierno, necesitaba de él. Lydia se lo dijo, Kevin debía cuidarlo y enseñarle, como alguna vez Eddy lo hizo con él.
La verdad era que Eddward era hijo de una pareja de aristócratas, con una excelente educación y una gran fortuna. La hermana de su padre, envenenó a la pareja para quedarse con todo. No tuvo el corazón para hacer lo mismo con Eddward, así que le pagó a la madre superiora una gran suma, por quedarse con el niño y negar su origen. Ella hizo creer a todos, que la familia entera había caído por un barranco en su carruaje. Ahora, era asquerosamente rica, y su único acto de humanidad fue dejar a su sobrino con vida. Sin que nadie, excepto Rosenda y ella, lo supiera.
El destino de Eddward entonces, era quedarse en ese lugar, por diez años. Aunque el pobrecillo, ignoraba su suerte.
—Esta será tu cama Eddward. – Le dijo Kevin. —Espero que duermas bien.
—Claro, te lo agradezco mucho.
—Si a mitad de la noche quieres ir al sanitario, despiértame y te acompañaré. – Se lo dijo justo como Eddy a él, hacía cuatro años. Eddward sonrió y asintió. Ambos se metieron en sus camas, preparándose para dormir.
—¿Kevin?
—¿Sí?
—Muchas gracias por defenderme de esa niña.
—No fue nada. Buenas noches Eddward.
—Buenas noches Kevin.
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Hola (:
Créanme, no me decidía con cual fic empezar, y quiero dejarles el mejor (según mi criterio) al final. Será cortito, de 6 capítulos, no quiero alargarlo mucho, así que las cosas pasarán pronto, como se dieron cuenta en este primer cap, Kevin entró a los 6 años, y conoció a Edd a los 10.
La historia se lleva a cabo en una época antigua, porque hoy en día, todo lo que sufren sería ilegal. Pero antes así era u.u los niños sufrían mucho, y trabajaban desde pequeños.
También me metí un poco en el tema de la religión, y pues nada que no se sepa, siempre ha habido corrupción y algunas personas son muy fanáticas y hacen todo tipo de locuras en nombre de Dios. Como sea, no olviden que solo es ficción y no busco ofender a nadie (:
Nos leemos pronto.
Bunny.
