Disclaimer: Los personajes de esta historia no me pertenecen. Son propiedad de Rumiko Takahashi, autora de "InuYasha: un cuento feudal de hadas"

I.

Lo último que escuchó antes de aquel silencio sepulcral fue el sonoro golpe en el suelo que causó el cuerpo de su hermana mayor cuando cayó justo en el mar de su propia sangre regando violentas gotas color rojo a su alrededor.

Estudió su cuerpo inerte de arriba abajo con su único ojo completamente abierto, intentó volver a nombrarla pero el último grito que había lanzado con desesperación justo cuando su hermana se retorció del último dolor que le arrancó la vida le había desgarrado la garganta, incluso podía sentir el leve sabor de su sangre en su boca.

Permaneció de rodillas cuando varios hombres se acercaron al cuerpo de su hermana pisando con cuidado, como deseando no pisar ni una sola gota de sangre.

—Levántenla con cuidado —la ronca voz de un hombre de alrededor de unos cuarenta años rompió con aquel lúgubre silencio—, levántenla y llévenla a su cabaña.

Los hombres obedecieron aquella orden y rodearon despacio el cuerpo de su hermana, pudo verlos hacer una larga y silenciosa reverencia antes de atreverse a tocarla. La levantaron despacio, como si fuese un fino cristal que pudiera romperse, la sostuvieron con firmeza, observó a uno de aquellos hombres colocando con cuidado las endurecidas manos de su hermana sobre su ahora frío pecho y de inmediato notó que una de ellas permanecía cerrada con los dedos aprisionando aquello que le había costado la vida a su última familia. Se alejaron cargando el cuerpo de su hermana, entonces escuchó el llanto de las mujeres de la aldea que sin poder soportarlo más habían comenzado a romperse. Poco a poco las personas fueron alejándose de aquel lugar siguiendo el cuerpo de su fiel protectora, dejando sola a aquella chiquilla de doce años hincada frente al gran río de sangre que incluso se había colado bajo sus rodillas manchando sus ropas color naranja.

La sangre de su hermana, la misma sangre que corría dentro de sus venas.

Obligó a su cuerpo a ponerse de pie, jamás le había costado tanto trabajo como aquella vez, el silencio volvía a tornarse profundo y fúnebre, giró su cabeza hacia el gran árbol que estaba a una corta distancia de ella. El árbol mecía sus hojas con tranquilidad al compas del viento que también movía su cabello, completamente ajeno a todo lo que estaba pasando o al menos así lo percibió en primera vista, pues cuando bajó su mirada hasta el grueso tallo se encontró con la figura de una medio demonio clavado a este por una delgada flecha.

El hanyou no lucía muerto, parecía dormido atrapado en un profundo sueño.

InuYasha...

Quiso llamar al híbrido por su nombre pero el dolor en su garganta le recordó que le era imposible y, por alguna razón que no alcanzaba entender, después que a la última persona por la que suplicó había sido su hermana hacer tal cosa como llamar a InuYasha le sabía a insulto.

InuYasha intentó robar la perla de Shikon y su hermana murió en su deber de protegerla.

Ese pensamiento le recorrió por completo la espalda y de pronto un fuerte impulso de energía le invadió el cuerpo. Miró por última vez el cuerpo del hanyou, ya ajustaría cuentas con é, dio tres pasos hacia atrás y comenzó a correr en dirección a su hogar. Justo a donde habían llevado a su hermana Kikyo.

Corrió tan rápido como sus piernas le permitieron, se frenó de golpe cuando vio a la enorme multitud de personas paradas frente a su casa quienes callaron sus murmullos y llantos de inmediato apenas la vieron llegar. Los examinó con su único ojo: todos la miraban afligidos, tragó saliva lentamente y caminó a paso firme frente a ellos, con la intensión de atravesar al gran grupo de gente para llegar hasta su hermana.

Pero no fue necesario empujarles o pedirles que le dejaran pasar, apenas daba un paso hacia adelante la gente se apartaba de su camino en silencio y con profundo respeto, hubo quienes incluso le dedicaron una sencilla reverencia apenas se hacían a un lado para permitirle llegar, hizo a un lado la cortina de palma del umbral de la entrada y lo primero que vio fue a varias mujeres de la aldea rodeando a lo que supuso era el cuerpo de su hermana. Del mismo modo que el resto de aldeanos habían hecho, se apartaron de su paso cuando comenzó a acercarse al centro de la cabaña.

Apenas vio a su hermana Kikyo recostada donde solía dormir sus piernas perdieron por completo su fuerza y cayeron de rodillas sobre el duro suelo de madera provocando un sonoro golpe que altero a un par de mujeres, pero no se rindió y se arrastró a gatas hasta llegar a ella.

—Kaede —la nombró una de las mujeres cuando vio que ella acercaba su mano temblorosa a uno de los costados del cuerpo de su hermana que permanecía cubierto por una sábana que en un inicio estaba limpia pero ya lucía empapada de sangre—, no creo que debas ver a tu hermana así...

Ella ignoró por completo el consejo de la mujer y retiró de un tirón aquella sábana. Su corazón pareció detenerse cuando observó el cuerpo desnudo de su querida hermana. Su piel ahora lucía muchísimo más blanca que lo natural en ella, pero esta vez era un blanco enfermizo con motes azules y grises. Nada que ver con la piel de porcelana con tonos rosas que reconocía de la mujer que identificaba como su mayor admiración.

