Título: Paralelos
Resumen: Dos deseos, engañar y desaparecer ¿Cuáles son sus orígenes? Vueltas da la vida, cada una dando forma a la historia a la que estamos sentenciados a vivir. Kano Shuuya se culpa repetitivamente de lo que el destino ingenió. Kido Tsubomi sigue poniendo en duda su existencia. ¿Cómo se unirán sus vidas? /KanoKido
Dueños: Kagerou Project no me pertenece si no a su sexy dueño.


Paralelos

Capítulo I
"Vida"

Vidas paralelas condenadas a entrelazarse, conocerse y convivir. Esa será la sentencia, ¿tienes algo que decir?


—Shuuya-kun, acércate por favor —pidió aquella mujer estirando su mano hacía él siempre con una mirada perdida en algún punto de la habitación. Él la amaba sobre todas las cosas y sabía que ella también a pesar del trato.

Lo miró, acarició su rostro y abrazó luego, apretó su pequeño cuerpo entregando esa calidez maternal que tanto necesitaba y extrañaba, esa que todo niño necesitaba de vez en cuando. Se dejó influenciar por esa sensación tan grata.

—Mamá…—susurró al momento que trataría de devolver ese gesto, tratando de emanar lo mismo que esta hacía.

— ¿Por qué te pareces tanto a él?— el tacto endureció de repente, esas manos que antes le hicieron sentir seguridad absoluta estrangulaban su cuello con bastante fuerza, sus ojos se secaron al igual que su garganta—Tu cabello tan…tan… rubio, tus ojos, tu cara… ¡Eres el jodido hijo de ese bastardo!

Dolía, dolía muchísimo, pero el alivió volvía a los ojos de su progenitora con ese acto, ¿cómo podría quitarle esa tan mínima felicidad a su amada madre?

— ¿Por qué, hijo mío? —lo soltó para voltearse y volver a su posición inicial.

Kano se acercó y volvió a abrazar a la mujer, está vez por la espalda (o lo que lograba abarcar de ella) y acurrucándose a su lado, en el frío suelo, logro hacerla volver a razón. Esa mujer era su madre, nunca dejaría de serlo y viceversa, el nunca dejaría de ser su hijo. Sabía que ella lo quería y no temía ser dañado por hacerla feliz. Su sonrisa era su tesoro más grande.

—Te quiero mucho, mami.

Después de todo, en su mente, él era el culpable de todo. Los moretones en su cuerpo no tenían otro victimario que él mismo; porqué nació, porqué aún sigue vivo, porqué hay veces que quiere ser un niño como todos.

No.

Su más grande deseo era ocultar toda marca de sus errores, así quizás los vecinos no pensarían que su querida madre era quien los hacía por placer, si no, por deber de corregir su pensamiento.

Quería engañar.


— ¿Esa es la hija del amo?

—Sí, aunque ni siquiera debería contar como una…es ilegítima.

— ¡Entonces es verdad que su madre era una perra cualquiera!

— ¡Shhh! No lo digas tan fuerte, nos puede escuchar…

—Pero no diremos nada de lo que ella no sabe, ¿no?

—Bueno, tienes razón después de todo.

Las risas de las sirvientas llegaron a sus oídos tanto como las anteriores palabras de esa tan detestable charla. Siempre las escuchaba cuando estas la cuidaban mientras que jugaba y atendían en cuidados básicos, no era sorda y tampoco ciega.

Nunca le dirigían más palabras que no fueran las formales y sus miradas tenían desagrado al tratar con ella, como si fuera la basura a las que estaban obligadas a cargar.

—Disculpen— la voz imponente de su hermana les llamó la atención—, ¿terminaron de hacer las cosas del hogar? Aún veo polvo en cada repisa y a papá no le gustará nada de nada.

— ¡Lo que usted diga, señorita!— exclamaron sobresaltadas ambas mujeres marchándose de la vista de las chicas. Una vez que ya los apresurados pasos ya no eran escuchados, la recién llegada se agachó hacía la pequeña y colocó su palma de la mano con delicadeza en la cabeza de está.

—Onee-chan…—cerró los ojos dejándose querer.

—Tsu-chan, ¿estás bien? ¿Esas brujas no te molestaron? —la dulce voz de su hermana junto a esa simple caricia le hicieron asentir y negar con la cabeza, manteniendo una diminuta sonrisa. —Me alegro. Bueno, sigue jugando mientras voy a la escuela, ¿sí?

Y sin antes olvidar besar la frente de la pequeña Kido Tsubomi, se fue, dejándola a la deriva de los comentarios. Ella era la hija de una amante de su padre, la oveja negra en genes de la familia y nunca se lo habían negado, es más, se lo recalcaban.

Ella solo quería desaparecer.


Kano Shuuya veía como su madre se alistaba para su nuevo trabajo, se arreglaba la falda abultada y esa graciosa cinta negra que llevaba en el cabello. Kano no pudo evitar lo delgadísima que llegaba a ser casi insanamente, su rostro demacrado se marcaba más de la cuenta haciéndola ver mayor de lo que era. Para él, seguía luciendo linda.

