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Hinata parecía siempre acompañada de una eterna mueca de agonía. Neji la había estado viendo hace tanto tiempo que se tornó en algo casi familiar, y aun así intentó romperla. No se detuvo pese a saber lo herida que estaba, no paró el odio que le recorría al verla, aunque ella sufriera lo mismo que él, quizá más.
¿Se puso a pensar, alguna vez, en lo mucho que dolería estar en su lugar? Todo el mundo esperaba de ella lo mejor, y nunca fue capaz de darlo, incluso poniendo el mayor esfuerzo. No solo eso, dado su entorno, siquiera podía pedir consuelo. Jamás tuvo nada servido, siempre tuvo que estirar desesperadamente sus manos para hallar, como mínimo, una pisca de amor.
Y, aun con todo eso, él jamás se detuvo. No pensó en otra cosa que en herirla, en deshacerse de su existencia. Quizás, piensa, había estado siendo condescendiente, tratando de librarla de la agonía de vivir. Mentira, solo deseaba dejar de verla seguir, como si no le doliera a cada paso que daba. Quería que dejara de ser todo aquello que él jamás podría alcanzar.
Debía darle vergüenza querer arruinar el espíritu de alguien, solo porque no podía permitirse que avanzara lo que él no. Pero no lo hacía, por el contrario, constantemente pensaba en matarla.
Neji piensa que debe de haber algo mal con él, pero todavía más con ella. ¿Quién le daba la mano a semejante monstruo? ¿Cómo podía sonreírle a él? Sería una vil mentira decir que no está aliviado, que no se siente tan feliz que podría llorar. Puede que fuera cierto lo que decía su padre, que para cada roto había un descosido. Porque así como ella le llenaba el alma y renovaba el impulso de ir contra su destino, él generaba en ella una llama de la más viva confianza. No hacía falta nada más, solo debían complementarse, como si estuvieran hechos, desde siempre, el uno para el otro. Como una línea trazada para que, de cualquier forma, se terminaran encontrando.