Obligó a su mirada a postrarse en la profunda y terrible herida en el hombro derecho del cuerpo sin vida, era horrible: la piel desgarrada y hecha girones donde se asomaba carne cansada de sangrar. Observó la herida por tanto tiempo que se convenció a ella misma que quedaría grabada sobre piedra en sus recuerdos. Desvió levemente su ojo hacia el pecho donde reposaban ambas manos ahora frías de la mujer que curó sus fiebres y acarició sus cabellos las noches que pasaba miedos. Entre esos dedos volvió a ver el resplandor rosado de la terrible perla de los cuatro espíritus.

Una de las mujeres volvió a cubrir el cuerpo sin vida de su hermana cuando escuchó a varios hombres entrar en la cabaña, pero ella no se movió ni un centímetro. Redirigió su mirada hacia el rostro de su hermana, no lucía en paz y eso le llenó de pena.

—Limpien bien el cuerpo de la sacerdotisa Kikyo y vístanla debidamente —reconoció la voz como la misma que había ordenado que trajeran a su hermana a su hogar, el patriarca de la aldea—, la llevaremos al templo apenas reconstruyan el desastre que dejó ese hanyou. Ahí la custodiarán los hombres de la aldea.

—¿Ya han mandado por el sacerdote del pueblo cercano? —preguntó una de las mujeres a la cual no alcanzó, ni le interesaba del todo, reconocer.

—Sí, he pedido a un grupo de aldeanos que partieran ya mismo —contestó con firmeza aquel hombre—, estará aquí sin tardar más en tres días.

Aquello alteró todos sus sentidos.

—No.

Su voz había nacido de lo más herido de su garganta de manera tan gutural y ronca que incluso ella misma no pudo reconocerse.

—¿niña...Kaede? —preguntó el patriarca de la aldea tratando de asegurarse de quién había hablado segundos atrás.

—No podemos esperar tanto tiempo —continuó aún con ronca voz al mismo tiempo que se ponía de pie y se daba la media vuelta para encarar a todos los presentes—. Mi hermana me ordenó que quemara su cadáver justo al momento de morir. Y eso haremos. Hoy.

—¿Incinerar el cuerpo de una figura sagrada sin ninguna ceremonia fúnebre? —preguntó el patriarca mirándola con incredulidad, inclusive se escuchaba ofendido por la simple idea de todo ello.

—Fueron las indicaciones de mi hermana Kikyo —sostuvo su argumento con una firmeza que no sabía que tenía, quizá saber que el cuerpo de su hermana descansaba a sus espaldas le daba valor para encarar al patriarca de la aldea—, y es mi deber ver que se cumplan.

—Y lo haremos, Kaede —la mujer al lado del patriarca intentó persuadirle con condescendencia llevando su maternal mano hasta su hombro, acariciándola como si fuese un animal pequeño y asustado—, en cuánto el sacerdote le celebre un funeral digno de su hermana.

Kaede se alejó de la mano de la mujer y la miró con furia.

—¡¿Es que no lo entienden?! —preguntó con una voz mucho más clara—, no es ningún capricho de mi hermana. Ella quiere ser quemada junto a la perla de Shikon, ¿no lo ven?, mi hermana se fue pero la perla aún no.

—Niña eres tú quien debe entender que... —intentó retomar la palabra el patriarca con un semblante más preocupado.

—Pronto en los alrededores resonará la noticia que la gran Kikyo ha caído, que la perla de Shikon se ha quedado sin guardiana —le interrumpió Kaede sin tregua—. Demonios, humanos corrompidos, seres malignos que intentarán conseguir la perla ¡¿entiende que la aldea entera está en peligro?!

Todos permanecieron callados ante tal idea, incluso los susurros afuera de la cabaña habían callado. Sólo podía escuchar el fuego que crispaba en la fogata de la cabaña. Entonces volvió a tragar saliva, eso le causó molestia en su aún lastimada garganta que había vuelto a doler por sus exasperantes reclamos ante la idea de esperar tres días.

—Mi hermana murió por proteger la perla —masculló con cuidado—, si alguien más muere por esa causa el sacrificio de ella será completamente en vano.

Vio al patriarca sudar en frío y ninguna de las mujeres que se habían encargado de limpiar el cuerpo de su hermana se había atrevido a decir una sola palabra más.

—Como usted ordene, señorita Kaede —atinó a decir el hombre encargado de la aldea, por primera vez le habló con total respeto y no sólo como a una niña, hizo una corta reverencia y salió rápidamente de la cabaña. Kaede pudo escucharlo dar órdenes a través de las paredes de madera pidiendo que armaran una pira funeraria ya mismo, que cortaran todo el bosque si lo necesitaban pues debían despedirse de la sacerdotisa Kikyo esa misma noche.

Ella permaneció de pie con la espalda completamente recta, cerró ambas manos en puños conteniendo sus ganas de llorar. Entonces se dio cuenta que no se había permitido hacerlo ni un solo instante desde que su hermana Kikyou había muerto. Su cuerpo entero tembló pero no se consintió ni una sola lágrima.

Ya habría tiempo para eso. Pensó recordando que el cuerpo de su hermana yacía a sus espaldas.

Esperando que cumpliera su última voluntad.

Esperando que fuera fiel a su deber.

CONTINUARÁ.

No sabía si comenzar a publicar este fanfic pues considero que es un proyecto que será muy demandante y extenso pero siento una ráfaga de ganas e inspiración en este momento que me dio igual y dije ¿por qué no?

Aquí relataré lo que, según mi retorcida imaginación, fue de la vida de Kaede justo después de la muerte de Kikyou y antes de la llegada de Kagome. Que, vamos, ¿qué fue de ella en esos 50 años? De algún lugar debió sacar tanta fuerza de voluntad y sabiduría. Ojalá se animen a acompañarme a través de mi texto a descubrir la vida de este personaje tan olvidado muchas veces e igualmente relegado a ser simplemente una enciclopedia del periodo sengoku.

Un beso y nos leemos pronto.