— Mamá se irá a trabajar, así que no abras la puerta a nadie—la mujer se agachó y beso la mejilla de su hijo con ternura, como si no notara las marcas moradas que en su cuello aún quedaban.

Y la madre se marchó con la mirada de su hijo en su silueta yéndose. Sin más demora, el pequeño rubio caminó hacía el sofá y se sentó a ver nada.

Odiaba esos momentos, era vulnerable de pensar en cualquier delirio infantil. Salir y jugar como otros niños, cursar el preescolar, hacer amigos… Su mente viajaba a ese mundo desconocido, disfrutaba y celaba al mismo tiempo.

La puerta sonó a lo que él no respondió, debía seguir las palabras de su madre y no abrirle a nadie. Por cada "toc, toc" divagaba diferentes ideas de la persona tras la puerta, ¿si era su madre qué había salido sin llaves? Sin más se levantó y abrió.

— ¿Mamá?—no, no era su madre. Retrocedió e hizo el ademán de cerrar la puerta ante los extraños, esos vecinos que trataban tan mal a su querida madre.

—Por favor, Shuuya-kun, solo queremos ayudarte—uno de ellos detuvo la puerta y se agachó la altura del chico, su mirada era comprensiva, pero para él significaba peligro.

— ¡Váyanse!— gritó utilizando aún mayor fuerza para cerrar, no quería escucharlos— ¡Son malas personas!

—Por Dios—una de las mujeres dirigió su mirada a su más reciente marca cayendo al piso mientras que sus ojos se llenaban de lágrimas. Lágrimas sin sentido según él—, ¿qué te ha hecho ahora…?

— ¡Nada, ahora retírense de nuestra casa! —un portazo iracundo le siguió. Ahora Kano Shuuya soltaba lágrimas por doquier, lloraba no por dolor, sino por ser tan fácil de descubrir, ¿por qué no podía esconder sus marcas?

Era un inútil, se decía entre susurros sentado respaldado a la puerta, desde ese momento no había notado la completa oscuridad que le rodeaba encerrado bajo esas cuatro paredes y no lo quería notar, sabía que dolería al igual que su debilidad.


Tomó esa muñeca de porcelana con delicadeza y cargó con cuidado, alisó esas finas hebras que simulaban el cabello de aquella para sentarla arriba de su cama. En un mal movimiento se tropezó con la alfombra causando que la muñeca saltara hasta el piso y se rompiera en cientos de pedazos.

El ruido fue tan fuerte que no tardó en atraer a las sirvientas preocupadas de ver que se podría haber roto y mejor dicho, descubrir a quien le echaban la culpa. Al verla solo hicieron un gesto que Kido pudo distinguir bien. Gracia, burla.

—Niñata tonta—susurró una mientras que recogía los pedazos con sus manos.

— ¿Cómo es posible que teniendo tanto dinero sea tan idiota? Hasta mi hijo podría ser mejor, solo le tendría que decir al amo que es su hijo y listo—rió otra haciendo el mismo acto.

—Jajaja, como si fueras a tener la misma suerte que esta niña.

La pequeña solo estaba en la misma posición en que se había caído, mirando sus manos sangrando aún con parte de la rota muñeca tomada entre sus brazos, consolándose. Sus lágrimas caían ya, nunca lloraba, pero ahora las palabras le tocaban aún más que otras veces.

Se arrastró por el piso hasta quedar escondida entre las caídas mantas de su cama, era lo más cerca de desaparecer que podría estar.

Unas manos la sacaron de su escondite. Una mujer que nunca antes había visto la levantó y observó con una débil expresión cálida, tomó sus manos heridas y luego limpió con un pañuelo, todo siempre con ternura y suavidad.

— Debe tener cuidado, Kido-san— la voz era suave y aquella mujer nunca la miraba directamente a los ojos, pero ese gesto le pareció tan raro que detuvo su llanto silencioso—. Vamos a ver si encontramos curitas para colocarte.

Se la llevo sin más, las otras mujeres quedaron atónitas.

— ¿Por qué? — se atrevió a decir la pequeña peli-verde al ya tener las manos tratadas, la extraña sirvienta le dedica otra sonrisa perdida, pero no respondió — ¿Por qué no me trata como todos?

— ¿Por qué tendría que hacerlo? Eres una pequeña muy linda para verte decaída— dijo al fin. A pesar de la ternura de sus palabras, algo había mal, la expresión tan calmada y simple tenía algo más que no podía descifrar.

¿Dolor?


La señora Kano volvió a casa, el rubio lo supo bien al escuchar como la llave era insertada. Un escalofrío recorrió su espalda mientras que se arropaba hasta la cabeza con las mantas, su sorpresa fue grande al sentir a su madre sentarse a su lado y darle un pequeño abrazo en saludo ¿No se había enterado que le habría desobedecido aún?

— ¿Cómo te fue en el trabajo, mamá? —dijo casi imperceptible, sin delatar el quiebre en su voz.

—Normal—susurró al mismo tono que su hijo.

Y permanecieron así por un buen rato, hasta que la mujer se quedara dormida y el chico la arropara con cuidado para evitar despertarla.


Fin del capítulo I